quinta-feira, 26 de setembro de 2013

San Cristóbal - patrón de Prádanos de Ojeda (1)



              
               Tras un estudio exhaustivo y bastante minucioso, recogido a lo largo de 20 años, y presentado al público en 1995, insignes estudiosos del Martirologio Romano = catálogo de todos los santos y beatos honrados en los altares por la iglesia católica romana, concluyeron que existen 6.538 cristianos, canonizados o beatificados oficialmente por los papas, incluso santos de la iglesia ortodoxa hasta el cisma que separó las dos iglesias, de Oriente y Occidente (1054). En aquel momento dirigían ambas instituciones el patriarca Miguel de Cerulario (Oriente) y el papa León IX (Occidente), respectivamente. La última edición del Martirologio Romano (2001) trae aquel número oficial, pero sabemos que el total de santos canonizados es, sin duda, mucho mayor, sobre todo porque existen casos en que se menciona apenas el nombre y se concluye con el clásico ‘y compañeros mártires’, lo que puede significar centenas o miles de personas santificadas y canonizadas. El martirologio es un libro que sirve de base al calendario litúrgico católico donde se determinan las fiestas religiosas patronales del año. Es también un documento que relata el tipo de memoria litúrgica o título canónico (apóstol, confesor, virgen, mártir etc), con algunas notas sobre la espiritualidad y hechos relevantes de su vida y obra, con milagros, fechas y locales que realzan y sobrelleven la canonización de cada santo en particular. En los primeros años del cristianismo se guardaba tradicionalmente la memoria de aquellos que morían por causa de su fe en Jesucristo: los mártires. Cada iglesia particular o diócesis conservaba su propio martirologio, donde constaban los ‘héroes cristianos’ que habían sufrido el martirio. De ahí se pasó a dar importancia litúrgica al día de su muerte denominado ‘dies natalis’, conmemorando y celebrando su memoria en templos, iglesias o cementerios/camposantos en que se localizaban sus reliquias, y casi siempre señalado con una estrella a más en el firmamento glorioso de la llamada iglesia triunfante. A partir del siglo XVI, la iglesia católica unificó los diversos martirologios existentes en un documento único o universal, donde se nombran todos los santos y beatos reconocidos como tales por la autoridad eclesiástica. El primer Martirologio Romano fue obra del cardenal Cesare Baronio (1538-1607), historiador y cardenal italiano, miembro de la congregación del Oratorio. Su obra Annales ecclesiastici representó las primeras piezas reales de la historia eclesiástica, con base en una análisis crítica, cuidadosa y profunda de las fuentes documentales.
        Antiguamente, los santos eran aclamados vía vox populi = por aclamación popular. Era un acto espontáneo de la comunidad cristiana. Pero a fin de evitar abusos, los obispos de cada lugar se responsabilizaron oficialmente en declarar los santos de cada diócesis: san Cipriano de Cartago/África, a mediados del siglo III, ya recomendaba que se observase la máxima diligencia, cuidados y prudencia en la investigación sobre los presuntos cristianos muertos por su fe en Jesucristo. Debían investigar mediante un examen riguroso todas las circunstancias que habían acompañado su martirio, el carácter de su fe cristiana  y los motivos que les habían animado a practicar tal acto heroico a fin de evitarse casos espurios de personas que no merecían aquel título eclesiástico. Ya a los santos reconocidos por la iglesia se les asignaba un día de alegría y fiesta, por lo general el aniversario de su muerte. A finales del siglo X se aprobaron los dos primeros procesos canónicos, siendo el primer santo canonizado, oficialmente, san Ulrico de Augsburgo [bispo y figura importante de la iglesia católica en el inicio del Sacro Imperio Germánico (973)], y la primera mujer canonizada, santa Wiborada, mística y mártir, patrona de los bibliotecarios  y de gran popularidad en los cantones suizos (1047). Después de las oraciones, y cuando los horarios lo permitían ornamentaba los códices y manuscritos de la biblioteca en su Monasterio de San Galo/Suiza. Gracias a sus dotes místicas alertó a los monjes y monjas de aquellos territorios sobre la invasión húngara, y así pudieron salvar sus vidas y las ricas bibliotecas conventuales.
      
Para llegar a ser santo, el llamado siervo de Dios deberá pasar por cinco etapas (años): 1ª) se postula la causa (‘nihil obstat’); 2ª) se le (a) declara siervo (a) de Dios –informe sobre su vida y virtudes; 3ª) es considerado venerable (¿vivió virtudes heroicas?); 4ª) se la declara beato (a) –autenticación de un milagro; 5ª) es declarado (a) santo (a) – autenticación de dos milagros. La canonización realizada oficialmente por el papa concede a los santos católicos la posibilidad de un culto público en los altares,  asignándoles un día de fiesta, y ser patronos y protectores de iglesias, ermitas y santuarios. Muchas personas levianas confunden el culto que se debe dar a los santos. Así para evitar malos entendidos (principalmente de personas ajenas a los pareceres de la iglesia), la Congregación para las Causas de los Santos pronuncia solemnemente una fórmula ya clásica: ‘…inscribimos en el catálogo de los santos, y establecemos que en toda la iglesia sean devotamente honrados entre los santos’… Así, el verbo honrar para quien no lo sabe o lo ignora significa, en el diccionario oficial de la lengua española: ‘estimar y respetar, tener buena opinión y buena fama, adquiridas por la virtud y el mérito’. En ninguno de los diversos significados consta adorar. Y cuando se emplea el verbo venerar, igualmente se quiere decir ‘respetar  en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes’. Claro, como en todas las cosas, existen personas tendenciosas que por ignorancia o maldad (y hasta por ingenuidad) no saben o no quieren aplicar el debido significado a los conceptos eclesiásticos, generalmente por despechos espurios, instintos recalcados, envidias, odios embutidos e intolerancia religiosa. Por lo demás, como dice el evangelio, ‘no déis las cosas santas a los perros, ni lancéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisen debajo de sus pies y, volviéndose contra vosotros os despedacen' (cf Mt 7, 6). Realmente mucha gente no posee capacidad interior y equilibrio organizado de comprensión y sabiduría.
       Todo este razonado tiene a ver con el patrón de Prádanos de Ojeda, nuestro ‘hermoso’ y fuerte gigante, san Cristóbal de Licia (248-304), considerado uno de los padres del desierto (lugar alejado/solitario) o del yermo (como se decía antiguamente). Tratase de un santo mártir cristiano con diferentes o distintas tradiciones, pero todas desembocan en un mismo lugar: fue un santo de mucha popularidad en todos los tiempos. Por eso, resultaría fastidioso citar  las causas, profesiones, ciudades/villas/pueblos y corporaciones o asociaciones de todas las cuales san Cristóbal es considerado patrón y dignísimo protector. Sean, por ejemplo, estas que yo cito: san Cristóbal es patrón de ‘viajeros, barqueros o navegantes, marineros, aguateros, atletas, mozos de cuerda, vendedores de fruta o fruteros, arqueros y hombres solteros. Además es celebrado por conductores de taxis y autobuses, automovilistas, camioneros. Es invocado en caso de tempestades, tormentas, granizos y rayos y contra el dolor de muelas. Y, principalmente, es patrón de incontables ciudades y pueblos tanto en España Europa cuanto en Hispanoamérica ej.: La Habana (capital de Cuba), de Rab (actual Croacia), ciudad y diócesis de San Cristóbal de la Laguna (islas Canarias), San Cristóbal/Venezuela, etc. Pero entre todas las ciudades y pueblos de los cuales san Cristóbal toma cuenta y cuidados especiales está nuestro pueblo, Prádanos de Ojeda/Palencia. Es un santo tan importante y popular que su fiesta se celebra  tanto en la iglesia católica como en la iglesia ortodoxa, un caso raro de conmemoración compartillada. La tradición católica, transmitida por la obra Áurea legenda/Leyenda dorada (1260/80) del arzobispo de Génova (dominico, y considerado un ‘santo’ no canonizado), Jacobo de la Vorágine (1230-1298), es considerada la más célebre recopilación de leyendas piadosas en torno a los santos, y desde luego la más influyente en la iconografía pictórica y escultórica religiosa del Renacimiento. No tiene carácter histórico o científico, pues no fue escrita para eruditos y sí para gente del pueblo como libro de devoción ‘para conocer modelos de vida dignos de ser emulados’ o imitados. De muchas de esas historias no hay fuente comprobada y no existe sentido crítico sobre los hechos, pero el prestigio de esta obra fue inmenso entre los artistas del movimiento renacentista y barroco, ya que se utilizaron sus conmovedoras historias para pintar y esculpir muchísimas escenas devotas. Jácobo de Vorágine nos describe a san Cristóbal como un gigante cananeo (con casi 2m de altura): después de su conversión al cristianismo ayudaba a los viajeros y peregrinos a atravesar el peligroso vado de un río caudaloso, y lo hacía llevándolos sobre sus hombros fuertes y robustos.          
San Cristóbal de Licia  (actual Kinit) = antigua región marítima (una península) del sudoeste de Asia Menor (actual Turquía) fue anexada a Panfilia, y se convirtió poco después en provincia romana (43 dC). Posiblemente, el vado de que se hace mención en la vida de san Cristóbal sea el río Janto y su fértil valle a lo largo de 50km entre el Mediterráneo y su naciente en el monte Araxá. En sus orillas se encontraba Janto, principal ciudad de Licia, a 7km del mar. Caminos recorrían el valle, y el cruce del río pasaba por Janto, dándole importancia estratégica. A lo largo del valle los pueblos y ciudades ocupaban las pendientes montañosas donde san Cristóbal practicó la vida de anacoreta y la caridad cristiana no sólo pasando a los viajeros al otro lado del río como también defendiéndolos de asaltantes y bandoleros que infestaban la región. La ciudad de Janto fue centro local importante en tiempos del rey Darío II de Persia. Según el geógrafo Estrabón, Licia encabezaba una confederación de 23 ciudades que se reunían en Letoon (proximidades de Janto). Por último, Licia fue el último estado helenístico a ser incorporado formalmente al imperio Romano, con status de provincia y conformada en una unidad cultural y geográfica especial. Esta región, en el imperio Romano tardío (278 dC), se caracterizó por la proliferación de bandidos (por lo menos así considerados desde el punto de vista romano). Fue famoso Lidio el Isáurico: actuó en Licia y Panfilia, pero finalmente fue reducido por las fuerzas romanas. Algo que llama nuestra atención son los costumbres licios a favor del matriarcado, detallados por Heródoto, sobre todo cuanto al libertinaje sexual de los licios, quienes no estaban seguros de quién era su padre. Por eso, si a uno se le preguntara quién era y de qué familia procedía, respondía repitiendo el nombre de su madre y de sus abuelas, y no del padre. En Letoon y Janto se hablaban tres lenguas: el licio, el arameo (lengua administrativa) y el griego (después, el latín)     
           Según la leyenda y tradición católicas, san Cristóbal fue hijo único (de estatura aventajada, un gigante) de un rey cananeo (o de Canaán, nombre que los romanos cambiaron para Palestina,  zona con larga historia en las costas orientales del mar Mediterráneo, más conocida como ‘pueblos del mar’). No hay certeza, pero debió haber nacido en Biblos, Tiro o Sidón, tres importantes ciudades fenicias. Curiosamente, fue conocido por su nombre de guerra: Relicto, Ofero o Réprobus (en latín ‘réprobo o malvado’, pero en arameo rabrab > significa ’gigante’). Se dice que su aspecto era horroroso, con rosto de perro, y decía a todos sus conterráneos que deseaba estar al servicio de un señor digno de su fuerza y robustez. San Cristóbal, derivado del griego Christophorus = el ‘portador de Cristo’, evidentemente cristianizado como quieren algunos, o etimológicamente ‘lanza ungida/salvadora’, en alusión a su altura de 12 ‘codos’ = si llevásemos a serio esta medida, San Cristóbal sería realmente una ‘lanza’ con 5m, visto que cada codo equivale a 0,42cm de largura. Pero, combinemos una cosa: el número 12 siempre aparece como símbolo de perfección o de relevancia. Por tanto, debemos entender esa medida como sinónimo de hombre admirable, robusto, inigualable, casi perfecto físicamente. Apenas eso. San Cristóbal nació con el nombre de Ofero (en griego, ‘lanza’), y vivió durante el siglo III. Como sabemos por la historia, en torno del año 278 existían en Licia frecuentes asaltos, y san Cristóbal defendía a los transeúntes, viajeros y peregrinos, de todos esos maleantes, es bien posible que el santo tuviese a esas alturas unos 30 años, lo que supone haber nacido en torno de 248. Su longa vida de casi 60 años al menos en aquellos tiempos, nos permite deducir que su enorme fuerza física le tornara orgulloso, soberbio y fanfarrón, pues quería servir apenas aun señor más temible que él mismo. Su muerte debe haber acontecido tras el cuarto y último edicto imperial de Diocleciano (244-305)       
   Este emperador romano rehabilitó las viejas tradiciones de Roma, incentivando el culto a los dioses antiguos. Persiguió a los maniqueos practicantes de una religión persa. Y también emprendió aquella que los historiadores eclesiásticos consideran la penúltima y gran persecución contra el cristianismo: la era de los mártires. Debido a su fuerte y tradicional personalidad, el abandono de rituales paganos a favor de una religión de origen extranjera significó algo inquietante para el imperio Romano ya mal de las piernas y de la cabeza. El augusto parece haber cedido  a las insistentes propuestas de su césar, Galerio, hombre de origen humilde pero como soldado y adepto del paganismo juzgaba la presencia de funcionarios cristianos en la corte perniciosa e intolerable, sobre todo cuanto a los sacrificios y otras prácticas rituales. El pretexto para la persecución fue un sacrificio en el palacio imperial de Nicomedia, oficiado por Diocleciano. Los cristianos presentes tendrían hecho gestos provocativos diciendo que los dioses paganos eran demonios idólatras. Sea esto verdad o no, en el año 303 salió el primer edicto imperial > ordenaba la destrucción total de iglesias, objetos de culto cristianos y la destitución de funcionarios adeptos de la nueva religión. Enseguida, salió el segundo edicto > se ordenó la prisión general del clero cristiano; en un tercer edicto > se daba la libertad en caso de apostasía. Por fin, se dio el cuarto y último edicto (304) > ordenaba a toda la población del imperio Romano a sacrificar a los dioses paganos bajo pena de muerte o trabajos forzosos en las minas. Curiosamente, en su lecho de muerte, Galerio pidió oraciones a los cristianos por su restablecimiento. Un edicto de tolerancia del mismo Galerio abriría camino al famoso Edicto de Milán (313) – éste firmado por Licinio y Constantino. En él, no sólo se tolera el cristianismo como se le reconoce como una de las religiones oficiales del imperio. Y, más tarde, única religión oficial…
        La leyenda nos cuenta que san Cristóbal de Licia después de buscar por diversos lugares hombres más fuertes y corajosos que él mismo, aceptó al propio Satanás en persona como su amo. Pero al saber que el diablo temía al nombre de Dios y a la señal de la santa cruz, renunció a su servicio y busco quien le indicara como servir al Dios de los cristianos. Y aquí comienza la leyenda propiamente dicha y más interesante sobre la vida y obra espiritual de san Cristóbal, eremita y mártir de la iglesia católica. Ofero entonces tomo como guía espiritual a un ermitaño que vivía en los alrededores de Janto. El eremita tenía como obra de caridad indicar a los viajeros, o peregrinos que demandaban la Tierra Santa, los lugares más seguros por los cuales podían atravesar el peligroso río Janto > la metáfora sobre este río dice que ‘fue creado por los dolores de parto de la diosa Leto’, cuyo templo El Letoon fue designado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (1988). Cuando el ermitaño entregó su alma al Creador, Ofero tomó su lugar, y debido  a su fuerza y estatura prefirió transportar los viajeros en sus hombros de un lado a otro del río turbulento y peligroso. Nos cuenta la leyenda que un día, un niño pequeño y aparentemente frágil, le pidió que le pasara a la otra margen del río. Ofero le tomó en sus hombros, pero quedó atónito por el peso desproporcional de aquel muchacho. Sorprendido por tal acontecimiento sin explicación lógica, el niño le reveló su identidad: era Jesucristo, y el peso excesivo para sus hombros musculosos eran los pecados del mundo que cargaba sobre sí. Jesús le bautizó, le instruyó para que fuese a predicar a Samos y Licia, dos ciudades importantes de aquella región y a convertir a sus ciudadanos. En esas ciudades realizó numerosos milagros, entre los cuales hizo crecer su propio báculo transformándolo en un árbol fructífero. Dagón, el prefecto de Licia, enfurecido por la conversión a la fe cristiana de sus súbditos, profanó iglesias y casas de cristianos y ordenó la muerte de muchos convertidos a la fe de Jesucristo. A Ofero, le metió en la cárcel donde fue torturado y decapitado según las órdenes del emperador Diocleciano.
        La leyenda nos relata los tres acontecimientos principales de la vida de san Cristóbal: su servicio al Señor más poderoso del Mundo, la historia del Niño Jesús y el martirio del santo. Cuanto al primero, se dice que san Cristóbal ofreció sus servicios al rey Felipe de Licia (del griego, ‘país de lobos’), un rey perverso y despiadado, un soberano que imponía su voluntad con puño de hierro. Sin embargo, un día le vio temblando de miedo y, en consecuencia, quiso saber por qué motivo tremía tanto, él un rey poderoso. El rey le dijo que tenía su alma vendida al diablo y que temía al ser infernal. Entonces Ofero respondió: ‘si temes al diablo, él es ciertamente más poderoso que tú. Por eso, a partir de este momento sólo quiero servir al demonio’. El gigante que todos temían ahora se puso al servicio de Satanás, y buscó a un brujo para que se lo presentara. El brujo no perdió tiempo a trueque de algunos favores, y emprendieron la búsqueda en lugares soturnos. En el camino, el brujo evitó pasar cerca de una cruz de piedra y se puso a temblar como ocurrió con el rey de Licia. Ofero, intrigado, reclamó de su comportamiento ridículo, pero el brujo retrucó: ‘no tengo miedo de la cruz, sino de quien murió en ella’. Ofero entonces preguntó al brujo si el demonio temía a Jesucristo, a lo que éste respondió: sí, el diablo teme a ese Jesús con sólo mencionar la cruz donde Él murió para salvar a la humanidad de sus pecados. Ofero decidió servir a tan poderoso señor que aun después de muerto hace al Príncipe de las Tinieblas temblar de miedo. En otras versiones, el brujo es el propio Satanás disfrazado.       
                  A partir de ese instante, Ofero, o san Cristóbal como quieran, buscó a su nuevo amo y señor a quien no conocía, pero al cual ya había jurado ser su más bravo y leal soldado. Vagó por las redondeces de Janto, en Licia: a todas las personas preguntaba cómo podría servir a Jesucristo, y nadie conseguía responder a su indagación. Hasta que un día se encontró con un ermitaño, y éste, absolutamente convicto, le dijo con cariño: ‘mira, aquí al lado de mi celda, hay un río donde suelen morir muchos que intentan atravesarlo. Tienes una buena estatura y fuerzas como nadie. Entonces, podrás pasarlos a la otra orilla sobre tus hombros. Ahí encontrarás a la persona que te dará la respuesta perfecta que tú tanto buscas’. Y así comenzó su tarea diaria de pasar a viajeros, tan sólo apoyado en una vara gruesa y resistente. Ofero se tornó portador de viajeros o atravesador de ríos. De hecho, en aquella época existían pocos puentes y resultaba difícil atravesar los ríos, sobre todo cuando se trataba de corrientes turbulentas y caudalosas. Curiosamente, uno de los oficios más procurados en aquella época era ser portador de viajeros. Por una remuneración cualquiera, hombres corpulentos y vigorosos pasaban a las personas de un lado a otro de los ríos. Ese fue el empleo u oficio de san Cristóbal y, por eso, es considerado el patrón de viajeros, caminantes, barqueros etc. Era un profesional tan bueno y dedicado que aunque no tuviesen dinero a nadie negaba sus servicios de atravesador de ríos.
               La historia del Niño Jesús comienza de esta forma: Ofero empezó su empleo diario cruzando el río Janto de una orilla a otra, y a todas las personas a quienes transportaba sistemáticamente preguntaba dónde y cómo podría servir a Jesucristo, pero nadie le daba una respuesta convincente. Hasta que un día al cruzar la corriente cargando a un niño que surgió de repentinamente, casi de la nada, a quien ni siquiera indagara adonde se dirigía por aquellos andurriales, casi perdido... ¿Qué respuesta le iría dar un niño tan frágil y medio perdido, sin nadie a socorrerlo? Pero cuál no fue su gran sorpresa, cuando a la mitad del camino la corriente comenzó a subir, el niño se hacía muy pesado como un costal de plomo y juzgó estar transportando el mundo entero en sus hombros. El peso casi le derriba y por poco no se ahoga junto con su carga divina. Sólo a costa de mucho sacrificio y poniendo en vilo todo su coraje y enormes esfuerzos consiguió llevarle a la otra orilla del río. Curioso y precavido, Ofero indagó del pequeño muchachillo: ‘¿quién eres tú, niño mío, que me pesaste tanto, y llegué a imaginar que era el mundo a quien estaba cargando en mis hombros?’. Y el niño, que no era otro sino el propio Jesucristo, le respondió con llaneza: ‘tienes razón, Ofero, peso más que el mundo entero porque sobre mis hombros cargo con los pecados de todos los hombres. Yo soy Jesucristo. Llegaste a buscarme en varios lugares, pero sólo aquí conseguiste encontrarme: sirviendo a tus hermanos necesitados. Desde hoy en adelante, tu nombre será Cristóbal. Al ayudar a cualquier persona a cruzar el río, me estarás ayudando a mí en la figura de tus hermanos. Fija en la tierra este árido tronco que te sirvirá de báculo: mañana lo verás no sólo florido sino también coronado de frutos’. Entonces el Niño Jesús desapareció, y a la mañana siguiente como vaticinado el tronco se tornara una bella palmera repleta de frutas.
       Después de ese episodio, Cristóbal y no más Ofero, recibió el bautismo de las manos del patriarca Babilas en la basílica de Antioquía. Los comentaristas cristianos dicen que san Cristóbal cargó a Jesucristo de cuatro maneras: en sus hombros recios y fuertes, en sus labios que pasaron a evangelizar a las gentes de Samos y Licia, en su corazón que se abrasaba en practicar la caridad cristiana y dedicarse a sus hermanos licios, y en todo su cuerpo y en cada tortura sufrida por su fe en Jesucristo en la hora del martirio. Un ejemplo que debe ser conocido por nuestro pueblo, por todos los habitantes de Prádanos de Ojeda y adyacencias. San Cristóbal, después de haber recibido el bautismo, empezó a evangelizar sobre todo en Samos, siempre acompañado de su bastón florido: fue un predicador elocuente y determinado, sobre todo porque iluminado por el Espíritu Santo como consta en la leyenda de su vida. En ese tiempo, el emperador romano Diocleciano ordenara perseguir a los cristianos y exigir de ellos que sacrificasen a los dioses paganos. Dagón como prefecto urbano de Licia cumplió al pie de la letra las ordenaciones del siniestro emperador romano, uno de los hombres más crueles de la historia y terror permanente de los cristianos. San Cristóbal presintió que su vida estaba en peligro, y así se arrodillaba y oraba constantemente para que se cumpliese la voluntad del Señor Jesús como él rezaba. En cierta ocasión escuchó una voz que le decía: ‘no temas, Cristóbal, yo estoy contigo’. Así, bien dispuesto y lleno de fortaleza divina fue presenciar cómo eran torturados los que confesaban públicamente la fe en Jesucristo. De repente, enaltecido por el espíritu de Dios, clamó en medio de la multitud que asistía a aquel espectáculo: ‘también yo soy cristiano, y no iré sacrificar a los falsos dioses que vosotros adoráis’. Inmediatamente fue detenido y llevado al tribunal del prefecto Dagón. Al principio, intentaron persuadirle, le tentaron con dos prostitutas (Niceta y Aquilina) que convencidas por la fe de nuestro santo se convirtieron al cristianismo y también murieron martirizadas a mando del impiedoso Dagón. Le mostraron igualmente los suplicios y tormentos a que eran destinados los que preferían confesar la fe cristiana. Pero san Cristóbal no se dejó convencer por todos aquellos risibles argumentos llenos de falacia. El prefecto entonces ordenó que fuese flagelado con varillas de hierro, pero nuestro santo continuaba a entonar cánticos de loor y agradecimiento al Dios de los cristianos. No contentos con el castigo, los esbirros colocaron sobre su cabeza un casco de hierro al rojo vivo. A continuación fue tendido sobre una parrilla enorme para ser quemado a fuego lento, pero la sartén se derritió sin que el santo sufriera cualquier quemadura. Por fin, intentaron materle a flechazos, atado a un árbol, pero las flechas se desviaban del blanco pretendido por sus verdugos sin que ni una siquiera tocara en su cuerpo. Sin embargo, una se desvió y fue acertar el ojo del prefecto. Enseguida se dejó oír la voz del santo mártir, dirigida con entereza a Dagón: ‘el Señor ya preparó mi corona… Cuando la espada separe la cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre mezclada con el polvo de la tierra. Al punto quedarás curado, y entonces conocerás quien te creó y quién te ha curado’. Al día siguiente fue decapitado en la cárcel de Licia, y el malvado Dagón recuperó la vista como el santo anunciara, y luego después se convirtió al cristianismo.
         El culto a san Cristóbal de Licia tuvo origen en las iglesias de Oriente, llegando más tarde a Sicilia y de allí se extendió por el  Occidente a partir de Constantinopla, (siglo V). Durante la Edad Media, fue uno de los santos más venerados, y en su honor y patrocinio se erigieron muchas iglesias, ermitas y monasterios tanto en el Oriente durante el imperio Bizantino como en el Occidente en tiempos de Carlomagno. Las fiestas patronales de san Cristóbal ocurren en 9 de marzo (iglesias y pueblos de Oriente) y en 10 de julio según la tradición hispánica o culto mozárabe para dejar libres los festejos del patrón de España, Santiago Apóstol, que se celebran el 25 de aquel mes. En Occidente, la festividad de san Cristóbal es precisamente el 25 de julio. En numerosos pueblos y ciudades de España se han incrementado las celebraciones en honor de san Cristóbal, principalmente a partir de principios del siglo XX, formándose asociaciones y hermandades con titularidad de nuestro santo patrón como los automovilistas, los camioneros, los taxistas y los conductores en general, unidos todos en honor de san Cristóbal, el santo de los viajeros por tierra y de los navegantes por mar, ríos, lagos, canales etc. En muchas poblaciones –principalmente el segundo fin de semana de julio más próximo al 10 de ese mes-, se festeja el día del santo con verbenas, comidas típicas, juegos deportivos, bendiciones de vehículos, misas, procesiones con la imagen del santo etc. San Cristóbal ha sido venerado como ‘uno de los 14 santos auxiliares más festejados del mundo cristiano’, sobre todo como santo patrono y protector del chófer español y de influencia hispánica. Muchas iglesias declaran tener reliquias de san Cristóbal (¿!?), entre ellas la catedral de Morelia/México: sustenta haberlas recibido del papa Paulo III con motivo de la inauguración de la diócesis (1536). Actualmente, san Cristóbal está de baja en el calendario litúrgico: el papa Paulo VI suprimió algunos santos de cuya existencia no se tienen pruebas fidedignas e históricas (1969), aunque esto no quiera decir que san Cristóbal, san Jorge, san Marcelo, san Sebastián etc. estén ‘descanonizados’. Apenas se quiere insinuar que su celebración y veneración no es obligatoria en toda la iglesia. En compensación, continúa viva y palpitante su representación iconográfica y veneración popular por dos razones:  de culto y de veneración, considerados tradicionales por muchos como es el caso de Prádanos de Ojeda, cuya festividad se celebra el 10 de julio de cada año y así permanecerá entre nosotros por los siglos de los siglos. Amén.



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