Todo ese relato puede ser verídico, visto que D. Pelayo sería un noble godo/visigodo, llegando a ser un guarda particular del rey D. Rodrigo, de quien era partidario contra el rey Witiza (702-710). Así, después de la batalla de Guadalete (711), él y sus seguidores se refugiaron en Toledo, pero con la caída de esta ciudad en poder de los sarracenos (714), todos volvieron al reino asturiano, ‘lugar de espesísimas malezas, cerradas y fragosas’. Probablemente, esos hidalgos y otros muchos se juntaron al ejército de D. Pelayo y dieron inicio a la Reconquista. Hubo ilustres y valerosos caballeros entre los Gómez. Apenas como ejemplo de esa lealtad caballeresca citaremos: el conde Fernán Gómez, muy temido pelos invasores musulmanes, y reconocido como El Negro o El Cuervo en virtud de ostentar en sus armas un cuervo (>. simbolo de homem carnicero); Pedro Gómez de Carvajal participó en la conquista de México al lado de Hernán Cortés; Juan Gómez hizo lo mismo en Chile junto a Valdivia; Fernán Gutiérrez Gómez actuó en la unificación de España junto a los Reyes Católicos etc. Y así, de nombre en nombre, cada un más ilustre que el otro, el linaje de los Gómez es considerado por todos los historiadores de España una ‘casa’ de guerreros y grandes ricoshombres, incluso excelentes navegantes y intrépidos colonizadores. En realidad, ser caballero adquiere una importancia nada común en los siglos XI/XIV – período heroico de la caballería - , puesto que los hombres de este tiempo abrazaban los ideales caballerescos de la Edad Media, o sea, los ideales militares y míticos del famoso caballero andante cuyos valores eran, por orden secular: la honra, la religiosidad cristiana, el coraje y la justicia. Por eso, en la historia de los pueblos quedó consagrada la personalidad del caballero medieval.
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