quarta-feira, 28 de maio de 2014

Más sobre el topónimo OJEDA (1)



 
              Antes de manifestar mi opinión sobre el adjetivo OJEDA, OGEDA, OXEDA o FOGUEDAS (los tres últimos términos aparecen en cartularios y documentos antiguos), retrocedamos un poco en la historia de nuestras comarcas ‘castellanoleonesas’, y paremos en la región que se denominó en la Historia de España de desierto del Duero, también conocida como tierra de nadie. Esta región dio origen a muchos topónimos, antropónimos, hagiotopónimos,  orónimos, hidrónimos etc. de los cuales derivan diversas localidades palentinas. En los albores del siglo VIII, la expansión musulmana se realizó de una manera muy rápida tras el ocaso del dominio hispanovisigodo en la batalla de Guadalete (711). A partir de este hecho histórico, cada investigador extrae sus propias conclusiones debido a la escasa documentación que conservamos de aquella época. Los interrogantes parten de esta premisa: ‘¿el territorio al norte del río Duero (algunas tierras de las actuales provincias de Palencia, Burgos y La Rioja) quedó totalmente desierto al paso de los distintos caudillos árabes?’. Sánchez Albornoz nos habla de un despoblamiento total y absoluto; ya Menéndez Pidal es de opinión que el ‘desierto del Duero’ nunca se despobló totalmente. Documentos árabes señalan que no fueron sus aceifas la causa principal de aquel despoblamiento castellano. Al contrario, la atribuyen a las sequías prolongadas que se abatieron sobre la región: ellas obligaron a moros y cristianos a replegarse hacia zonas más propicias y fértiles. Estas circunstancias geoclimáticas facilitaron las campañas bélicas de Alfonso I y de su hermano Fruela, estas sí las verdaderas causas de la ‘desertificación’ de los Campos Góticos, pues a su paso el ejército asturleonés incendiaba cosechas y arrasaba villas y poblaciones de las comarcas castellanas. La Crónica de Alfonso III resume tales hazañas con estas palabras: ‘… en todos los castros, villas y aldeas que Alfonso I determinó ocupar, mató a todos los pobladores árabes, y a los cristianos se los llevó consigo [rebaños y enseres] a las tierras del Norte’. Como consecuencia, se consolidó el reino de Asturias, lo que permitió más tarde salir de los estrechos límites de Asturias, Cantabria y Vasconia (mayor parte de la cornisa cantábrica), aumentando considerablemente no sólo la población en los valles cántabros (con fugitivos hispanogodos y mozárabes que llegaban desde las llanuras del Pisuerga, Arlanza y Duero), sino cambiando asimismo el modus vivendi de astures, cántabros y vascones, que asimilaron las instituciones hispanogodas y transformaron su comportamiento cultural, social y económico (hasta entonces muy atrasado), en un proceso de aculturación con fuerte influencia de los monasterios cistercienses, instalados en los diferentes valles comarcales ej.: Ribera del Pisuerga, La Ojeda, Boedo, Valdavia, Vega de Saldaña y Carrión etc. Este subsecuente repoblamiento estará documentado a lo largo de los siglos VIII/X. La crisis mozárabes y las revueltas muladís debilitaron aún más los dominios árabes en los territorios que se extendían desde la cordillera Cantábrica hasta el río Duero (unos 250km en dirección N/S), principalmente entre los ríos Cea/Esla al oeste, el Pisuerga al centro (‘columna vertebral de Palencia’, en los límites fronterizos con la provincia de Burgos), y los valles y ríos próximos a la sierra de la Demanda al este ej.: parte de la Alta Rioja. Esta huida de los habitantes de la Meseta hacia los refugios del Norte y valles cantábricos es descrita por el Anónimo Mozárabe: ‘dirigiéndose los fugitivos a las montañas, sucumbieron de hambre’, debido a la acentuada superpoblación. La Crónica de Alfonso III nos dirá igualmente: ‘entre los godos que no perecieron por la espada o de hambre, la mayoría se refugió en esta patria de los asturianos’. Y un monje del Monasterio de San Pedro de Arlanza (967) concluye en forma poética:
           eran en poca tierra muchos hombres juntados.
           Visquieron castellanos grand tiempo mala vida/
           en tierra muy angosta de viandas fallida.
          Lacerados muy grand tiempo a la mayor medida;
          véyense en grand miedo con la gent descreyda’. 
                  A seguir, aparecen los repoblamientos castellanos: de los valles de Cantabria y Vasconia -‘una aventura que se compara a la conquista del oeste americano’- salieron muchas gentes humildes y desconocidas que iniciaron ese extraordinario fenómeno foramontano (del latín-germánico foras-mont = ‘fuera de la montaña’), más tarde impulsado por reyes, condes y abades. A todos estos agentes ‘imperialistas’ interesaba ocupar las zonas deshabitadas y hacerlas producir a través de nuevos cultivos y diferenciados rebaños. Autores hay que piensan en la necesidad del reino asturleonés ser obligado a reorganizar aquel territorio abandonado a la propia suerte mucho más que en repoblar territorios sujetos a las razias sarracenas.  A través de la presura, las tierras de realengo podían ser ocupadas y roturadas, y sus explotadores se tornaban a partir de ese sustrato pequeños propietarios libres. De esta forma, la presura originó un repoblamiento disperso y desorganizado. Sin embargo, en contraste con esa realidad caótica los consejos municipales crearon a su vez núcleos de repoblación bien definidos y con sistemas demográficos organizados, con nombres y límites perfectamente demarcados, además de enriquecidos con fueros y cartas-pueblas otorgadas por reyes, condes y abades cistercienses. Las múltiples repoblaciones formarán la futura Castilla que comenzó a configurarse territorialmente hacia el año 800, abarcando en un primer momento las márgenes, valles y afluentes del Ebro, entre los cuales aparece el río Oja (64,9km) y, que según algunos historiadores y sus confusas teorías, dio nombre a la Comunidad Autónoma de La Rioja, y de cuya radical derivaría el topónimo OJEDA u OGEDA con el significado de ‘bosque’, más expresamente ‘abundancia de hojas’ (ver foto de encima), desprendidas y provenientes de hayas, encinas y arbustos del valle circundante, y que cubrían sus aguas en algunas épocas del año (otoño). La evolución natural partiría del término ogga > ogia (o) >  ogie > oga, palabra que en el caso de la OJEDA cambió la terminación /A/ del topónimo riojano por el sufijo /EDA/, una terminación que forma substantivos derivados, por lo general, de nombres de árboles o plantas, y designa el lugar en que abunda el sustrato primitivo > ‘abundancia de hojas’, en nuestro valle de La Oj /eda/, así como ocurre en los bosques de La Ri /oja/.   
              La repoblación de las tierras castellanoleonesas fue frenada en parte por las incursiones de  Abderramán I (731-788), hasta que D. Rodrigo (el Porcelos), primer conde de Castilla y Álava (860-873), reorganizó el movimiento repoblador tras la ocupación de los castros de Amaya, Mave (monte Cildá) y Saldaña. La supervivencia de estos primeros repobladores estuvo casi siempre bajo la dependencia y protección de nobles o monasterios de alguna importancia, así como de la necesidad para defender los intereses de los reyes en los territorios de frontera. En virtud de esta situación local, los condes levantaban fortalezas o castillos (en La Ojeda, el castillo de Bur) y los monjes hacían una repoblación ‘monástica’ con predominio de la creación de rebaños sobre los cultivos cerealistas. Sánchez Albornoz nos dirá que el repoblamiento castellanoleonés fue dirigido por ‘ese dramático resistir y batallar de un pueblo libre en que se habían fundido tres razas: la cántabra, la germana (goda) y la vasca’. Justo Pérez de Urbel habla de ‘una emigración en masa de gentes de las estribaciones orientales de los Picos de Europa, donde están las Mazcuerras (a 46km de Santander) hacia Bricia, Campoo, Saldaña. Bajan de Cabuérniga y Cabezón de la Sal por la Braña del Portillo hasta el nacimiento del Ebro; pasan cerca de Reinosa y al penetrar en la llanura se convierten en foramontanos’. Un documento de 814 hace referencia a Malacoria, lugar de donde procedían aquellos foramontanos > los primeros repobladores de Castilla que, de norte a sur, salían de los montes cantábricos hacia las tierras castellanas, forzados según algunos escritores por el hambre generalizada, aunque otros prefieran decir que fue por audacia, aventura y ambición. La ruta de los foramontanos debió seguir la calzada romana que unía Segísamo/Pisoraca a Portus Blendium, utilizada anteriormente por la Legio IV Macedónica en el traslado del ganado hacia los pastos de los puertos del Cantábrico. Para estos hombres (mitad guerreros mitad trabajadores) y gentes de distintas procedencias y culturas, Castilla se presentaba como la tierra de promisión, soleada y rica de pan llevar (¡?). Y como nos decía un bloguero de Campoo, debieron ponerse en marcha ‘a toque de bígaro (molusco) con resonancias marinas, y con la sencillez de las grandes empresas, arreaban las vacas tudancas con la ijada y avanzaban, azada al hombro y espada en el cinto’. Y, así lentamente se dirigían hacia el desierto del Duero, buscando amplios horizontes en un despliegue de avance y retroceso, cultivando tierras y defendiéndolas tras las fronteras naturales de ríos comarcales como Arlanza/Arlanzón, Pisuerga/Duero, Oja/Ebro etc, viviendo a la sombra de los diversos castillos o monasterios medievales. En estos lugares foramontanos, todos ellos experimentaron la dureza de la vida y la pobreza de aquellos páramos, las algaradas y pillajes musulmanes, la incertidumbre del mañana, la proximidad del año 1.000 con sus temores y catástrofes… A cada primavera se repartían aquellas tierras abandonadas, se (re) construían los poblados, y después como escribía el bloguero campurriano ‘esperaban el fruto de la vida y el golpe del sarraceno que deseaba recoger lo que nunca sembrara’. De esta forma comenzaron obispos, clérigos y abades, labriegos libres y siervos de la tierra, a ocupar, a deforestar, a labrar los campos incultos y a llenarlos de pueblos con nombres de raíces cántabras, vasconas, mozárabes y visigodas.                  
           En La Ojeda/Boedo encontramos, de hecho, pueblos de ascendencia vascona, navarra o riojana, como Báscones y Olea de Ojeda, Calahorra de Boedo, El Cueto (del vasco kotor = ‘peña’) y, principalmente el nombre de La Ojeda que según esta etimología significaría ‘bosque denso’. Como dijimos encima, la teoría más extendida atribuye a La Rioja procedencia toponímica del río Oja: Ángel Casimiro de Govantes y Pascual Mardoz otorgan al término ‘Oja’ una etimología natural con el significado de ‘bosque adensado’: derivaría simplemente de la cantidad de hojas desprendidas principalmente por las hayas, encinas y arbustos de los valles circundantes y que cubrían las aguas del rio Oja en la zona riojana, o del río Burejo y otros arroyos en La Ojeda, un topónimo trasplantado por vascones (inmigrantes ‘vasconavarros’) llegados de las montañas o de las alturas cántabras. Claudio García Turza encontró en un código del Monasterio de San Millán de la Cogolla el término rialia, cuya traducción posterior pasó a ser rivalia, plural colectivo neutro de rivum (terminación diminutiva) con el significado de riachuelo o canaleja. Su evolución posterior pasó de rivalia a /rialia/riolia/rioja. Según estos historiadores pasó entonces a designar a toda la comarca original, atravesada por pequeños arroyos que nacen en los montes Ayagos/montes de Oca o sierra de la Demanda, descienden de la actual dehesa de Valgañon hacia el noroeste en el caso de La Rioja, o de los prados húmedos cercanos a la Peña de Cantoral/cordillera Cantábrica tratándose del río Burejo (33,9km). A veces este río palentino, cuando recoge las aguas procedentes del deshielo y nevadas invernales, desborda su lecho inundando las regiones encontradas a lo largo de su cauce. Y como los ríos que surcan la comarca aledaña de los montes de Oca, con características de pequeñez e intermitencia, los ‘ríos’ o riachuelos que discurren por La Ojeda son de modesto caudal con fuerte estiaje en los meses más calurosos del año (julio/agosto). Sus aguas son bien aprovechadas por los 12 pueblos circundantes en el regadío de patatas y/o ajos, limitando aún más su caudal en el verano. Hasta hoy la calidad de sus aguas es buena (¡?), favoreciendo la abundancia de peces (truchas, bermejas y cangrejos autóctonos), debido a que no atraviesa núcleos urbanos ni grandes poblaciones, además de contar con un coto de pesca libre a la altura de Herrera de Pisuerga, cerca de su desembocadura. Antiguamente, existieron muchos molinos en sus márgenes, casi siempre en función de las necesidades de sus pueblos (Colmenares, Amayuelas, Olmos, La Vid y Villabermudo > la foto allí encima retrata la construcción de un molino y que yo enmarqué a mi paso por aquel lugar).         
                 La evolución natural ocurrió cuando la terminología popular fue traducida en documentos latinos cultos, ocasionando la división de la palabra primitiva, y dando lugar al término compuesto rivus de Oia, multiplicando igualmente sus numerosas variantes = /ogga/oga/ohia/, lo que originó topónimos de innúmeros términos regionales. Existen diferentes variantes documentadas en la Edad Media con el nombre de Rio/Oja designando una comarca o demarcación civil y eclesiástica, colindante con los montes de Oca, un lugar de asentamientos de diversas poblaciones. Este nombre, nos dice Pascual Mardoz, fue usado posteriormente para nombrar zonas cada vez más alejadas de la original, (¿sería el caso de La Ojeda?), llegando a identificarse con otros territorios, a mediados del siglo XIX, regiones incluso mayores que La Rioja primitiva tanto en España como en Hispanoamérica (Argentina y Perú). Curiosamente, en aquella región aparecen dos pueblos burgaleses con el nombre de Prádanos (de Bureba y del Tozo), un dato muy emblemático en relación a La Ojeda, visto que nuestro pueblo, Prádanos de Ojeda, siempre fue considerado el portal o cantón de entrada de toda la comarca. Incluso, en la Bureba existe un pueblo con el nombre Ojeda de Caderechas, perteneciente al Ayuntamiento de Rucandio/Burgos. Por extensión nuestro pueblo tendría dado nombre a toda la región, aunque esto sea apenas una suposición no comprobada. La primera mención a Rio-Oja aparece en el Fuero de Miranda, un documento concedido a la ciudad de Miranda de Ebro/Burgos por el rey Alfonso VI (1099) y confirmada por el rey Alfonso VIII (1117). Hubo otras sucesivas confirmaciones con distintos monarcas (Sancho III, Fernando IV etc), ratificando el contenido y vigencia del documento original. Su función más incisiva fue atraer y asentar poblaciones en un importante nudo de comunicaciones dentro de cierta franja geográfica sometida a disputas frecuentes sobre su control político entre las coronas de Castilla y Aragón. Otra curiosidad que refuerza esta toponimia foránea: la región del Pisuerga siempre fue objeto de disputas históricas entre leoneses, castellanos y navarros (con Sancho III el Mayor). La importancia jurídica y económica del Fuero de Miranda resultaba patente, dado que los derechos medievales ej.: el portazgo,  potenciaba el crecimiento local, según uno de sus artículos: ‘todas las personas de Logroño, o de Nájera o de Rioja que quieran trasladar mercancías al otro lado del Ebro, lo deben hacer por Logroño o Miranda, y no por otro lugar ni siquiera por barca. De otro modo perderán las mercancías’. Precisamente, en este fuero mirandés aparece la primera referencia a La Rioja como rioiia, traducida posteriormente como Riuum de Ohia y Rivo de Oia en el cartulario de Santo Domingo de la Calzada (1150). Por este fuero, la ciudad de Miranda de Ebro/Burgos se convertía en paso obligado de mercancías y personas entre las márgenes izquierda (Álava) y derecha (actuales provincias de Burgos y La Rioja), único paso (puente) regional del caudaloso río Ebro en aquellos tiempos. Entre los diversos privilegios mercantiles estaba el mercado semanal  celebrado en todos los miércoles del año con renombre internacional. Para poder participar, los vecinos de Miranda de Ebro debían pagar una tasa por el paso del pan, la sal y los frutos, estando libres de otros impuestos las mercancías vendidas en el mercado. Ya los foráneos (hasta de Francia) que acudiesen a comerciar sus productos de origen debían pagar el portazgo sobre cualquier tipo de mercancía.                      
                 En esa primera mención documentada (1099), aparecen los términos Rioga y Riogam, también escritos como Rioxa y Rioxam, respectivamente. Para el historiador Tomás Ramírez, el nombre habría sido dado a toda la comarca en época anterior a esa mención o menciones, haciéndose la transcripción como Rio de Oja, considerada una palabra de lengua romance en lugar del pomposo latín. La explicación sería esta: según el sociólogo y escritor Joan Mari Torrealdai, ‘históricamente La Rioja nace en el siglo XI, tomando el nombre del río Oja para un pequeño territorio que en 1131 alcanzaba hasta Belorado y se diferenciaba claramente de las tierras próximas a Nájera y Logroño’. La pregunta que nos inquieta es por qué este ‘enclave’ aparentemente insignificante dio nombre a toda la región circunvecina, englobando zonas más amplias y económicamente importantes. Tal vez la explicación la podamos encontrar en un estudio del gran palentino e historiador, Modesto Lafuente (1806-1866) cuando discurre sobre este asunto: ‘Sancho Garcés II, apodado de Abarca, rey de Pamplona/Navarra, pasó el Ebro y rompiendo por tierras de Nájera, tomó esta ciudad y pasó a tierras que riega el río Oja apoderándose de Castro Bilibio y de su territorio, donde fundó poco después la villa de Haro’. Hoy, la ciudad de Haro es considerada la ‘verdadera capital’ de la Rioja a causa de sus vinos de fama mundial. El padre Mariana también tiene una frase muy interesante al respecto: ‘el rey Fernando I de Castilla tomó para sí los pueblos y ciudades sobre que era el pleito, sin que nadie le fuere a la mano ni se le osase estorbar: estas son Bribiesca, Montes de Oca y parte del territorio por donde pasa el río Oja que da nombre a la tierra’. Este pleito de que nos habla Juan de Mariana (1536-1624) alude a la batalla de Altapuerca (1054) cuando Fernando I el Magno, de Castilla y León, recuperó ciertas plazas que Sancho III el Mayor, de Navarra, había incorporado a su reino. En 1257 el arciprestazgo de Rio Oja comprendía 52 pueblos, entre los cuales se destacaban Haro (‘el de los judíos’) y Grañón => una de las fortalezas más famosas en la Historia de España durante los siglos IX/XI; servía de atalaya contra las incursiones musulmanas en territorios cristianos. La población de Grannione estuvo implicada en las luchas territoriales entre el rey Sancho VI de Navarra y Alfonso VII de Castilla, en la segunda mitad del siglo XI. Y aún más: esos 52 pueblos del arciprestazgo de Rio-Oja constituyeron la genuina región riojana hasta mediados del siglo XVIII, siendo La Rioja y Logroño, merindades menores dependientes del merino mayor de Castilla, cargo de confianza del rey.
             Cabe resaltar aquí la importancia de la ciudad de Haro ya desde tiempos medievales para entender por qué el nombre de Rio-Oja prevaleció sobre las otras zonas de la actual Comunidad Autónoma de La Rioja. La existencia del cultivo de la vid en toda la comarca viene de muy antiguo, según lo demuestran innumerables documentos, aunque la forma ordenada de los cultivares comenzó en el siglo XII, siendo los monjes riojanos ubicados en la sierra de la Demanda, los precursores de la técnica de parrales en tierras altas, y que se extendió posteriormente hacia las llanuras circundantes buscando mejores condiciones climáticas. El rey Alfonso VIII concedió a la ciudad de Haro (1187) un fuero especialísimo donde se lee: ‘aquel que guarde las mieses, viñas, el ganado vacuno y el de cerda, no pagará el tributo de foso o trinchera’. Tratase de un tributo bajomedieval conocido como fonsanera > un servicio personal en tiempo de guerra (¡casi siempre era tiempo de guerra!): abrir fosos en derredor de castillos y fortalezas. Otro rey, Fernando IV el Emplazado (1301), concedió un segundo privilegio a la ciudad de Haro para favorecer y alentar la feria semanal que se celebraba intramuros, y que llegó a tener fama internacional, donde se comerciaban vinos de excelente calidad. Por aquellas fechas la explotación de viñedos y la comercialización del vino jarrero ya eran realidades comentadas por toda España y en el extranjero. En años posteriores, la ciudad de Haro ya se perfilaba ‘como una villa eminentemente vitícola’. La ciudad de Haro contaba con 116 bodegas, 65 cuevas y 4 bastardas, con un total de  43.308 cántaras de vino en el año de 1669, elevándose para 54.854 (1683) y 167.832 (1805), siendo los primeros compradores extranjeros los comerciantes de Montpellier/Francia. En 1850, adquirieron los vinos de alta graduación de La Rioja Baja, pero enseguida prevalecieron por su finura y olor delicioso los vinos de Haro, Briones, Laguardia y Labastida, así como los vinos extraordinarios de Alfaro y Calahorra en la Rioja Alta. En 1989, expertos del mundo entero aseveraron que ‘los mejores vinos riojanos se crían en la Rioja Alta’. Ya hacia la mitad del siglo XIX, la villa jarrera de Haro fue considerada ‘el puerto seco riojano donde aportaban los arrieros vascos y cántabros con sus pescados frescos y toda clase de coloniales, ya que sus almacenes y fábricas suministran a gran parte de Castilla y Aragón’. Más tarde, bajo el título Bastión  de calidad para el vino Rioja,las postrimerías del siglo XIX vieron nacer en Haro el embrión de la industria vinícola riojana con la fundación de algunas de las más prestigiosas bodegas’, no sólo de España, sino también de Europa. Y debido a sus extraordinarias bodegas situadas en la Alta Rioja, la ciudad de Haro pasó a denominarse la Capital del Rioja, a pesar de la filoxera, una plaga que afectó a las viñas francesas de Burdeos (1867). Por eso, hoy como ayer, se puede decir sin cualquier engaño: Logroño es la capital de la Comunidad Autónoma, pero Haro es la capital del Vino. O como la prensa testimonió en 1992: ‘Haro ostenta con todo merecimiento la capitalidad histórica del vino de Rioja. Y ello es debido no tanto a la indudable calidad de su producción vitícola, cuanto a su intensa actividad bodeguera’.
            A pesar de todas esas explicaciones históricas, es el Fuero de Miranda que nos afianza el término más explícito de Ribodeoja. Otro historiador Joaquín Peña recogió en diferentes documentos, guardados en el Monasterio de San Millán de la Cogolla (siglos XI/XIV), las apariciones del término Rioja, siendo sus grafías más repetidas: /Rivvo de Ogga/ => copiado por otros autores; /in rivo de Oia/, /fluminis Oggensis/, /in rivo de Oggia/, /et rivo de Ogie/, /et rivo de Oga/, /riogia/ etc. En una carta de donación del rey Alfonso I el Batallador (1133) consta el término rivo de Oia, repitiendo una vez más los términos rivo de Ogga (1191) y /riogia/ (1214). Para muchos otros escritores, el término Oja tendría origen etimológico vascuence: la razón más plausible estaría fundamentada en que ‘durante los siglos en los que pudo originarse el nombre la comarca original se encontraba influenciada por aquel idioma’ (Merino Urrutia). Existe en la zona del río Oja numerosa toponimia mayor (pueblos) y menor (riachuelos y accidentes geográficos), lo que prueba la existencia de tribus (berones y autrigones) que allí vivieron y hablaron el vascuence (¡?). Mateo Anguiano Nieva afirma que la unión de las palabras ‘/erria/’  > tierra, y ‘/eguia/’ > pan, formó el topónimo /erriogía/ con el significado de ‘tierra de pan’, aludiendo al tipo de cultivo predominante en aquella región cerealista  (cf. in Compendio Historial de la Provincia de La Rioja, 1704).
           De todas las formas, digamos con Pérez Carmona, en su pequeño pero interesante y profundo estudio sobre cualquier toponimia: ‘no es siempre la historia la que queda reflejada en la toponimia. Con harta frecuencia es la geografía local la que ha dado origen a un nombre de lugar. Es el relieve, los ríos, las fuentes, el clima, la clase de terreno, su localización, vegetación, cultivos y fauna, los que determinan el nacimiento de un topónimo’. Los nombres geográficos han aparecido a través de los siglos, siendo por eso nuestra obligación rastrear y hallar recuerdos históricos los más variados y curiosos. Esto se torna más verdadero cuando sabemos que los pueblos de Castilla y León,  junto con sus distintas lenguas (prerromana, latina, árabe, vasca, castellana e innúmeros dialectos), sus luchas, su organización social, su economía y sus sentimientos religiosos, han originado una infinidad de nombres que la ciencia toponímica reconoce como fuentes de la Historia de España. El propio Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), filólogo, historiador, folclorista y medievalista de primera línea, confiesa haber encontrado ciertos paralelos entre algunos topónimos españoles y otros recogidos de diversas culturas extranjeras. Un estudio aparte debería ser orientado hacia los topónimos celtas cuyos pueblos llegados a la península antes del siglo VII aC se extendieron principalmente por las regiones septentrionales y occidentales, donde la oronimia y la hidronimia (montañas y ríos) han dejado vestigios en las poblaciones más antiguas. Por ejemplo: muchos ríos de la mitad norte de España tienen el sufijo /ón/ - Nalón, Carrión, Arlanzón, Rudrón etc. Existen también radicales duplicados como /Arlanza y Arlanzón/, /Odra y Odrón/ etc. El río Oca tiene un homónimo en Vizcaya, y tal vez el río Oja responda a ese origen vascuence. De hecho, para muchos escritores el río Oja tendría origen vasco, en tanto que para otros tendría origen latino. En este último caso vale la palabra definitiva de Menéndez Pidal (sigue la misma opinión de Pascual Mardoz), copiado por otros muchos autores ej.: Carmen Ortiz Trifol, que emparentan la forma /olía/ con el vocablo latino /folia/ con el sentido de hoja u hojarasca. Y argumentan que el propio castillo de Ezcaray (término vasco /Haitz-Caray/ = ‘peña alta’, situado en la parte alta del río Oja) toma el nombre de este río logroñés. Curiosamente, en esta villa el rey Carlos III fundó la Real Fábrica de Paños, a la cual siguieron otras tantas industrias pequeñas, como lo fueron igualmente en Prádanos de Ojeda/Palencia. Y fue llamado con el término /Oja/ por la abundante vegetación de robledales en las laderas más soleadas y hayedos en las umbrías, junto a un bosque mixto de hayas, fresnos, cerezos, tilos, arces (falsamente confundidos con plátanos), serbales, olmos de montaña y robles albares. Alrededor de Ezcaray abundan los bosques de ribera en las márgenes del río, lo que corrobora la opinión del significado de Rioja= /’abundancia de hojas’/ que Menéndez Pidal atribuye al radical /oj/a. El rey Fernando IV (1312) concedió un fuero especial ‘al valle de la villa de Ojacastro, Ezcaray etc’, cuya intención seguía siendo repoblar aquella zona, fronteriza con el reino de Navarra.         
                 Sin embargo, la opinión de Merino Urrutia (1886-1982), historiador e investigador español, especialmente sobre temas relacionados con la cuenca del río Oja, además de haber nacido y sido alcalde de Ojacastro (1912/13), sostiene que el nombre proviene con certeza del euskera. Y aún más: opina que todo el valle hasta el siglo XIV fue un reducto del idioma vasco, aunque en otras zonas más llanas de La Rioja la lengua vascuence ya se había perdido en siglos anteriores. Incluso la justicia castellana a través de los reyes de Castilla y León reconoció a los habitantes de Ojacastro el derecho a declarar en vascuence cuando presentes en juicios y en posibles pleitos por ser hablado tal idioma en aquella zona logroñesa. Fue, según sus informaciones, la lengua autóctona de los primeros pobladores del valle (berones, vascones, autrigones, turmogos y várdulos, pueblos limítrofes a los vascones), apoyándose en las grafías /ogga/ y /oia/  (significaría ‘bosque’, según el filólogo salmantino, Emilio Alarcos Llorach (1913-1998), catedrático emérito de la Universidad de Oviedo y miembro de la Real Academia Española) y también en la abundante toponimia menor de dicho valle. Merino Urrutia llegó a hacer un estudio etnológico comparativo entre La Rioja y el País Vasco, divulgando algunos documentos como el intitulado ‘Fazaña de Ojacastro’ (siglo XIII) donde demuestra que el euskera fue un idioma habitual en el Alto Oja a lo largo de aquel siglo. Y dice más: el vasco se habló tardíamente, por lo menos en la Alta Rioja, en la Bureba y cercanías de Burgos. Menéndez Pidal en el III Congreso de Estudios Vascos (1923) aseguró también que el vascuence tendría sido hablado hasta por los vacceos de la Tierra de Campos (¡?). Y llevemos en cuenta que Ramón Menéndez Pidal no es vasco, y sí natural de La Coruña/Galicia. En consecuencia, y aunque sean restos de una época tardía (siglos IX/X), los vascones pasaron el río Ebro y algunos de sus principales afluentes (el río Oja, por ejemplo), (re) poblaron primero La Rioja y después la Bureba = una comarca de Burgos, regada por una multitud de arroyos y riachuelos que desembocan en el Ebro. El ensayista, dramaturgo y crítico literario Azorín, seudónimo del alicantino José Augusto Trinidad (1873-1967), la consideraba ‘la verdadera esencia de Castilla’ y ‘el corazón de la tierra de Burgos’. Configurada como la Merindad de la Bureba dio personalidad política a esa zona burgalesa hasta el siglo XVIII. Aquí vamos encontrar los pueblos de Prádanos de Bureba y Prádanos del Tozo, muy parecidos geográficamente a nuestro Prádanos de Ojeda, con sus iglesias, ermitas, cosechas y prados circundantes, ciertamente de menor visibilidad histórica que nuestro amado pueblo, pero localidades casi idénticas en su repoblación castellana. Las semejanzas de nombre, prados y gentes son incuestionables. Por tanto, los términos OJEDA, OXEDA o FOGUEDAS de cartularios y documentos medievales tendrían un origen vascuence con el significado de ‘bosque’ o  ‘tierra de cereales (pan’); u origen latino si decidimos inclinarnos por el término /folia/ = hoja, lo que se traduce en ‘abundancia de hojas’ llevadas por las aguas de ríos y arroyos  regionales.
                 Profundas han sido, por otro lado, las huellas dejadas por la economía del trigo y otros cereales en las tierras y campos laborables de nuestros pueblos; muchos son los topónimos relacionados con el pastoreo en los prados de siega o de dalle, tan abundantes en la comarca de La Ojeda, por ejemplo. De aquí deriva el topónimo Prádanos (tanto palentino como burgaleses). Pero no quería terminar este mi razonado sin hablar de una curiosidad semántica y relacionada con las comarcas de La Ojeda/Palencia y La Bureba/ Burgos. Como se puede ver ambas tienen algo en común: el término /bur/ encontrado en los topónimos Bur [eba]/Burgos y Bur [ejo]/Palencia. Según nos dice  Roberto Gordaliza en su obra Boedo-Ojeda y Ribera - Apuntes de Historia, Arte y Toponimia (2004), el término Burejo encontrado en un diploma del año 967 se llamó en otros tiempos de Eburi; después cambió el nombre para Vur o Bur (términos encontrados en diplomas del rey Alfonso VIII, cuando el Monasterio de Santa María y San Andrés (1181-1222), conocido comúnmente como Monasterio de San Andrés de Arroyo, fue fundado por D. Mencía López de Haro, viuda del conde Álvar Pérez de Lara (1170-1218), alférez del rey Alfonso VIII de Castilla, y regente durante la minoría de Enrique I (este murió en Palencia con apenas 13 años, debido a una teja que se desprendió del tejado y le accidentó mortalmente). El monasterio fue una fundación cisterciense, cuyo carácter se ha mantenido hasta hoy, ‘en un lugar apartado y frondoso del valle de La Ojeda’. La abadesa de San Andrés de Arroyo tenía jurisdicción civil y penal sobre varios pueblos del entorno, incluido Prádanos de Ojeda, situado a tan sólo 1km del monasterio. En todos ellos, la abadesa de San Andrés de Arroyo actuaba como ‘señora de horca y cuchillo’. Por otro lado, la importancia e influencia del monasterio en aquella comarca ha sido intensa a lo largo de los siglos. Las marcas de sus canteros se repiten en muchas iglesias rurales próximas, en todas las cuales se constata el gusto por la decoración no iconográfica del estilo típico cisterciense (foto). Pues bien: el término Burejo pudiera provenir del árabe al-buri = ‘torre’ en alusión al imponente castillo de Vega de Vur/Palencia, donde debió ser construida la famosa fortaleza de La Ojeda, en los inicios de la Reconquista. Este castillo era la única defensa y el mejor vigilante de piedra a lo largo de la calzada que conducía a la comarca de Liébana. Bur o Vur sería abreviatura de Burejo, y aludía al estrecho valle por donde discurría el río principal, acrecentado por las aguas de diversos arroyos. Otros autores sustentan que la palabra bur tendría origen vascuence, y sería un término compuesto de /Ebo/-/uri/, cuya traducción equivale a ‘castro de Eburi’ (su dueño y señor).             
           A su vez el topónimo Bureba derivaría de un radical celta, si bien no me parece tan evidente como lo hacen ver ciertos ‘historiadores’. El término Bureba, al principio,  derivaría del dios Vurovio (‘atestiguado’), una supuesta divinidad patronímica de aquella comarca. Según esta corriente, la palabra Bureba estaría formada por dos fonemas distintos: /viiro/ = ‘verdadero’ y /bor/ = ‘agua burbujeante’.  Sin embargo, no me parecen suficientes los aportes documentales ya que los nombres ‘Burueva’ y ‘Borueva’ sólo surgen en el siglo XIII, en tanto que en otros cartularios anteriores contamos con una ‘villa de Eburi’ (867), lo que nos da la idea de que se trata de un nombre propio o simple propietario. Más en consonancia con su congénere Burejo, la Bureba podría significar ‘abundancia de castros’, siguiendo la propia epopeya del árabe al-Quilia = ‘tierra de castillos’, ya que en vascuence el término Bur o Vur pudiera provenir de /Ebo/-/uri/ con el significado de ‘castro o fortaleza’, propiedad de un tal de Eburi, posiblemente un señor feudal de poco rango. Si le acrecentamos el sufijo /eban/ = verbo auxiliar vasco con función de plural y pertenencia, según Jean Leiçarraga (1571), tendríamos /bur/,+ /eban/; de ahí derivaría el término Bureba con la supresión de la /n/ final muy común en estos casos. Así la palabra bureba podría significar una comarca ‘con muchos castillos o fortalezas’, y no un lugar con ‘aguas burbujeantes’ y ‘verdaderas’ (cristalinas, creo yo), pues en la verdad tratase de una región rodeada por ‘un aro de montes que cierra aquella depresión, encajonada entre sierras y montes’ (foto). En ese arco montañoso sobresale el desfiladero de Pancorvo considerado en la historia de la Reconquista un verdadero corredor -el ‘corredor de la Bureba’-, paso obligado para todos los peregrinos (jacobeos o no) que llegaban del noroeste peninsular o de Europa, y demandan la meseta castellana. En realidad, la Bureba es antes de todo una ‘gran llanura de 900km² rodeada de altas montañas’, entre los cuales podemos citar los montes de Oca, los montes Oberenes etc, pero donde encontramos también una región dura, casi inhóspita, los páramos de Mesa-Sedano, al norte. La llanura de que hablamos es esencialmente cerealista de secano: sus inmensos campos de trigo tiñen de verde o amarillo el paisaje conforme la estación del año. Y más: según nos dirijamos al Ebro o a La Rioja, los campos se van cambiando por los viñedos. Sus ‘ríos’ son pequeños arroyos que confluyen al Tirón, Homino y Oca; los tres cursos fluviales son afluentes del río Ebro. La Reconquista abrió paso al fenómeno repoblador de los foramontanos, gentes llegadas del Norte no muy lejano: campesinos, una pequeña nobleza y hombres de iglesia. Sin los peligros sarracenos, los pueblos se agruparon alrededor de iglesias, ermitas y monasterios = fuente y camino de 44 pueblos, divididos en entidades menores, con la capital en Briviesca.
        
       

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