Tras un estudio exhaustivo y bastante minucioso, recogido a lo largo de 20 años, y presentado al público en 1995, insignes estudiosos del Martirologio Romano = catálogo de todos los santos y beatos honrados en los altares por la iglesia católica romana, concluyeron que existen 6.538 cristianos, canonizados o beatificados oficialmente por los papas, incluso santos de la iglesia ortodoxa hasta el cisma que separó las dos iglesias, de Oriente y Occidente (1054). En aquel momento dirigían ambas instituciones el patriarca Miguel de Cerulario (Oriente) y el papa León IX (Occidente), respectivamente. La última edición del Martirologio Romano (2001) trae aquel número oficial, pero sabemos que el total de santos canonizados es, sin duda, mucho mayor, sobre todo porque existen casos en que se menciona apenas el nombre y se concluye con el clásico ‘y compañeros mártires’, lo que puede significar centenas o miles de personas santificadas y canonizadas. El martirologio es un libro que sirve de base al calendario litúrgico católico donde se determinan las fiestas religiosas patronales del año. Es también un documento que relata el tipo de memoria litúrgica o título canónico (apóstol, confesor, virgen, mártir etc), con algunas notas sobre la espiritualidad y hechos relevantes de su vida y obra, con milagros, fechas y locales que realzan y sobrelleven la canonización de cada santo en particular. En los primeros años del cristianismo se guardaba tradicionalmente la memoria de aquellos que morían por causa de su fe en Jesucristo: los mártires. Cada iglesia particular o diócesis conservaba su propio martirologio, donde constaban los ‘héroes cristianos’ que habían sufrido el martirio. De ahí se pasó a dar importancia litúrgica al día de su muerte denominado ‘dies natalis’, conmemorando y celebrando su memoria en templos, iglesias o cementerios/camposantos en que se localizaban sus reliquias, y casi siempre señalado con una estrella a más en el firmamento glorioso de la llamada iglesia triunfante. A partir del siglo XVI, la iglesia católica unificó los diversos martirologios existentes en un documento único o universal, donde se nombran todos los santos y beatos reconocidos como tales por la autoridad eclesiástica. El primer Martirologio Romano fue obra del cardenal Cesare Baronio (1538-1607), historiador y cardenal italiano, miembro de la congregación del Oratorio. Su obra Annales ecclesiastici representó las primeras piezas reales de la historia eclesiástica, con base en una análisis crítica, cuidadosa y profunda de las fuentes documentales.
Antiguamente, los santos eran aclamados vía vox populi = por aclamación popular. Era un acto espontáneo de la
comunidad cristiana. Pero a fin de evitar abusos, los obispos de cada lugar se
responsabilizaron oficialmente en declarar los santos de cada diócesis: san
Cipriano de Cartago/África, a mediados del siglo III, ya recomendaba que se
observase la máxima diligencia, cuidados y prudencia en la investigación sobre
los presuntos cristianos muertos por su fe en Jesucristo. Debían investigar
mediante un examen riguroso todas las circunstancias que habían acompañado su
martirio, el carácter de su fe cristiana
y los motivos que les habían animado a practicar tal acto heroico a fin
de evitarse casos espurios de personas que no merecían aquel título
eclesiástico. Ya a los santos reconocidos por la iglesia se les asignaba un día
de alegría y fiesta, por lo general el aniversario de su muerte. A finales del
siglo X se aprobaron los dos primeros procesos canónicos, siendo el primer
santo canonizado, oficialmente, san
Ulrico de Augsburgo [bispo y figura importante de la iglesia católica en el
inicio del Sacro Imperio Germánico (973)], y la primera mujer canonizada, santa Wiborada, mística y mártir,
patrona de los bibliotecarios y de gran
popularidad en los cantones suizos (1047). Después de las oraciones, y cuando los
horarios lo permitían ornamentaba los códices y manuscritos de la biblioteca en
su Monasterio de San Galo/Suiza. Gracias a sus dotes místicas alertó a los
monjes y monjas de aquellos territorios sobre la invasión húngara, y así
pudieron salvar sus vidas y las ricas bibliotecas conventuales.
Para llegar a ser santo, el llamado siervo de Dios deberá pasar por cinco etapas (años): 1ª) se postula la causa (‘nihil obstat’); 2ª) se le (a) declara siervo (a) de Dios –informe sobre su vida y virtudes; 3ª) es considerado venerable (¿vivió virtudes heroicas?); 4ª) se la declara beato (a) –autenticación de un milagro; 5ª) es declarado (a) santo (a) – autenticación de dos milagros. La canonización realizada oficialmente por el papa concede a los santos católicos la posibilidad de un culto público en los altares, asignándoles un día de fiesta, y ser patronos y protectores de iglesias, ermitas y santuarios. Muchas personas levianas confunden el culto que se debe dar a los santos. Así para evitar malos entendidos (principalmente de personas ajenas a los pareceres de la iglesia), la Congregación para las Causas de los Santos pronuncia solemnemente una fórmula ya clásica: ‘…inscribimos en el catálogo de los santos, y establecemos que en toda la iglesia sean devotamente honrados entre los santos’… Así, el verbo honrar para quien no lo sabe o lo ignora significa, en el diccionario oficial de la lengua española: ‘estimar y respetar, tener buena opinión y buena fama, adquiridas por la virtud y el mérito’. En ninguno de los diversos significados consta adorar. Y cuando se emplea el verbo venerar, igualmente se quiere decir ‘respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes’. Claro, como en todas las cosas, existen personas tendenciosas que por ignorancia o maldad (y hasta por ingenuidad) no saben o no quieren aplicar el debido significado a los conceptos eclesiásticos, generalmente por despechos espurios, instintos recalcados, envidias, odios embutidos e intolerancia religiosa. Por lo demás, como dice el evangelio, ‘no déis las cosas santas a los perros, ni lancéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisen debajo de sus pies y, volviéndose contra vosotros os despedacen' (cf Mt 7, 6). Realmente mucha gente no posee capacidad interior y equilibrio organizado de comprensión y sabiduría.
Todo
este razonado tiene a ver con el patrón de Prádanos de Ojeda, nuestro ‘hermoso’
y fuerte gigante, san Cristóbal de Licia
(248-304), considerado uno de los padres del desierto (lugar alejado/solitario) o del yermo (como se
decía antiguamente). Tratase de un santo mártir cristiano con diferentes o
distintas tradiciones, pero todas desembocan en un mismo lugar: fue un santo de mucha
popularidad en todos los tiempos. Por eso, resultaría fastidioso citar las causas, profesiones, ciudades/villas/pueblos
y corporaciones o asociaciones de todas las cuales san Cristóbal es considerado
patrón y dignísimo protector. Sean, por ejemplo, estas que yo cito: san
Cristóbal es patrón de ‘viajeros,
barqueros o navegantes, marineros,
aguateros, atletas, mozos de cuerda, vendedores de fruta o fruteros, arqueros y hombres solteros. Además es
celebrado por conductores de taxis y autobuses, automovilistas, camioneros.
Es invocado en caso de tempestades, tormentas,
granizos y rayos y contra el dolor de muelas. Y, principalmente, es patrón
de incontables ciudades y pueblos tanto en España Europa cuanto en
Hispanoamérica ej.: La Habana (capital de Cuba), de Rab (actual Croacia),
ciudad y diócesis de San Cristóbal de la Laguna (islas Canarias), San
Cristóbal/Venezuela, etc. Pero entre todas las ciudades y pueblos de los cuales
san Cristóbal toma cuenta y cuidados especiales está nuestro pueblo, Prádanos de Ojeda/Palencia. Es un santo
tan importante y popular que su fiesta se celebra tanto en la iglesia católica como en la
iglesia ortodoxa, un caso raro de conmemoración compartillada. La tradición católica, transmitida
por la obra Áurea legenda/Leyenda dorada
(1260/80) del arzobispo de Génova (dominico, y considerado un ‘santo’ no
canonizado), Jacobo de la Vorágine (1230-1298), es considerada la más célebre
recopilación de leyendas piadosas en torno a los santos, y desde luego la más
influyente en la iconografía pictórica y escultórica religiosa del Renacimiento.
No tiene carácter histórico o científico, pues no fue escrita para eruditos y
sí para gente del pueblo como libro de devoción ‘para conocer modelos de vida dignos de ser emulados’ o imitados. De
muchas de esas historias no hay fuente comprobada y no existe sentido crítico
sobre los hechos, pero el prestigio de esta obra fue inmenso entre los artistas
del movimiento renacentista y barroco, ya que se utilizaron sus conmovedoras
historias para pintar y esculpir muchísimas escenas devotas. Jácobo de Vorágine
nos describe a san Cristóbal como un gigante
cananeo (con casi 2m de altura): después de su conversión al cristianismo
ayudaba a los viajeros y peregrinos a atravesar el peligroso vado de un río
caudaloso, y lo hacía llevándolos sobre sus hombros fuertes y robustos.
San
Cristóbal de Licia (actual Kinit) =
antigua región marítima (una península) del sudoeste de Asia Menor (actual
Turquía) fue anexada a Panfilia, y se
convirtió poco después en provincia romana (43 dC). Posiblemente, el vado de que se hace mención en la vida
de san Cristóbal sea el río Janto y
su fértil valle a lo largo de 50km entre el Mediterráneo y su naciente en el
monte Araxá. En sus orillas se encontraba Janto, principal ciudad de Licia, a
7km del mar. Caminos recorrían el valle, y el cruce del río pasaba por Janto,
dándole importancia estratégica. A lo largo del valle los pueblos y ciudades
ocupaban las pendientes montañosas donde san Cristóbal practicó la vida de
anacoreta y la caridad cristiana no sólo pasando a los viajeros al otro lado
del río como también defendiéndolos de asaltantes y bandoleros que infestaban
la región. La ciudad de Janto fue centro local importante en tiempos del rey
Darío II de Persia. Según el geógrafo Estrabón, Licia encabezaba una
confederación de 23 ciudades que se reunían en Letoon (proximidades de Janto). Por último, Licia fue el último
estado helenístico a ser incorporado formalmente al imperio Romano, con status
de provincia y conformada en una unidad cultural y geográfica especial. Esta
región, en el imperio Romano tardío (278 dC), se caracterizó por la
proliferación de bandidos (por lo menos así considerados desde el punto de vista
romano). Fue famoso Lidio el Isáurico:
actuó en Licia y Panfilia, pero finalmente fue reducido por las fuerzas
romanas. Algo que llama nuestra atención son los costumbres licios a favor del matriarcado, detallados por Heródoto,
sobre todo cuanto al libertinaje sexual de los licios, quienes no estaban
seguros de quién era su padre. Por eso, si a uno se le preguntara quién era y
de qué familia procedía, respondía repitiendo el nombre de su madre y de sus
abuelas, y no del padre. En Letoon y Janto se hablaban tres lenguas: el
licio, el arameo (lengua administrativa) y el griego (después, el latín)
Según
la leyenda y tradición católicas, san Cristóbal fue hijo único (de estatura
aventajada, un gigante) de un rey cananeo
(o de Canaán, nombre que los romanos cambiaron para Palestina, zona con
larga historia en las costas orientales del mar Mediterráneo, más conocida como
‘pueblos del mar’). No hay certeza, pero debió haber nacido en Biblos, Tiro o Sidón, tres importantes ciudades fenicias. Curiosamente, fue conocido por su nombre de
guerra: Relicto, Ofero o Réprobus (en
latín ‘réprobo o malvado’, pero en arameo rabrab > significa ’gigante’). Se dice que su aspecto era horroroso, con rosto de
perro, y decía a todos sus conterráneos que deseaba estar al servicio de un
señor digno de su fuerza y robustez. San Cristóbal, derivado del griego Christophorus = el ‘portador de
Cristo’, evidentemente cristianizado como quieren algunos, o etimológicamente ‘lanza ungida/salvadora’, en alusión a su
altura de 12 ‘codos’ = si
llevásemos a serio esta medida, San Cristóbal sería realmente una ‘lanza’ con
5m, visto que cada codo equivale a
0,42cm de largura. Pero, combinemos una cosa: el número 12 siempre aparece como
símbolo de perfección o de relevancia. Por tanto, debemos entender esa medida
como sinónimo de hombre admirable, robusto, inigualable, casi perfecto
físicamente. Apenas eso. San Cristóbal nació con el nombre de Ofero (en griego,
‘lanza’), y vivió durante el siglo III. Como sabemos por la historia, en torno
del año 278 existían en Licia frecuentes asaltos, y san Cristóbal defendía a
los transeúntes, viajeros y peregrinos, de todos esos maleantes, es bien
posible que el santo tuviese a esas alturas unos 30 años, lo que supone haber nacido
en torno de 248. Su longa vida de casi 60 años al menos en aquellos tiempos, nos permite deducir que su
enorme fuerza física le tornara orgulloso, soberbio y fanfarrón, pues quería
servir apenas aun señor más temible que él mismo. Su muerte debe haber
acontecido tras el cuarto y último edicto imperial de Diocleciano (244-305)
Este emperador romano rehabilitó las
viejas tradiciones de Roma, incentivando el culto a los dioses antiguos.
Persiguió a los maniqueos practicantes de una religión persa. Y también emprendió
aquella que los historiadores eclesiásticos consideran la penúltima y gran
persecución contra el cristianismo: la era de los mártires. Debido a su fuerte
y tradicional personalidad, el abandono de rituales paganos a favor de una
religión de origen extranjera significó algo inquietante para el imperio Romano
ya mal de las piernas y de la cabeza. El augusto
parece haber cedido a las insistentes
propuestas de su césar, Galerio,
hombre de origen humilde pero como soldado y adepto del paganismo juzgaba la
presencia de funcionarios cristianos en la corte perniciosa e intolerable,
sobre todo cuanto a los sacrificios y otras prácticas rituales. El pretexto
para la persecución fue un sacrificio en el palacio imperial de Nicomedia,
oficiado por Diocleciano. Los cristianos presentes tendrían hecho gestos
provocativos diciendo que los dioses paganos eran demonios idólatras. Sea esto
verdad o no, en el año 303 salió el primer
edicto imperial > ordenaba la destrucción total de iglesias, objetos de
culto cristianos y la destitución de funcionarios adeptos de la nueva religión.
Enseguida, salió el segundo edicto > se ordenó la prisión general del clero cristiano; en un tercer edicto > se daba la libertad
en caso de apostasía. Por fin, se dio el cuarto
y último edicto (304) > ordenaba a toda la población del imperio Romano
a sacrificar a los dioses paganos bajo pena de muerte o trabajos forzosos en
las minas. Curiosamente, en su lecho de muerte, Galerio pidió oraciones a los
cristianos por su restablecimiento. Un edicto de tolerancia del mismo Galerio
abriría camino al famoso Edicto de Milán
(313) – éste firmado por Licinio y Constantino. En él, no sólo se tolera el
cristianismo como se le reconoce como una de las religiones oficiales del
imperio. Y, más tarde, única religión oficial…
La
leyenda nos cuenta que san Cristóbal de Licia después de buscar por diversos
lugares hombres más fuertes y corajosos que él mismo, aceptó al propio Satanás
en persona como su amo. Pero al saber que el diablo temía al nombre de Dios y a
la señal de la santa cruz, renunció a su servicio y busco quien le indicara
como servir al Dios de los cristianos. Y aquí comienza la leyenda propiamente
dicha y más interesante sobre la vida y obra espiritual de san Cristóbal,
eremita y mártir de la iglesia católica. Ofero entonces tomo como guía
espiritual a un ermitaño que vivía en los alrededores de Janto. El eremita
tenía como obra de caridad indicar a los viajeros, o peregrinos que demandaban
la Tierra Santa, los lugares más seguros por los cuales podían atravesar el
peligroso río Janto > la metáfora sobre este río dice que ‘fue creado por los dolores de parto de la
diosa Leto’, cuyo templo El Letoon fue designado Patrimonio de la Humanidad
por la UNESCO (1988). Cuando el ermitaño entregó su alma al Creador, Ofero tomó su
lugar, y debido a su fuerza y estatura
prefirió transportar los viajeros en sus hombros de un lado a otro del río
turbulento y peligroso. Nos cuenta la leyenda que un día, un niño pequeño y
aparentemente frágil, le pidió que le pasara a la otra margen del río. Ofero le
tomó en sus hombros, pero quedó atónito por el peso desproporcional de aquel
muchacho. Sorprendido por tal acontecimiento sin explicación lógica, el niño le
reveló su identidad: era Jesucristo, y el peso excesivo para sus hombros
musculosos eran los pecados del mundo que cargaba sobre sí. Jesús le bautizó,
le instruyó para que fuese a predicar a Samos y Licia, dos ciudades importantes
de aquella región y a convertir a sus ciudadanos. En esas ciudades realizó
numerosos milagros, entre los cuales hizo crecer su propio báculo
transformándolo en un árbol fructífero. Dagón, el prefecto de Licia, enfurecido
por la conversión a la fe cristiana de sus súbditos, profanó iglesias y casas
de cristianos y ordenó la muerte de muchos convertidos a la fe de Jesucristo. A
Ofero, le metió en la cárcel donde fue torturado y decapitado según las órdenes
del emperador Diocleciano.
La
leyenda nos relata los tres acontecimientos
principales de la vida de san Cristóbal: su servicio al Señor más poderoso del
Mundo, la historia del Niño Jesús y el martirio del santo. Cuanto al primero,
se dice que san Cristóbal ofreció sus servicios al rey Felipe de Licia (del
griego, ‘país de lobos’), un rey
perverso y despiadado, un soberano que imponía su voluntad con puño de hierro.
Sin embargo, un día le vio temblando de miedo y, en consecuencia, quiso saber
por qué motivo tremía tanto, él un rey poderoso. El rey le dijo que tenía su
alma vendida al diablo y que temía al ser infernal. Entonces Ofero respondió: ‘si temes al diablo, él es ciertamente más poderoso
que tú. Por eso, a partir de este momento sólo quiero servir al demonio’.
El gigante que todos temían ahora se puso al servicio de Satanás, y buscó a un
brujo para que se lo presentara. El brujo no perdió tiempo a trueque de algunos
favores, y emprendieron la búsqueda en lugares soturnos. En el camino, el brujo
evitó pasar cerca de una cruz de piedra y se puso a temblar como ocurrió con el
rey de Licia. Ofero, intrigado, reclamó de su comportamiento ridículo, pero el
brujo retrucó: ‘no tengo miedo de la
cruz, sino de quien murió en ella’. Ofero entonces preguntó al brujo si el demonio
temía a Jesucristo, a lo que éste respondió: sí, el diablo teme a ese Jesús con
sólo mencionar la cruz donde Él murió para salvar a la humanidad de sus
pecados. Ofero decidió servir a tan poderoso señor que aun después de muerto
hace al Príncipe de las Tinieblas temblar de miedo. En otras versiones, el
brujo es el propio Satanás disfrazado.
A
partir de ese instante, Ofero, o san Cristóbal como quieran, buscó a su nuevo
amo y señor a quien no conocía, pero al cual ya había jurado ser su más bravo y
leal soldado. Vagó por las redondeces de Janto, en Licia: a todas las personas
preguntaba cómo podría servir a Jesucristo, y nadie conseguía responder a su
indagación. Hasta que un día se encontró con un ermitaño, y éste, absolutamente
convicto, le dijo con cariño: ‘mira, aquí al lado de mi celda, hay un río donde
suelen morir muchos que intentan atravesarlo. Tienes una buena estatura y
fuerzas como nadie. Entonces, podrás pasarlos a la otra orilla sobre tus
hombros. Ahí encontrarás a la persona que te dará la respuesta perfecta que tú tanto
buscas’. Y así comenzó su tarea diaria de pasar a viajeros, tan sólo apoyado en
una vara gruesa y resistente. Ofero se tornó portador
de viajeros o atravesador
de ríos. De hecho, en aquella época existían pocos puentes y resultaba difícil
atravesar los ríos, sobre todo cuando se trataba de corrientes turbulentas y
caudalosas. Curiosamente, uno de los oficios más procurados en aquella época
era ser portador de viajeros. Por una
remuneración cualquiera, hombres corpulentos y vigorosos pasaban a las personas
de un lado a otro de los ríos. Ese fue el empleo u oficio de san Cristóbal y,
por eso, es considerado el patrón de viajeros, caminantes, barqueros etc. Era
un profesional tan bueno y dedicado que aunque no tuviesen dinero a nadie
negaba sus servicios de atravesador de ríos.
La historia del Niño Jesús comienza de esta forma: Ofero empezó su empleo diario
cruzando el río Janto de una orilla a otra, y a todas las personas a quienes
transportaba sistemáticamente preguntaba dónde y cómo podría servir a
Jesucristo, pero nadie le daba una respuesta convincente. Hasta que un día al
cruzar la corriente cargando a un niño que surgió de repentinamente, casi de la nada,
a quien ni siquiera indagara adonde se dirigía por aquellos andurriales, casi
perdido... ¿Qué respuesta le iría dar un niño tan frágil y medio perdido, sin
nadie a socorrerlo? Pero cuál no fue su gran sorpresa, cuando a la mitad del
camino la corriente comenzó a subir, el niño se hacía muy pesado como un costal
de plomo y juzgó estar transportando el mundo entero en sus hombros. El peso
casi le derriba y por poco no se ahoga junto con su carga divina. Sólo a costa
de mucho sacrificio y poniendo en vilo todo su coraje y enormes esfuerzos
consiguió llevarle a la otra orilla del río. Curioso y precavido, Ofero indagó
del pequeño muchachillo: ‘¿quién eres tú,
niño mío, que me pesaste tanto, y llegué a imaginar que era el mundo a quien
estaba cargando en mis hombros?’. Y el niño, que no era otro sino el propio
Jesucristo, le respondió con llaneza: ‘tienes
razón, Ofero, peso más que el mundo entero porque sobre mis hombros cargo con
los pecados de todos los hombres. Yo soy Jesucristo. Llegaste a buscarme en
varios lugares, pero sólo aquí conseguiste encontrarme: sirviendo a tus hermanos
necesitados. Desde hoy en adelante, tu nombre será Cristóbal. Al ayudar a
cualquier persona a cruzar el río, me estarás ayudando a mí en la figura de tus
hermanos. Fija en la tierra este árido tronco que te sirvirá de báculo: mañana lo
verás no sólo florido sino también coronado de frutos’. Entonces el Niño Jesús
desapareció, y a la mañana siguiente como vaticinado el tronco se tornara una
bella palmera repleta de frutas.
Después
de ese episodio, Cristóbal y no más Ofero, recibió el bautismo de las manos del
patriarca Babilas en la basílica de Antioquía. Los comentaristas cristianos
dicen que san Cristóbal cargó a Jesucristo de cuatro maneras: en sus hombros
recios y fuertes, en sus labios que pasaron a evangelizar a las gentes de Samos y Licia, en su corazón que se abrasaba en practicar la caridad cristiana y
dedicarse a sus hermanos licios, y en todo su cuerpo y en cada tortura sufrida
por su fe en Jesucristo en la hora del martirio. Un ejemplo que debe ser
conocido por nuestro pueblo, por todos los habitantes de Prádanos de Ojeda y
adyacencias. San Cristóbal, después de haber recibido el bautismo, empezó a
evangelizar sobre todo en Samos, siempre acompañado de su bastón
florido: fue un predicador elocuente y determinado, sobre todo porque iluminado
por el Espíritu Santo como consta en la leyenda de su vida. En ese tiempo, el
emperador romano Diocleciano ordenara perseguir a los cristianos y exigir de ellos
que sacrificasen a los dioses paganos. Dagón como prefecto urbano de Licia
cumplió al pie de la letra las ordenaciones del siniestro emperador romano, uno
de los hombres más crueles de la historia y terror permanente de los
cristianos. San Cristóbal presintió que su vida estaba en peligro, y así se
arrodillaba y oraba constantemente para que se cumpliese la voluntad del Señor
Jesús como él rezaba. En cierta ocasión escuchó una voz que le decía: ‘no temas, Cristóbal, yo estoy contigo’.
Así, bien dispuesto y lleno de fortaleza divina fue presenciar cómo eran
torturados los que confesaban públicamente la fe en Jesucristo. De repente, enaltecido
por el espíritu de Dios, clamó en medio de la multitud que asistía a aquel
espectáculo: ‘también yo soy cristiano, y
no iré sacrificar a los falsos dioses que vosotros adoráis’. Inmediatamente
fue detenido y llevado al tribunal del prefecto Dagón. Al principio, intentaron
persuadirle, le tentaron con dos prostitutas (Niceta y Aquilina) que
convencidas por la fe de nuestro santo se convirtieron al cristianismo y
también murieron martirizadas a mando del impiedoso Dagón. Le mostraron igualmente
los suplicios y tormentos a que eran destinados los que preferían confesar la
fe cristiana. Pero san Cristóbal no se dejó convencer por todos aquellos risibles
argumentos llenos de falacia. El prefecto entonces ordenó que fuese flagelado
con varillas de hierro, pero nuestro santo continuaba a entonar cánticos de
loor y agradecimiento al Dios de los cristianos. No contentos con el castigo,
los esbirros colocaron sobre su cabeza un casco de hierro al rojo vivo. A
continuación fue tendido sobre una parrilla enorme para ser quemado a fuego
lento, pero la sartén se derritió sin que el santo sufriera cualquier
quemadura. Por fin, intentaron materle a flechazos, atado a un árbol, pero las flechas se
desviaban del blanco pretendido por sus verdugos sin que ni una siquiera tocara en su cuerpo. Sin embargo, una se desvió y fue acertar el ojo del prefecto.
Enseguida se dejó oír la voz del santo mártir, dirigida con entereza a Dagón: ‘el Señor ya preparó mi corona… Cuando la
espada separe la cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre mezclada con el
polvo de la tierra. Al punto quedarás curado, y entonces conocerás quien te
creó y quién te ha curado’. Al día siguiente fue decapitado en la cárcel de
Licia, y el malvado Dagón recuperó la vista como el santo anunciara, y luego
después se convirtió al cristianismo.
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