El rey Carlos II de
España llamado el Hechizado (era dado a brujerías e influencias
diabólicas), desde pequeño creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia
además de estéril, lo que acarreó un grave problema sucesorio, al morir sin
descendencia (1700). Así, ocasionó la extinción de la rama española de los
Austrias y trajo la novedad borbónica a España. Ante tales circunstancias, por el tratado de paz
de Ryswick (1697), se firmó la posibilidad de Francia acceder al trono español,
lo que se confirmó cuando Carlos II hizo testamento en favor de Carlos de Anjou,
nieto de Luis XIV de Francia - el Roi
Soleil que pronunció la frase más famosa de la historia, por su alcance
político, ‘l’Etat c’est moi’.
Realmente, en sus 64 años de gobierno, el Rey
Sol creó un régimen absolutista y centralizado en la persona del soberano, de
gran influencia en todas las cortes de Europa. Curiosamente, Luis XIV casó con
María Teresa de Austria, hija del rey Felipe IV de España e Isabel de Francia
(tíos carnales) y, por tanto, Luis XIV y María Teresa eran primos hermanos
(dobles). Ocurre que la segunda mujer de
Carlos II, Mariana de Neoburgo, apoyaba las pretensiones de su sobrino el duque
Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo I. Estas pretensiones fueron
respaldadas por Inglaterra y Holanda, tradicionales enemigas de España durante
el siglo XVI/XVII, que en el momento rivalizaban con la Francia hegemónica de
Luis XIV. Con la muerte de Carlos II a los 38 años de edad -su cadáver ‘no tenía ni una gota de sangre, el corazón apareció
del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos
putrefactos y gangrenados, tenía sólo un testículo negro como el carbón, y la
cabeza llena de agua’- la tensión entre Francia y España y el resto de las
potencias europeas (éstas desconfiaban del poder acumulado por los borbones)
aumentó debido a una serie de errores diplomáticos cometidos por Paris y Madrid.
Por eso, a través del tratado de Haya (1702), el Reino Unido, Holanda y Austria
declararon la guerra a Francia y España. En ese medio tiempo, nadie lamentó la
muerte de Carlos II que, según el nuncio papal, era ‘más bajo que alto, no mal formado, pero feo de rostro […]. Su cuerpo
es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de
memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora. Por lo común tiene un aspecto
lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer
con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia’.
El problema de la sucesión al trono de España dominó la situación
europea en los albores del siglo XVIII, debido a que la herencia de la corona
española era cuantiosa, pues Calos II
no sólo era rey de España, sino también de Nápoles, Sicilia, Milán, Países
Bajos y, principalmente, de un gran imperio colonial. La llegada a España del
futuro Felipe V de Borbón creó dos bandos dentro y fuera de España: uno, apoyaba
a Carlos de Anjou (francés); otro, al archiduque Carlos de Hamburgo (alemán).
Enseguida estalló la guerra civil y europea al mismo tiempo, con doble perspectiva:
Felipe V representaba la hegemonía francesa y la temida unión Francia/España.
Este peligro llevó a Inglaterra, Holanda y Austria a apoyar la candidatura del
archiduque Carlos: todas las potencias europeas se posicionaron a favor o
contra. Este conflicto quedó conocido en la historia como Guerra de Sucesión Española (1701/13). De otro lado, el futuro
Felipe V representaba en España el modelo centralista francés, apoyado por la
corona de Castilla y León, mientras el archiduque Carlos de Hamburgo personificaba
el modelo foralista = de fueros y
particularismos legislativos, cuyo lema era ‘Dios, Patria, Rey’, apoyado por la corona de Aragón, y claro, como
siempre, por Cataluña que era contra todos y contra todo. La guerra terminó con
el triunfo retumbante de Felipe V en varias y decisivas batallas. Sin embargo,
el desenlace del conflicto tuvo un otro factor preponderante: Carlos de
Hamburgo heredó el imperio Alemán (1711) y se desinteresó de aspirar al trono
de España, en tanto que Inglaterra y Holanda vieron con prevención la posible
unión España/Austria bajo un mismo monarca. La guerra terminó con el tratado de
Utrecht (1713) que estipulaba: (1) Felipe V renunciaba a cualquier derecho al
trono francés, pero era reconocido como rey legítimo de España y de sus
colonias americanas; (2) los Países Bajos y territorios italianos (Nápoles,
Sicilia y Cerdeña) pasaron a Austria;
(3) Inglaterra obtuvo Gibraltar y Menorca, y los derechos de navío de permiso (comercio con las
Indias) y asiento de negros (comercio
de esclavos).
La llegada a España de la dinastía borbónica propició importantes
cambios en la estructura del Estado, inspirados en el modelo absolutista
francés: fueron medidas centralizadoras para tornarlo más eficaz y dinámico
ej.: los decretos de Nueva Planta
(1707) abolieron los fueros e instituciones de la corona de Aragón; infelizmente,
permanecieron los fueros vasconavarros visto que apoyaron la entronización de
Felipe V. Se creó un modelo de administración territorial en provincias (los
ayuntamientos mantuvieron sus cargos) con capitanes generales (gobernadores/políticos
provinciales), las Reales Audiencias (para cuestiones judiciales) y los Intendentes
(funcionarios encargados de las finanzas). Además se reformó la administración
central con una monarquía plena y absoluta. El Consejo de Castilla pasó a ser
el órgano máximo del rey, asesorado por secretarías
de despacho = los futuros ministerios del Estado ej.: Gobierno, Guerra,
Marina, Hacienda, Justicia e Indias. Otra medida importante: se intensificó la
política regalista buscando la supremacía de la corona de Castilla y León sobre
la iglesia. También hubo conatos para reformar la Hacienda a fin de unificar y
racionalizar los impuestos. .. En este periodo se llevó en cuenta sobre todo
las reformas proclamadas por el despotismo ilustrado, siendo tal vez por este
motivo un ciclo de recuperación económica, aunque como sucedía de ordinario era
mayor en la periferia que en el centro peninsular ej.: Castilla y León. En este
contexto de crecimiento económico se realizaron los primeros censos con la
finalidad de conocer mejor las potencialidades económicas y fiscales del país:
primero con el conde de Aranda (1769) y después con Floridablanca (1787). Los ministros
‘ilustrados’ (ni tanto, digamos así)
tomaron conciencia de la necesidad urgente de emprender reformas principalmente
en la agricultura = ocupación de la mayoría de la población, que estaba muy
atrasada. Para tal se crearon asociaciones reales o sociedades económicas en
toda España.
El rey Carlos III (1759-1788),
de carácter sencillo y austero, realizó un gobierno de reformas que provocaron
un descontentamiento social, ciertamente asociado a supuestos privilegios de su
política urbanística en Madrid ej.: tasas de alumbrado, prohibición de arrojar
basura a la calle, modificación de costumbres etc, así como algunas reformas
administrativas y hacendísticas. Hubo un motín de subsistencias en Madrid y en
varias otras provincias contra el marqués de Esquilache (italiano) debido a sus
medidas impopulares y a la carestía de pan y otros alimentos básicos. En
realidad, este motín contra Esquilache fue una revuelta de carácter social con
reivindicaciones políticas y económicas expresadas de manera bastante ingenua.
No hubo ningún sentimiento popular contra el poder real o contra los
privilegios de la nobleza o del clero. Sin duda, la causa material del
descontentamiento fue la subida de precios de los alimentos de primera
necesidad, con verdadera situación de hambre atribuida a las medidas
reformistas de Esquilache. Pero visto desde lejos, se trataba de un hundimiento en los salarios reales (segunda mitad del siglo XVIII), tal vez
comparable a las terribles hambrunas del siglo anterior. Las crisis de subsistencias eran
insoportables para los más humildes, sobre todo antes de las cosechas y cuando
las reservas del año anterior se agotaban. Así, dada la inexistencia de un
mercado interior más agilizado y también de dimensiones esencialmente nacionales tanto por razones geográficas como por
atrasos tecnológicos y de estructura económica y social, nadie conseguía
entender las reformas ilustradas
donde prevalecía la ley de la oferta y la demanda. Los acaparadores de trigo
(nobleza y clero) no tenían ningún incentivo del gobierno para vender el trigo
barato. Por eso las revueltas populares actuaron casi siempre contra la
depauperación de las clases más pobres sea en nuestros pueblos de La Ojeda sea
en las grandes ciudades del país.
El problema constante y repetitivo de
las revueltas populares en España ha sido objeto de varios estudios
historiográficos, donde los pesquisidores buscan las causas ‘lejanas’ y/o
‘próximas’ de tales acontecimientos. En casi todas las situaciones cotejadas
sobresalen la depauperación y el abandono por parte de las autoridades que
tenían la misión sagrada (por lo general muy dejada de lado) de garantizar el
abasto barato de bienes de consumo - la llamada economía moral de la multitud. Las causas
detonantes de las revueltas podían
tener cualquier motivación ej.: en el motín de Madrid, fueron las capas de los
embozados, favorecidas por intrigas socio-políticas de extraordinaria
complejidad. De ordinario se juntaban banderías nobiliarias, exigencias del
clero contra el regalismo, redes de clientes de origen universitario etc. La
xenofobia antiitaliana contra Esquilache, así como la antiflamenca constatada en
la guerra de las comunidades en Castilla en tiempos pasados (1520/21), fueron
elementos movilizadores importantes en la Historia de España. Para varios
estudiosos, parece significativa la comparación del motín contra Esquilache con
los movimientos sociales de la época, tanto en Madrid como en las provincias y
pueblos de toda España, insuflados posteriormente por la revolución francesa
(1789). Las turbas populares que asaltaron el Palacio de Versalles y trajeron
de vuelta a París a la familia real (el rey y la reina eran ‘Panadero’ y ‘Panadera’), no fueron muy distintos de los protestos madrileños.
En Francia hubo un asalto al poder por parte de la burguesía, en España no lo
hubo aunque el rey Carlos III corrió serio peligro y por eso se ausentó
corriendo literalmente de Madrid. A pesar de todo eso, el propio rey ironizaba
el comportamiento de los españoles: ‘el
monarca en Madrid se burlaba de la buena fe de esta especie de resistencia
pasiva que advertía en el pueblo frente a sus mejoras. Solía decir que sus
súbditos españoles eran como los niños que lloran cuando se les lava y se les
peina’, comentó José María Pemán. Pero en la lista de exigencias siempre
constaban ‘que bajen los precios de los
comestibles’ y ‘que sean suprimidas
las Juntas de Abastos’ =abastecimiento alimentario de pueblos y
ciudades del Antiguo Régimen, susceptible de manipulación política, a cargo de
los corregidores (alcalde mayor o adelantado), ni siempre justos y cordatos…
El reformismo borbónico en España y,
por ende, en América colonial, coincide con el cambio de dinastía reinante, nuevo impulso ilustrado para llevar a cabo un
ambicioso plan reformista (más teórico que práctico), iniciado con Fernando VI
llamado el Prudente (1746-1759), por
cierto un rey que tuvo que luchar con uñas y dientes para reconquistar su
derecho legítimo al trono español. Entre sus grandes rasgos como rey, de ahí el
apellido de Prudente, fue exactamente
‘conservar la paz, liquidando el
belicismo del reinado anterior a fin de reducir los gastos militares y
concentrar las energías sobre el desarrollo del país’. Este pacifismo de
Fernando VI le permitió concentrarse
sobre la reconstrucción económica y financiera de España. Un proyecto del
marqués de la Ensenada exigía la implantación en Castilla y León de una única
contribución directa proporcional a las fortunas familiares a través de un
catastro que se levanto al efecto (1749/56). Dificultades y resistencias de
pocos adinerados suscitadas por aquella operación, impidieron su aplicación
inmediata; sólo fue posible aplicarla en el reinado de Carlos III, y de
forma transitoria y parcial. Otra medida impactante fue la reconstrucción de la
Marina Real, medida vital para mantener el comercio transatlántico y el imperio
colonial americano. Su reinado se caracterizó también por dos hechos
interesantes: un nuevo concordato con el papa en la línea regalista (el derecho
de patronato sobre las iglesias y expolios y rentas de obispos fallecidos); y el
florecimiento cultural, pues como monarca ilustrado protegió a las bellas artes
y sociedades económicas distribuidas por todo el país. De negativo, la Gran Redada = un intento de
exterminar a los gitanos mediante su arresto y separación de hombres y mujeres,
obligándolos a trabajar: a ellos en astilleros y minas, y a ellas en fábricas y
telares. Los niños menores de 14 años fueron internados en instituciones
religiosas. Murió con alto grado de locura -médicos actuales suponen que el rey
Fernando VI falleció victimado por el Mal de Alzheimer, agravado por la muerte
de la reina Bárbara de Braganza, pues ‘eran
profundamente unidos’. Hasta su muerte, el rey se tornó extremamente
agresivo, y ‘tenía impulsos muy grandes
de morder a todo el mundo’. Para calmarlo le suministraban opio. El rey
intentó suicidarse en varias ocasiones y pidió veneno a los médicos o armas de
fuego a los miembros de la guardia real. A veces fingía que estaba muerto, o se
envolvía en una sábana para trasformarse en fantasma. Cada día estaba más delgado y
pálido y no cuidaba del aseo personal; dormía sobre dos sillas y un taburete. Dejó de hablar y redujo sus
comidas al punto de no alimentarse más. Por fin se encerró en una habitación en
la que había lugar escaso para una cama, donde pasó sus últimos meses de vida.
Una pena, pues fue un rey de gran valor e inteligente como lo demuestran los
grandes proyectos de su reinado para modernizar el país. Le sucedió su
hermanastro Carlos III, hijo de Felipe V y su endiablada mujer, Isabel de
Farnesio, al morir sin descendencia propia.
Carlos III de España comenzó su
reinado con una dura diatriba de Fernando VI que aún resonaba en su cabeza y en la de su madre, Isabel de Farnesio =
princesa del ducado de Parma/Italia. A ella se dirigió con estas palabras: ‘lo que yo determino en mis reinos no admite
consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido’. Aludía al hecho ya
consumado: con apenas una semana de la muerte de Felipe V (de apoplejía, según parece), Fernando VI
ordenara que su madrasta abandonase el Palacio Real del Buen Retiro; fue
desterrada de Madrid con residencia en La
Granja de Santo Ildefonso, a pesar de sus protestos de reina viuda. Carlos
III fue rey de Nápoles y de las Dos Sicilias (1734/59): estos años le dieron
experiencia muy valiosa, sobre todo en relación a los barones y a la iglesia,
pues acaparaban más de 50% de las tierras, por lo que impedían el acceso de sus
vasallos a los tribunales. El rey comenzó por limitar su influencia política,
dejando clara la supremacía de la corona, aunque su poder económico quedara intacto.
Hizo también hincapié en mejorar las edificaciones públicas y construir ricos complejos
palaciegos ej.: el Palacio Real de la
Caserta es uno de los mayores palacios reales del mundo, construido a la moda Versalles
de Luis XIV. Se dice de él: ‘dejó con
gran tristeza, tanto de los reyes como del pueblo, la corona de Nápoles’. Con
tales experiencias y deseos de prosperidad y mudanzas, todas ellas en la línea
de la Ilustración, Carlos III inició su reinado en España haciendo cambios
importantes sin quebrar el orden social, político y económico básico con la
ayuda de un buen equipo de ministros y colaboradores ilustrados ej.:
Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Wall, Grimaldi etc. Fue un rey extremamente
reformista en todos los sentidos, aunque sobresalió como el Mejor Alcalde de Madrid - se le considera, exageradamente en mi
opinión, ‘el máximo exponente del
despotismo ilustrado en España’. Y digo exageradamente porque muchas de las
reformas se quedaron simplemente en el papel y apenas en las buenas intenciones de siempre.
De hecho, mejoró la capital de España en su afán de reformas urbanísticas (¡quería suplantar al Rey Sol!), origen de
revueltas y motines populares sin fin. Pero nadie puede dejar de apreciar ‘el avance hacia la configuración de España
como nación’ (!?), a la que dotó de algunos símbolos de identidad (himno y
bandera). Carlos III se esforzó en modernizar Madrid con la construcción de
paseos, saneamiento básico, iluminación pública y monumentos grandiosos ej.:
Puerta de Alcalá, Museo del Prado, Jardín Botánico etc, además de levantar
edificios representativos destinados a los servicios de la creciente
administración pública y dar un impulso gigantesco a los transportes y
comunicaciones interiores ej.: los correos, la red radial de carreteras convergiendo
a la capital, uniendo como nunca se
había hecho las diversas regiones españolas etc. Fue por estas realizaciones
que se le conoce por el Mejor Alcalde de
Madrid. Defendió un plan industrial destacando como punteras algunas
industrias de lujo, dejando de lado la producción de bienes de consumo en toda
la geografía española. Firmó el plan teórico para el desarrollo de la industria
-Discurso sobre el fomento de la
industria popular, de autoría de Campomanes- a fin de mejorar la economía
de las zonas rurales y hacer posible su autoabastecimiento, pero no se llevó a cabo.
Surgieron algunas Sociedades Económicas de Amigos del País, mas su actuación
dejó mucho a desear. Lo peor de su reinado fue el ya comentado Motín de Esquilache (1766), pues el
levantamiento iniciado en Madrid se trasladó a muchas otras ciudades. Con una
observación relevante: en cuanto en Madrid las quejas se referían al gobierno
de la nación, en las provincias las quejas y reivindicaciones se dirigían a las
autoridades locales, lo que revela un problema subyacente de corrupción e
incompetencia administrativa, consideradas por la muchedumbre intolerables,
sobre todo porque conducidas por personas extranjeras indeseables, caso de Esquilache
(secretario de Hacienda), Grimaldi y la guarda valona.
Hubo
evidentemente manipulaciones nobiliarias y eclesiásticas en ataques directos
contra las reformas llevadas a cabo
por los ministros extranjeros de poca o ninguna simpatía popular, a veces
ridículas = ‘cambiar la capa larga y
el sombrero ancho madrileño por la capa corta y sombrero de tres picos’.
Los perjuicios ocasionados por una causa ingloria fueron de causar espanto, en
cuanto que el pueblo exigía la reducción de los precios de los alimentos y no
era atendido. Carlos III desterró a Esquilache y nombró al conde Aranda que de
inmediato aceleró la importación de cereales y reformó los gobiernos
concejiles. Sin embargo, derrapó en sus conjeturas, acusando a los jesuitas del
motín de Esquilache y a la
Compañía de Jesús de interferir en los asuntos del Estado. Motivos: ‘poseer grandes riquezas’ (!?), ‘controlar los
nombramientos y la política eclesiástica’, ‘apoyar al papa’, ‘participar en los
asuntos del Paraguay’ (misiones jesuíticas) etc., simples y odiosos pretextos
para expulsar a los religiosos por ‘razones de Estado’ (¡?). En realidad,
ministros anticlericales y masones de plantón no sabían cómo retirar de los
jesuitas la enseñanza pública (la
única que funcionaba a contento de todos),
prácticamente toda ella en manos jesuíticas. Inventaron un plan de Estudios
Universitarios fundamentado en ‘disciplinas
científicas y de investigación’, contestado hasta por la Universidad de
Salamanca, centro de referencia mundial. Esos mismos ‘ministros’ corruptos y
ladrones, además de extremamente incompetentes y desarticulados con las
necesidades populares, aprovecharon las ‘riquezas
jesuitas’ (¡?) para crear ‘nuevos
centros de enseñanza’ ahora anticlericales y multiplicar las ‘residencias
universitarias’ a costa de la inteligencia, trabajo y sudor ajenos. Con las supuestas
riquezas se crearon también ‘hospitales y hospicios’ (¡?). Muchos sectores de
la nobleza y de la iglesia católica se opusieron a tal descalabro, pero de nada
adelantó: el odio y la intolerancia triunfafron sobre la razón y la justicia. Se les expulsó de
España (1767) y todos sus dominios y posesiones fueron confiscados.
Se habla de reformas agrícolas en
el reinado de Carlos III a través de las ya mencionadas Sociedades Económicas de Amigos del País, fundadas por José de
Gálvez, de espíritu también iluminista = ‘tales amigos’ pretendían promover la difusión de la enseñanza primaria
a todos los españoles, además de promover el desarrollo y la difusión de la
industria, comercio, agricultura, ciencia y cultura hispánica; sólo mentiras y
aspiraciones de quien no sabe establecerse por falta de competencia. Gracias al asturiano Pedro Rodríguez, conde de
Campomanes (1723-1802), adepto del despotismo esclarecido -llegó a ser ministro fiscal del Consejo de
Castilla- hubo algunas reformas en
tres sectores específicos: jurídico,
político y económico, bajo el signo de la Ilustración’. En el sector económico, de modo especial, se
opuso al monopolio gremial y de la Mesta = asociación de ganaderos castellanos que regulaba la trashumancia de ovejas
y defendía sus intereses frente a los labradores. Era controlada por la nobleza
de Castilla y León, y los ‘caminos’
por donde circulaban fueron las famosas cañadas
de nuestros antepasados. Infelizmente, la invasión de las tierras de
cultivo por parte de los rebaños provocó numerosos conflictos entre los
intereses de los campesinos y ganaderos. En estas disputas, los reyes
favorecieron casi siempre a los nobles de la Mesta: en consecuencia, conseguían ciertos privilegios que irritaron
profundamente a los labradores de Castilla y León. La lana de oveja y las
pieles ovinas fueron los principales
productos de exportación del comercio castellanoleonés. Prádanos de Ojeda
levantó cabeza en esta ocasión con sus 30 telares y unos 500 empleados. Época
gloriosa de La Ojeda. Esas exportaciones se dirigían a Flandes (Holanda/Bélgica).
Castilla y León también vendían a casi toda Europa hierro y aceite (!?), e importaban
productos manufacturados y paños finos (de primera calidad), procedentes de
Francia, Inglaterra y la región de Flandes. En realidad, la Mesta de Pastores era una institución
medieval: organizaba la trashumancia por las cañadas del ganado ovino entre el
norte y el sur de la península Ibérica. Fue creada en Castilla (1273) por el
rey Alfonso X el Sabio, a partir de
asociaciones y cofradías de ganaderos de Castilla y Aragón. Como asociación
privilegiada tenía plena libertad para llevar sus rebaños en todo el territorio
nacional, además de poder castigar a quien atentase contra sus pastores;
estaban exentos de pagar mayorazgos y pontazgos y otros impuestos de paso, y
tenían sus propios jueces, siendo que el rey refrendada sus decisiones. En las
disputas y conflictos con los agricultores los reyes solían favorecer a sus
asociados, ya que durante las migraciones de ovejas a menudo los animales de
pasto se descarriaban y destrozaban los campos de cultivo. Los cargos de la
Mesta llegaron a tener autoridad real, pero deberían respetar los sembrados,
las viñas, los prados de siega y las dehesas boyales. Las migraciones de ovejas
subían en el verano a los prados de la Cordillera Cantábrica a través de la
Montaña Palentina o del sistema Central; y regresaban en el invierno a las tierras bajas de Extremadura y
Castilla, siendo sus principales cañadas León, Palencia y Segovia. Fue extinta
en 1836 con mucho pesar de los ganaderos de ovejas, sobre todo los dueños de
rebaños de nuestros pueblos de La Ojeda/Palencia.
Influenciado por la fisiocracia francesa, Campomanes centró su
incuestionable sabiduría y atención en los problemas de la agricultura española
a pesar de ser presidente nombrado del Concejo de la Mesta (1765), año en que
publicó su famoso Tratado de la regalía
de amortización, donde proponía un nuevo pensamiento reformista para toda
España. Apoyó la expulsión de los jesuitas porque, según él, mantenían el
monopolio de la formación de los nobles y encabezaban la oposición a las
reformas regalistas (dígase de masones y anticlericales encapsulados en el gobierno). También se unió al conde de
Aranda para repoblar Sierra Morena y valle del Guadalquivir donde preconizaba
reformas agrarias que a su juicio deberían aplicarse a todo el campo
peninsular, con el justo reparto de tierras entre pequeños propietarios,
compatibilizar ganadería y agricultura e imponer una ley de arrendamientos a largo
plazo. Como gran teórico reformista (sus obras fueron traducidas a varias
lenguas europeas), de su Discurso
original (1774) se sacan cuatro conclusiones importantes: (1ª) es necesario
reflexionar sobre las causas de la decadencia de los oficios y manufacturas en
España durante el último siglo y tomar las providencias necesarias; (2ª) el
gobierno precisa ofrecer los pasos indispensables para mejorar o restablecer
las viejas manufacturas: cita una curiosa colección de decretos reales con el
objetivo de defender las artes y oficios. Cita también algunas materias primas
extranjeras a ser importadas; (3ª) presenta las leyes corporativas de los
artesanos europeos en contraste con el resultado de la legislación española y
las ordenanzas municipales de las ciudades atrasadas y deficitarias; y (4ª)
cita 8 ensayos del arbitrista Francisco Martínez de Mata (siglo XVII) sobre el
comercio nacional, con observaciones adaptadas a las circunstancias de la
época. Sus excelentes trabajos sobre política económica española le valieron la
inserción en la Real Academia de la
Historia (1748), de la cual se tornó presidente en 1764. Como ministro de
la Hacienda estableció subsidios para las zonas agrícolas más desfavorecidas,
liberó el comercio y la agricultura de ciertos impuestos que impedían su
crecimiento y, por fin, decretó la libre circulación de los cereales que mucho
benefició a nuestra tierra palentina. Curiosamente, Campomanes venía de una
ascendencia de hidalgos arruinados, nunca se le tuvo como noble y padeció grandes
miserias materiales. A la muerte del padre, fue confiado a un tío canónigo de
Santillana del Mar/Cantabria, demostrando una inteligencia precoz en el estudio
de las leyes y lenguas clásicas. Al final de la vida, cayó en desgracia debido
a las intrigas palacianas del conde de Floridablanca ante Carlos IV.
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