En Prádanos de Ojeda, con la edad de
6/7 años, veía con relativa frecuencia bandadas de grajos, buitres y cuervos, ‘banqueteándose a sus anchas encima de un
burro muerto’, en un muladar o basurero que mi pueblo mantenía en las
afueras del caserío. Confieso que de pequeñín no hacía una diferenciación
segura entre esas aves: de inmediato, recuerdo que la palabra grajo era más popular entre nosotros; ya
el término buitre, creo fuese más erudito y ciertamente de rango ‘científico’,
usado conscientemente por nuestros mayores. Según nos dice el diccionario
oficial de la lengua española, los grajos
son ‘aves parecidas con el cuervo pero
más pequeñas (0,45cm de altura y envergadura alar de 0,81/94cm), con plumaje negro azulado, de pies negros y
pico claro, pertenecientes a la familia grajilla’. Los grajos propiamente
dichos (Corvus frugilegus) junto a
las grajas, grajillas, cornejas, cuervos, urracas, rabilargos, arrendajos…, son
precisamente algunos de los córvidos más frecuentes en los campos abiertos de
Castilla y León, aunque podamos decir que son muy comunes en todos los rincones
de la península Ibérica. Y todos ellos componen un conjunto de aves tan
conocido de nuestros labradores como denostados y denigrados por todas las
gentes, y también desde siempre unificados con el nombre vernáculo y universal
de ‘grajos’. Los habitantes de
nuestros pueblos se refieren a ellos indistintamente, aunque de modo específico
se refieran a aquellas aves de color negro azabache o ‘negros como el carbón’, según aclara el lenguaje pueblerino. A su
vez, los buitres son ‘aves rapaces con
aproximadamente 2,5m de envergadura, con el cuello desnudo, rodeado de un
collar de plumas largas, estrechas y flexibles, cuerpo leonado, rameras escuras
y una faja blanca a través de cada ala. Por lo general, se alimentan de carne
muerta y viven en bandadas’, como reza el diccionario esencial de la lengua
española.
Los grajos de mi pueblo (aparecían siempre en bandadas) son aves
paseriformes y una de las 10 especies europeas de los córvidos, ‘con pico imponente y de plumaje
esplendoroso, con detalles metálicos’. Los grajos están distribuidos por
una amplia zona que se extiende desde la Europa occidental y península Ibérica hasta
las estepas de Altai/Asia Central. Los grajos son fácilmente reconocidos por
carecer de plumas en la zona que rodea su pico extremamente poderoso. Y con
excepción de los rabilargos, en todas las otras especies comúnmente se confunden
la voz con el nombre, proveniente de la onomatopeya de su canto que resulta
estridente y áspero. Pero, de modo inconfundible, como nos diría un bloguero, ‘todos los córvidos hablan con un innegable
aire familiar’, siendo que todas estas aves (el arrendajo, excepcionalmente,
no es del todo negro) arrastran sus quejidos por los bosques de casi toda
España, siempre revoloteando entre las copas de los árboles más altos del sotobosque
castellano. Sus llamadas ‘amorosas’ resuenan en los pinares reforestados, donde
sus gritos son constantes y, por eso mismo, no consiguen pasar desapercibidos
antes sus observadores rutineros. Su nombre genérico y científico ‘Garrulus…’ procede justamente de la
palabra gárrulo > pájaro o ser
humano que no para de hablar, o todo aquello que provoca un ruido continuado
como si se tratase de un arroyo o del viento de la montaña. Debido a estas
‘cualidades’ podríamos decir que se trata de charlatanes belloteros, sobre todo
cuando nos referimos al arrendajo (Garrulus
glandarius) > un córvido de tamaño medio (0,32/34cm), con aspecto
rechoncho, alas redondeadas y cola relativamente larga; su característico grito
estridente es aquel ‘skaak-skaak’; también
muy inteligente, posee gran capacidad de adaptación.
Sin embargo, los grajos pese a su voz áspera y crocitante poseen una voz
canora capaz de incorporar e imitar la voz de otras especies acústicamente
diferentes. Los grajos imitan muy bien el maullido seco y melódico de un
ratonero > ave forestal con la que comparte su hábitat en cualquier bosque
al caer de la tarde, o se iguala a la corneja, con cierto tono evocador de
nostalgia cuando en solitario, pero que luego desaparece cuando se juntan a
decenas, a cientos, a millares de grajos en determinados lugares de nuestra
geografía española. En la localidad de La Granja/Segovia, al amanecer varias
decenas de estas aves carroñeras surgen sobre el arbolado circundante donde
madrugan y rellenan la atmósfera del lugar con sus gritos astillados y ásperos,
entremezclados unos a otros sin cualquier orden o concierto, según referencias
de un estudioso de grajos. Exactamente igual ocurre con las bandadas de grajas
(invernantes en España): son aves córvidas que graznan y alborotan el ambiente
donde viven. Las grajillas son también ‘cuervos en miniatura’ como indica su
propio nombre, aunque sus graznidos (más agudos y ligeros) son extremamente
contundentes en estridencia y chillidos de ejemplares aislados. Y si por acaso
se sienten amenazadas resultan bastante agresivas. Pero esa agresividad y
estridencia, desaparecen por completo cuando se reúnen en bandadas,
principalmente en el invierno: en esta ocasión los gritos individuales se
confunden con el vocingleo continuo del grupo, así como ocurre en el Parque
Doñana/Huelva, en torno de los alcornocales resecos del Coto del Rey. Muy
característico es el comportamiento de otro famoso córvido, la chova piquirroja
> de voz bien distinta de las otras especies de la misma familia. Esta ave
lanza un chasquido prolongado, restallante, un tipo de grito casi siempre
estirado por la reverberación y el eco devuelto por los cortados rocosos y
oquedales del monte donde habitualmente vive y a los cuales caracteriza como
hábitat mayestático. Y como no existe una norma sin excepción, esta ave de
0,40cm de tamaño y con plumaje de color negro lustroso con iridiscencias
metálicas azules o verdosas tiene una hermana muy parecida con ella: la chova
piquigualda. A distancia se la confunde con la grajilla, también de color negro
y vuelo en bandadas. Aunque vecinas del mundo córvido, parece renegar a su
parentesco y se comunica con chillidos destemplados (muy agudos), en nada
semejantes al lenguaje común del grupo. Según nos relata un informante,
piquirrojas y piquigualdas sobrevuelan el Parque Nacional de Ordesa y Monte
Perdido
(Pirineos)/Huesca.
Otra excepción del grajo común es el
rabilargo (Cyanopica cyanus), aunque
sólo en sentido cromático y semántico. Esta pequeña ave córvida, de apenas 0,34cm
de longitud, se caracteriza por su larga cola en relación al cuerpo y sus alas
cortas. Posee un capirote negro, la garganta blanca, el cuerpo leonado y las
alas y cola azules; las patas y el pico son negros, y vive en grupos ruidosos
con el reclamo habitual gruiií. En
España, habita en dehesas, huertos y bosques mediterráneos, y ya es habitual
encontrarla en los centros urbanos
(parques y jardines de pueblos y pequeñas ciudades del interior castellano). A
pesar de las diferencias con los otros congéneres, sus graznidos son
genuinamente ‘córvidos’ y se escuchan en
cualquier monte, dehesa y bosque de vuelo alto, sobre todo en la comarca
serrana de Las Villuercas/Cáceres donde prevalece sobre todas las aves de su grupo
familiar. Las urracas (> léase nuestro estudio anterior) son una réplica en
blanco y negro de todos sus congéneres citados encima, pues se mantienen dentro
de los más estrictos cánones vocales (estridentes y ásperos) del grupo córvido.
Las urracas nos acompañan por todas las partes, en cualquier rincón del país,
donde su voz áspera y rasgada nos evoca las voces de los demás córvidos,
apellidados por el pueblo de grajos.
Aunque dígase de pasaje, es la mejor representación sonora de los campos
agrestes o de roturo.
Existe otro córvido de grande apelo popular: es el arrendajo (Garrulus glandarius), ave de elegante
presencia y colorida, muy vivaz y activa, y que se distingue de los otros
córvidos por su refinada astucia. En la península Ibérica, frecuenta los
grandes bosques de robles y encinales en los que encuentra su principal
alimento, las bellotas que producen estos árboles y de las cuales se nutre en
la época invernal. En la primavera se aísla por parejas, y el resto del año
convive en familias reducidas o en pequeñas bandadas, vagando de un punto a otro
de los árboles más altos del monte donde hacen su vida. Curiosamente, el vuelo
de este córvido (frecuente en nuestro pueblo) es pesado, torpe e incierto y,
por eso, no se atreve a volar grandes distancias en una sola etapa. Al
contrario, se detiene en cada árbol o mata solitaria que encuentra en su
camino. Pero en el arbolado se mueve con una agilidad espantosa, no vislumbrada
en ninguna ave de su tamaño. Lanza gritos desagradables y roncos. Cuando se ve
sorprendido por algún enemigo o depredador anuncia a los cuatro vientos y a las
aves del contorno, del peligro en que se encuentra. Pero cuando se ve o se
siente seguro y tranquilo, explota el don que posee de imitar una conversación
entre varias personas. A veces maúlla imitando al gato o a cualquier grito de
persona o animal que se encuentra en la espesura del bosque donde encuentra su
hábitat preferido. Juan Manuel de Pertika, ornitólogo conocido y gran
investigador de los costumbres de estas aves en el País Vasco, relata las
bellas características que adornan a esta rara y dañina ave: su tamaño es de
una paloma común, de color gris rojizo o pardo: la rabadilla es blanca y la
garganta blanquecina, rodeada de una faja negra… Ciertamente es una ave considerada hermosa,
pero se trata del ave más ladrona de nidos existente en nuestros montes, pues
su alimento es precisamente huevos y crías de pájaros de todo tamaño; consume
también todo tipo de frutas y hortalizas, siendo muy perseguida por el hombre.
También se alimenta de lagartos y víboras = su alimentación preferida en la temporada
que cría a sus hijuelos.
Por lo general, como nos relata Johann
Friedrich Naumann (1780-1857), considerado el fundador de la ornitología
científica: ‘los grajos poseen en el más
alto grado el don de imitar, y es por tal concepto un verdadero artista;
pronuncia todos los sonidos que hoye en el lugar donde hace su vida y repite de
un modo inimitable el grito de las aves de rapiña, el relincho del caballo o de
cualquier otro animal, así como el sonido de la sierra que trabaja en el
bosque’. Los grajos entran en celo en la primavera y construyen el nido en
los troncos de árboles no muy altos, fabricándolo a base de ramas delgadas y
secas que sirven de apoyo a una porción de hojarascas; en su interior está
recubierto de musgo y otras finas hierbas donde cría sus pollitos con toda
comodidad. Pone entre 3 y 5 huevos de color blanco amarillento sucio, o de
blanco verdoso. Los padres alimentan a sus hijuelos con orugas, larvas e
insectos y hasta con pajarillos que roba de nidos ajenos. También los alimentan
con víboras, a las cuales son muy aficionados. Los padres anclan y posan
mayestáticamente alrededor del nido, siendo que a cualquier presencia extraña
desaparecen con sus hijuelos. Detalle sostenido por varios ornitólogos: ‘los grajos adultos son los más ingratos y
difíciles de educar, pero cuando se les cría en cautividad, son aves que se
acostumbran a vivir en compañía del hombre. Y son, por lo general, las aves que
mejor se acostumbran a vivir en su compañía, no alejándose mucho del lugar
donde se ha criado, aunque viva en plena libertad alrededor de su casa’. Y
una particularidad inconcebible: ‘se le
puede enseñar a pronunciar muchos nombres y palabras que no olvida nunca,
siendo muy fiel a su amo a quien reconoce y aprecia’, según nos lo describe
el ornitólogo vasco, J.M. Pertika.
No podemos olvidar, de acuerdo con relatos de labradores y hortelanos,
los destrozos que tordos, maricas, chovas y grajos causan en los olivares de
Andalucía, pues concurren en bandadas enormes estas y otras aves a cercenar el
fruto de los olivos, ocasionando incalculables perjuicios y pérdidas a los
olivares. Y no tememos en asegurar que desde mediados de enero en adelante,
pierden los cosecheros unos 10% del esquilmo pendiente. Estas aves son en
extremo voraces, y no solamente comen las aceitunas que necesitan, sino que
algunas de ellas llevan a sus nidos una o dos aceitunas cada noche. Los grajos
principalmente son aves de paso, viven en sociedad, emigran en busca de
alimento, y son reconocidos porque
abandonan los distritos en los cuales se ha concluido la recolección de las
aceitunas para acuartelarse y domiciliarse en aquellos pagos más tardíos que
aún mantienen los frutos en los árboles de sus olivares. Y si se computa la
porción de aceitunas destruida por estas aves, resultará un exceso notable de
pérdida contra los intereses del labrador. Es bien extraño que algunos celosos
promovedores del bando grajista, con el pretexto de utilidad pública, no
repartan por encabezamiento tanto número de estas aves dañadoras. Estos
comentarios aparecen en la revista Seminario
de Agricultura y Artes (1807). Y todo lo que se dice de los grajos de
Andalucía, se aplica también a los grajos y buitres de Castilla y León, pues
estas aves son extremamente oportunistas dado que consumen todo tipo de
recursos tróficos, sobre todo los frutos de huertos, semillas etc. Son aves
córvidas que ocupan gran variedad de hábitats, aunque prefieren zonas abruptas
con abundancia de cortados rocosos en cuyas repisas o grietas colocan los
nidos. En España sólo escasean en algunas zonas de la meseta sur y del valle
del Guadalquivir. No resulta raro que nidifiquen en árboles, incluso en
torretas eléctricas y demás infraestructuras campestres. Su coloración negra
con algunas irisaciones metálicas les dan el distintivo o apellido de aves de malos presagios y, tal vez debido
a este carácter supersticioso, hayan sido tan perseguidas durante siglos. En
España vienen disminuyendo notablemente en los últimos 50 años, aunque según la
UINC, los grajos y buitres ‘castellanos’ aparecen en ligera recuperación.
En los pueblos de Palencia y sus
comarcas de media montaña más representativas (Montaña Palentina, Valdavia y Boedo/Ojeda), los grajos constituyen
un referente importante en la cultura rural más tradicionalista, dando lugar a
muchos dichos, curiosidades y creencias populares: todos ellos tienen como
protagonistas a los grajos y cuervos. Y como el hombre del campo, en tiempos
pasados, era capaz de identificar a la mayoría de los animales comunes,
principalmente con denominaciones locales, existía una relación de cercanía con
la tierra de la cual los labriegos sacaban el sustento. Sin duda, el
conocimiento de las distintas especies en el medio rural ya fue más consciente
que en la actualidad. En muchos pueblos palentinos, todo ese valioso
conocimiento tiende a desaparecer, sobre todo debido a los cambios sociales
ocurridos en las últimas décadas. El III Concurso ‘Cosas de mi pueblo’, patrocinado y organizado por diario El Norte de Castilla (2006) recogió
algunos dichos y creencias en torno de diversas aves más populares en Castilla
y León ej.: los grajos. Este nombre universal se aplica especialmente a todos
los córvidos de tonos negros, como la corneja común (Corvus corone) y el cuervo común (Corvus corax). Todas estas denominaciones están muy extendidas y
hacen referencia al típico graznido de las aves campestres. En los pueblos
palentinos, los grajos poseen muy mala reputación, sobre todo en el medio rural
debido a su abundancia, tonos oscuros y hábitos alimenticios, aunque son muy
inteligentes y recelosos del ser humano. En nuestros campos, aparece también un
ave de rapiña nocturna de nombre nueta,
reconocida por las gentes del pueblo a causa de su quejumbroso canto, lo que
nos hace pensar en la lechuza común (Tyto
alba), o en el mochuelo (Athene noctua), siempre con indicios
de malos augurios, ya que se decía de ellos: ‘cuando canta la nueta alguien va a morir pronto’. El propio nombre
hace referencia al término latino nocte/noctu,
en alusión a los hábitos crepusculares o nocturnos de estas aves.
Los buitres, como dijimos arriba, son ‘aves rapaces (2,5m de envergadura) que suelen alimentarse únicamente con animales muertos, aunque a falta de
estos son capaces de cazar presas vivas’. La característica más en
evidencia del buitre está en su cabeza pelada y desprovista de plumaje. Leí a
respecto de esta práctica: ‘una cabeza
con plumas se macharía con sangre y otros fluidos durante su alimentación, lo
que sería muy difícil en mantenerla limpia’ (¡?). Curiosamente, cuanto
mayor el tamaño de las presas, el cuello de los buitres es más largo y pelado.
Pero convengamos: los buitres no matan a sus presas, salvo en algunas
excepciones, pues carecen de garras poderosas; al contrario, son cortas y
romas, más adaptadas para andar que para matar a sus víctimas. Algunas especies
poseen lenguas especializadas en alimentarse, con rapidez, de carne blanda,
incluso extraen el tuétano de los huesos. Sin embargo, todas las especies de
buitres conocidas están adaptadas a volar a grandes alturas y, por lo general, son
aves de gran tamaño. Y para elevarse y mantener los largos vuelos y planeos
(aprovechan las corrientes térmicas del aire ascendente), a través de los
cuales patrullan grandes extensiones en busca de carroña. Detalle interesante: junto
a sus prácticas carroñeras desarrollan el hábito de adherir a sus patas (en
tiempos de mucho calor) una substancia resultante de la combinación de heces y
orina con la cual controlan la temperatura corporal, pues no poseen glándulas
sudoríparas. Se ha descubierto, que tal combinación extermina a casi todas las
bacterias con las que inevitablemente establece contacto en cuanto se alimenta.
La palabra castellana ‘buitre’
no tiene ningún significado toxonómico - una ciencia o disciplina que clasifica los seres vivos y define los grupos de los
organismos biológicos. Al contrario, los buitres incluyen dos grupos no
relacionados entre sí: los buitres del Viejo Mundo (familia de los accipítridos) que engloban águilas,
azores y milanos; y los buitres del Nuevo Mundo (familia de los catártidos) que engloban los cóndores
andinos, el asombroso buitre real, el buitre de cuello rojo, el zopilote etc.
Existen diferencias marcadas entre ambos: los buitres americanos poseen
orificios nasales ‘accesibles’ que se abren a través de la punta del pico;
poseen grandes cavidades olfativas, con un sentido agudo del olfato que, por
increíble que esto pueda parecer, no lo usan para localizar a sus víctimas. Por
lo general, las diferencias son de evolución
convergente (¡?). En el Nuevo Mundo encontramos 7 especies de buitres
(cóndores, buitre real, etc), y en el Viejo Mundo se cuentan 14 especies, entre
las cuales se citan el alimoche común y el quebrantahuesos > con más plumas
en la cabeza y garras más poderosas.
Ambos son aves admirables y especializadas: el primero usa las garras
como herramientas en sus trabajos de buscar la propia comida, mientras el
segundo es una versión alada de la hiena (se alimenta sobre todo de huesos).
Los alimoches se alimentan de carroña y basuras encontradas cerca de las
viviendas humanas; es el único buitre a vivir en zonas de bosque. Los típicos
buitres del género Gyps, gregarios y
devoradores de carroña, viven en espacios abiertos o áreas montañosas de la
península Ibérica. Cuatro buitres del Viejo Mundo son especies muy grandes,
especializadas y de hábitos solitarios: son conocidos colectivamente como
buitres de dorso blanco, y aparecen habitualmente en cualquier zona montañosa
de España.
Llama nuestra atención sus hábitos alimentarios: todos localizan a sus
presas exclusivamente por la vista y no por olfato. Su vista es muy aguda,
aunque no lo sea tanto como la de algunas aves de rapiña que se alimentan de pequeños
animales en movimiento ej.: el águila real. Los buitres divisan grandes animales muertos a
distancia de varios kilómetros, observando
a otras aves y animales carroñeros ej.: leones y hienas, cuando éstos andan en
busca de comida. Y por localizar a sus víctimas a través de la vista y no del
olfato, por lo general no las ven en zonas boscosas aunque sean espacios
abiertos, cuando aparecen cubiertos por matorrales o hierbas altas. Se
alimentan exclusivamente durante el día, si bien existen buitres que lo hacen a
la luz de la luna. En ciertos lugares, los buitres se dividen en tres grupos
ecológicos: los gregarios (hasta 100
individuos), de dorso blanco y gran tamaño; se alimentan de animales muertos;
los solitarios, grandes y poderosas
aves carroñeras, y los pequeños, con
el pico débil y frágil ej.: los alimoches de nuestros campos. Los hábitos
alimenticios son muy variados: los grandes buitres sociales suelen procrear en
árboles o en rocas, siempre en colonias; sólo conviven con especies grupales,
aunque se hayan visto varias especies diferentes criando en rocas y
alimentándose del mismo animal muerto. Los grandes buitres solitarios cazan y
descansan solos o en parejas. Raramente aparecen en grupos de más de 10
individuos. Cuando divisan un animal muerto se tornan muy agresivos y se
arrebatan mutuamente pedazos de carne: el pico es grueso y poderoso, lo que les
permite rasgar pieles y tendones, en cuanto el cuello es largo y delgado,
adaptados a penetrar hasta dentro de la cavidad de animales muertos. En
particular, los alimoches que conocemos y son más frecuentes en nuestros
muladares, tienen el pico débil y no consiguen competir con los otros buitres
más grandes. Para compensar esta fragilidad innata, recogen los despojos
llegando a alcanzar partículas de carne que los otros buitres no consiguen
comer debido a sus picos gruesos.
Los buitres fueron aves consagradas a Marte (dios de la guerra) y a Juno (reina de los dioses, mujer y
hermana de Júpiter), en alusión a las maldades que estos dioses practicaban con
los seres humanos. En la literatura, el buitre representa a aquellas personas
que se complacen y ensañan con las desgracias ajenas o se aprovechan de los
bines ajenos. En tiempos de Rómulo (751-753 aC), primer rey de Roma y fundador
junto con su hermano Remo de aquella gran metrópolis, el vuelo de los buitres
era estudiado y consultado en los auspicios
> señales buenas o malas que presagian un determinado resultado o
desenlace); su aparición era señal de
buen agüero. Sin embargo, los poetas y escritores romanos hicieron de él un
símbolo perfecto de la codicia intolerable y absurda, de la avaricia
desenfrenada y de la crueldad insana y desproporcional. Los antiguos egipcios
miraban con mucho respeto y reverencia a este pajarraco, considerándole un
símbolo precioso de la diosa Nest (patrocinadora del Antiguo Egipto Unido, y
protectora de los faraones); estaba representada en forma de un buitre blanco
hermafrodita, pues los egipcios pensaban ser los buitres de esencia femenina. Estas aves anidaban en lo alto de las
pirámides y tenían un jeroglífico especial; su vuelo era extraordinario, pudiendo
atravesar el Desierto del Sahara en un solo día durante su emigración anual a
Europa. El Sahara en la dirección N/S mide 1.800km entre el Sahel y la costa
mediterránea, precisamente en las zonas geográficas de Libia y Egipto. Al
contrario de la creencia popular, los buitres egipcios (llamados de ‘lázaros’ > aves de extrema belleza por
su vuelo y porte señorial) son aves muy limpias. Durante su vuelo emigratorio,
los rayos ultravioletas del sol desinfectan sus plumas eliminando todas las
bacterias acumuladas tras ingerir animales muertos.
El buitre egipcio o alimoche común (Neophron
percnopterus) es una de las aves migratorias que demandan el continente
africano a través del estrecho de Gibraltar. Sus bellísimos ejemplares (la UINC
le considera en peligro de extinción)
se hacen presentes en toda Europa, incluso en España. Su reproducción se
realiza en torno del Mediterráneo, entre los meses de marzo y abril: los nidos
son fabricados en roquedales y acantilados o en zonas áridas y de páramos. Los
hay más osados, pues construyen los nidos en zonas habitadas (edificios,
tejados, chimeneas etc). De ordinario, alcanzan 0,85cm de longitud y casi 2m de
envergadura alar. Los ejemplares adultos son blancos, con plumas negras en las
partes ventrales. La piel del rostro y del cuello aparece de color amarillo, y
no posee plumaje. El pico tiene forma de gancho y es muy fuerte. Su
alimentación está compuesta por insectos, carroña y restos orgánicos… Es
considerado un ave entre los más inteligentes de su especie, exactamente por
detener la capacidad de usar herramientas o instrumentos naturales para poder
alimentarse. Un ejemplo: si la comida encontrada es un huevo de avestruz (y por
tanto, de gran tamaño), ellos utilizan una piedra que lanzan contra el huevo
hasta lograr romperlo y comer el contenido. Ya si los huevos son pequeños, los
recogen con el pico y los dejan caer varias veces hasta que la cáscara se rompe
y así saborean el contenido interior. El buitre egipcio es considerado el
alimoche más pequeño de los buitres ibéricos; se le ve con frecuencia en
cantiles y roquedos, próximos a extensas áreas abiertas, como las zonas de Boedo/Ojeda.
Vuelan en solitario, aunque a veces siguen otros congéneres, incluso buitres de
otras especies y cuervos. Suele ser uno de los últimos animales en probar la
carroña de la cual se alimenta habitualmente. Cuando otras especies mayores ya
han acabado con casi toda la carne, el alimoche común frecuente en nuestros
muladares o basureros acude para engullir las pocas pieles y restos de carne
que se quedan enganchados entre los huesos.
Por otro lado, estos buitres o
alimoches ibéricos son visitantes habituales en vertederos, muladares y
basureros donde se atiborran de basuras urbanas. Incluso, son aves que aprovechan
todo lo que los otros buitres y grajos desechan en sus escaramuzas
alimentarias. Los alimoches que frecuentan la península Ibérica (nuestro
visitante estival) anidan normalmente en abrigos situados sobre acantilados y valles
recortados ej.: el valle de Fuente Fría (límites municipales de Prádanos de
Ojeda y Becerril del Carpio, a los pies de Peña
Cortada). En varias zonas de España y Portugal, donde ocurre el uso
intensivo de pesticidas, los alimoches están en declive, sobre todo por la
utilización ilegal e indiscriminada de varios venenos prohibidos. Se dice entre
los estudiosos de estas aves tan importantes en la limpieza ecológica de la
naturaleza que, ‘infelizmente, apenas
sobrevive un polluelo para cruzar el estrecho de Gibraltar con sus padres’.
Pasará en el África Subsahariana los primeros 5 años de vida hasta alcanzar la
madurez sexual, regresando entonces a la península Ibérica, si por acaso
consigue sobrevivir para formar una nueva pareja. Los alimoches ibéricos se extienden
por toda la geografía española (incluso en Prádanos de Ojeda) para
reproducirse, ocupando cada pareja el mismo territorio año tras año. Abandonan
sus nidos a finales de septiembre y regresan a principios de marzo. En varias
regiones peninsulares se le considera en
peligro crítico ej.: islas Canarias, siendo sus principales amenazas los
tendidos eléctricos, el uso de venenos y pesticidas y la menor disponibilidad
de alimento (reducción del pastoreo, cierre de muladares y la eficiencia en el
tratamiento de la basura urbana), además de la pérdida de hábitats habituales y
la presencia humana en las zonas de cría. La población española del alimoche
común se cifra en 1.400 ejemplares: su presencia más constante (época estival)
es constatada en zonas de alta montaña, desfiladeros y peñas grandes ej.: Pirineos
y Picos de Europa, aunque está presente de forma discontinua en todas las
comunidades autónomas, pero con sus poblaciones bastante reducidas. Muestra
preferencia por zonas sin grandes masas de árboles o matorrales, con clara
dependencia de substratos rocosos. Se trata de un ave extremamente silenciosa,
y se le distingue por su vuelo y coloridos blanco y negro, muy parecidos a la
cigüeña blanca. Y termino citando un dicho de la mitología clásica: ‘el alimoche es un embustero convertido en
buitre’.
Nenhum comentário:
Postar um comentário