Un extremeño de los más famosos
jurisconsultos de España, José María Calatrava (1781-1846) -fue diputado, presidente
del Consejo de Ministros (o congreso nacional), secretario de Estado de
Gobernación de la Península, secretario y después presidente del Tribunal
Supremo de Gracia y Justicia, entre otros títulos insignes y, por tanto, con
capacidad y derecho a exponer públicamente su pensamiento valioso-, tiene palabras
durísimas contra los fueros vasconavarros (cf. apartado anterior). Son
los juicios más entusiastas, vilipendiosos y abalizados que pude recoger en mis
pesquisas. Ya en 1876, los opositores a
los fueros decían que un Régimen Nuevo (en oposición al Régimen Antiguo) y
moderno no podía aceptar un legado viejo, arcaico y carcomido por los siglos y,
por ende, ‘anómalo, injusto y absurdo’.
Así, abolirlos no sólo era conveniente sino absolutamente necesario. En ese
mismo año dio a luz un Boletín de
Comercio de Santander cuyo objetivo era demostrar que los ‘fueros no existen, lo que existen son los
abusos’. También se demostró con evidencias históricas y jurídicas lo que
todos ya sabían: Navarra quedó incorporada definitivamente a la corona de
Castilla en 1515 por derecho de sucesión; Guipúzcoa fue una provincia unida a
Castilla desde 1200, en tiempos de Alfonso VIII el de Las Navas de Tolosa;
Álava junto con la capital Vitoria y sus pueblos fueron realengos desde los siglos
XII/XIII, siendo incorporados definitivamente en el siglo XIV por Alfonso XI el Justiciero (1311-1350), rey de
Castilla; y el Señorío de Vizcaya se unió a Castilla por legítima sucesión de
los reyes castellanos desde Juan I (1358-1390). Todos ellos, hacen uso de su
absoluto y soberano dominio, aunque confirmen los fueros vasco-navarros en las
diferentes reformas llevadas a cabo hasta 1525, en tiempos del rey Juan II de
Castilla (1406-1454), hijo legítimo de Enrique IV el Doliente y de la reina Catalina de Lancáster => hija de Juan
de Gante y duque de Lancáster, aquel noble inglés que pretendió conquistar
Palencia, pero dio con la puerta en los morros, pues encontró a las mujeres palentinas
en sus puestos, en lo alto de las murallas. Hasta hoy esta gesta grandiosa de
nuestras mujeres es recordada por la Historia de España, por ser única e
incontestable. ¡Viva nuestra mujer palentina!
Cuando murió Fernando VII (1833), absolutistas y liberales se
enfrentaron en los campos de batalla: el pretexto fue Carlos María Isidro que
deseaba ocupar el trono de Isabel II. Pero el conflicto o guerra civil envolvía
otros asuntos más importantes si es que podemos hablar así: el mundo rural
contra las ‘huestes’ urbanas, el Antiguo Régimen (absolutismo monárquico)
contra los reformistas exaltados (liberalismo reformista). Entonces carlistas e
isabelinos se enfrentaron en diversas guerras civiles, pero en el horizonte
siempre estuvo presente la cuestión foral, un asunto jurídico muy antiguo, pero
inmerso en estos conflictos y presente aún en nuestros días. La cuestión foral
envuelve los fueros locales, los fueros municipales, o simplemente los fueros de diferentes tamaños =>
estatutos jurídicos (normas, derechos, exenciones y privilegios) aplicables a
una determinada localidad y otorgados por el rey, o por el señor de la tierra (laico
o eclesiástico) o por el propio consejo municipal de la villa, pueblo o ciudad.
Los Reyes Católicos (1469-1504) unieron territorialmente
las coronas de Castilla (a quien pertenecían las Vascongadas; en 1512 se anexionó
también Navarra) y de Aragón (a quien pertenecía Cataluña, Valencia etc). Sin
embargo, la unión no era general, total e irrestricta, pues las instituciones,
libertades y ‘fueros’ provenientes de la Alta Edad Media permanecían intocados.
Durante el reinado de la Casa de Austria (siglos XVI/XVII), los fueros y
privilegios fueron respetados, incluso ampliados en algunos casos pero siempre
hubo muchas voces a favor de la supresión simple y directa. Con Felipe V
(francés) y los Borbones, se realizó el proceso de castellanización de Aragón
que apoyara al archiduque Carlos (alemán). Entonces se promulgaron los Decretos
de la Nueva Planta => en adelante los dichos reinos, sus Cortes,
instituciones y fueros se extinguían, y en su lugar se imponían obligatoriamente
las leyes de Castilla para todo el territorio español, desde Cádiz hasta San
Sebastián, desde La Coruña hasta Valencia, de norte a sur, de este a oeste, sin
apelación posible. Sin embargo, como los vasco-navarros apoyaron a Felipe V y
no crearon cualquier problema, el rey francés abrió una excepción y les
preservó los fueros y así permanecieron durante prácticamente los siglos
XVIII/XIX. Fue la Constitución progresista de 1812 que acabó con la farra de
tantos siglos, y ‘decreto la supresión
constitucional de los Fueros en aras de la igualdad de todos los españoles y de
todos los territorios de España’. Aún así en tiempos de Fernando VII
(1814-1833) se vieron restaurados excepto en el periodo del Trienio Liberal de
Rafael Riego (1820/23).
La división entre carlistas e isabelinos trajo consigo la manifestación
de intenciones y prácticas ya consagradas. Los carlistas tuvieron el respaldo
de sectores sociales que veían amenazados sus privilegios fiscales, los
mayorazgos y la influencia del liberalismo en los municipios rurales, así como
los agricultores vasconavarros con exenciones fiscales y militares. También el
bajo clero rural que rechazaba las desamortizaciones y temía la abolición de
los diezmos. A través del lema ‘Dios,
Patria y Rey’, los carlistas defendían el absolutismo monárquico y los
privilegios estamentales: el concepto ‘patria’ se reducía a un conjunto de
tradiciones y costumbres heredadas, entre los cuales estaban los fueros. El término Dios era más pro forma contra
los liberales esencialmente anticlericales y ateos en su inmensa mayoría, pero
no anticatólicos (¡?). Los carlistas resistieron en cuanto les fue posible al
avance de la industrialización y del capitalismo. Por eso hasta hoy, Cataluña y
el País Vasco defienden el proteccionismo de sus productos. Al contrario, los
isabelinos se identificaban más con el liberalismo económico y político, y eran
apoyados por una minoría selecta de la sociedad española [propietarios
acomodados, terratenientes que se beneficiaron de las desamortizaciones,
industriales y hombres de negocios, intelectuales, funcionarios públicos (por
conveniencia, si no eran puestos de patitas en la calle), la nobleza y
oficiales del ejército etc]. Esta corriente ideológica defendía la igualdad
ante la ley, la soberanía nacional, una monarquía constitucional y las
libertades públicas y políticas. Exigían también la liberalización de los bienes
de la nobleza, la desamortización de las ‘riquezas de la iglesia’ y los
incentivos a la industrialización nacional, no sólo en puntos periféricos como
Cataluña y el País Vasco. El embate entre carlistas e isabelinos costó muy caro
a España: la admisión de los militares carlistas (unos 26.000 soldados) en las
huestes del ejército regular (en grados y condecoraciones) transformó los cuarteles
españoles en los ‘más caros del mundo’,
y en antros y semilleros de rebeliones y pronunciamientos militares por
cualquier tontería. Fue una época de mucha confusión y desorden: en la cabeza
siempre estuvo nuestra ínclita Cataluña que se cebaba en matar sacerdotes y
monjas, y destruir sus iglesias, conventos y escuelas. ¡Cuánta cobardía y
bajeza, che! Claro, y los fueros y privilegios continuaron con todo lo que esto
implicaba en gastos fiscales que vasco-navarros y catalanes se negaban a pagar.
Se calcula que las tres guerras carlistas mataron a más de 300.000 personas,
impuso al país ya empobrecido por las guerras de la independencia gastos
exorbitantes, ralentizó el crecimiento económico en las zonas donde la guerra se
hizo más impactante, y provocó el retroceso en la industrialización de España,
entre otros muchos desastres ej.: a su paso por Segovia, el ejército carlista
no se contentó con el pillaje, sino que destruyó la ciudad entera. Con la restauración del rey Alfonso XII se
eliminaron todos los fueros vasco-navarros y catalanes (incluidas las
diferencias fiscales), pero como vimos el concierto
económico de Cánovas del Castillo fue un desconcierto padre y ridículo. A
partir de este ‘desconcierto’ nacional levantó cabeza un movimiento de carácter
romántico (¡?) y conservador (¡por conveniencia fiscal, no lo olvidemos!):
reivindicaba además de los fueros tradicionales, la lengua (vascuence/catalán)
y la cultura propias de cada región. ¿Qué cultura? La lengua era practicada por un número
reducido de habitantes… Durante el siglo XX, se hizo una política de
concesiones y apaciguamiento del nacionalismo con un único resultado: la radicalización
que continúa hasta hoy, principalmente en Cataluña.
La Constitución de 1812 (la
primera de su historia) fue un marco en la Historia de España precisamente por
defender una nación unida, sin absolutismo ni fueros. Ciertamente, no
representó una era de prosperidad y
pacifismo ente los españoles, pero sí de ideas reformistas plasmadas durante la
Guerra de la Independencia y perseguidas por un rey felón, Fernando VII: la
soberanía nacional sin discusiones o polémicas separatistas, la libertad en
todas sus variantes, la igualdad de todos ante la ley común… En sus primeros
artículos ya constaban principios básicos, buscados por todos los españoles
hasta el momento presente (2014): una nación libre e independiente, que no es
patrimonio de ninguna entidad, familia o persona; con una soberanía que reside
esencialmente en la nación. En verdad, un país único donde ‘el reino de las
Españas’ es indivisible; suprime las leyes particulares y los privilegios
contra la asamblea de caciques y ‘traidores afrancesados’ que reconocían los
fueros vasco-navarros, concedidos por el Estatuto de Bayona. Y, sobre todo, eliminaba
por indecente y absurdo todo y cualquier privilegio o exención, fuese por clase
o territorio. Y, sobre todo, repartía entre todos los españoles con proporción
a sus facultades, sin excepción ni privilegio, las contribuciones debidas al
Estado. Las diputaciones forales vascas juraron la Constitución bajo algunas
protestas en Vizcaya y Guipúzcoa y ninguna en Álava; los navarros solicitaron
la convocatoria de las Cortes locales, pero los diputados de Cádiz se la
negaron. Muchos pueblos navarros juraron la Constitución sin cualquier
protesta. Y aún más: la campaña movida por los tradicionalistas contra los
liberales -éstos declaradamente anticlericales, pero no anticatólicos (¡?) y a
quienes se llamaba de ‘impíos’- no condice con la letra de la Constitución. En
su artículo 12, así rezaba: ‘la religión
de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana,
única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas’. Una
declaración semejante sólo se hizo en tiempos del franquismo (1958), por tanto
146 años después: ‘la nación española
considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la
doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y
fe inseparable de la conciencia nacional, que inspira su legislación’.
Incluso a los diputados de las Cortes se les preguntaba en primer lugar: ‘¿juráis defender y conservar la religión
católica, apostólica, romana, sin admitir otra alguna en el reino?’. Esta legislación
llevaba en cuenta uno de los fueros
íntimos más importantes a lo largo de la Historia de España: lo que ha
unido realmente a los españoles en cualquier circunstancia, su fe cristiana y
religiosidad católica. Por causa de esta fe católica, apostólica y romana se
unieron todos los españoles (o casi todos, porque hubo ‘excepciones’) en su
lucha contra los musulmanes, y después contra otros ‘infieles’ surgidos dentro
de sus propias huestes. Sin embargo, la igualdad de los españoles ante la ley,
con religión católica o sin ella, era preservada por el Tribunal Supremo con
sede en Madrid. Además, todas las personas quedaban sometidas a las mismas
leyes penales y civiles, y había unos mismos códigos civil, penal y mercantil
en todo el reino. Y aseguraba, increíblemente tratándose de España, una acción
popular contra magistrados y autoridades por delitos de soborno, cohecho y
prevaricación. El PSOE ha tratado de eliminar o restringir esta acción popular
contra los corruptos y chanchulleros. ¿Por qué será, hein?, yo me pregunto…
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