Observación: recibí
diversos mensajes de gente interesada en los comentarios de mi blog. Uno de
ellos me decía: ‘¿por qué no transcribe
todos esos apartados en un libro histórico? Sería muy didáctico para quienes se
interesan por asuntos referentes al pueblo de Prádanos de Ojeda y comarcas del
Norte Palentino’. Bien pensado. Hasta para mí sería interesante, pues que
yo sepa nadie hasta hoy ha colocado a nuestro pueblo en los diferentes contextos
de la Historia de España. Por eso, si me decidir en seguir semejante consejo, ya
tendría pronto un prólogo especial. Sería este que os coloco a continuación.
Así, como prólogo a todas esas
consideraciones ‘pueblerinas’ que encontrareis en mi blog -su finalidad es dar visibilidad histórica a mí
pueblo o tierra natal-, empezaría por este pequeño trabajo presentando algo que pocos
españoles saben: ¿por qué ‘España’? ¿Por
qué ‘español’? Comienzo con un
presupuesto largamente discutido en la prehistoria de la península Ibérica: la España
primitiva aparece en dos hechos
transcendentales para la Humanidad, en lugares relativamente próximos a Prádanos de
Ojeda (a una 1h de camino, o 76/80km tanto de Altapuerca como de Santillana del Mar, coincidentemente en puntos equidistantes casi iguales).
(1) en la Sierra de Atapuerca (Burgos)
-declarado ‘Espacio de Interés
Natural’ y Patrimonio de la Humanidad
(2000)- fueron encontrados restos fósiles de tres especies distintas de homínidos: Homo antecesor (antepasado más antiguo de Europa), Homo heidelbergensis y Homo sapiens (últimas especies comunes entre los neandertales). La riqueza arqueológica de la zona de
Atapuerca se constituye en el yacimiento prehistórico más importante de Europa
y uno de los más relevantes del mundo, con hallazgos que han cambiado la
historia registrada de la Humanidad. Algunos hallazgos son de 800.000 a 1,2
millones de años, lo que nos lleva a saber quién fue el primer poblador de
Europa y cuándo la ocupó, de dónde procedía y cuáles eran sus características.
Como se dijo en la época (1868-1901), ‘los
hallazgos de Atapuerca nos muestran paso a paso una gran parte de nuestra
evolución’;
(2) en la Cueva de Altamira, en Santillana del Mar (Cantabria), se identificó
por la primera vez el arte paleolítico
(1876). Las pinturas y grabados enmarcan un estilo propio de la escuela
denominada ‘franco-cantábrica’,
caracterizada por el realismo de las figuras representadas. Son pinturas y
grabados polícromos, de ‘pinturas’ negras, rojas y ocres, representando
animales, figuras antropomórficas, dibujos abstractos y no figurativos. Los
calificativos de ‘Capilla Sixtina del
arte rupestre’; ‘la manifestación más extraordinaria del arte paleolítico’; ‘la
primera cueva decorada que se descubrió y continúa siendo la más espléndida’;
‘si la pintura rupestre [paleolítica]
es el ejemplo de una capacidad artística, la cueva de Altamira representa su
obra más sobresaliente’, son comentarios fantásticos y halagüeños… En
realidad, estas frases elogiosas sólo retratan un poco la calidad y belleza ‘extraordinarias’
del trabajo de aquellos hombres primitivos, algunos ‘españoles’ que nos
precedieron en el curso de la historia humana. El recinto de la cueva de
Altamira fue declarado Patrimonio de la
Humanidad (1985), y en 2008, el título se extendió a otras 17 cuevas
encontradas en el País Vasco, Asturias y Cantabria, pasándose a llamar al
conjunto artístico de ‘Cueva de Altamira
y arte rupestre paleolítico del norte de España’.
En verdad, los individuos ‘españoles’ que
pintaron y realizaron los dibujos, grabados y pinturas en la cueva de Altamira,
fueron representantes del Homo sapiens,
nuestro antepasado moderno con edad de aproximadamente 30.000 años. Las
pinturas datan de unos 28.000 años, y son 16 dibujos de animales polícromos y 1
en negro, de diversos tamaños, posturas
y técnicas pictóricas, 11 de ellas de pie, otros tumbados o recostados,
estáticos o en movimiento, con tamaños que oscilan entre 1,40 y 1,80m. En las
pinturas aparecen bisontes, caballos, ciervos, jabalíes, recovecos etc, además
de signos y líneas tectiformes.
Existen también pinturas de escudos y
otros símbolos que los expertos consideran ritos religiosos o de fertilidad,
ceremonias de caza, magia simpática, simbología sexual y totemismo, así como
móviles decorativos, escenas de caza o de simple ocio. Por eso, cabe
preguntarse al respecto: ¿y quién realizó todas esas pinturas, grabados y
dibujos rupestres, encontrados en la cornisa cantábrica? La respuesta nos viene
de la cueva de El Castillo donde
existen evidencias de que tanto el Homo
neandertalensis como el Homo sapiens
actual son los autores de tan excelentes pinturas, tan excelentes y
extraordinarias que en sesión de la Sociedad Española de Historia Natural
(1886), el director de Calcografía Hispánica concluyó: ‘tales pinturas no tienen caracteres del arte de la Edad de la Piedra,
ni arcaico, ni asirio, ni fenicio, y sólo la expresión que daría un mediano
discípulo de la escuela moderna’. Nadie dio fe en ‘tales pinturas’ y por
eso fueron consideradas un fraude moderno.
Por tanto, esos primitivos
‘españoles’ son sus autores, o sea, fueron pobladores de aquella zona de
Altamira, en realidad tribus de cazadores-recolectores nómadas (entre 20 y 30
individuos) que utilizaban los abrigos naturales o entradas de las cavernas
como vivienda, aunque no su interior. Hacían uso del fuego limpiado y renovado
periódicamente para iluminarse y para cocinar. Entre estos primeros ‘españoles’
debió existir una estructura social jerarquizada, lo que les permitía organizar
partidas de caza de grandes animales = presas que no hubieran sido
accesibles sin una cierta organización tribal. Estos ‘españoles’ prehistóricos
cazaban y consumían una parte en el mismo sitio de la caza, mientras las piezas
más carnosas eran porteadas: los cápridos y los ciervos fueron sus piezas
preferidas. La estructura social de estos primeros ‘españoles’ es considerada
como cierta, dada la gran complejidad en relación a los medios existentes en
aquella época tan distante ej.: fueron encontrados andamios y lámparas en cuevas
de Lascaux/Dardoña (Francia). Estudios y excavaciones comprueban la existencia
de talleres de sílex, descuartizamiento de la caza, tratamiento de las pieles,
herramientas de cocina, arpones y agujas de coser, armas lanzadoras de venablos
etc, así como herramientas ‘especializadas’ que utilizaron tanto en grabados
como en dibujos y pinturas ej.: algunos buriles de sílex ofrecen una calidad de
corte altísima. La pintura de modelado, por ejemplo, ‘alcanza su más alto triunfo en las figuras polícromas de Altamira,
donde la historia del arte supo con [verdadero] asombro hasta qué grado de fidelidad en la reproducción de la
Naturaleza y hasta qué altura de sentimiento artístico pudo llegar el hombre,
en su humilde estado natural, hacia los 15.000 años aC’, opinan Hugo
Obermaier (arqueólogo alemán), Antonio García y Bellido y Lluís Pericot (1957),
estos dos últimos arqueólogos españoles: García Bellido, un ciudadrealeño, y
Pericot, un catalán.
La cueva de Altamira está situada en una pequeña colina calcárea de unos
120m de elevación sobre el río Saja, distante a 2km del lugar y a 5km del mar
Cantábrico. La cueva debió ser un refugio privilegiado para los cazadores, pues
les permitía dominar un extenso terreno y disponer de una morada accesible al mismo
tiempo. La cueva en sí es pequeña, con sólo 270m de longitud, y de estructura
sencilla, formada por una galería con escasas ramificaciones; termina en una
larga sala estrecha y de difícil recorrido (foto esquemática). La roca es de piedra caliza compacta y finamente
cristaliza, de color amarillo parduzco uniforme. Algunas zonas se componen de
calcita con manchas de siderita. Parte de la cueva fue habitada durante
generaciones desde comienzos del paleolítico superior. En tiempos prehistóricos
debió de recibir alguna iluminación natural, pero varias salas y corredores se
encuentran fuera del alcance de la luz solar, lo que nos lleva a pensar que
casi toda la actividad pictórica se desarrolló con luz artificial = uso del
tuétano de huesos como combustible de las lámparas. Se ha comprobado que esta
médula con una mecha de fibras vegetales produce una iluminación intensa,
cálida y sin humo y olores. Detalle curioso: los pintores de la cueva de
Altamira solucionaron varios problemas técnicos en su representación plástica,
tales como el realismo anatómico, el volumen, el movimiento y la policromía.
Para tener una idea de la ‘perfección técnica’ de las pinturas de Altamira, el
conjunto polícromo del Gran Techo sugiere ‘una
familia de bisontes tal como viven hoy en los bosques situados entre Rusia y
Polonia: machos, hembras y pequeños bisontes, en posturas y actitudes diversas’,
nos dice Seoane y Saura (1999). El bisonte es el animal más representativo, con
17 ejemplares polícromos, de diversos tamaños y posturas. El Bisonte encogido es una de las pinturas
más expresivas y admiradas de todo el conjunto (foto inicial). También la Gran cierva, la mayor de todas las
figuras representadas con 2,25m. Esta pintura manifiesta una perfección técnica
magistral y es una de las mejores formas del Gran Techo. El Caballo ocre (un
tipo de poni frecuente en la cornisa cantábrica en la época) es una de las
figuras más antiguas del techo. Está inmóvil y aparece con color negro en la
crin y parte de la cabeza. Hasta hoy, es un misterio el verdadero motivo de las
pinturas de Altamira: según los entendidos, ellas serían símbolos ligados a la
caza y a la fecundidad. Matilde Seoane y Saura (1950-2010), pintora y experta
en arte rupestre, nos dice: las pinturas ‘no
corresponden a una voluntad individual sino a una voluntad social. La solución
impecable nos hace pensar en la selección de la persona que las realiza y la
importancia de ello para los demás miembros de la tribu’. André Leroi-Gourhan
(1911-1986), un famoso arqueólogo francés, va más allá; dice que las cuevas
eran templos o santuarios = ‘espacio
solo destinado para ciertas personas’. Para él la Gran sala de Altamira
sería un templo, o una especie de bestiario, dada la discrepancia ente lo
representado y los restos alimenticios allí encontrados.
La cueva de Altamira es Monumento
Nacional desde 1924; y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1985. En
las décadas de 1960/70, se incrementaron las visitas a la cueva -yo la visité
en 1979; me llevé una enorme decepción. Por increíble que parezca, no tenía
nadie guardando la entrada; después supe que estaba clausurada al público. En
1973, la habían visitado nada menos que 174.000 personas, llevando al Estado a
sólo permitir la entrada de 8.500 visitantes/año, pues corrían peligro el
microclima y la conservación de las pinturas. Así, debido al gran número de
personas que deseaba ver la cueva y el largo período de espera antes de entrar
al recinto se planteó la necesidad de construir una réplica - es la Nueva Cueva de Altamira, una reproducción
fiel y muy similar a la caverna de 15.000 años atrás. En la reproducción se
utilizaron las mismas técnicas de dibujo, grabado y pintura que emplearon los
pintores paleolíticos. La copia llevada a cabo por Pedro Saura y Matilde
Múzquiz, respectivamente, catedrático de fotografía y profesora titular de
dibujo de la Facultad de Bellas Arte de la Universidad Complutense de Madrid,
fue tan perfecta que durante el estudio de las pinturas originales se
descubrieron nuevos dibujos y grabados. Después de muchas marchas y
contramarchas, la cueva de Altamira está abierta al público de forma
experimental, desde febrero hasta agosto de este año (2014), con entrada
limitada a sólo 5 visitantes por día y 37 minutos para evaluar el impacto
ambiental. La influencia social y cultural de la cueva de Altamira ha hecho eco
en el mundo de la pintura con la creación de diferentes instituciones afines ej.:
la Escuela de Altamira, dedicada a la pintura moderna. Pablo Picasso, luego
enseguida de su visita a la famosa cueva de Santillana del Mar, tendría dicho:
‘después de Altamira, todo parece
decadente’. Exageros aparte, muchos artistas de ramas diversas también han
entendido la importancia y sensación única después de una visita a este sitio
prehistórico. En 1965, se creó un tebeo donde se narraban las aventuras del
personaje Altamiro de la Cueva, con
hombres primitivos que moraban en las cavernas, pero mostrados como gente
moderna en taparrabos. El logotipo utilizado por el gobierno de Cantabria se
basa en uno de los bisontes de la cueva de Altamira como promoción turística y
cultural. El bisonte es uno de los 12 Tesoros de España desde 2007.
Para quien no lo sabe aquí están las 12 maravillas hispánicas por votación
masiva: (1ª) la Mezquita de Córdoba;
(2ª) las Cuevas de Altamira/Cantabria;
(3ª) la Catedral de Sevilla; (4ª) La Alhambra de Granada; (5ª) la Basílica del Pilar de Zaragoza; (6ª) el Parque Nacional del Teide/Islas Canarias;
(7ª) el Teatro Romano de Mérida/Badajoz;
(8ª) la Catedral de Santiago de
Compostela/Pontevedra; (9ª) el Museo
de las Artes y las Ciencias de Valencia; (10ª) la Basílica de la Sagrada Familia/Barcelona; (11ª) la Playa de la Concha de San
Sebastián/Guipúzcoa; (12ª) el Museo
Guggenheim/Bilbao (Vizcaya).
Entretanto, el objetivo principal como me hice entender al principio de
este prólogo es saber ¿por qué España?
Y también, ¿por qué españoles? Todos
saben que España (o Reino de España, como es conocido internacionalmente) es un
país soberano, miembro de la Unión Europea,
constituido en Estado social y democrático de derecho, con una forma política
de gobierno, también democrática y parlamentaria - la monarquía española. Su territorio
está organizado en 17 Comunidades Autónomas y dos ciudades autónomas (Melilla y
Ceuta). La capital del reino es la villa de Madrid, con 3,3 millones de
personas y un área metropolitana de 6,5 millones de habitantes (2013). No sabía
de este detalle: el municipio de Llivia,
en los Pirineos, es un enclave rodeado totalmente por territorio francés; España posee
también un número considerable de islas e islotes frente a sus costas
peninsulares. Infelizmente, nuestro país vive con un espino clavado en sus pies =
Gibraltar, actualmente un territorio perteneciente al Reino Unido. España detiene
una extensión de 504.645km² (es el 4º país más extenso de Europa después de
Rusia, Ucrania y Francia), y una población de 47,2 millones de habitantes. Con
una altitud media de 670m, España es uno de los países más montañosos de
Europa; sólo pierde para Austria y Suiza. El castellano o español es el idioma hablado
por 90% de los españoles; se habla también el catalán, el gallego (muy parecido
con el portugués) y otros dialectos regionales, algunos reconocidos como cooficiales
conforme a los Estatutos de Autonomía, junto con el castellano. En la economía
mundial, a pesar de la crisis severa por la cual está pasando hoy en día,
España ocupa el 13º lugar, con un PIB (nominal) de U$ 1.355.660 millones, y PIB
per cápita de U$ 30.408/año; su IDH es de 0,885 (23º), considerado muy alto
(2012) por las estadísticas del género, incluso por delante de países desarrollados como Italia y Reino Unido.
Detalle interesante, aunque no decisivo: es el país con mayor presencia de
multinacionales, atrás de Japón, Australia, Hong Kong y Canadá. Pero tiene algo
insoportable: es el país con mayor desigualdad económica y social de la
Eurozona, referente al Coeficiente de
Gini (CG) = un parámetro internacional para medir la desigualdad en los
ingresos y de la riqueza per cápita del país. España ocupaba el 51º lugar con
0,340 CG, después de Etiopia e igual coeficiente a Níger, en una lista de 160
países. Un coeficiente alto (próxima de 1) significa que los ingresos del país
son obtenidos por un número pequeño de ricos; un coeficiente bajo (próximo de
O) significa mayor igualdad social y económica.
España posee un nombre hermoso, fuerte
y vibrante como pocos, pero su etimología es muy contestada en la historia. Los
griegos designaban al conjunto peninsular y su geografía montañosa con el
topónimo Iberia (término helenístico); ya los romanos la llamaban de Hispania (término latino). A lo largo de
700 años, esta Hispania de que hablamos fue dominada por Roma, de donde
retiraba enormes recursos materiales y humanos, al mismo tiempo en que se tornaba
una de las regiones más estables del imperio Romano. De inicio, la organización
política del inmenso territorio sufrió profundos cambios: fue dividida en dos
provincias, Hispania Citerior (franja mediterránea), después rebautizada de Tarraconense, e Hispania Ulterior (todo
el interior geográfico), subdividida en Bética
y Lusitania, a las cuales se acrecentaron otras dos provincias: Cartaginense y Gallaecia (actual Galicia). Al final del imperio Romano, se
sumaron otras dos provincias: Baleárica
(islas Baleares) y Mauritania Tingitana
(África do Norte). Por tanto, la Hispania romana quedó dividida en 5 provincias
peninsulares (Tarraconense, Bética,
Lusitania, Cartaginense y Gallaecia) y otras dos provincias externas, Baleárica y Mauritania Tingitana. Con la
desintegración del imperio Romano, y la subida al poder de los visigodos, la
península Ibérica permaneció dividida en 8 provincias: seis romanas y dos
nuevas provincias visigodas, Cantabria y Asturias.
Así, en cuanto no tenemos
cualquier problema en su división política en tiempos romanos, nos deparamos
con varias hipótesis para explicar el origen etimológico de España, todas ellas
muy controvertidas:
(1ª) ‘Hispania’ fue el nombre que fenicios y cartagineses dieron a la
‘península más occidental’ del mar Mediterráneo. Y parece que por un motivo curioso:
i-spn-ya significa ‘tierra de conejos’ debido a la gran
cantidad de estos leporídeos encontrados en aquella región = Malaca/Gades/Hispalis,
ciudades con las cuales realizaban un intenso comercio. Los romanos continuaron usando el nombre de Hispania dado por los cartagineses (derrotados
en las Guerras Púnicas), a la actual península Ibérica. Varios ‘historiadores’
romanos como Catón, Tito Livio, Cicerón, Plinio el Viejo, Julio César y, particularmente, Cayo Valerio Cátulo (87/54 aC) = un sofisticado y controvertido
poeta romano, se refieren a Hispania
como ‘tierra abundante en conejos’. Algunos
entienden que no se trata de conejos propiamente dichos, y si de otros animales
parecidos y frecuentes en el Creciente Fértil llamados damanes, lo que me parece desnecesario, pues Andalucía siempre fue
rica en conejos como lo demuestra la existencia del Lince, un animal cuya dieta
alimentaria diaria exige 90% de conejos, suponiendo por tanto una cantidad
ilimitada de esos animales. Existen personificaciones de la Hispania ‘cuniculosa’ (conejera) ej.: en monedas
cuñadas en tiempos del emperador Adriano (nacido en Hispalis, 76 dC) aparece una
dama sentada con un conejo a sus pies. El término i-spn-ya (o mejor, sphan,
en arameo y fenicio no existen vocales) es traducido por ‘norte’ en alusión al
nombre dado por los fenicios a la región geográfica situada al norte de África.
Por tanto, España significaría ‘isla del
norte’ (Cándido Trigueros). Ya otro filólogo, José Luis Cuchillos, dice que
la radical span o spy significaría
‘forjar metales’. En este caso, España sería la ‘tierra en la que mejor se forjan metales’ (¡?);
(2ª) aunque el origen fenicio sea el más plausible, otras teorías
proponen diversos significados basados en similitudes y significados más o
menos relacionados con el topónimo Hispania.
Antonio Nebrija, siguiendo el parecer de san Isidoro de Sevilla, defiende un
sentido autóctono, o sea, Hispania
derivaría del vocablo [ibérico] griego Hispalis = ‘gran ciudad de occidente’, por
ser Hispalis/actual Sevilla la principal ciudad de la península Ibérica en
aquella época; los romanos, por extensión semántica, llamaron a todo el
territorio peninsular de Hispania. Un vasco de Éibar/Guipúzcoa, Juan Antonio
Moguel (1745-1804) -‘figura relevante de
la intelectualidad vasca’ (sacerdote)- sostiene que Hispania podría derivar
de la palabra vascuence Izpania >
con el sentido de ‘dividir’ o ‘partir al medio’, aludiendo al
estrecho de Gibraltar que sirve de
divisoria entre Europa y África. En esta
misma dirección, siguen otras hipótesis
que hacen derivar el topónimo Hispania de dos reyes legendarios griegos, Hispalo y su hijo Hispan, descendientes de Hércules Libio. En los Annales y Memorias
Cronológicas se dice textualmente: ‘A
Hispalo, fundador de Hispalis (actual Sevilla), sucedió su hijo Hispan, de cuyo nombre tomó España el suyo. Hispalo
reinó 17 años, e Hispan 30’.
(3ª) la historiografía usa
indistintamente Hispania e Iberia como sinónimos derivados,
respectivamente, de hispanus e iber,
para referirse a los pueblos que habitaron
la actual península Ibérica. Sin embargo, lo hacen con diferencias sociales y
temporales. La literatura romana a través del poeta épico y dramaturgo Quinto
Ennio (239-169 aC), por ejemplo, cita por la primera vez el término Hispania (200 aC), aunque los griegos
hayan empleado con bastante antelación el nombre Iberia. A este respecto, podemos decir que existe una gran
dificultad en unir los dos vocablos como sinónimos, porque los fenicios/cartagineses
y griegos llamaron a nuestra península de Hi-shphanim = ‘isla de conejos’ y de Ophioussa =
‘tierra de serpientes’, que después alteraron para Iberia, palabra no relacionada directamente al río Ebro como sería
de imaginar, sino al término geográfico iber con el significado de ‘río grande’,
aludiendo al bajo curso del río Guadalquibir, realmente un río de grandes
dimensiones en aquella época. Y tal vez por este motivo el término Iberia tenga comenzado en Andalucía,
región muy distante del río Ebro actual. De la misma manera, al término
cartaginés Ispania, conservado por
los romanos, se le antepuso un H, así como hicieron con la palabra Iberia que
antecedían con un H también = Hiberia.
A veces, los romanos se referían a Hispaniae = Hispanias (Españas), así como hicieron con Galliae = Galias (Francia), debido a la subdivisión en provincias senatoriales = territorios
administrados por procónsules a partir de 117 dC, tras la pacificación de sus
pueblos; ya las provincias imperiales,
administradas por un Legatus Augusti,
eran territorios aún no pacificados y, por eso, separados por los famosos limes = límites fronterizos del
imperio Romano con grandes murallas para defenderse de las frecuentes
invasiones bárbaras. Con la reforma de Diocleciano (305), las provincias se
subdividieron en un centenar de territorios que se agruparon en 12
circunscripciones geográficas llamadas diócesis
(= 6 en Oriente y 6 en Occidente), al frente de las cuales estaba un vicarius subordinado a los dos prefectos
del Pretorio, uno para Oriente y otro para Occidente;
(4ª) existen otras versiones topográficas: los fenicios y cartagineses
llamaban asimismo a la actual península Ibérica de Span o Spania, con el
significado de ‘lugar oculto, escondido o remoto’, en alusión a la región
considerada Finis Terrae = el fin
de la tierra conocida en sentido geográfico. De hecho, desde Fenicia (actuales
Líbano
e Israel) hasta el estrecho de
Gibraltar son casi 2.500km: si consideramos los barcos de aquel tiempo, el
viaje debía ser realmente una ‘eternidad’. España también es llamada por
escritores romanos de Hesperia o Hesperia última = ‘tierra del
occidente’ o ‘última tierra’ antes de llegar al Gran Océano. Con la Pax Augusta, la Hispania romana (inicio
del siglo I) es comentada por varios escritores, entre los cuales sobresalen
Estrabón (geógrafo griego), Trogo Pompeo y Tito Livio (historiadores romanos). Estrabón
(63 aC a 24 dC), autor de la monumental Geographia
(17 libros) usa muchas veces el término Iberia
refiriéndose a España: ‘dicen algunos que
las designaciones de Iberia e Hispania son palabras sinónimas; los romanos designan a la región entera (la
Península) indiferentemente con los
nombres Iberia e Hispania, y a sus dos partes llaman Citerior y Ulterior’.
Ya el historiador franco-romano Trogo Pompeo (31 aC a 14 dC?), en su Historiae Phillipicae (44 libros), habla
del pueblo hispano de la época: ‘tienen
el cuerpo dispuesto para la abstinencia y el cansancio, y si necesario para
morir luchando. Todos ellos son dueños de una dura y austera sobriedad. En
tantos siglos de guerra con Roma no tuvieron ningún otro capitán a no ser
Viriato, un hombre de tal virtud y continencia que, después de vencer a los
ejércitos consulares durante 10 años, nunca quiso distinguirse en su modo de
vida de cualquier otro soldado raso’. También el gran historiador romano
Tito Livio (59 aC a 17 dC) en su obra Ab
urbe condita libri (142 libros de los cuales apenas 35 llegaron hasta
nosotros) = relata la historia de Roma desde su mítica fundación (753 aC).
Es considerado uno de los mayores historiadores de todos los tiempos.
Quintiliano decía de él: ‘ningún
historiador resume las emociones con tamaña perfección’. Pues bien: Tito
Livio describe el carácter y temperamento de los primeros ‘españoles’: ‘son ágiles, belicosos, inquietos. Hispania
es muy distinta de Italia, más dispuesta a la guerra debido al terreno agreste
de su geografía y al ingenio de sus hombres’. Otro historiador y amigo del
emperador Adriano llamado Lucio Aneo Floro (vivió en Roma y en
Tarraco/Hispania), de origen africano y autor de Compendio de la Historia Romana (siglo I/II), así se pronuncia
sobre Hispania: ‘la nación hispánica, o
Hispania Universal, no consiguió unirse contra Roma. Defendida por los montes
Pirineos y por el mar Mediterráneo, podía haberse tornado inaccesible. Su
pueblo fue siempre muy valiente, pero poco jerarquizado, o sea, a pesar de cada
tribu o pueblo tener su líder no existió una forma clara de coordinación’.
Interesante, estas palabras parecen actuales, pronunciadas por alguien que conoce
profundamente a los españoles.
Con el pasar del tiempo se utilizó una
forma secundaria de referirse a España - el término Espania, posiblemente una forma visigoda de esbozar la unidad
peninsular, y referirse por la primera vez en la historia a la Madre España (cf. San Isidoro de
Sevilla, en Historia Gothorum). El
prólogo a esta magnífica obra conocido como De
laude Spaniae es digno de uno de los mayores teólogos católicos de todos
los tiempos, matemático y doctor de la iglesia, además de arzobispo de Sevilla
por
más de 30 años. Es considerado el
mayor erudito y primer compilador medieval. Además, san Isidoro de Sevilla fue
el primer y gran escritor a usar el término Hispania
no apenas en sentido geográfico, sino también como nación goda: ‘tú eres, oh España, sagrada y madre siempre
feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras que se
extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres ahora la
reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el
Ocaso, sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la tierra,
en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad
de la nación goda […]. Tú te hallas situada en la región más grata del mundo,
ni te abrasas en el ardor tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares,
sino que, ceñida por templada zona del cielo, te nutres de felices y blandos
céfiros’… Son palabras de ‘un hombre
elegido por Dios para salvar a los hispanos de la marea de barbarie que
amenazaba con inundar la civilización clásica en Hispania’ [Braulio, Obispo
de Zaragoza (631)]. Y para terminar este parágrafo, cito las palabras del VIII
Concilio de Toledo (653): san Isidoro de Sevilla, fue ‘el extraordinario doctor, el último ornamento de la iglesia católica,
el hombre más erudito de los último tiempos, el siempre nombrado con reverencia’.
Y con razón se tejen esas elogiosas palabras, pues gracias a san Isidoro de
Sevilla penetraron en Europa los trabajos de Aristóteles y otros sabios
griegos, como puede comprobarse en su obra más famosa Etimologías > una extensa compilación en la que almacena,
sintetiza y condensa todo el conocimiento de la época.
La evolución tanto del término España
como el adjetivo español se
concretizaba a través de los múltiples usos culturales: en tiempos de los
romanos, Hispania abarcaba no sólo
los territorios de la península propiamente dicha, sino también las islas
Baleares y parte del norte de África - la provincia Mauritania Tingitana
(actual Marruecos). Después, desde la caída del imperio Romano (409) hasta el
Renacimiento (siglo XV) los topónimos Hispania
e Iberia fueron relativamente
inestables, tanto desde el punto de vista semántico como geográfico. El rey
visigodo Leovigildo, tras unificar a la España peninsular con la conquista de
Cantabria (574), se intituló rey de Galicia, Hispania y Narbona. San Isidoro
relata la búsqueda de la unidad peninsular en tiempos del rey Suintila
(588-633), cuando se habla de la Madre
España. Entre sus mayores hazañas internas está el sometimiento de los
vascones que saqueaban la provincia Tarraconense; y entre las externas la
expulsión definitiva de los bizantinos, completando de esta manera la
unificación territorial de la península, un sueño vivido diariamente por sus antecesores. En Historia Gothorum (de san Isidoro de Sevilla), Suintila aparece como el primer rey ‘Totius Spaniae’. El topónimo Hispania pasa entonces a designar todos
los reinos medievales de la península Ibérica, incluso las islas Baleares. Con
la invasión musulmana el término Spania
o España, indistintamente, se
transforma en Isbá-nía = ‘tierra de oro’, deturpado por la literatura árabe.
Desde entonces hasta la toma de Granada (1492) pasó a ser llamado España al territorio exclusivamente
dominado por los musulmanes. Alfonso I de Aragón el Batallador realizó una incursión contra la región andaluza de
Málaga (1126), y dijo en aquel momento que se dirigía ‘a las tierras de España’,
o sea, a los dominios musulmanes. Sin
embargo, a partir del siglo XII el término España
y no más Hispania pasa a designar
definitivamente a todos los territorios de la península Ibérica (cristianos o
árabes), consagrados en la expresión clásica de los Cinco Reinos de España:
Castilla y León, Aragón (incluido el condado de Barcelona), Navarra, Portugal y
Granada (entonces aún musulmana). Después, a medida que avanzó la Reconquista
varios reyes se autoproclamaban príncipes o reyes de toda España. Aquel rey de
Aragón citado arriba (Alfonso I), tras unificar los reinos de Aragón y Castilla
al casar con Urraca I, hija de Alfonso VI, rey de Castilla y León (1109) -el
casamiento se celebró en el castillo de Monzón de Campos/Palencia con Pedro
Ansúrez apadrinando el enlace, y al cual pertenecía Prádanos de Ojeda-, decía y con mucha firmeza que reinaba ‘en toda la tierra de cristianos y sarracenos
de España’. En realidad fue un rey muy contestado en Castilla y León, pues
tuvo la oposición de distintas facciones políticas contrarias a la unión de
ambos, Alfonso I de Aragón y Urraca I de Castilla y León. D. Urraca reclamaba
de su marido porque ‘usaba de gran
tiranía […], y afirmaba que con gran furor y odio procuraba la muerte del
infante, creyendo sucederle en el trono. Y con esto iban incitando y
conmoviendo contra él los pueblos’.
Ya el gentilicio ‘español’ evolucionó de manera distinta a lo que sería de esperar,
así como ocurrió con Hispania. Hay
varias hipótesis para explicar este comportamiento: unos piensan que el sufijo ‘ol’ destaca la procedencia étnica caracterizando
e individualizando más a las lenguas provenzales que a las lenguas románicas
entonces habladas en la península Ibérica. Por eso sería un término importado a
partir del siglo IX, y se desarrolló gracias al fenómeno de las peregrinaciones
a Santiago de Compostela, siendo una adaptación de los francos a través del
término latino hispani del cual
derivaría ‘espagnol’ = ‘espanyol’ =
‘espannol’ = ‘espanhol’ = ‘español’. Otros piensan simplemente que el
término español es autóctono, pues
aparece en numerosos textos a partir del
mismo siglo IX. En realidad, tendrían sido las personas eruditas o
élites formadas en los primeros Studia
Generalia (predecesores de las Universidades), los verdaderos promotores
del término ‘español’ o ‘españoles’ para diferenciarse de los alumnos
extranjeros o de otras regiones europeas. El término plural ‘españoles’ aparece
24 veces en un cartulario (manuscrito) de la catedral de Huesca (1139-1221).
También en la Estoria de España,
redactada entre 1260/74 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se usa exclusivamente el término ‘españoles’ para
designar a los habitantes de España. Consulté dos textos históricos que nos
hablan del término ‘españoles’ > el primero es del más ilustre de los
escritores portugueses y autor de Os
Lusiadas, Luis Vaz de Camões (1524-1580): ‘castellanos y portugueses, porque españoles lo somos todos’. El
otro texto es de Bernat Desclot (¿-1287), un historiador y cronista catalán, narrador
de una expedición del conde de Barcelona (¡?) para salvar a una mujer ultrajada
en Córdoba: ‘señor, yo soy un caballero
de España y oí decir en mi tierra que una princesa fue raptada por un caballero
de vuestra corte’. Por otro lado, los españoles
de que hablamos en estos textos se originaron de los pueblos, que escritores
griegos y romanos denominaron iberos = pueblos y ciudades que se situaban a lo largo del litoral mediterráneo
occidental, concretamente desde el sur de Languedoc-Rosellón (Francia) hasta Andalucía
(España), y descendían de las primeras migraciones establecidas en la península
algunos milenios antes. Con la dominación romana, la alianza de celtas e iberos
se tornó más fuerte, aunque eran pueblos de cultura y etnia diferentes. La
pregunta más incisiva es, ¿de dónde procedían los iberos? La teoría más acepta sugiere que eran originarios del norte
de África. Su migración tendría ocurrido a través del estrecho de Gibraltar en
el siglo VI aC, y a lo largo del tiempo fueron ocupando la franja de tierra
entre Andalucía y Languedoc debido al comercio con los fenicios = fundadores
de varias colonias comerciales ej.: Gades. Más tarde serían asimilados por los
celtas (siglo I aC), formando el pueblo conocido como celtibero.
El nombre de iberos es una incógnita en abierto: en mi opinión podrían ser
bereberes o pueblos fenicios que llegaron hasta el río Guadalquibir (en árabe,
‘río grande’), un iber localizado en aquella región en torno de las
ciudades Gades/Hispalis, como anotamos líneas arriba. Por tanto, iberas serían las poblaciones
localizadas en torno del río Guadalquibir, más concretamente en torno de las
actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. El historiador griego Heródoto en
su libro Historia usa el topónimo Iberia para designar a toda la
península, si bien este nombre ya era utilizado por los Tartessos = pueblo gobernado por ‘una monarquía instalada en un país rico en productos agrícolas,
ganaderos y minerales’ (oro, plata, estaño, cobre y hierro). Su capital
podría ser Tarta o Turta, situada en algún lugar de los alrededores del gran
delta del Guadalquibir, tal vez en el cauce del Tartessus/Guadalquibir =
único río con entidad suficiente como para ser considerado ‘el más largo de Iberia’. Algunos
historiadores identifican la ciudad de Tarta con Gádir de ‘fundación fenicia’,
pues la palabra ‘gádir’ significa
simplemente ‘recinto amurallado’. El
hecho de ser una ‘monarquía autoritaria’ donde la inmensa mayoría de la
población trabajaba en minas, agroganadería y pesca ya nos remite a los
fenicios. Otro dado fenicio proviene de su religión: adoraban al dios Baal o
Melkart y a la diosa Astarté, divinidades fenicias. En el siglo VI aC, los
tartessos desaparecen abruptamente en la historia, posiblemente ofuscados y
asimilados por Cartago; los romanos llamaron a la bahía de Cádiz de ‘Tartessius sinum’, aunque el reino ya no
existiera más en aquella época. El arqueólogo, hispanista y alemán Adolf
Schulten (1870-1960) murió sin poder realizar su sueño: encontrar la capital de
los Tartessos. Llegó a pensar que la ciudad estuviese enclavada en el actual Parque
Doñana. Entre los textos más interesantes sobre este pueblo está el de
Pausanias (115-180 dC), viajero, geógrafo e historiador griego: ‘dicen que Tartessos es un río en la tierra
de los iberos, llegando al mar por dos bocas [ríos Tinto y Odiel], y que entre esas dos bocas se encuentra una ciudad de ese mismo
nombre. El río que es al más largo de Iberia y tiene marea, llamado en días más
recientes Baetis (actual Guadalquibir).
Hay algunos que piensan ser Tartassus el nombre antiguo de Carpia, una ciudad
de los iberos’. En la Biblia hay varias referencias a Tarsis: muy
elucidario es aquel texto del profeta Ezequiel en que se habla del comercio
entre Tiro y Tarsis. Historiadores modernos identifican Tarsis con Tartessus, y
se refieren a ella como una colonia fenicia y ‘un de los principales mercados en relación a la ciudad de Tiro, tal vez
la fuente que exportaba las mayores riquezas en oro, plata, estaño y hierro’.
Los navíos de Tarsis simbolizaban la exaltación, el orgullo y la altivez de sus
navegadores. Pero una cosa se queda manifiesta: cuando los fenicios y griegos comenzaron
a comerciar con ‘Iberia’, ese país ya estaba poblado y sus habitantes [nativos]
exportaban plata, chumbo, hierro y estaño, minerales que los mercaderes
fenicios buscaban con avidez en aquella región.
El nombre Iberia y, por ende,
sus habitantes llamados iberos, en un
principio, se refería a una pequeña parte de la península, probablemente a la
provincia de Huelva, más concretamente a su capital situada en la desembocadura
de los ríos Tinto y Odiel. En tiempos del historiador griego Polibio, Iberia o iberos (pueblos) abarcaba sólo la parte costera mediterránea de la
península, prevaleciendo más el criterio geográfico que el carácter étnico de
sus habitantes. Este historiador dice textualmente: ‘se llama Iberia a la parte que
cae sobre Nuestro Mar [Mediterráneo],
a partir de las columnas de Hércules. Pero la parte que cae hacia el Gran Mar
Exterior [Atlántico], no tienen
nombre común a toda ella, a causa de haber sido reconocida recientemente’. Muchos
creen que el término geográfico iber
es de origen ibero, por ser el modo como estos pueblos nombraban a los ríos en
general, así como los árabes llamaban a cualquier río de wadi. De hecho, se ha comprobado que desde Andalucía hasta el río Ródano
(Francia) -Esquilo llegó a escribir que
‘el [río] Ródano corría por Iberia’- existe una gran cantidad de ríos que
conservan la radical iber. Algunos
filólogos vascos encuentran en el topónimo Iliberris o lliberris (la Granada
romana) como siendo el idioma ibero un ancestral del vascuence. El griego Estrabón
(63 aC a 24 dC), aunque nunca estuvo en nuestra Península, es el historiador
que más traza pormenores de Iberia: ríos,
montañas, límites, costas, poblaciones, ciudades, cultivos, rasgos culturales,
navegantes, pobladores etc. En su tratado Geographía
(libro 3º), hace la primera descripción ‘vía satélite’ de España: ‘Iberia se parece a una piel de toro, tendida
en sentido de su longitud de Occidente a Oriente, de modo que la parte delantera mire a Oriente y en sentido de su
anchura del septentrión al Mediodía’. Las primeras descripciones de los
pueblos ‘iberos’ aparecen en Ora marítima,
del historiador y poeta griego Rufo Festo Avieno (siglo IV dC): ‘los iberos se llaman así justo por este río,
pero no por aquel río [Ebro] que baña
a los revoltosos vascones. Pues a
toda la zona de este pueblo que se encuentra junto a tal río, en dirección a
occidente, se le denomina Iberia’.
Los iberos no eran un grupo étnico homogéneo: aunque compartían ciertas
características comunes, divergían en muchos otros aspectos de los demás pueblos
vecinos. No se sabe detalladamente el origen de estos pueblos. Hay varias
teorías, siendo la más plausible y aceptada por los estudiosos aquella que hace referencia al norte de África. Los
iberos se habrían asentado inicialmente a lo largo de la costa oriental de
Iberia y, posteriormente, se propagaron hasta los ríos Duero y Ebro donde se
mezclaron con los celtas, pueblos que cruzaron los Pirineos en dos grandes
migraciones (siglos IX/VIII aC), provenientes de La Tène (sur de Francia) y Hallstatt
(Alta Austria). Los celtas se establecieron en su mayor parte al norte del
río Duero y al sur del Ebro, donde se mezclaron con los iberos para conformar
el grupo celtibero = pueblo
resultante de la fusión de los celtas e
iberos, pero diferenciados de sus vecinos, tanto de los celtas asentados en la
meseta castellanoleonesa (vacceos) como de los iberos de la costa mediterránea. Por eso, resulta difícil asignar territorios
y fronteras concretas a esta amalgama de pueblos. El término celtibero es usado por los expertos
porque entre los celtas de Hispania nororiental existen patrones culturales
compartidos con los iberos, pero el origen y el grado de implicación con las poblaciones
nativas son muy controvertidos debido a las diferentes oleadas migratorias en
dirección a la península Ibérica. Entre los varios grupos, destaco el belga proveniente del Bajo Mosela y Rin,
porque se asentó en tierras del Alto Ebro y región cantábrica ej.: autrigones,
vacceos, pelendones, arévacos etc. Estrabón cite ‘cuatro pueblos en que están divididos los celtiberos’.
El pueblo más poderoso es el de los arévacos: sus ciudades más importantes
son Segeda y Pallantia, pero la más famosa es Numancia por haber derrotado en
batalla varios ejércitos romanos. Un tal de Posidorio, citado por Estrabón, afianza
que los celtiberos ‘eran muchos y dueños
de abundantes bienes, aunque habitasen en una región tan poco fértil’. De
acuerdo con Avenio ya citado, los celtiberos eran pueblos del interior
peninsular, menos civilizados y de ascendencia indoeuropea, em oposición a los
pueblos iberos de la costa mediterránea, más conocidos y cultos y de origen
norteafricana (fenicia/cartaginesa/griega). A finales del siglo III, el interés
estratégico de Roma hizo aumentar la información no sólo desde el punto de
vista geográfico, sino también desde el punto de vista económico, social,
religioso etc. La localización geográfica de los celtiberos era determinada por
una zona restricta a Celtiberia > ‘una
región grande y desigual, siendo su mayor parte áspera y bañada por ríos’.
Estragón la sitúa entre tres ríos importantes: el Duero que ‘pasa por Numancia
y Serguntia’, el río Tagus (Tajo) que
discurre al sur, y donde los lusones habitan, ‘cerca del río Ebro’; son
vecinos de los numantinos.
En realidad, Celtiberia fue un ‘país
pobre y dividido en cuatro pueblos’, según Estrabón. Son ellos: (1) los arévacos = ‘el pueblo más poderoso
que habitaba la región oriental y meridional’. Su capital era Numancia, pero su influencia llegaba
hasta la Pallantia romana; (2) los carpetanos = ‘vecinos de las fuentes del Tajo’, que eran limítrofes a los arévacos. Su
capital era Carpentaria (Toledo); (3)
los lusones = ‘pueblo que habitaba la parte oriental y
limitaba también con las nacientes del Tajo’, en torno de Turiaso = actual Tarazona (Zaragoza); y (4) los belos, aunque Estrabón no los cite,
fueron ellos que motivaron la guerra, pues aumentaron las murallas de su
capital Segeda (actual Mara/Belmonte) contra las órdenes expresas de Roma. Además
no se conformaban en pagar nuevos impuestos a los romanos, llevando a los
habitantes de Numancia (sus vecinos) a
una guerra sin cuartel contra el imperio Romano. Celtiberia, en verdad, fue un territorio cambiante y un
‘rompecabezas’ de pueblos distintos, pero unidos contra el poderío de Roma.
Además, las guerras de conquista y el posterior proceso de romanización se
desarrollaron en su territorio, aunque resulta difícil una delimitación
geográfica exacta y precisa. De acuerdo con los historiadores griegos y
romanos, la península Ibérica, durante la Edad del Hierro (a partir del año
1.000 aC), quedó unificada por sus actividades económico-culturales: las
habilidades metalúrgicas, la lengua y su régimen de subsistencia más o menos
pastoril, y estaba dividida en varios grupos culturales independientes y de
cronologías distintas. De ahí la dificultad
encontrada por los historiadores en delimitar su ámbito geográfico, y
mucho más difícil aún encuadrar el momento etno-cultural de sus pueblos, pues
son esencialmente diferentes a otras comunidades con el mismo patrón cultural y
lingüístico. La Celtiberia se
caracterizó por agrupar a una serie de pueblos con características comunes,
muchas de ellas de origen céltico y con algunos rasgos culturales que los
aproximaban a los iberos, o sea, a los pueblos situados a la margen derecha del
río Ebro y las nacientes de los ríos Duero y Tajo. Y más aún: la mayoría de
esos pueblos tenían una cierta conciencia de unidad y pertenencia a la misma
cultura, aunque las ciudades y el sentimiento de pertenencia eran antes de todo
el territorio de referencia y apego a la tierra de sus antepasados. Los
historiadores hacen cuestión de resaltar precisamente esta característica: los
arévacos (el pueblo más poderoso de Celtiberia), los carpetanos, los bellos/titos
y los lusones estuvieron relacionados por la proximidad geográfica y pactos
militares.
Por otro lado, los habitantes de Celtiberia
o celtiberos, no son exactamente la suma de celtas e iberos, sino el
resultado de una evolución histórica, así como de influencias y
relacionamientos de unos pueblos con los otros. Su religión y su lengua tienen
origen céltico, siendo su alfabeto una adaptación del ibero, así como lo son sus ciudades, cultura utilitaria y su arte,
principalmente la cerámica. La base económica de estos pueblos es la agricultura donde
predominan las cosechas de cereales (trigo y cebada), viñas y olivares; y la
ganadería, cría cerdos, ovejas y cabras = una economía preferentemente pastoril.
Hasta hoy son renombradas sus cerámicas, epigrafías y numismática. Los lusones,
belos y titos fueron los primeros a
doblegarse a los romanos; se localizaban en zonas de las actuales provincias de
Zaragoza, Teruel y Guadalaja. Los titos, belos y arévacos participaron de la II Guerra Celtibérica = esta
contienda destruyó Numancia, capital de los arévacos y símbolo principal de la
resistencia contra Roma. Los tres pueblos presentaron duras batallas a los
romanos, derrotándolos en 153 aC ante los muros de la propia Numancia. Las
fuerzas celtibéricas eran de apenas unos 10.000 hombres y eran comandadas por
Caro de Segeda. Roma se presentó con un ejército de 30.000 combatientes bajo el
comando del cónsul Quinto Fulvio Nobilior: los romanos perdieron unos 6.000
soldados. Todos estos pueblos, como ya dijimos, eran predominantemente
agricultores y ganaderos, pues vivían en los valles del Ebro y afluentes, donde existen tierras feraces.
Estos pueblos pasaron menos necesidades que sus vecinos castellanoleoneses enclavados
en la meseta y páramos empobrecidos, de tierras más agrestes y ásperas. Su
cerámica decorada con bandas circulares y semicirculares es muy conocida, así
como su fabricación textil que usaban como intercambio comercial. Sus armas de
hierro eran exaltadas por los romanos a causa de su perfección y resistencia.
De hecho, los arévacos protagonizaron una resistencia heroica al invasor, pues
según comentarios de Estrabón pertenecían a la más poderosa de las tribus
celtíberas, y habitaban la franja sur del Duero. Los núcleos poblacionales eran
independientes entre ellos, como lo eran las diferentes comarcas geográficas en
que se dividían. Por lo demás, eran pueblos rústicos, regidos por caudillos sin
unidad en sí y prácticamente sin medios de comunicación a no ser el carro de
bueyes y el caballo (gente
aristócrata) o mulares (gente remediada).
En las guerras, los arévacos usaban espadas de dos filos, venablos y lanzas con botes
de hierro, y gastaban también un puñal rayado, armas que ensalzaban su arte de
forjar metales. No tenían recelo en presentarse en campo abierto para guerrear:
interpolaban la infantería con la caballería = ésta en terrenos ásperos y
escabrosos echaba pie a tierra y se batía con la misma habilidad que las tropas
ligeras de infantería. El método bélico llamado cuneas = orden de batalla
triangular se tonó famoso entre los celtiberos y temido por sus enemigos.
Sentían placer en sucumbir en los combates cuerpo a cuerpo, y consideraban como
afrentoso morir de enfermedad. A lo que parece este pueblo incineraba a sus
muertos - en sus asentamientos se han encontrado necrópolis de incineración; no
así a los que morían en combate que hacían descansar en cuevas o fosos, para
después depositar sus restos en urnas de acabados artísticos. Sus trajes se
componían de ropillas oscuras, hechas con la lana de sus rebaños de ovejas y
cabras; como complemento usaban un capuchón con el que cubrían la cabeza cuando
no usaban el casquete de guerra, adornado con plumas o garzotas. En el cuello
solían usar un collar como adorno o superstición, una especie de talismán. Un
pantalón ajustado al cuerpo completaba su uniforme diario. Las mujeres también
ayudaban a los hombres en la guerra: muchas veces dejaban guardados los
cereales en graneros subterráneos y enfrentaban al enemigo como lo hacían sus
hombres y maridos. Aníbal les hizo ver en varias veces cuán superiores eran las
tropas disciplinadas y aguerridas a una multitud mal organizada por más briosa
que fuese como de hecho lo era la tropa arévaca (220 aC?). Como los celtas, también
los arévacos adoraban a Lug = dios
de la guerra. En los plenilunios bailaban y festejaban en familia el paso de
las estaciones; y dejaban los íconos o imágenes de sus dioses (unos 400), en
abruptos peñascos, a veces en los mismos lugares donde depositaban a sus héroes
y guerreros. En esos ‘santuarios’ veneraban a las divinidades y dejaban los
exvotos como agradecimiento a los supuestos beneficios y promesas realizadas; eran
pueblos profundamente religiosos. Se han encontrado restos arqueológicos de los
arévacos en Burgos, Soria, La Rioja, Guadalajara y en Palencia = Pallantia, actual Palenzuela (a 32km de
la capital), se situaba en un escarpado cerro o colina rodeado de murallas en
la margen derecha del Pisuerga; ya la Pallantia
vaccea que corresponde a la actual capital estaba localizada en el valle del
Carrión. En ella se ha encontrado la más interesante y valiosa necrópolis
prerromana de la provincia de Palencia - son miles de sepulturas. Nuestra
capital fue atacada cuatro veces en el contexto de las Guerras Celtibéricas: en
la última, la batalla se dio en la llanura de Coplanio y ladera boscosa del
páramo adyacente (zona de Villalobón). Los escritores griegos afirman que estos
ataques a Palencia se debieron a la ayuda en dinero, trigo y soldados que los
vacceos proporcionaban a los habitantes de Numancia. Un contingente de vacceos
atacó a los romanos que sitiaban a Clunia/Burgos (llegó a tener 30.000 hab),
situada ‘en los confines de Celtiberia’, y los derrotó (150 aC)
Los vacceos constituyen una etnia o pueblo celta que se asentó en la
Tierra de Campos/Palencia y Valladolid, pero se desconocen su verdadero origen
y evolución, aunque son ciertamente pueblos indoeuropeos de Hallstatt,
mezclados con grupos belgas en torno del año 600 aC. Empujados por oleadas
germánicas, los vacceos alcanzaron la
península Ibérica junto con los arévacos y otros pueblos itinerantes del norte
y centro de Europa. Practicaban una
agricultura de tipo colectivista y ganadería trashumante (economía pastoril).
En las crónicas grecorromanas la comarca aparece como ‘una región libre y descubierta; o como nos dice Plinio el Viejo, ‘un país abierto, de trigales y de tierra desarbolada’. La
civilización vaccea se extendía por el centro de la submeseta norte (en actual
Castilla y León), por ambas orillas del río Duero y afluentes (unos 45.000km²),
entre los cuales estaba el río Pisuerga, nuestra ‘columna acuífera’ como ya fue llamado por un poeta regional, de
quien no recuerdo el nombre. No sé si fue un cura de Herrera de Pisuerga, tal
vez nuestro ilustre dibujante y escritor Miguel Ángel Ortiz. La civilización
vaccea ocupaba las provincias de Valladolid, Palencia, León, Zamora, Salamanca,
Burgos, Segovia y Ávila (unas totalmente, otras apenas en parte). A la llegada
de los romanos en 218 aC, los vacceos ocupan la región enmarcada por los ríos
Cea y Esla al noroeste, la cordillera Cantábrica al norte; los ríos Pisuerga y
su afluente Arlanza al este, y el Sistema Central al sur. Eran sus vecinos los
turmogos, los arévacos, los vetones y muy probablemente los lusitanos a quienes
se unieron contra los romanos en tiempo de Viriato (194 - 139 aC): un guerrero que
pertenecía a la clase aristócrata, y era conocido por los romanos como dux (duque, jefe) del ejército lusitano
y de las tribus celtíberas.
Viriato (o Viriathus en latín, tal como fue recogido en las fuentes romanas) es
descrito como un hombre que seguía los principios de la honestidad y
tratamiento justo, y reconocido por sus soldados a causa de ser cumplidor fiel
y determinado de tratados y alianzas con sus vecinos o enemigos externos. Tito
Livio lo describe como un pastor, pero no en el sentido popular de esta palabra
(guardador o vigía de rebaños), sino como un aristócrata propietario de muchas
cabezas de ovejas y cabras. Después se tornó cazador y guerrero. Siguiendo la
tradición romana, Viriato sería un ‘pastor’ que se tonó cazador y rey: los
lusitanos le celebran como un ‘bienhechor’
y un ‘salvador’, títulos usados por
los reis de la dinastía ptolemaica. Viriato se tornó un líder e ‘imperator’ (conductor) de los pueblos lusitanos, la tribu
hispánica que hizo frente a la expansión de Roma en la península Ibérica a
mediados del siglo II aC. Su posición al frente del ejército lusitano no era de
carácter hereditario sino electivo, sin duda a causa de sus éxitos militares
como caudillo o ‘rey’ de Lusitania > provincia imperial romana al oeste de
Hispania, dirigida por un legado del emperador de rango pretoriano. En un
principio, se extendió desde el río Guadiana hasta el Cantábrico. Durante las
Guerras Cántabras (20/19 aC), los territorios de las actuales Galicia, Asturias
y Cantabria fueron anexionados a ella’. Tomó el nombre de los lusitanos, ‘fieros guerreros que opusieron una fuerte resistencia
a la penetración romana’. Según Apiano, Viriato fue un líder y ‘adsertor’ (protector) con mayores dotes
de mando, siendo entre los bárbaros el más presto al peligro atrevido, y el más
justo a la hora del reparto del botín. Durante los 8 o 10 años de guerra su
ejército celtibero (muy heterogéneo) jamás se le rebelara. Era el más resuelto
a la hora del peligro.
Hasta hoy, no se sabe la procedencia
geográfica de Viriato, el ‘líder lusitano’ que investigaciones marginales le
hacen originario de Beturia = una zona
entre los ríos Guadiana y Guadalquibir, en el lado español. Según estos
autores, Viriato ‘no fue portugués sino
celtibero’. Al contrario, Adolf Schulten coloca a Viriato en los términos
de las sierras de San Vicente o de la Estrela, en los límites de la actual Beira
Alta, ‘al norte del Tajo, lugar de olivos y disposición de atalaya natural’
(Apiano) Otros le hacen natural del Alentejo, junto al océano Atlántico. De
cualquier manera, la experiencia militar de Viriato y su capacidad de caudillo
carismático (de gran corpulencia física), además de gran estratega y hombre
sobrio, hicieron de este héroe hispano el líder incuestionable de los
celtíberos. El poeta latino Lucilio le llamó el ‘Aníbal bárbaro’, y le comparó con el esclavo Espartacus. Tito Livio, el mejor historiador romano, escribió sobre
Viriato: ‘en Hispania, quien primero pasó
de pastor a cazador, luego a bandido y pronto a jefe de un ejército, que ocupó
toda la Lusitania’, fue Viriato. En sus incursiones contra los romanos,
muchas veces se adentró en Hispania, en territorios pertenecientes a las tribus
de los vetones y galaicos, empleando la táctica de guerrillas, o realizando
emboscadas en terrenos abruptos y angostos a los ejércitos romanos. Se valía de
la noche y usaba caminos desconocidos para la huida, manteniendo a sus tropas
en constante movimiento. No buscaba el ataque directo ni la conquista duradera
de los territorios enemigos, sino el saqueo y la captura de botines. Empleaba
el recurso de la huida fingida del campo de batalla, para después asestar
ataques relámpagos contra el enemigo a quien perseguía de forma desordenada. Y
más: atacaba con pequeños contingentes militares a las legiones romanas para
despistarlas y permitir la huida frente al grueso del ejército. Diodoro Sículo
de Sicilia, un historiador griego del siglo I, en su Bibliotheca Histórica (40 volúmenes), traza un perfil lisonjero de
Viriato: tratábase de ‘un líder sabio,
recto, frugal, austero, hombre que gustaba de hacer regalos a sus soldados,
dentro del arquetipo de buen salvaje, no corrompido por el lujo y la
civilización’. En su casamiento con la hija de un ibero acaudalado, llamado
Astolpas, Viriato mostró desprecio ante las vajillas de oro y plata que se
exponían en la boda. Viriato repartió la comida y la bebida entre sus soldados,
tras lo cual montó a su novia en un caballo
y huyó al monte con ella. En otro pasaje, Diodoro elogia la justicia y
generosidad del guerrero celtibero, y no apenas ‘lusitano’, indicando con eso
que se trata de un gobernante idealizado.
En Portugal es considerado un ‘héroe nacional’ por estar asociado a la
tribu de los lusitanos de Hispania. Esta apropiación portuguesa de Viriato como
líder de Lusitania = ‘especie de
Portugal primigenio’, comenzó en el siglo XVI con el surgimiento del
Renacimiento y el Humanismo a través de algunos escritores lusos ej.: André de
Rezende (1500-1573), autor que gozó de una fama considerable a lo largo de su
vida, defendía esta continuidad histórica. Fue un fraile dominico, padre de la
arqueología en Portugal, especialista en historia grecorromana y un gran
pensador humanista portugués, pero Alexandre Herculano (autor de Historia de Portugal, una de sus obras
más notables) niega y desmiente esta línea de continuidad. Ya los escritores
españoles apuntan una supuesta continuidad entre ‘lusitanos’ y ‘españoles’ ej.:
Bernardo de Balbuena (1562-1627), religioso, teólogo y escritor español, ‘considerado el culmen de la épica culta
barroca española’, en su obra El
Bernardo (poema épico) exalta las
virtudes patrióticas de Viriato y una supuesta idea de ‘patria común’ por él
defendida. En la época franquista apareció la figura de Viriato como un héroe
nacional español, un modelo de conducta propia del guerrero castellano,
fomentando la idea del patriotismo nacional y del heroísmo patrio, una variante
del volksgeist (término alemán) o ‘espíritu del pueblo español’ = un
concepto propio del nacionalismo romántico que atribuye a cada nación unos
rasgos comunes e inmutables (culturales, étnicos, psicológicos, idiosincráticos
etc), a lo largo de su historia. Son rasgos ahistóricos, anteriores y
superiores a las personas que forman la nación en un momento determinando. Las
ideas centrales del naciente nacionalismo español, especialmente en su vertiente
tradicionalista, están representadas por José Amador de los Ríos, en su obra Historia crítica de la literatura española
(1861/65). Durante los primeros años de la dictadura franquista, existió un
intento por asociar la figura de Franco con personajes heroicos, exponentes
máximos en diversos episodios de la Historia de España, entre los que se
encontraban, además del propio Viriato, los caudillos iberos Indíbil y Mandonio = dos héroes frente a la invasión de cartagineses y romanos en la 2ª Guerra Púnica (218-201 aC), don
Pelayo, el Cid Campeador, Guzmán el Bueno,
los Reyes Católicos, etc. Luis Pericot García (1899-1978), un especialista en
prehistoria romana, arqueólogo e historiador español de Gerona, en su obra Historia de España representa a Viriato
como ‘símbolo arquetípico del guerrillero
español’. Francisco de Quevedo tiene
un soneto primoroso dedicado a Viriato, donde dice: ‘estas armas viudas de su dueño,/ Que visten con funesta valentía,/ Este,
si humilde, venturoso leño,/ De Viriato son; él las vestía,/ Hasta que aquí
durmió el postrero sueño,/En que privado fue del blanco día’.
La figura de Viriato ha llegado hasta nosotros a través del folclore, la
tradición popular y las leyendas. En la ciudad de Zamora -Viriato tendría
nacido en tierras de Torrefrades, a
32km de la capital zamorana, donde según la tradición tenía una cueva que le
servía de vivienda-, la figura del caudillo lusitano ha sido recogida en
blasones heráldicos tanto del escudo como de la bandera provincial. En el
escudo aparece ‘el brazo de Viriato
sosteniendo la Seña Bermeja (bandera),
mientras que la bandera -precisamente esa Seña Bermeja- está compuesta por ocho
tiras rojas que representan ocho victorias obtenidas por Viriato sobre diversos
pretores y cónsules romanos’. La estatua del escultor Eduardo Barrón,
situada en la Plaza de Viriato, es
una característica importante de la ciudad de Zamora. En Torrefrades existe una
vivienda popularmente conocida como La
Casa de Viriato, aunque es obra del siglo XVIII: esta localidad ha sido
mencionada tradicionalmente como posible origen del caudillo ‘lusitano’. Una pequeña
elevación en la comarca de Sayago, de nombre Teso de Várate, también ha sido popularmente relacionada con la
presencia de Viriato. Lo mismo se repite en la provincia de Cáceres donde la figura de Viriato aparece
asociada a distintas localidades, todas ellas presuntos lugares de origen del
gran caudillo celtibero ej.: Santa Cruz de la Sierra y Coria, entre varias
otras. La ciudad portuguesa de Viseu también es relacionada como posible lugar
de nacimiento de Viriato: en esta ciudad portuguesa existe un recinto
amurallado con el nombre de Cava de Viriato: en tiempos idos habría sido un
campamiento lusitano o romano. Otras localidades de Portugal son citadas como
posibles orígenes del caudillo lusitano ej.: Ceia y Covilhã. Como se ve, ambos
países, Portugal España, se apropian de la grande personalidad prehistórica de
Viriato, pero con una diferencia relevante: en las citaciones españolas
predominan las apariciones de Viriato como representante del arquetipo del
soldado (hombre) humilde que logra ascender en la sociedad por méritos propios,
en tanto que en las leyendas portuguesas Viriato aparece como un dirigente y
monarca virtuoso. Miguel de Cervantes, por ejemplo, en su obra El cerco de Numancia le cita en una
enumeración de reyes. Lope de Vega menciona a Viriato con un supuesto carácter
mixto (portugués y español). El historiador Joaquín Costa, en su obra La tierra y la cuestión social atribuye
a Viriato un carácter celtibero. Ángel Ganivet, en su Idearium español, resalta la desorganización del ejército lusitano
(vencedor en varias batallas) en contraste a la férrea disciplina propia de los
ejércitos romanos. Sin embargo, es necesario entender que esa ‘desorganización’
aparente era un método efectivo de enfrentar a un ejército superior.
Viriato, según nos relata Apiano
en Guerras Extranjeras, en un caso
específico de invertir una situación difícil, ‘dispuso sus tropas en línea de batalla como si pretendiera combatir,
pero les dio órdenes de dispersarse tan pronto como montara en su caballo,
alejándose de la ciudad de Tribola (¿Ouriola,
próxima a antigua Ébola/actual Évora?)
por distintas rutas […]. Escogió a mil hombres de su confianza y combatió todo
el día a los romanos, atacando y retrocediendo gracias a sus rápidos caballos’.
Por tanto, no era propiamente un ejército ‘desorganizado’, sino un método
eficiente de enfrentar a un ejército muchísimo superior en hombres, armas y
vituallas de guerra. La primera incursión romana contra los lusitanos ocurrió en
tiempos de Aníbal que pactó un acuerdo de paz con los jefes lusitanos (185 aC).
En represalia, el senado de Roma insistió en atacar sin descanso a los
lusitanos a través de numerosos ejércitos, obligándolos a firmar un tratado de paz con Roma en
detrimento de Cartago, a través del pretor Marco Atilio Serrano (151 aC). Entre
tanto, con la subida de Galba en ese mismo año a la pretoría de la Hispania
Citerior -substituyó a Atilio Serrano-, el nuevo pretor decidió retallar las
incursiones lusitanas llevando pánico, hambre
y muerte a toda Lusitania. Como sus habitantes reclamasen de la violación del
tratado firmado con su antecesor, Galba les prometió tierras fértiles donde
podrían establecerse con sus familias bajo la protección de Roma. Se dice que
acudieron al encuentro unos 30.000 lusitanos (¡?) que Galba acomodó en tres
campamentos, exigiendo que dejasen sus armas en señal de amistad. Después
asesinó a muchos de ellos a traición: perecieron unos 9.000, y 20.000 fueron
hechos prisioneros, siendo vendidos como esclavos en las Galias. Pocos
escaparon de la masacre: entre los fugitivos estaba el propio Viriato que años
más tarde intentaría vengarse de tal urdimbre traicionera y vergonzosa. Desesperado,
poco después, laceró su propio cuerpo y huyó a las montañas en busca de la
soledad. La conducta desastrosa de Galba fue denunciada a Roma y el pretor
acabó destituido (149aC). Ente tanto, la pobreza de los lusitanos y la afrenta
sufrida por la masacre de Galba llevaron a Viriato al desespero y rebelarse sin
medida. En ocho ocasiones, los lusitanos comandados por Viriato consiguieron
retumbantes victorias militares contra diferentes pretores enviados para
derrotarle ej.: destrozó a los romanos en Tribola, saqueó Carpentaria, arraso
varios destacamentos romanos en el Guadiana y en el Tajo, atacó
Segóbriga/Cuenca, venció a Cayo Plaucio en el monte Venus, identificado con el
cerro de San Vicente, ‘al norte del Tajo’ etc. Y consiguió aún más: extendió la
revuelta a la Celtiberia, con la participación de arévacos, tittos y bellos, ya
que hasta entonces sólo lusitanos y vetones se habían rebelado contra Roma.
Viriato se hizo dueño de varios estandartes romanos (mayor ignominia de Roma) y
decidió colocarlos como trofeo de guerra en lo alto de los montes. En el apogeo
de estas campañas - 3ª Guerra Lusitana-,
Viriato y sus comandados llegaron a controlar una gran parte de Hispania
Ulterior y el sur de Hispania Citerior.
Sin embargo, a partir del año 145 aC,
con la derrota de Cartago, Roma contó con un mayor contingente disponible de
soldados para enviarlos a la península Ibérica, lo que obligó a Viriato a
retirarse hacia las montañas del norte. Mismo así en una incursión nocturna, el
caudillo lusitano cercó al nuevo cónsul Máximo Serviliano, comandante de un
poderosísimo ejército -‘18.000 unidades de infantería, 1.600 de caballería, 10
elefantes y 300 jinetes africanos’-, y le forzó a firmar un acuerdo de paz (141
aC), ratificado por Roma. En este pacto (‘foedus’),
Lusitania consiguió su independencia y ganó del senado romano el título de ‘amicus populi romani’. Pero ese ‘foedus’ otorgado a Lusitania fue visto
con malos ojos por la mayoría de los generales romanos, al considerarlo una
cesión inaceptable y vergonzosa a Viriato, según ellos, ‘un bandido que se convirtió en líder de los celtiberos’ (Frontino).
Como los romanos nunca cumplían con lo pactado, Viriato en represalia forzada
consiguió una serie de victorias posteriores a ese tratado por medio de
continuas correrías y razias desconcertantes contra los romanos peninsulares.
La llegada de un nuevo cónsul Servilio Cepión (hermano del anterior) y un
poderoso ejército como nunca se vio, obligaron a Viriato a pactar con Roma una
vez más. Según Apiano, este nuevo general romano sobornó a tres capitanes embajadores
de Viriato, prometiéndoles grandes riquezas, ventajas personales y tierras si
asesinasen a su líder. Es lo que hicieron Audax, Ditalcos y Minuros en 139 aC,
tres traidores y asesinos del héroe celtibero. La leyenda cuenta que los tres
le clavaron los puñales en la garganta en cuanto dormía, pues Viriato nunca se
desvencijaba de su armadura. Perpetrado el tremendo ‘regicidio’, los tres
corrieron al campamento romano para cobrar la recompensa, a lo que el cónsul
romano tendría respondido: ‘Roma no paga
a traidores’. Evidentemente, esta respuesta legendaria es muy posterior, y
la historia de Roma no quiso arcar con una villanía de tamaña hediondez. El
poeta Federico Muelas sitúa la tumba de Viriato en la Ciudad Encantada de Cuenca. La muerte de Viriato supuso el fin de
la resistencia lusitana en Hispania; el cónsul Marco Pompilio Laenas entregó,
finalmente, a los lusitanos las tierras
tan añoradas, y causa de 10 años de guerra (149-139 aC). Así mueren los héroes ibéricos
por manos asesinas y traidoras, porque de otro modo serían invencibles. Hoy,
vemos en cualquier país del mundo pocos viriatos
y muchos traidores que matan a
sus héroes nacionales. Infelizmente, eso acontece también en España.
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