Antes de manifestar mi opinión
sobre el adjetivo OJEDA, OGEDA, OXEDA o FOGUEDAS (los tres últimos términos
aparecen en cartularios y documentos antiguos), retrocedamos un poco en la
historia de nuestras comarcas ‘castellanoleonesas’, y paremos en la
región que se denominó en la Historia de España de desierto del Duero, también conocida como tierra de nadie. Esta región dio origen a muchos topónimos,
antropónimos, hagiotopónimos, orónimos,
hidrónimos etc. de los cuales derivan diversas localidades palentinas. En los
albores del siglo VIII, la expansión musulmana se realizó de una manera muy
rápida tras el ocaso del dominio hispanovisigodo en la batalla de Guadalete
(711). A partir de este hecho histórico, cada investigador extrae sus propias
conclusiones debido a la escasa documentación que conservamos de aquella época.
Los interrogantes parten de esta premisa: ‘¿el
territorio al norte del río Duero (algunas tierras de las actuales
provincias de Palencia, Burgos y La Rioja)
quedó totalmente desierto al paso de los distintos caudillos árabes?’.
Sánchez Albornoz nos habla de un despoblamiento total y absoluto; ya Menéndez
Pidal es de opinión que el ‘desierto del
Duero’ nunca se despobló totalmente. Documentos árabes señalan que no
fueron sus aceifas la causa principal de aquel despoblamiento castellano. Al
contrario, la atribuyen a las sequías prolongadas que se abatieron sobre la región:
ellas obligaron a moros y cristianos a replegarse hacia zonas más propicias y
fértiles. Estas circunstancias geoclimáticas facilitaron las campañas bélicas
de Alfonso I y de su hermano Fruela, estas sí las verdaderas causas de la ‘desertificación’ de los Campos Góticos,
pues a su paso el ejército asturleonés incendiaba cosechas y arrasaba villas y
poblaciones de las comarcas castellanas. La Crónica
de Alfonso III resume tales hazañas con estas palabras: ‘… en todos los castros, villas y aldeas que
Alfonso I determinó ocupar, mató a todos los pobladores árabes, y a los cristianos
se los llevó consigo [rebaños y enseres] a las tierras del Norte’. Como consecuencia, se consolidó el reino de
Asturias, lo que permitió más tarde salir de los estrechos límites de Asturias,
Cantabria y Vasconia (mayor parte de la cornisa cantábrica), aumentando
considerablemente no sólo la población en los valles cántabros (con fugitivos hispanogodos
y mozárabes que llegaban desde las llanuras del Pisuerga, Arlanza y Duero),
sino cambiando asimismo el modus vivendi
de astures, cántabros y vascones, que asimilaron las instituciones hispanogodas
y transformaron su comportamiento cultural, social y económico (hasta entonces
muy atrasado), en un proceso de aculturación con fuerte influencia de los monasterios
cistercienses, instalados en los diferentes valles comarcales ej.: Ribera
del Pisuerga, La Ojeda, Boedo, Valdavia, Vega de Saldaña y Carrión etc. Este
subsecuente repoblamiento estará documentado a lo largo de los siglos VIII/X.
La crisis mozárabes y las revueltas muladís debilitaron aún más los dominios
árabes en los territorios que se extendían desde la cordillera Cantábrica hasta
el río Duero (unos 250km en dirección N/S), principalmente entre los ríos
Cea/Esla al oeste, el Pisuerga al centro (‘columna
vertebral de Palencia’, en los límites fronterizos con la provincia de Burgos),
y los valles y ríos próximos a la sierra de la Demanda al este ej.: parte de la
Alta Rioja. Esta huida de los habitantes de la Meseta hacia los refugios del
Norte y valles cantábricos es descrita por el Anónimo Mozárabe: ‘dirigiéndose los fugitivos a las montañas,
sucumbieron de hambre’, debido a la acentuada superpoblación. La Crónica de
Alfonso III nos dirá igualmente: ‘entre
los godos que no perecieron por la espada o de hambre, la mayoría se refugió en
esta patria de los asturianos’. Y un monje del Monasterio de San Pedro de
Arlanza (967) concluye en forma poética:
‘eran
en poca tierra muchos hombres juntados.
Visquieron castellanos grand tiempo mala vida/
en tierra muy angosta de viandas fallida.
Lacerados muy grand tiempo a la mayor
medida;
véyense en grand miedo con la gent descreyda’.
A seguir, aparecen los repoblamientos
castellanos: de los valles de Cantabria y Vasconia -‘una aventura que se compara a la conquista del oeste americano’- salieron
muchas gentes humildes y desconocidas que iniciaron ese extraordinario fenómeno
foramontano (del latín-germánico foras-mont = ‘fuera de la montaña’), más
tarde impulsado por reyes, condes y abades. A todos estos agentes
‘imperialistas’ interesaba ocupar las zonas deshabitadas y hacerlas producir a
través de nuevos cultivos y diferenciados rebaños. Autores hay que piensan en
la necesidad del reino asturleonés ser obligado a reorganizar aquel territorio
abandonado a la propia suerte mucho más que en repoblar territorios sujetos a
las razias sarracenas. A través de la presura, las tierras de realengo podían
ser ocupadas y roturadas, y sus explotadores se tornaban a partir de ese
sustrato pequeños propietarios libres. De esta forma, la presura originó un repoblamiento disperso y desorganizado. Sin
embargo, en contraste con esa realidad caótica los consejos municipales crearon a su vez núcleos de repoblación bien
definidos y con sistemas demográficos organizados, con nombres y límites
perfectamente demarcados, además de enriquecidos con fueros y cartas-pueblas
otorgadas por reyes, condes y abades cistercienses. Las múltiples repoblaciones
formarán la futura Castilla que comenzó a configurarse territorialmente hacia
el año 800, abarcando en un primer momento las márgenes, valles y afluentes del
Ebro, entre los cuales aparece el río Oja (64,9km) y, que según algunos
historiadores y sus confusas teorías, dio nombre a la Comunidad Autónoma de La Rioja, y de cuya radical derivaría el
topónimo OJEDA u OGEDA con el significado de ‘bosque’, más expresamente ‘abundancia de hojas’ (ver foto de
encima), desprendidas y provenientes de hayas, encinas y arbustos del valle
circundante, y que cubrían sus aguas en algunas épocas del año (otoño). La
evolución natural partiría del término
ogga > ogia (o) > ogie >
oga, palabra que en el caso de la OJEDA
cambió la terminación /A/ del topónimo riojano por el sufijo /EDA/, una terminación
que forma substantivos derivados, por lo general, de nombres de árboles o
plantas, y designa el lugar en que abunda el sustrato primitivo > ‘abundancia de hojas’, en nuestro valle
de La Oj /eda/, así como ocurre en los bosques de La Ri /oja/.
La repoblación de las tierras
castellanoleonesas fue frenada en parte por las incursiones de Abderramán I (731-788), hasta que D. Rodrigo (el Porcelos), primer conde de Castilla
y Álava (860-873), reorganizó el movimiento repoblador tras la ocupación de los
castros de Amaya, Mave (monte Cildá) y Saldaña. La supervivencia de estos
primeros repobladores estuvo casi siempre bajo la dependencia y protección de nobles
o monasterios de alguna importancia, así como de la necesidad para defender los
intereses de los reyes en los territorios de frontera. En virtud de esta situación
local, los condes levantaban fortalezas o castillos (en La Ojeda, el castillo
de Bur) y los monjes hacían una repoblación ‘monástica’ con predominio de la
creación de rebaños sobre los cultivos cerealistas. Sánchez Albornoz nos dirá
que el repoblamiento castellanoleonés fue dirigido por ‘ese dramático resistir y batallar de un pueblo libre en que se habían
fundido tres razas: la cántabra, la germana (goda) y la vasca’. Justo Pérez de Urbel habla de ‘una emigración en masa de gentes de las estribaciones orientales de los
Picos de Europa, donde están las Mazcuerras (a 46km de Santander) hacia Bricia, Campoo, Saldaña. Bajan de
Cabuérniga y Cabezón de la Sal por la Braña del Portillo hasta el nacimiento
del Ebro; pasan cerca de Reinosa y al penetrar en la llanura se convierten en
foramontanos’. Un documento de 814 hace referencia a Malacoria, lugar de donde procedían aquellos foramontanos > los primeros repobladores de Castilla que, de norte
a sur, salían de los montes cantábricos hacia las tierras castellanas, forzados
según algunos escritores por el hambre generalizada, aunque otros prefieran
decir que fue por audacia, aventura y ambición. La ruta de los foramontanos debió seguir la calzada romana que unía
Segísamo/Pisoraca a Portus Blendium, utilizada anteriormente por la Legio IV
Macedónica en el traslado del ganado hacia los pastos de los puertos del
Cantábrico. Para estos hombres (mitad guerreros mitad trabajadores) y gentes de
distintas procedencias y culturas, Castilla se presentaba como la tierra de promisión, soleada y rica de
pan llevar (¡?). Y como nos decía un bloguero de Campoo, debieron ponerse en
marcha ‘a toque de bígaro (molusco) con resonancias marinas, y con la sencillez
de las grandes empresas, arreaban las vacas tudancas con la ijada y avanzaban,
azada al hombro y espada en el cinto’. Y, así lentamente se dirigían hacia el desierto del Duero, buscando amplios horizontes en un despliegue de
avance y retroceso, cultivando tierras y defendiéndolas tras las fronteras
naturales de ríos comarcales como Arlanza/Arlanzón, Pisuerga/Duero, Oja/Ebro
etc, viviendo a la sombra de los diversos castillos o monasterios medievales.
En estos lugares foramontanos, todos
ellos experimentaron la dureza de la vida y la pobreza de aquellos páramos, las
algaradas y pillajes musulmanes, la incertidumbre del mañana, la proximidad del
año 1.000 con sus temores y catástrofes… A cada primavera se repartían aquellas
tierras abandonadas, se (re) construían los poblados, y después como escribía el
bloguero campurriano ‘esperaban el fruto
de la vida y el golpe del sarraceno que deseaba recoger lo que nunca sembrara’.
De esta forma comenzaron obispos, clérigos y abades, labriegos libres y siervos
de la tierra, a ocupar, a deforestar, a labrar los campos incultos y a
llenarlos de pueblos
con nombres de raíces cántabras, vasconas, mozárabes y visigodas.
En La Ojeda/Boedo encontramos, de hecho,
pueblos de ascendencia vascona, navarra o riojana, como Báscones y Olea de
Ojeda, Calahorra de Boedo, El Cueto
(del vasco kotor = ‘peña’) y, principalmente
el nombre de La Ojeda que según esta
etimología significaría ‘bosque denso’. Como dijimos encima, la teoría más
extendida atribuye a La Rioja procedencia toponímica del río Oja: Ángel
Casimiro de Govantes y Pascual Mardoz otorgan al término ‘Oja’ una etimología natural con el significado de ‘bosque adensado’:
derivaría simplemente de la cantidad de hojas desprendidas principalmente por
las hayas, encinas y arbustos de los valles circundantes y que cubrían las
aguas del rio Oja en la zona riojana,
o del río Burejo y otros arroyos en La Ojeda, un topónimo trasplantado por
vascones (inmigrantes ‘vasconavarros’) llegados de las montañas o de las
alturas cántabras. Claudio García Turza encontró en un código del Monasterio de
San Millán de la Cogolla el término rialia,
cuya traducción posterior pasó a ser rivalia,
plural colectivo neutro de rivum (terminación
diminutiva) con el significado de riachuelo
o canaleja. Su evolución posterior pasó
de rivalia a /rialia/riolia/rioja. Según estos historiadores pasó entonces a
designar a toda la comarca original, atravesada por pequeños arroyos que nacen
en los montes Ayagos/montes de Oca o sierra de la Demanda, descienden de la
actual dehesa de Valgañon hacia el noroeste en el caso de La Rioja, o de los
prados húmedos cercanos a la Peña de Cantoral/cordillera Cantábrica tratándose
del río Burejo (33,9km). A veces este río palentino, cuando recoge las aguas
procedentes del deshielo y nevadas invernales, desborda su lecho inundando las
regiones encontradas a lo largo de su cauce. Y como los ríos que surcan la
comarca aledaña de los montes de Oca, con características de pequeñez e
intermitencia, los ‘ríos’ o riachuelos que discurren por La Ojeda son de
modesto caudal con fuerte estiaje en los meses más calurosos del año
(julio/agosto). Sus aguas son bien aprovechadas por los 12 pueblos circundantes
en el regadío de patatas y/o ajos, limitando aún más su caudal en el verano.
Hasta hoy la calidad de sus aguas es
buena (¡?), favoreciendo la abundancia de peces (truchas, bermejas y
cangrejos autóctonos), debido a que no atraviesa núcleos urbanos ni grandes poblaciones,
además de contar con un coto de pesca libre a la altura de Herrera de Pisuerga,
cerca de su desembocadura. Antiguamente, existieron muchos molinos en sus
márgenes, casi siempre en función de las necesidades de sus pueblos
(Colmenares, Amayuelas, Olmos, La Vid y Villabermudo > la foto allí encima retrata
la construcción de un molino y que yo enmarqué a mi paso por aquel lugar).
La evolución natural ocurrió
cuando la terminología popular fue traducida en documentos latinos cultos, ocasionando
la división de la palabra primitiva, y dando lugar al término compuesto rivus de Oia, multiplicando igualmente sus
numerosas variantes = /ogga/oga/ohia/, lo que originó topónimos de
innúmeros términos regionales. Existen diferentes variantes documentadas en la
Edad Media con el nombre de Rio/Oja designando una comarca o demarcación civil
y eclesiástica, colindante con los montes de Oca, un lugar de asentamientos de
diversas poblaciones. Este nombre, nos dice Pascual Mardoz, fue usado
posteriormente para nombrar zonas cada vez más alejadas de la original, (¿sería
el caso de La Ojeda?), llegando a
identificarse con otros territorios, a mediados del siglo XIX, regiones incluso
mayores que La Rioja primitiva tanto en España como en Hispanoamérica
(Argentina y Perú). Curiosamente, en aquella región aparecen dos pueblos
burgaleses con el nombre de Prádanos
(de Bureba y del Tozo), un dato muy emblemático en relación a La Ojeda, visto que nuestro pueblo, Prádanos
de Ojeda, siempre fue considerado el portal o cantón de entrada de toda la
comarca. Incluso, en la Bureba existe un pueblo con el nombre Ojeda de
Caderechas, perteneciente al Ayuntamiento de Rucandio/Burgos. Por extensión
nuestro pueblo tendría dado nombre a toda la región, aunque esto sea apenas una
suposición no comprobada. La primera mención a Rio-Oja aparece en el Fuero de Miranda, un documento concedido
a la ciudad de Miranda de Ebro/Burgos por el rey Alfonso VI (1099) y confirmada
por el rey Alfonso VIII (1117). Hubo otras sucesivas confirmaciones con
distintos monarcas (Sancho III, Fernando IV etc), ratificando el contenido y
vigencia del documento original. Su función más incisiva fue atraer y asentar
poblaciones en un importante nudo de comunicaciones dentro de cierta franja
geográfica sometida a disputas frecuentes sobre su control político entre las
coronas de Castilla y Aragón. Otra curiosidad que refuerza esta toponimia
foránea: la región del Pisuerga siempre fue objeto de disputas históricas entre
leoneses, castellanos y navarros (con Sancho III el Mayor). La importancia jurídica y económica del Fuero de Miranda resultaba patente, dado
que los derechos medievales ej.: el portazgo,
potenciaba el crecimiento local, según uno de sus artículos: ‘todas las personas de Logroño, o de Nájera o
de Rioja que quieran trasladar mercancías al otro lado del Ebro, lo deben hacer
por Logroño o Miranda, y no por otro lugar ni siquiera por barca. De otro modo
perderán las mercancías’. Precisamente, en este fuero mirandés aparece la
primera referencia a La Rioja como rioiia,
traducida posteriormente como Riuum de
Ohia y Rivo de Oia en el
cartulario de Santo Domingo de la Calzada (1150). Por este fuero, la ciudad de Miranda
de Ebro/Burgos se convertía en paso obligado de mercancías y personas entre las
márgenes izquierda (Álava) y derecha (actuales provincias de Burgos y La Rioja),
único paso (puente) regional del caudaloso
río Ebro en aquellos tiempos. Entre los diversos privilegios mercantiles estaba
el mercado semanal celebrado en todos los
miércoles del año con renombre internacional. Para poder participar, los
vecinos de Miranda de Ebro debían pagar una tasa por el paso del pan, la sal y
los frutos, estando libres de otros impuestos las mercancías vendidas en el
mercado. Ya los foráneos (hasta de Francia) que acudiesen a comerciar sus
productos de origen debían pagar el portazgo sobre cualquier tipo de mercancía.
En esa primera mención
documentada (1099), aparecen los términos Rioga
y Riogam, también escritos como Rioxa
y Rioxam, respectivamente. Para el historiador Tomás Ramírez, el nombre
habría sido dado a toda la comarca en época anterior a esa mención o menciones,
haciéndose la transcripción como Rio de Oja, considerada una palabra de lengua romance
en lugar del pomposo latín. La explicación sería esta: según el sociólogo y
escritor Joan Mari Torrealdai, ‘históricamente
La Rioja nace en el siglo XI, tomando el nombre del río Oja para un pequeño territorio que en 1131 alcanzaba hasta Belorado y se diferenciaba
claramente de las tierras próximas a Nájera y Logroño’. La pregunta que nos
inquieta es por qué este ‘enclave’ aparentemente insignificante dio nombre a
toda la región circunvecina, englobando zonas más amplias y económicamente
importantes. Tal vez la explicación la podamos encontrar en un estudio del gran
palentino e historiador, Modesto Lafuente (1806-1866) cuando discurre sobre
este asunto: ‘Sancho Garcés II, apodado de
Abarca, rey de Pamplona/Navarra, pasó el
Ebro y rompiendo por tierras de Nájera, tomó esta ciudad y pasó a tierras que
riega el río Oja apoderándose de Castro Bilibio y de su territorio, donde fundó
poco después la villa de Haro’. Hoy, la ciudad de Haro es considerada la ‘verdadera
capital’ de la Rioja a causa de sus vinos de fama mundial. El padre Mariana
también tiene una frase muy interesante al respecto: ‘el rey Fernando I de Castilla tomó para sí los pueblos y ciudades
sobre que era el pleito, sin que nadie le fuere a la mano ni se le osase
estorbar: estas son Bribiesca, Montes de Oca y parte del territorio por donde
pasa el río Oja que da nombre a la tierra’. Este pleito de que nos habla Juan de Mariana (1536-1624) alude a la
batalla de Altapuerca (1054) cuando Fernando I el Magno, de Castilla y León, recuperó ciertas plazas que Sancho
III el Mayor, de Navarra, había
incorporado a su reino. En 1257 el arciprestazgo de Rio Oja comprendía 52
pueblos, entre los cuales se destacaban Haro (‘el de los judíos’) y Grañón =>
una de las fortalezas más famosas en la Historia de España durante los siglos
IX/XI; servía de atalaya contra las incursiones musulmanas en territorios
cristianos. La población de Grannione
estuvo implicada en las luchas territoriales entre el rey Sancho VI de Navarra
y Alfonso VII de Castilla, en la segunda mitad del siglo XI. Y aún más: esos 52
pueblos del arciprestazgo de Rio-Oja constituyeron la genuina región riojana hasta mediados del siglo XVIII, siendo La Rioja
y Logroño, merindades menores dependientes del merino mayor de Castilla, cargo
de confianza del rey.
Cabe resaltar aquí la importancia
de la ciudad de Haro ya desde tiempos medievales para entender por qué el
nombre de Rio-Oja prevaleció sobre las
otras zonas de la actual Comunidad Autónoma de La Rioja. La existencia del
cultivo de la vid en toda la comarca viene de muy antiguo, según lo demuestran
innumerables documentos, aunque la forma ordenada de los cultivares comenzó en
el siglo XII, siendo los monjes riojanos ubicados en la sierra de la Demanda,
los precursores de la técnica de parrales en tierras altas, y que se extendió
posteriormente hacia las llanuras circundantes buscando mejores condiciones
climáticas. El rey Alfonso VIII concedió a la ciudad de Haro (1187) un fuero
especialísimo donde se lee: ‘aquel que
guarde las mieses, viñas, el ganado
vacuno y el de cerda, no pagará el tributo de foso o trinchera’. Tratase de un tributo bajomedieval conocido
como fonsanera > un servicio
personal en tiempo de guerra (¡casi
siempre era tiempo de guerra!): abrir fosos en derredor de castillos y
fortalezas. Otro rey, Fernando IV el
Emplazado (1301), concedió un segundo privilegio a la ciudad de Haro para
favorecer y alentar la feria semanal que
se celebraba intramuros, y que llegó a tener fama internacional, donde se
comerciaban vinos de excelente calidad. Por aquellas fechas la explotación de
viñedos y la comercialización del vino jarrero
ya eran realidades comentadas por toda España y en el extranjero. En años
posteriores, la ciudad de Haro ya se perfilaba ‘como una villa eminentemente vitícola’. La ciudad de Haro contaba
con 116 bodegas, 65 cuevas y 4 bastardas, con un total de 43.308 cántaras de vino en el año de 1669,
elevándose para 54.854 (1683) y 167.832 (1805), siendo los primeros compradores
extranjeros los comerciantes de Montpellier/Francia. En 1850, adquirieron los
vinos de alta graduación de La Rioja Baja, pero enseguida prevalecieron por su
finura y olor delicioso los vinos de Haro, Briones, Laguardia y Labastida, así
como los vinos extraordinarios de Alfaro y Calahorra en la Rioja Alta. En 1989,
expertos del mundo entero aseveraron que ‘los
mejores vinos riojanos se crían en la Rioja Alta’. Ya hacia la mitad del
siglo XIX, la villa jarrera de Haro fue considerada ‘el puerto seco riojano donde aportaban los arrieros vascos y cántabros
con sus pescados frescos y toda clase de coloniales, ya que sus almacenes y
fábricas suministran a gran parte de Castilla y Aragón’. Más tarde, bajo el
título Bastión de calidad para el vino Rioja, ‘las
postrimerías del siglo XIX vieron nacer en Haro el embrión de la industria
vinícola riojana con la fundación de algunas de las más prestigiosas bodegas’, no
sólo de España, sino también de Europa. Y debido a sus extraordinarias bodegas
situadas en la Alta Rioja, la ciudad de Haro pasó a denominarse la Capital del Rioja, a pesar de la
filoxera, una plaga que afectó a las viñas francesas de Burdeos (1867). Por
eso, hoy como ayer, se puede decir sin cualquier engaño: Logroño es la capital
de la Comunidad Autónoma, pero Haro es la capital del Vino. O como la prensa
testimonió en 1992: ‘Haro ostenta con
todo merecimiento la capitalidad histórica del vino de Rioja. Y ello es debido
no tanto a la indudable calidad de su producción vitícola, cuanto a su intensa
actividad bodeguera’.
A pesar de todas esas explicaciones
históricas, es el Fuero de Miranda que
nos afianza el término más explícito de Ribodeoja.
Otro historiador Joaquín Peña recogió en diferentes documentos, guardados en el
Monasterio de San Millán de la Cogolla (siglos XI/XIV), las apariciones del
término Rioja, siendo sus grafías más
repetidas: /Rivvo de Ogga/ => copiado por otros autores; /in rivo de Oia/, /fluminis Oggensis/, /in rivo de Oggia/, /et rivo de Ogie/, /et rivo de Oga/, /riogia/ etc. En una carta de donación del rey
Alfonso I el Batallador (1133) consta
el término rivo de Oia, repitiendo una
vez más los términos rivo de Ogga (1191)
y /riogia/ (1214). Para muchos otros
escritores, el término Oja tendría
origen etimológico vascuence: la razón más plausible estaría fundamentada en
que ‘durante los siglos en los que pudo
originarse el nombre la comarca original se encontraba influenciada por aquel
idioma’ (Merino Urrutia). Existe en la zona del río Oja numerosa toponimia mayor (pueblos) y menor (riachuelos y accidentes geográficos), lo que prueba la
existencia de tribus (berones y autrigones) que allí vivieron y hablaron el
vascuence (¡?). Mateo Anguiano Nieva afirma que la unión de las palabras ‘/erria/’
> tierra, y ‘/eguia/’ >
pan, formó el topónimo /erriogía/ con
el significado de ‘tierra de pan’, aludiendo al tipo de cultivo predominante en
aquella región cerealista (cf. in
Compendio Historial de la Provincia de La Rioja, 1704).
De todas las formas, digamos con Pérez
Carmona, en su pequeño pero interesante y profundo estudio sobre cualquier
toponimia: ‘no es siempre la historia la
que queda reflejada en la toponimia. Con harta frecuencia es la geografía
local la que ha dado origen a un nombre
de lugar. Es el relieve, los ríos, las fuentes, el clima, la clase de terreno,
su localización, vegetación, cultivos y fauna, los que determinan el nacimiento
de un topónimo’. Los nombres geográficos han aparecido a través de los
siglos, siendo por eso nuestra obligación rastrear y hallar recuerdos
históricos los más variados y curiosos. Esto se torna más verdadero cuando
sabemos que los pueblos de Castilla y León,
junto con sus distintas lenguas (prerromana, latina, árabe, vasca,
castellana e innúmeros dialectos), sus luchas, su organización social, su
economía y sus sentimientos religiosos, han originado una infinidad de nombres
que la ciencia toponímica reconoce como fuentes de la Historia de España. El
propio Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), filólogo, historiador, folclorista y
medievalista de primera línea, confiesa haber encontrado ciertos paralelos
entre algunos topónimos españoles y otros recogidos de diversas culturas
extranjeras. Un estudio aparte debería ser orientado hacia los topónimos celtas
cuyos pueblos llegados a la península antes del siglo VII aC se extendieron
principalmente por las regiones septentrionales y occidentales, donde la
oronimia y la hidronimia (montañas y ríos) han dejado vestigios en las
poblaciones más antiguas. Por ejemplo: muchos ríos de la mitad norte de España
tienen el sufijo /ón/ - Nalón, Carrión, Arlanzón, Rudrón etc. Existen también
radicales duplicados como /Arlanza y Arlanzón/, /Odra y Odrón/ etc. El río Oca
tiene un homónimo en Vizcaya, y tal vez el río
Oja responda a ese origen vascuence. De hecho, para muchos escritores el
río Oja tendría origen vasco, en
tanto que para otros tendría origen latino. En este último caso vale la palabra
definitiva de Menéndez Pidal (sigue la misma opinión de Pascual Mardoz),
copiado por otros muchos autores ej.: Carmen Ortiz Trifol, que emparentan la forma
/olía/ con el vocablo latino /folia/
con el sentido de hoja u hojarasca. Y
argumentan que el propio castillo de Ezcaray (término vasco /Haitz-Caray/ = ‘peña alta’, situado
en la parte alta del río Oja) toma el nombre de este río logroñés. Curiosamente,
en esta villa el rey Carlos III fundó la Real Fábrica de Paños, a la cual
siguieron otras tantas industrias pequeñas, como lo fueron igualmente en
Prádanos de Ojeda/Palencia. Y fue llamado con el término /Oja/ por la abundante vegetación de robledales en las laderas más
soleadas y hayedos en las umbrías, junto a un bosque mixto de hayas, fresnos,
cerezos, tilos, arces (falsamente
confundidos con plátanos), serbales, olmos de montaña y robles albares. Alrededor
de Ezcaray abundan los bosques de ribera en las márgenes del río, lo que
corrobora la opinión del significado de Rioja=
/’abundancia de hojas’/ que Menéndez Pidal atribuye al radical /oj/a. El
rey
Fernando IV
(1312) concedió un fuero especial ‘al valle de la villa de Ojacastro, Ezcaray
etc’, cuya intención seguía siendo repoblar aquella zona, fronteriza con el
reino de Navarra.
Sin embargo, la opinión de
Merino Urrutia (1886-1982), historiador e investigador español, especialmente
sobre temas relacionados con la cuenca del río Oja, además de haber nacido y sido
alcalde de Ojacastro (1912/13), sostiene que el nombre proviene con certeza del
euskera. Y aún más: opina que todo el valle hasta el siglo XIV fue un reducto
del idioma vasco, aunque en otras zonas más llanas de La Rioja la lengua vascuence
ya se había perdido en siglos anteriores. Incluso la justicia castellana a
través de los reyes de Castilla y León reconoció a los habitantes de Ojacastro
el derecho a declarar en vascuence cuando presentes en juicios y en posibles
pleitos por ser hablado tal idioma en aquella zona logroñesa. Fue, según sus
informaciones, la lengua autóctona de los primeros pobladores del valle
(berones, vascones, autrigones, turmogos y várdulos, pueblos limítrofes a los
vascones), apoyándose en las grafías /ogga/
y /oia/ (significaría ‘bosque’, según el filólogo salmantino, Emilio Alarcos Llorach
(1913-1998), catedrático emérito de la Universidad de Oviedo y miembro de la
Real Academia Española) y también en la abundante toponimia menor de dicho
valle. Merino Urrutia llegó a hacer un estudio etnológico comparativo entre La
Rioja y el País Vasco, divulgando algunos documentos como el intitulado ‘Fazaña de Ojacastro’ (siglo XIII) donde
demuestra que el euskera fue un idioma habitual en el Alto Oja a lo largo de aquel
siglo. Y dice más: el vasco se habló tardíamente, por lo menos en la Alta
Rioja, en la Bureba y cercanías de Burgos. Menéndez Pidal en el III Congreso de Estudios Vascos (1923)
aseguró también que el vascuence tendría sido hablado hasta por los vacceos de
la Tierra de Campos (¡?). Y llevemos
en cuenta que Ramón Menéndez Pidal no es vasco, y sí natural de La
Coruña/Galicia. En consecuencia, y aunque sean restos de una época tardía
(siglos IX/X), los vascones pasaron el río Ebro y algunos de sus principales
afluentes (el río Oja, por ejemplo), (re) poblaron primero La Rioja y después la
Bureba = una comarca de Burgos,
regada por una multitud de arroyos y riachuelos que desembocan en el Ebro. El
ensayista, dramaturgo y crítico literario Azorín,
seudónimo del alicantino José Augusto Trinidad (1873-1967), la consideraba ‘la verdadera esencia de Castilla’ y ‘el corazón de la tierra de Burgos’.
Configurada como la Merindad de la Bureba dio personalidad política a esa zona
burgalesa hasta el siglo XVIII. Aquí vamos encontrar los pueblos de Prádanos de
Bureba y Prádanos del Tozo, muy parecidos geográficamente a nuestro Prádanos de
Ojeda, con sus iglesias, ermitas, cosechas y prados circundantes, ciertamente
de menor visibilidad histórica que nuestro amado pueblo, pero localidades casi
idénticas en su repoblación castellana. Las semejanzas de nombre, prados y
gentes son incuestionables. Por tanto, los términos OJEDA, OXEDA o FOGUEDAS de
cartularios y documentos medievales tendrían un origen vascuence con el
significado de ‘bosque’ o ‘tierra de
cereales (pan’); u origen latino si decidimos inclinarnos por el término
/folia/ = hoja, lo que se traduce en ‘abundancia de hojas’ llevadas por las
aguas de ríos y arroyos regionales.
Profundas han sido, por otro lado,
las huellas dejadas por la economía del trigo y otros cereales en las tierras y
campos laborables de nuestros pueblos; muchos son los topónimos relacionados
con el pastoreo en los prados de siega o de dalle, tan abundantes en la comarca
de La Ojeda, por ejemplo. De aquí deriva el topónimo Prádanos (tanto palentino como burgaleses). Pero no quería terminar
este mi razonado sin hablar de una curiosidad semántica y relacionada con las
comarcas de La Ojeda/Palencia y La Bureba/ Burgos. Como se puede ver ambas
tienen algo en común: el término /bur/ encontrado en los topónimos Bur [eba]/Burgos y Bur [ejo]/Palencia. Según nos dice Roberto Gordaliza en su
obra Boedo-Ojeda y Ribera - Apuntes
de Historia, Arte y Toponimia (2004), el término Burejo encontrado en un
diploma del año 967 se llamó en otros tiempos de Eburi; después cambió el nombre para Vur o Bur (términos encontrados en diplomas del rey Alfonso VIII,
cuando el Monasterio de Santa María y San Andrés (1181-1222), conocido
comúnmente como Monasterio de San Andrés
de Arroyo, fue fundado por D. Mencía López de Haro, viuda del conde Álvar
Pérez de Lara (1170-1218), alférez del rey Alfonso VIII de Castilla, y regente
durante la minoría de Enrique I (este murió en Palencia con apenas 13 años, debido
a una teja que se desprendió del tejado y le accidentó mortalmente). El
monasterio fue una fundación cisterciense, cuyo carácter se ha mantenido hasta
hoy, ‘en un lugar apartado y frondoso del
valle de La Ojeda’. La abadesa de San Andrés de Arroyo tenía jurisdicción
civil y penal sobre varios pueblos del entorno, incluido Prádanos de Ojeda,
situado a tan sólo 1km del monasterio. En todos ellos, la abadesa de San Andrés de Arroyo actuaba como ‘señora de horca
y cuchillo’. Por otro lado, la importancia e influencia del monasterio en
aquella comarca ha sido intensa a lo largo de los siglos. Las marcas de sus
canteros se repiten en muchas iglesias rurales próximas, en todas las cuales se
constata el gusto por la decoración no iconográfica del estilo típico
cisterciense (foto). Pues bien: el término Burejo pudiera provenir del árabe al-buri = ‘torre’ en alusión al
imponente castillo de Vega de Vur/Palencia, donde debió ser construida la
famosa fortaleza de La Ojeda, en los inicios de la Reconquista. Este castillo
era la única defensa y el mejor vigilante de piedra a lo largo de la calzada
que conducía a la comarca de Liébana. Bur
o Vur sería abreviatura de Burejo, y
aludía al estrecho valle por donde discurría el río principal, acrecentado por
las aguas de diversos arroyos. Otros autores sustentan que la palabra bur tendría origen vascuence, y sería un
término compuesto de /Ebo/-/uri/,
cuya traducción equivale a ‘castro de Eburi’
(su dueño y señor).
A su vez el topónimo Bureba derivaría de un radical celta, si
bien no me parece tan evidente como lo hacen ver ciertos ‘historiadores’. El
término Bureba, al principio, derivaría del dios Vurovio (‘atestiguado’), una supuesta divinidad patronímica de aquella
comarca. Según esta corriente, la palabra Bureba estaría formada por dos fonemas
distintos: /viiro/ = ‘verdadero’ y
/bor/ = ‘agua burbujeante’. Sin embargo, no me parecen suficientes los
aportes documentales ya que los nombres ‘Burueva’ y ‘Borueva’ sólo surgen en
el siglo XIII, en tanto que en otros cartularios anteriores contamos con una ‘villa de
Eburi’ (867), lo que nos da la idea de que se trata de un nombre propio o
simple propietario. Más en consonancia con su congénere Burejo, la Bureba podría significar ‘abundancia de castros’,
siguiendo la propia epopeya del árabe al-Quilia = ‘tierra de castillos’, ya
que en vascuence el término Bur o Vur pudiera provenir de /Ebo/-/uri/ con
el significado de ‘castro o fortaleza’, propiedad de un tal de Eburi,
posiblemente un señor feudal de poco rango. Si le acrecentamos el sufijo /eban/ = verbo auxiliar vasco con
función de plural y pertenencia, según Jean Leiçarraga (1571), tendríamos /bur/,+
/eban/; de ahí derivaría el término Bureba con la supresión de la /n/ final muy común en estos casos. Así la palabra bureba podría significar una comarca ‘con
muchos castillos o fortalezas’, y no un lugar con ‘aguas burbujeantes’ y ‘verdaderas’
(cristalinas, creo yo), pues en la verdad tratase de una región rodeada por ‘un aro de montes que cierra aquella
depresión, encajonada entre sierras y montes’ (foto). En ese arco montañoso
sobresale el desfiladero de Pancorvo considerado en la historia de la Reconquista
un verdadero corredor -el ‘corredor
de la Bureba’-, paso obligado para todos los peregrinos (jacobeos o no) que
llegaban del noroeste peninsular o de Europa, y demandan la meseta castellana. En
realidad, la Bureba es antes de todo una
‘gran llanura de 900km² rodeada de altas
montañas’, entre los cuales podemos citar los montes de Oca, los montes
Oberenes etc, pero donde encontramos también una región dura, casi inhóspita,
los páramos de Mesa-Sedano, al norte. La llanura de que hablamos es
esencialmente cerealista de secano: sus inmensos campos de trigo tiñen de verde
o amarillo el paisaje conforme la estación del año. Y más: según nos dirijamos
al Ebro o a La Rioja, los campos se van cambiando por los viñedos. Sus ‘ríos’
son pequeños arroyos que confluyen al Tirón, Homino y Oca; los tres cursos fluviales son afluentes
del río Ebro. La Reconquista abrió paso al fenómeno repoblador de los foramontanos, gentes llegadas del Norte
no muy lejano: campesinos, una pequeña nobleza y hombres de iglesia. Sin los
peligros sarracenos, los pueblos se agruparon alrededor de iglesias, ermitas y
monasterios = fuente y camino de 44 pueblos, divididos en entidades
menores, con la capital en Briviesca.
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