quinta-feira, 22 de maio de 2014

La Ojeda: Guerra de la Independencia (1808/14)



 
          
            La Revolución Francesa (1789/99) terminó con un golpe de Estado. El general Napoleón Bonaparte asumió el poder en la Francia contestataria, en aquellas datas toda ella inmersa en guerras continuas contra la Segunda Coalición (Austria, Gran Bretaña/Portugal, Rusia e imperio Otomano). España se vio obligada en tiempos de Carlos IV (foto) a reanudar su anterior alianza con el todopoderoso vecino, dueño y señor de un gran  y potente ejército, además de muy experimentado en los campos de batalla. Por el tratado de San Ildefonso (1796), ambas naciones pactaron una alianza militar contra terceros países (sería renovado por otros acuerdos en Madrid y Aranjuez) > causa de la entrada de España en la guerra contra Gran Bretaña y de los tantos perjuicios que ella nos ocasionó: pérdida de la actual Trinidad y Tobago e isla Menorca, ataques a los puertos del Ferrol y Cádiz, el embargo comercial inglés, al cual vino sumarse una situación financiera maltrecha y cada vez más deficitaria etc. Además, hubo otros perrengues en territorios como Austria, Italia y América en un intercambio ridículo de territorios del cual España salió malparada, sin contar  la cesión de navíos de guerra pactada en 1800. Pero nada fue peor que la sufrida derrota naval franco-española en la batalla de Trafalgar (1805) frente a los ingleses. Esta derrota inesperada agravó la crisis económica de España al no permitir las comunicaciones con las colonias americanas, causando una enorme depresión entre los españoles, un descontentamiento general del pueblo madrileño (afectó especialmente a los castellanoleoneses) y una férrea oposición contra Manuel Godoy, valido y  primer ministro de Carlos IV. Como consecuencia de todas ellas y en serie, ocurrieron el motín de Aranjuez (1808), la caída de Godoy, la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII y la intervención de Napoleón en la política española, ocasionando el mayor desastre bélico de nuestra historia. Con un agravante inaudito: el tratado de San Ildefonso fue un acuerdo secreto firmado entre España y Francia en el transcurso de las guerras napoleónicas. ¿Sabéis cual fue el real y principal motivo de este desastre? Un deseo paterno (¡cosa más bucólica!) de los reyes borbónicos  en favorecer a sus hijos con territorios considerados ‘excelentes reinos’ para la monarquía española. Cuanto al intercambio de Luisiana/EUA por la Toscana/Italia, según comentario de Godoy, ‘lejos de ser un sacrificio, puede tenerse por ganancia’. Y explica por qué: la colonia americana no tenía cualquier utilidad en aquel momento, pues ocasionaba grandes gastos en dinero y soldados sin ningún provecho económico, además de ‘estar casi todo por hacer en aquellas regiones despobladas’. En un territorio de 2.140.000km² vivían en torno de 50.000 habitantes. Ya en contraposición a esos gastos, en la Toscana/Italia, ‘está todo hecho, el cultivo perfecto, la industria floreciente, su comercio extendido, el clima sano y delicioso, las costumbres benignas, la civilización a un alto grado, país rico en monumentos y en prodigios de las artes, en preciosas antigüedades, en magníficas bibliotecas y en academias célebres; con cerca de un millón y medio de habitantes y diez mil y quinientos km²; la renta del estado, por lo menos [nos rende] tres millones de pesos fuertes, sin ninguna deuda’. Sin embargo, este acuerdo sería criticado duramente por historiadores y contemporáneos. Para hacerse una idea de las pérdidas, basta constatar los números: Luisiana > abarcada 13 estados actuales dos EUA (algunos totalmente, otros en parte) y comportaba 200 veces la Toscana, es decir, unos 2.140.000/km² > 23% de la superficie actual norteamericana. En su defensa, Godoy atribuye el intercambio a la inexperiencia de Mariano Luis de Urquijo (1768-1817), ministro/secretario de Estado e de índole afrancesada.  

                 Por otro lado, tras las Abdicaciones de Bayona (1808), los Borbones -en este caso, Carlos IV y su hijo Fernando VII que vivían en constante conflicto íntimo, entre padre e hijo- renunciaron al trono de España (sería ocupado por Pepe Botella I, hermano de Napoleón) y las tropas francesas invadieron nuestro país ‘buscando tomar Portugal aliado de Inglaterra’, lo que aumentó aun más la enorme crisis de subsistencias existente, y provocando de inmediato la sublevación de los madrileños, dando inicio a la Guerra de la Independencia (1808-1814). Fue un periodo histórico decisivo sobre todo por la intensidad del conflicto y su crueldad extrema: durante varios años desangró al país y causó inconmensurables pérdidas y daños en la economía y poblaciones de toda España. Además, al participar en la guerra contra un invasor extranjero  no sólo el ejército regular, sino también los pueblos de todas las zonas de España, ambos dejaron una huella característica de identidad nacional, dando origen al nacionalismo español de cuño patriótico, superando las individualidades reinantes en la península. Incluso fue una guerra civil ya que dividió a los españoles en dos bandos: los afrancesados o ‘franchutes’, como los apellidaba el pueblo (12 mil familias >  unos 60/70.000 individuos), que apoyaron a la nueva monarquía de los Bonaparte y su programa de reformas, y los ‘patriotas’ de los más diversos estamentos sociales que la rechazaron con vehemencia y con las armas en la mano > la inmensa mayoría del pueblo español, incluso Cataluña y el País Vasco de aquel entonces. El siglo XIX se quedará marcado por las guerras de independencia y por la Constitución de 1812 (liberal): el propio Napoleón reconocerá el mayor error estratégico de su vida: ‘esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses… Esta maldita guerra me ha perdido’. Empero, la prepotencia y el instinto arrogante de Napoleón no cuentan los gastos inmensos que ocasionaron a los españoles: casi un millón de personas entre muertos y heridos, que afectó profundamente a Cataluña, Andalucía y Extremadura, en una época de hambrunas, epidemias y violencia > los franceses, además de invasores indeseados,  abusaron de una brutal represión contra las poblaciones civiles (¡un puñal traicionero y cobarde clavado en el corazón de cada español!), reflejada por Francisco de Goya en sus pinturas Los desastres de la guerra (82 grabados), en que nos muestra hombres caídos em combate, ajusticiados, linchados, torturados, descuartizados, desplazados, empalados junto a mujeres violadas y víctimas que mueren de inanición. Goya retrató también a las clases dirigentes, aquellos arribistas que para autoperpetuarse en las cumbres del poder eternizan la corrupción política y con ello las guerras, en alusión a los afrancesados y apátridas; en la hora de la confusión huyeron todos como viles ratonas. Entre  los desastres de la guerra, están incluidos también los llamados ‘caprichos enfáticos’, donde Goya coloca personajes en las diferentes etapas de degradación moral, sobre todo en lugares donde se instala la codicia, en las altas esferas políticas.
                    La Guerra de la Independencia afectó a todos los pueblos de España sin excepción, incluso a nuestro querido Prádanos de Ojeda. La guerra provocó alteraciones sociales y casi aniquiló todas las infraestructuras del país, de norte a sur (carreteras, puentes, viaductos, palacios, iglesias, casas importantes e blasonadas etc), además de arrasar la industria y agricultura provocando la bancarrota del Estado y la pérdida de una parte importantísima del patrimonio cultural y regional de las Españas. Y más aún: a la devastación humana y material se sumó la debilidad internacional del país, privado de su poderío naval y excluido de los grandes temas tratados en el Congreso de Viena (1815), donde se dibujó el posterior panorama geopolítico de Europa. A pesar de ser España el único país a enfrentar a Napoleón, de frente y con su pueblo en armas, las otras naciones no reconocieron su valor y hechos fantásticos: el ejército regular español perdió 300.000 soldados y causó bajas a Francia de otros 200.000 combatientes. Ante el conflicto peninsular, la América Española se aprovechó de la situación para conseguir su independencia individual o colectiva, un territorio después de otro, a través de guerras conocidas por el nombre de independencia hispanoamericana, con apoyo velado o a las claras de Inglaterra, entonces señora de los mares. En la política interna, el conflicto fraguó la identidad nacional española y abrió las puertas al constitucionalismo con la primera Constitución de Cádiz (liberal). En recurrencia, se instalaron en España guerras civiles entre los partidarios del absolutismo monárquico y del liberalismo de Cortes  -se extenderán por todo el siglo XIX- y se multiplicaron los pronunciamientos militares, las revueltas y sublevaciones de todo tipo. Entretanto, no podemos dejar de insistir en la identidad nacional, forjada a partir de esta guerra realmente destruidora en todos los sentidos inimaginables: el levantamiento contra los franceses partió de las clases populares y de algunos notables de cada ayuntamiento. Por medio de una serie de motines, él  se expandió rápidamente por toda España. Es muy probable que el detonante haya sido la presión de las tropas de ocupación sobre los pueblos obligados a mantener a un ejército inmoral y depredador de alimentos y bienes de consumo básico, ‘máxime cuando el país había atravesado recientemente por un ciclo de hambrunas y malas cosechas’. Las revueltas comenzaron en Burgos, Palencia, Valladolid y León, aunque fue a partir de Madrid que las acciones contra los ocupantes se propagaron por toda España. La represión ejercida por el ejército francés contra las poblaciones civiles alimentó la insurrección y dio continuidad al motín de Aranjuez. La iglesia que consideraba en peligro la religión y sus tradiciones eclesiásticas frente a la oleada secularizadora proveniente de Francia, vivió el levantamiento como si fuese una cruzada medieval. Los curas de los pueblos, llamados de bajo clero, se transformaron en eficientes agentes movilizadores, y sus proclamas resultaron cruciales para convertir una serie de revueltas aisladas (las famosas ‘guerrillas’ españolas) en una acometida general contra el ejército franchute, de tan mala catadura que el pueblo le consideraba no sólo invasor asqueroso sino un traidor vulgar, pues los franceses se habían comprometido a pasar rápidamente por el territorio español en dirección a Lisboa con un ejército de 30.000 hombres. No lo cumplieron, así como hizo el propio Napoleón Bonaparte en relación a Luisiana: prometió devolverla a España, pero la vendió a escondidas por 23 millones de dólares a los norteamericanos que, incluso, no la querían comprar por aquella suma de dinero.        
                    Otro asunto de interés nacional fue el tratado de Valençay (1814): prometía restituir en el trono de España a Fernando VII el Deseado (1814/33), como monarca absoluto, pero los españoles jamás irían pensar que fuese el comienzo de innúmeras desilusiones para todos los habitantes del país, a comenzar por los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz: éstos habían creído que la victoria contra los franceses sería una especie de Revolución Española. Como dijimos encima, la guerra que se prolongó por seis años fue larga, destructora y también extremamente desastrosa. La gran cantidad de muertos y heridos, además del asolamiento de pueblos y ciudades se unieron a la rapiña de franceses e ingleses, cuya deslealtad y vileza ya proverbiales, pueden verse ejemplificadas en el bombardeo ordenado por Wellington, de la industria textil de Béjar/Salamanca por ser competidora de la fabricación inglesa, o de la destrucción de la Real Fábrica de Porcelana, del Buen Retiro/Madrid cuando los franceses ya habían evacuada la capital española. Los ejércitos regulares perdieron muchos hombres, en tanto las ‘guerrillas’ se aprovisionaron sobre las ‘riquezas municipales’ mediante requisas, o sea, los guerrilleros se apropiaban de caballos, vehículos, bagajes, alimentos y otras cosas sin seguir los procedimientos ordinarios de la justicia ni llevar en cuenta derechos y servicios. La devastación y los robos diezmaron la producción agraria, mientras los campesinos recusaban cultivar sus plantaciones por incertidumbre y perjuicios ya contabilizados. Las cosechas fueron muy malas y escasas, y la falta de subsistencia extendió el hambre y la mortandad de personas y animales por inanición, sin tener lo qué comer. Y no sólo decayó la producción agrícola: hubo industrias que desaparecieron  del mapa ej.: la textil lanera de Castilla y León, pues los rebaños de ovejas merinas servían para alimentar a las tropas de ambos ejércitos. El comercio y el transporte de mercaderías se paralizaron, ya que bueyes, caballos, mulas y otros animales de tiro fueron incautados por los militares.
                En estas guerras de independencia peninsular quedaron patentes la incompetencia y flaqueza moral de Carlos IV (1788-1808) y de sus ministros Floridablanca y Manuel de Godoy, con resultados ruinosos para España. Por el tratado de Fontainebleau (1807) se autorizó la entrada y el establecimiento de tropas francesas en España, con vistas a invadir Portugal: nuestro vecino no aceptaba romper el bloqueo continental impuesto a Europa por Napoleón Bonaparte. La derrota de Trafalgar (1805) que ya había desbaratado el poder marítimo español, además de provocar una crisis económica concretada en el enorme déficit del Estado y la drástica disminución del comercio con América, llevaron a nuestro país a la derrocada absoluta. Estos acontecimientos avivaron de inmediato la oposición tanto de la nobleza, desairada a causa del advenedizo Manuel Godoy - ‘fue elevado de forma meteórica al poder por Carlos IV, que le concedió títulos y honores, le dotó de una inmensa riqueza y le confió los más altos cargos del Estado […]. Los rumores y la historiografía tradicional favorable al reinado de Fernando VII lo atribuyen al favor de la reina María Luisa y a su presunta relación amorosa’-, como del clero, asustado ante la tímida propuesta de desamortización de los bienes eclesiásticos. Y mucho peor que eso: se hizo evidente para todos los españoles que la entrada consentida de las tropas napoleónicas se había convertido en ocupación territorial. Para hacer frente al invasor asqueroso e inmoral se constituyeron las Juntas Provinciales que asumieron la soberanía en nombre del rey ausente. Y pese a que gran parte de los miembros de las Juntas Provinciales estaba constituida por conservadores y partidarios del Antiguo Régimen, la situación bélica provocó la creación de medidas revolucionarias como la convocatoria de Cortes y  la Constitución de 1812.
        Otro presupuesto también evidente en las guerras de la independencia fue la insurrección contra el invasor no sólo en las grandes capitales sino también en pueblos y ciudades de pequeño porte que se alzaron em pie de guerra y formaron juntas locales. Estas juntas eran integradas por notables de cada ciudad o pueblo/municipio: propietarios, comerciantes, clérigos, abogados y nobles, muchos con experiencia en las instituciones del Antiguo Régimen. Las élites locales, en realidad gente de extracción social conservadora, decidieron asumir el control de una revuelta popular en su origen, y de grandes proporciones después porque se extendió por todo el país. Las juntas locales o municipales (entre las cuales constan pueblos de alguna importancia regional como Prádanos de Ojeda como cantón de La Ojeda), aunque tenían un carácter provisional y, por eso, detentaban una limitada organización operacional, alimentaron la resistencia y sostuvieron el esfuerzo de guerra, garantizando así la intendencia y preservación del orden público. Además, estas juntas locales mostraban un cariz revolucionario porque no fueron designadas por la corona, sino que se constituyeron desde abajo, sin la legitimidad monárquica. Las juntas locales fueron muy importantes en relación al levantamiento nacional, pero no pasaban de instituciones municipales dispersas. Por eso, poco a poco, las juntas de pueblos y ciudades se agruparon de forma más coordenada. Sin embargo, las rivalidades entre los altos mandos militares y las reclamaciones particulares en cada territorio dificultaron la constitución de una autoridad única tanto política como militar. Hubo casos curiosos como el del País Vasco donde Bilbao -‘única capital de provincia que no había sido ocupada por los franceses’ (¡?)- se sublevó y proclamó como rey de España a Fernando VII (1808). Los líderes vizcaínos lanzaron una proclama al resto de España alardeando su patriotismo español frente a los invasores. Bilbao fue saqueada junto con otras ciudades próximas a la capital, pero un general irlandés, Joaquín Blake, consiguió expulsar a los franchutes de Bilbao. Con poca eficacia, porque los tales reconquistaron la ciudad y la saquearon nuevamente. En menos de 3 meses, tras diversas ofensivas y contraofensivas, Bilbao cambió seis veces de manos, sufrió una revolución, una gran batalla en Zornotza y dos saqueos. Otro caso relevante ocurrió en Galicia, donde tras la derrota francesa en Puentesampayo (1809), la ciudad de Vigo se tornó la primera plaza reconquistada al enemigo traidor y desleal. Galicia y Valencia permanecieron libres del asedio francés, aunque Valencia tuvo que capitular en 1812; no así Galicia que se vio libre y suelta del nauseabundo ejército francés.      
                   Entre tanto, el asunto más comentado en toda Europa fue el sistema de ataques ejecutado con absoluta ‘simetría y perfección’ por las guerrillas españolas. Fueron muy numerosas en todas las provincias, ciudades y pueblos ocupados. Con un detalle patriótico: ellas aumentaban en número a cada año de ocupación, sobre todo entre 1810 y 1812, cuando las ‘batallas’ se tornaron brutales y desesperadas. El ejército anglo-hispano-portugués lanzó en 1812 una gran ofensiva derrotando fragorosamente a los franceses en Arapiles/Salamanca (1812) > uno de los enfrentamientos más importantes y decisivos de la Guerra de la Independencia española, en cuya batalla Francia perdió 12.500 hombres [con los prisioneros], Inglaterra 3.176 soldados, Portugal 2.038 combatientes y España apenas 6 hombres de apoyo. La derrota en Arapiles obligó a Pepe Botella a huir como un cobarde sarnoso, y al ejército francés a retirarse y perder territorio a cada día que pasaba. En 1813, los franchutes ya desbaratados en casi todos los frentes, abandonaron las pocas plazas ocupadas, siendo expulsos definitivamente de España tras  las derrotas de Vitoria y San Marcial (1813). Existe un misterio hasta hoy no bien desvendado: las tropas aliadas (inglesas, portuguesas y españolas) persiguieron al ejército francés hasta Bordeaus y, probablemente hubieran entrado en París, de no haber sido frenadas ‘por orden superior de alguien muy importante o interesado’; o quién sabe, un simple complot y urdimbre de prusianos, austriacos y rusos. De hecho, a pesar del gran acontecimiento histórico en que los ‘pequeños ejércitos españoles’ (sus numerosas guerrillas) habían aniquilado a la Grande Armée (en España, los franceses perdieron 200.000 hombres), los grandes ejércitos europeos sufrieron seguidas derrotas frente al arrogante Empereur des Français. Si bien es necesario reconocer que la campaña de Rusia absorbió el grueso de los recursos franceses, facilitando la victoria española que fue muy dura y de consecuencias desastrosas. Otra curiosidad, fue la anexión formal de Cataluña al imperio francés (1812), con su división en cuatro departamentos - Ter, Segre, Montserrat y Bocas del Ebro, e incorporación de otros territorios aragoneses. Cataluña perteneció formalmente a Francia hasta el año 1814, incluso cuando Napoleón ya había abdicado por imposición de la Sexta Coalición. Esta historia catalana no conseguí desvendarla a contento, pero que ahí existe algo nebuloso, eso es una certeza…
        El fenómeno de la ‘guerra de guerrillas’, o la petit guerre así llamada por los franceses, se transformó en una nueva Marca Hispánica para Napoleón Bonaparte. La guerra de guerrillas tuvo importantes repercusiones en la Guerra de la Independencia española contra la Grande Armée del todopoderoso Empereur des Français. Así, la España del siglo XIX, sin un ejército digno de ese nombre en su lucha contra el invasor indeseado, no tuvo otra medida sino utilizar como método de combate la guerra de guerrillas, en realidad el único modo posible y eficaz de  desgastar y estorbar a los franceses, cuyo ejército era considerado en aquella época el mejor y más experimentado de toda Europa; nadie supo enfrentarle como hicieron los españoles. Los historiadores llaman a este tipo de escaramuzas de guerra asimétrica > grupos de pocos combatientes, pero conocedores del terreno por donde se mueven y pisan, consiguen hostigar con rápidos golpes y desconcertantes atropellos a las tropas enemigas, para disolverse inmediatamente y desaparecer en los montes y escondrijos del terreno. Como consecuencia de todos estos ataques rápidos y violentos, el ejército francés no pasó de las grandes ciudades, quedando el campo y áreas ‘desertas’ bajo el control de los guerrilleros españoles, entre los cuales tomaron fama Espoz y Mina, Francisco Chaleco (foto), El Empecinado etc.  Como dijimos en otro lugar, el propio Napoleón reconoció esta inestabilidad cuando puso bajo el gobierno militar francés los territorios de la margen izquierda del río Ebro, aludiendo a la Marca Hispánica del viejo y desgastado imperio Carolingio. No olvidemos lo inesperado de los acontecimientos: un aparente paseo militar de Napoleón se había transformado en un atolladero que absorbía elevados y preciosos contingentes para la memorable e indigesta campaña de Rusia. La situación del ejército francés en España se tornó tan inestable que cualquier retirada de tropas podía conducir a un desastre mayor, como efectivamente aconteció, y que Napoleón reconoció en su retiro de Elba: ‘esa maldita Guerra de España ha sido la causa primera de todas las desgracias de Francia’. El deseo de criar un Estado satélite de Francia no pudo realizarse en virtud de la guerra de guerrillas tan bien calculada y realizada por los guerrilleros españoles. El historiador Jean René Aymès, catedrático emérito de Español en la Universidad Nueva Sorbona (París),  resume las causas del desprestigio porque pasaba la monarquía española y las causas precursoras de la Guerra de la Independencia española: la ‘debilidad militar de España’, la ‘complacencia de los soberanos españoles’, la ‘presión de los fabricantes franceses’, la ‘necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal’ (en virtud del bloqueo continental), la ‘enemistad personal del Empereur des Français hacia la dinastía de los Borbones’, la ‘estrategia política para el conjunto mediterráneo’, ‘ciertos cálculos sucios’, y hasta ‘los designios de Dios’ o las ‘exigencias de una filosofía ad hoc’. Y yo diría con el propio Aymès que la España católica se levantó en armas como si fuese una cruzada, ‘contra los impíos [franceses], enemigos del Trono y del Altar’. De cualquier forma, termino con las palabras de Javier F. Sebastián, repitiendo una frase de Jean Aymès: ‘ni la opinión pública francesa apoyó de forma unánime la guerra contra España, ni la opinión española cerró filas como un solo hombre frente a Francia […]. Los españoles disponían al norte de los Pirineos de más amigos de lo que hubiera cabido esperar’.                                         

Nenhum comentário:

Postar um comentário