quarta-feira, 19 de fevereiro de 2014

La Ojeda: el modelo foralista


                 

                    El rey Carlos II de España llamado el Hechizado  (era dado a brujerías e influencias diabólicas), desde pequeño creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia además de estéril, lo que acarreó un grave problema sucesorio, al morir sin descendencia (1700). Así, ocasionó la extinción de la rama española de los Austrias y trajo la novedad borbónica a España. Ante tales circunstancias, por el tratado de paz de Ryswick (1697), se firmó la posibilidad de Francia acceder al trono español, lo que se confirmó cuando Carlos II hizo testamento en favor de Carlos de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia - el Roi Soleil que pronunció la frase más famosa de la historia, por su alcance político, ‘l’Etat c’est moi’. Realmente, en sus 64 años de gobierno, el Rey Sol creó un régimen absolutista y centralizado en la persona del soberano, de gran influencia en todas las cortes de Europa. Curiosamente, Luis XIV casó con María Teresa de Austria, hija del rey Felipe IV de España e Isabel de Francia (tíos carnales) y, por tanto, Luis XIV y María Teresa eran primos hermanos (dobles).  Ocurre que la segunda mujer de Carlos II, Mariana de Neoburgo, apoyaba las pretensiones de su sobrino el duque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo I. Estas pretensiones fueron respaldadas por Inglaterra y Holanda, tradicionales enemigas de España durante el siglo XVI/XVII, que en el momento rivalizaban con la Francia hegemónica de Luis XIV. Con la muerte de Carlos II a los 38 años de edad -su cadáver ‘no tenía ni una gota de sangre, el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenados, tenía sólo un testículo negro como el carbón, y la cabeza llena de agua’- la tensión entre Francia y España y el resto de las potencias europeas (éstas desconfiaban del poder acumulado por los borbones) aumentó debido a una serie de errores diplomáticos cometidos por Paris y Madrid. Por eso, a través del tratado de Haya (1702), el Reino Unido, Holanda y Austria declararon la guerra a Francia y España. En ese medio tiempo, nadie lamentó la muerte de Carlos II que, según el nuncio papal, era ‘más bajo que alto, no mal formado, pero feo de rostro […]. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora. Por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia’.
       El problema de la sucesión al trono de España dominó la situación europea en los albores del siglo XVIII, debido a que la herencia de la corona española era cuantiosa, pues Calos II no sólo era rey de España, sino también de Nápoles, Sicilia, Milán, Países Bajos y, principalmente, de un gran imperio colonial. La llegada a España del futuro Felipe V de Borbón creó dos bandos dentro y fuera de España: uno, apoyaba a Carlos de Anjou (francés); otro, al archiduque Carlos de Hamburgo (alemán). Enseguida estalló la guerra civil y europea al mismo tiempo, con doble perspectiva: Felipe V representaba la hegemonía francesa y la temida unión Francia/España. Este peligro llevó a Inglaterra, Holanda y Austria a apoyar la candidatura del archiduque Carlos: todas las potencias europeas se posicionaron a favor o contra. Este conflicto quedó conocido en la historia como Guerra de Sucesión Española (1701/13). De otro lado, el futuro Felipe V representaba en España el modelo centralista francés, apoyado por la corona de Castilla y León, mientras el archiduque Carlos de Hamburgo personificaba el modelo foralista = de fueros y particularismos legislativos, cuyo lema era ‘Dios, Patria, Rey’, apoyado por la corona de Aragón, y claro, como siempre, por Cataluña que era contra todos y contra todo. La guerra terminó con el triunfo retumbante de Felipe V en varias y decisivas batallas. Sin embargo, el desenlace del conflicto tuvo un otro factor preponderante: Carlos de Hamburgo heredó el imperio Alemán (1711) y se desinteresó de aspirar al trono de España, en tanto que Inglaterra y Holanda vieron con prevención la posible unión España/Austria bajo un mismo monarca. La guerra terminó con el tratado de Utrecht (1713) que estipulaba: (1) Felipe V renunciaba a cualquier derecho al trono francés, pero era reconocido como rey legítimo de España y de sus colonias americanas; (2) los Países Bajos y territorios italianos (Nápoles, Sicilia y Cerdeña) pasaron a Austria;  (3) Inglaterra obtuvo Gibraltar y Menorca, y los derechos de navío de permiso (comercio con las Indias) y asiento de negros (comercio de esclavos).
       La llegada a España de la dinastía borbónica propició importantes cambios en la estructura del Estado, inspirados en el modelo absolutista francés: fueron medidas centralizadoras para tornarlo más eficaz y dinámico ej.: los decretos de Nueva Planta (1707) abolieron los fueros e instituciones de la corona de Aragón; infelizmente, permanecieron los fueros vasconavarros visto que apoyaron la entronización de Felipe V. Se creó un modelo de administración territorial en provincias (los ayuntamientos mantuvieron sus cargos) con capitanes generales (gobernadores/políticos provinciales), las Reales Audiencias (para cuestiones judiciales) y los Intendentes (funcionarios encargados de las finanzas). Además se reformó la administración central con una monarquía plena y absoluta. El Consejo de Castilla pasó a ser el órgano máximo del rey, asesorado por secretarías de despacho = los futuros ministerios del Estado ej.: Gobierno, Guerra, Marina, Hacienda, Justicia e Indias. Otra medida importante: se intensificó la política regalista buscando la supremacía de la corona de Castilla y León sobre la iglesia. También hubo conatos para reformar la Hacienda a fin de unificar y racionalizar los impuestos. .. En este periodo se llevó en cuenta sobre todo las reformas proclamadas por el despotismo ilustrado, siendo tal vez por este motivo un ciclo de recuperación económica, aunque como sucedía de ordinario era mayor en la periferia que en el centro peninsular ej.: Castilla y León. En este contexto de crecimiento económico se realizaron los primeros censos con la finalidad de conocer mejor las potencialidades económicas y fiscales del país: primero con el conde de Aranda (1769) y después con Floridablanca (1787). Los ministros ‘ilustrados’ (ni tanto, digamos así) tomaron conciencia de la necesidad urgente de emprender reformas principalmente en la agricultura = ocupación de la mayoría de la población, que estaba muy atrasada. Para tal se crearon asociaciones reales o sociedades económicas en toda España.                   
               El rey Carlos III (1759-1788), de carácter sencillo y austero, realizó un gobierno de reformas que provocaron un descontentamiento social, ciertamente asociado a supuestos privilegios de su política urbanística en Madrid ej.: tasas de alumbrado, prohibición de arrojar basura a la calle, modificación de costumbres etc, así como algunas reformas administrativas y hacendísticas. Hubo un motín de subsistencias en Madrid y en varias otras provincias contra el marqués de Esquilache (italiano) debido a sus medidas impopulares y a la carestía de pan y otros alimentos básicos. En realidad, este motín contra Esquilache fue una revuelta de carácter social con reivindicaciones políticas y económicas expresadas de manera bastante ingenua. No hubo ningún sentimiento popular contra el poder real o contra los privilegios de la nobleza o del clero. Sin duda, la causa material del descontentamiento fue la subida de precios de los alimentos de primera necesidad, con verdadera situación de hambre atribuida a las medidas reformistas de Esquilache. Pero visto desde lejos, se trataba de un hundimiento en los salarios reales  (segunda mitad del siglo XVIII), tal vez comparable a las terribles hambrunas del siglo anterior. Las crisis de subsistencias eran insoportables para los más humildes, sobre todo antes de las cosechas y cuando las reservas del año anterior se agotaban. Así, dada la inexistencia de un mercado interior más agilizado y también de dimensiones esencialmente  nacionales tanto por razones geográficas como por atrasos tecnológicos y de estructura económica y social, nadie conseguía entender las reformas ilustradas donde prevalecía la ley de la oferta y la demanda. Los acaparadores de trigo (nobleza y clero) no tenían ningún incentivo del gobierno para vender el trigo barato. Por eso las revueltas populares actuaron casi siempre contra la depauperación de las clases más pobres sea en nuestros pueblos de La Ojeda sea en las grandes ciudades del país.      
          El problema constante y repetitivo de las revueltas populares en España  ha sido objeto de varios estudios historiográficos, donde los pesquisidores buscan las causas ‘lejanas’ y/o ‘próximas’ de tales acontecimientos. En casi todas las situaciones cotejadas sobresalen la depauperación y el abandono por parte de las autoridades que tenían la misión sagrada (por lo general muy dejada de lado) de garantizar el abasto barato de bienes de consumo - la llamada economía moral de la multitud. Las causas detonantes de las revueltas podían tener cualquier motivación ej.: en el motín de Madrid, fueron las capas de los embozados, favorecidas por intrigas socio-políticas de extraordinaria complejidad. De ordinario se juntaban banderías nobiliarias, exigencias del clero contra el regalismo, redes de clientes de origen universitario etc. La xenofobia antiitaliana contra Esquilache, así como la antiflamenca constatada en la guerra de las comunidades en Castilla en tiempos pasados (1520/21), fueron elementos movilizadores importantes en la Historia de España. Para varios estudiosos, parece significativa la comparación del motín contra Esquilache con los movimientos sociales de la época, tanto en Madrid como en las provincias y pueblos de toda España, insuflados posteriormente por la revolución francesa (1789). Las turbas populares que asaltaron el Palacio de Versalles y trajeron de vuelta a París a la familia real (el rey y la reina eran ‘Panadero’ y ‘Panadera’), no fueron muy distintos de los protestos madrileños. En Francia hubo un asalto al poder por parte de la burguesía, en España no lo hubo aunque el rey Carlos III corrió serio peligro y por eso se ausentó corriendo literalmente de Madrid. A pesar de todo eso, el propio rey ironizaba el comportamiento de los españoles: ‘el monarca en Madrid se burlaba de la buena fe de esta especie de resistencia pasiva que advertía en el pueblo frente a sus mejoras. Solía decir que sus súbditos españoles eran como los niños que lloran cuando se les lava y se les peina’, comentó José María Pemán. Pero en la lista de exigencias siempre constaban ‘que bajen los precios de los comestibles’ y ‘que sean suprimidas las Juntas de Abastos’ =abastecimiento alimentario de pueblos y ciudades del Antiguo Régimen, susceptible de manipulación política, a cargo de los corregidores (alcalde mayor o adelantado), ni siempre justos y cordatos…
         El reformismo borbónico en España y, por ende, en América colonial, coincide con el cambio de dinastía reinante,  nuevo impulso ilustrado para llevar a cabo un ambicioso plan reformista (más teórico que práctico), iniciado con Fernando VI llamado el Prudente (1746-1759), por cierto un rey que tuvo que luchar con uñas y dientes para reconquistar su derecho legítimo al trono español. Entre sus grandes rasgos como rey, de ahí el apellido de Prudente, fue exactamente ‘conservar la paz, liquidando el belicismo del reinado anterior a fin de reducir los gastos militares y concentrar las energías sobre el desarrollo del país’. Este pacifismo de Fernando VI le permitió  concentrarse sobre la reconstrucción económica y financiera de España. Un proyecto del marqués de la Ensenada exigía la implantación en Castilla y León de una única contribución directa proporcional a las fortunas familiares a través de un catastro que se levanto al efecto (1749/56). Dificultades y resistencias de pocos adinerados suscitadas por aquella operación, impidieron su aplicación inmediata; sólo fue posible aplicarla en el reinado de Carlos III, y de forma transitoria y parcial. Otra medida impactante fue la reconstrucción de la Marina Real, medida vital para mantener el comercio transatlántico y el imperio colonial americano. Su reinado se caracterizó también por dos hechos interesantes: un nuevo concordato con el papa en la línea regalista (el derecho de patronato sobre las iglesias y expolios y rentas de obispos fallecidos); y el florecimiento cultural, pues como monarca ilustrado protegió a las bellas artes y sociedades económicas distribuidas por todo el país. De negativo, la Gran Redada = un intento de exterminar a los gitanos mediante su arresto y separación de hombres y mujeres, obligándolos a trabajar: a ellos en astilleros y minas, y a ellas en fábricas y telares. Los niños menores de 14 años fueron internados en instituciones religiosas. Murió con alto grado de locura -médicos actuales suponen que el rey Fernando VI falleció victimado por el Mal de Alzheimer, agravado por la muerte de la reina Bárbara de Braganza, pues ‘eran profundamente unidos’. Hasta su muerte, el rey se tornó extremamente agresivo, y ‘tenía impulsos muy grandes de morder a todo el mundo’. Para calmarlo le suministraban opio. El rey intentó suicidarse en varias ocasiones y pidió veneno a los médicos o armas de fuego a los miembros de la guardia real. A veces fingía que estaba muerto, o se envolvía en una sábana para trasformarse en fantasma. Cada día estaba más delgado y pálido y no cuidaba del aseo personal; dormía sobre dos sillas  y un taburete. Dejó de hablar y redujo sus comidas al punto de no alimentarse más. Por fin se encerró en una habitación en la que había lugar escaso para una cama, donde pasó sus últimos meses de vida. Una pena, pues fue un rey de gran valor e inteligente como lo demuestran los grandes proyectos de su reinado para modernizar el país. Le sucedió su hermanastro Carlos III, hijo de Felipe V y su endiablada mujer, Isabel de Farnesio, al morir sin descendencia propia.    
           Carlos III de España comenzó su reinado con una dura diatriba de Fernando VI que aún resonaba en su cabeza  y en la de su madre, Isabel de Farnesio = princesa del ducado de Parma/Italia. A ella se dirigió con estas palabras: ‘lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido’. Aludía al hecho ya consumado: con apenas una semana de la muerte de Felipe V (de apoplejía, según parece), Fernando VI ordenara que su madrasta abandonase  el Palacio Real del Buen Retiro; fue desterrada de Madrid con residencia en La Granja de Santo Ildefonso, a pesar de sus protestos de reina viuda. Carlos III fue rey de Nápoles y de las Dos Sicilias (1734/59): estos años le dieron experiencia muy valiosa, sobre todo en relación a los barones y a la iglesia, pues acaparaban más de 50% de las tierras, por lo que impedían el acceso de sus vasallos a los tribunales. El rey comenzó por limitar su influencia política, dejando clara la supremacía de la corona, aunque su poder económico quedara intacto. Hizo también hincapié en mejorar las edificaciones públicas y construir ricos complejos palaciegos ej.: el Palacio Real de la Caserta es uno de los mayores palacios reales del mundo, construido a la moda Versalles de Luis XIV. Se dice de él: ‘dejó con gran tristeza, tanto de los reyes como del pueblo, la corona de Nápoles’. Con tales experiencias y deseos de prosperidad y mudanzas, todas ellas en la línea de la Ilustración, Carlos III inició su reinado en España haciendo cambios importantes sin quebrar el orden social, político y económico básico con la ayuda de un buen equipo de ministros y colaboradores ilustrados ej.: Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Wall, Grimaldi etc. Fue un rey extremamente reformista en todos los sentidos, aunque sobresalió como el Mejor Alcalde de Madrid - se le considera, exageradamente en mi opinión, ‘el máximo exponente del despotismo ilustrado en España’. Y digo exageradamente porque muchas de las reformas se quedaron simplemente en el papel y apenas en las buenas intenciones de siempre. De hecho, mejoró la capital de España en su afán de reformas urbanísticas (¡quería suplantar al Rey Sol!), origen de revueltas y motines populares sin fin. Pero nadie puede dejar de apreciar ‘el avance hacia la configuración de España como nación’ (!?), a la que dotó de algunos símbolos de identidad (himno y bandera). Carlos III se esforzó en modernizar Madrid con la construcción de paseos, saneamiento básico, iluminación pública y monumentos grandiosos ej.: Puerta de Alcalá, Museo del Prado, Jardín Botánico etc, además de levantar edificios representativos destinados a los servicios de la creciente administración pública y dar un impulso gigantesco a los transportes y comunicaciones interiores ej.: los correos, la red radial de carreteras convergiendo a la capital,  uniendo como nunca se había hecho las diversas regiones españolas etc. Fue por estas realizaciones que se le conoce por el Mejor Alcalde de Madrid. Defendió un plan industrial destacando como punteras algunas industrias de lujo, dejando de lado la producción de bienes de consumo en toda la geografía española. Firmó el plan teórico para el desarrollo de la industria -Discurso sobre el fomento de la industria popular, de autoría de Campomanes- a fin de mejorar la economía de las zonas rurales y hacer posible su autoabastecimiento, pero no se llevó a cabo. Surgieron algunas Sociedades Económicas de Amigos del País, mas su actuación dejó mucho a desear. Lo peor de su reinado fue el ya comentado Motín de Esquilache (1766), pues el levantamiento iniciado en Madrid se trasladó a muchas otras ciudades. Con una observación relevante: en cuanto en Madrid las quejas se referían al gobierno de la nación, en las provincias las quejas y reivindicaciones se dirigían a las autoridades locales, lo que revela un problema subyacente de corrupción e incompetencia administrativa, consideradas por la muchedumbre intolerables, sobre todo porque conducidas por personas extranjeras indeseables, caso de Esquilache (secretario de Hacienda), Grimaldi y la guarda valona.

               Hubo evidentemente manipulaciones nobiliarias y eclesiásticas en ataques directos contra las reformas llevadas a cabo por los ministros extranjeros de poca o ninguna simpatía popular, a veces ridículas = ‘cambiar la capa larga y el sombrero ancho madrileño por la capa corta y sombrero de tres picos’. Los perjuicios ocasionados por una causa ingloria fueron de causar espanto, en cuanto que el pueblo exigía la reducción de los precios de los alimentos y no era atendido. Carlos III desterró a Esquilache y nombró al conde Aranda que de inmediato aceleró la importación de cereales y reformó los gobiernos concejiles. Sin embargo, derrapó en sus conjeturas, acusando a los jesuitas del motín de Esquilache y a la Compañía de Jesús de interferir en los asuntos del Estado. Motivos:  ‘poseer grandes riquezas’ (!?), ‘controlar los nombramientos y la política eclesiástica’, ‘apoyar al papa’, ‘participar en los asuntos del Paraguay’ (misiones jesuíticas) etc., simples y odiosos pretextos para expulsar a los religiosos por ‘razones de Estado’ (¡?). En realidad, ministros anticlericales y masones de plantón no sabían cómo retirar de los jesuitas la enseñanza pública (la única que funcionaba a contento de todos), prácticamente toda ella en manos jesuíticas. Inventaron un plan de Estudios Universitarios fundamentado en ‘disciplinas científicas y de investigación’, contestado hasta por la Universidad de Salamanca, centro de referencia mundial. Esos mismos ‘ministros’ corruptos y ladrones, además de extremamente incompetentes y desarticulados con las necesidades populares, aprovecharon las ‘riquezas jesuitas’ (¡?) para crear ‘nuevos centros de enseñanza’ ahora anticlericales y multiplicar las ‘residencias universitarias’ a costa de la inteligencia,  trabajo y sudor ajenos. Con las supuestas riquezas se crearon también ‘hospitales y hospicios’ (¡?). Muchos sectores de la nobleza y de la iglesia católica se opusieron a tal descalabro, pero de nada adelantó: el odio y la intolerancia triunfafron sobre la razón y la justicia. Se les expulsó de España (1767) y todos sus dominios y posesiones fueron confiscados.
       Se habla de  reformas agrícolas en el reinado de Carlos III a través de las ya mencionadas Sociedades Económicas de Amigos del País, fundadas por José de Gálvez, de espíritu también iluminista  = ‘tales amigos’ pretendían promover la difusión de la enseñanza primaria a todos los españoles, además de promover el desarrollo y la difusión de la industria, comercio, agricultura,  ciencia y cultura hispánica; sólo mentiras y aspiraciones de quien no sabe establecerse por falta de competencia.  Gracias al asturiano Pedro Rodríguez, conde de Campomanes (1723-1802), adepto del despotismo esclarecido  -llegó a ser ministro fiscal del Consejo de Castilla- hubo algunas reformas en tres sectores específicos: jurídico, político y económico, bajo el signo de la Ilustración’.  En el sector económico, de modo especial, se opuso al monopolio gremial y de la Mesta = asociación de ganaderos castellanos que regulaba la trashumancia de ovejas y defendía sus intereses frente a los labradores. Era controlada por la nobleza de Castilla y León, y los ‘caminos’ por donde circulaban fueron las famosas cañadas de nuestros antepasados. Infelizmente, la invasión de las tierras de cultivo por parte de los rebaños provocó numerosos conflictos entre los intereses de los campesinos y ganaderos. En estas disputas, los reyes favorecieron casi siempre a los nobles de la Mesta: en consecuencia, conseguían ciertos privilegios que irritaron profundamente a los labradores de Castilla y León. La lana de oveja y las pieles ovinas  fueron los principales productos de exportación del comercio castellanoleonés. Prádanos de Ojeda levantó cabeza en esta ocasión con sus 30 telares y unos 500 empleados. Época gloriosa de La Ojeda. Esas exportaciones se dirigían a Flandes (Holanda/Bélgica). Castilla y León también vendían a casi toda Europa hierro y aceite (!?), e importaban productos manufacturados y paños finos (de primera calidad), procedentes de Francia, Inglaterra y la región de Flandes. En realidad, la Mesta de Pastores era una institución medieval: organizaba la trashumancia por las cañadas del ganado ovino entre el norte y el sur de la península Ibérica. Fue creada en Castilla (1273) por el rey Alfonso X el Sabio, a partir de asociaciones y cofradías de ganaderos de Castilla y Aragón. Como asociación privilegiada tenía plena libertad para llevar sus rebaños en todo el territorio nacional, además de poder castigar a quien atentase contra sus pastores; estaban exentos de pagar mayorazgos y pontazgos y otros impuestos de paso, y tenían sus propios jueces, siendo que el rey refrendada sus decisiones. En las disputas y conflictos con los agricultores los reyes solían favorecer a sus asociados, ya que durante las migraciones de ovejas a menudo los animales de pasto se descarriaban y destrozaban los campos de cultivo. Los cargos de la Mesta llegaron a tener autoridad real, pero deberían respetar los sembrados, las viñas, los prados de siega y las dehesas boyales. Las migraciones de ovejas subían en el verano a los prados de la Cordillera Cantábrica a través de la Montaña Palentina o del sistema Central; y regresaban en el invierno  a las tierras bajas de Extremadura y Castilla, siendo sus principales cañadas León, Palencia y Segovia. Fue extinta en 1836 con mucho pesar de los ganaderos de ovejas, sobre todo los dueños de rebaños de nuestros pueblos de La Ojeda/Palencia.     
          Influenciado por la fisiocracia francesa, Campomanes centró su incuestionable sabiduría y atención en los problemas de la agricultura española a pesar de ser presidente nombrado del Concejo de la Mesta (1765), año en que publicó su famoso Tratado de la regalía de amortización, donde proponía un nuevo pensamiento reformista para toda España. Apoyó la expulsión de los jesuitas porque, según él, mantenían el monopolio de la formación de los nobles y encabezaban la oposición a las reformas regalistas (dígase de masones y anticlericales encapsulados  en el gobierno). También se unió al conde de Aranda para repoblar Sierra Morena y valle del Guadalquivir donde preconizaba reformas agrarias que a su juicio deberían aplicarse a todo el campo peninsular, con el justo reparto de tierras entre pequeños propietarios, compatibilizar ganadería y agricultura e imponer una ley de arrendamientos a largo plazo. Como gran teórico reformista (sus obras fueron traducidas a varias lenguas europeas), de su Discurso original (1774) se sacan cuatro conclusiones importantes: (1ª) es necesario reflexionar sobre las causas de la decadencia de los oficios y manufacturas en España durante el último siglo y tomar las providencias necesarias; (2ª) el gobierno precisa ofrecer los pasos indispensables para mejorar o restablecer las viejas manufacturas: cita una curiosa colección de decretos reales con el objetivo de defender las artes y oficios. Cita también algunas materias primas extranjeras a ser importadas; (3ª) presenta las leyes corporativas de los artesanos europeos en contraste con el resultado de la legislación española y las ordenanzas municipales de las ciudades atrasadas y deficitarias; y (4ª) cita 8 ensayos del arbitrista Francisco Martínez de Mata (siglo XVII) sobre el comercio nacional, con observaciones adaptadas a las circunstancias de la época. Sus excelentes trabajos sobre política económica española le valieron la inserción en la Real Academia de la Historia (1748), de la cual se tornó presidente en 1764. Como ministro de la Hacienda estableció subsidios para las zonas agrícolas más desfavorecidas, liberó el comercio y la agricultura de ciertos impuestos que impedían su crecimiento y, por fin, decretó la libre circulación de los cereales que mucho benefició a nuestra tierra palentina. Curiosamente, Campomanes venía de una ascendencia de hidalgos arruinados, nunca se le tuvo como noble y padeció grandes miserias materiales. A la muerte del padre, fue confiado a un tío canónigo de Santillana del Mar/Cantabria, demostrando una inteligencia precoz en el estudio de las leyes y lenguas clásicas. Al final de la vida, cayó en desgracia debido a las intrigas palacianas del conde de Floridablanca ante Carlos IV.

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