quarta-feira, 12 de março de 2014

La Ojeda: el nacionalismo vasco-catalán (1)



                  
                        
            El supuesto nacionalismo vasco y catalán = actualmente dos ideologías más políticas que sociales, consideradas por los historiadores hispánicos como ‘nacionalismos periféricos’, pues  realmente las ciudades más desarrolladas están a gran distancia de Madrid ej.: Barcelona, Bilbao, Avilés/Gijón, Valencia y Sevilla/Cádiz. El asunto es muy polémico y controvertido porque generalmente prevalecen los extremismos y, por infelicidad, muchos desencuentros, ignorancia y estupidez. Ahora, mis caros lectores on-line, ¿qué significan esas terminologías ‘nacionalismo’, ‘regionalismo’, movimientos de emancipación o independencia en la península Ibérica? Veamos: España como nación es una e indisoluble de acuerdo con el artículo 2º de la constitución española de 1978, que es lo que importa. No adelanta  bufar, gruñir o rechinar los dientes: la constitución es la Carta Magna del país, igual para todos los habitantes de España sean castellanos, vascos, catalanes, andaluces etc, lo quieran o no  los incomodados, reclamen o no los irrequietos, la acepten o no la acepten con tranquilidad y equilibrio los interesados conscientes y sabedores de la realidad del país. El artículo 2º reitera ‘la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles’. Al mismo tiempo, y aquí está el origen de toda y cualquier discusión, también ‘reconoce y garantiza  el derecho a la autonomía  de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas’. Estas frases históricas están escritas en la constitución española aprobada casi por unanimidad por las cortes (sólo 6 votaron contra en 350 escaños),  y como resultado de un proceso de nuestra historia contemporánea denominado ‘transición española’, por medio del cual el régimen franquista (1939/75) se convirtió en monarquía constitucional o parlamentarista  como forma de gobierno, de acuerdo con un Estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Nuestra constitución (muchos españoles no lo saben tal vez por descuido o por incuria, pero su importancia en cualquier discusión es capital, indeclinable, definitiva). Por lo general, el pueblo simple y los que le insuflan (interesados en sacar algún provecho propio, afuera los alocados) no pretenden respetar lo que está escrito. En nuestros días, la democracia, aunque tenga muchas imperfecciones y defectos terribles, aún es considerada la mejor forma o manera de gobernar a los pueblos de la Tierra. Claro, cuando funciona con justicia e igualdad para todos los ciudadanos, y no para unos pocos aprovechadores del erario público. En realidad, no es el pueblo simple que crea problemas nacionalistas, sino sus dirigentes y políticos interesados en sacar alguna raja, como se acostumbra decir entre nosotros. La ‘raja política’ todos sabemos cuál sea: el caciquismo moderno y sus mecanismos esencialmente personales y antidemocráticos (también antijurídicos).
          Por otro lado, la constitución española de 1978 establece una organización territorial basada en la autonomía de municipios, provincias y comunidades autónomas (entidades que parecen superfluas en un país en crisis económico-financiera), imperando entre todas ellas el principio de la solidaridad = ‘actitud de participación y apoyo que se muestra hacia los problemas, actividades o inquietudes de otro u otros, por razones morales, ideológicas etc’. Como sinónimos el diccionario cita: compañerismo, camaradería, fraternidad, adhesión, respaldo, amistad etc. La palabra ‘autonomía’ tiene también un significado especial en el diccionario español, extensivo a otras lenguas románicas ej.: el catalán, el gallego etc. Por ‘autonomía’ se entiende ‘el estado y condición de una persona, pueblo o territorio, que goza de independencia en todos o en algunos aspectos’, siendo a veces traducida por ‘emancipación o autogobierno’. Estos conceptos están escritos e interpretados en el llamado ‘padre/madre de los burros’, el diccionario. El rey, que para muchos ‘separatistas’ vascos o catalanes, es una piedra en el zapato, como jefe de estado es apenas y tan solamente una figura simbólica y carece de poder efectivo de decisión. Sus actos dependen del referendo de la autoridad competente = sea el presidente del gobierno, el presidente del congreso nacional, sea  un simples ministro de Estado. Muchos otros ‘intransigentes’ en su nacionalismo vulgar implican con el idioma castellano o español como lengua oficial del Estado. En el artículo 3º de la constitución se dice textualmente: ‘todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas comunidades autónomas de acuerdo con sus estatutos, [pues] la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección’. Con todo eso, el artículo 10º refuerza lo dicho anteriormente: son derechos inviolables ‘el respeto a la ley y a los derechos de los demás, fundamentos del orden público y de la paz social’. Todos los separatistas, sin cualquier distinción, no obedecen, no respetan la ley mayor, la Constitución. Ora, los habitantes de un país que no saben respetar la ley y no la obedecen son automáticamente anarquistas = en el diccionario corresponde a aquellos individuos que ‘defienden y/o practican la confusión, la desorden, la indisciplina, el desbarajuste etc, por falta de autoridad o debilidad de la autoridad pública’. Como complemento aún resalta que son personas que abrazan la completa libertad y supresión del Estado y de la propiedad privada. En resumen: defienden la anarquía total, lo que convengamos, en un mundo desarrollado y democrático no es posible. Sin embargo, la mayor parte de los nacionalistas que yo llamo vulgares, y ciertamente desorientados en sus principios cívicos, no saben o no quieren ‘respetar la ley y los derechos de los demás ciudadanos’. Yo me pregunto, ¿por qué será que eso acontece? Claro, las respuestas son varias y personalistas: en cada región de cualquier país del mundo (no sólo en España), existen ‘nacionalismos’ de diferentes matices,  y también más a menudo los llamados regionalismos (¡cuántos individuos confunden las dos cosas, aunque sean términos muy diferentes!) = ‘doctrinas o movimientos políticos que fundan la estructura y desarrollo de una colectividad en la autonomía y los valores propios de las regiones que la constituyen’, según el diccionario. La palabra región en este caso es parte de un territorio definido y expreso por determinadas características geográficas, administrativas, de gobierno y, sobre todo, histórico-sociales que llevan en cuenta especialmente el modo de ser y las aspiraciones del pueblo que allí habita regularmente, pero dentro de la ley mayor; no cabe anarquía.       
          Entonces, hablemos un poco del por qué  los ‘nacionalismos’ aparecieron en el siglo XIX. En su versión actual, no son tan antiguos como los nacionalistas vascos intentan ver o transformar sus reclamaciones fueristas. Los fueros existen desde mucho tiempo, pero dentro de la ley mayor.  El nacionalismo contemporáneo se hizo presente en Europa (no en España, como muchos piensan) y estuvo ligado al romanticismo = un movimiento artístico, filosófico y político que se caracterizó por una visión del mundo contraria al racionalismo y al iluminismo, y buscó nuevas perspectivas en el nacionalismo que valorizaba las fuerzas creativas del individuo y la imaginación popular. Este movimiento surgió en un ambiente intelectual de gran rebeldía. En la política se caracterizó por la derrocada de los gobiernos despóticos y por eso a favor de un liberalismo político cuyo clímax ocurrió durante la revolución francesa (1789). No campo social se manifestó por un inconformismo generalizado contra las reglas. Las características del movimiento son tres en relación al nacionalismo:
         (1ª) se buscaban colactáneas de textos y documentos que remitían al nacimiento de una nación, así como a la fuga y escapismo de la realidad. En la literatura se ensalzaba a la mujer como musa (era amada y deseada pero no tocada);
        (2ª) predominan el pesimismo, cierto gusto por la muerte y anarquía, una religiosidad exacerbada y el naturalismo;
        (3ª) la denuncia de los vicios y males de la sociedad, generalmente de forma enfática e irónica cuyo intuito era revelar las fragilidades del ser humano - desembocó en el realismo. Los ideales temáticos revolucionarios a partir de 1830 son guiados por el espíritu de libertad, simbólicamente retratados por una mujer llevando la bandera de Francia.
          Muchos románticos pasaron a interesarse por el origen de sus pueblos, de sus lenguas y de sus países. En Europa, los literatos encontraron en el caballero andante (muy bien retratado en España por Miguel de Cervantes) = un noble cortés y fiel a su patria, el modo de retratar la cultura de sus respectivos países. En el Brasil, como no existieron caballeros andantes adoptaron al indio salvaje como héroe - el llamado buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau. En la pintura las primeras manifestaciones  románticas fueron de Francisco Goya, nuestro excelentísimo pintor. Resumiendo: el romanticismo es el arte del sueño, de la fantasía, del escapismo, de amores trágicos, de dramas humanos y, especialmente, de la fuerza de las leyendas nacionales. El nacionalismo vasco se confunde mucho con este tipo de romanticismo…
           Hablar del nacionalismo vasco-catalán y otros nacionalismo peninsulares conlleva entender el nacionalismo español, cuyo ideal político reafirmaba la existencia  de una nación española (‘una e indisoluble’) que por la constitución de 1978 se identifica con el actual Estado de derecho español y con su totalidad territorial de 505.600k² (2011, según Banco Mundial), ni un quilómetro a más ni un kilómetro a menos. Por tanto, el ‘desgarro territorial es imposible, dentro de la ley’. No deja de ser un sueño, una fantasía, un escapismo, un deseo trágico, un drama humano… Y a veces basado en leyendas sin fundamento. Los elementos del nacionalismo serían: la lengua española (el castellano), la bandera, el escudo y el himno, además de los otros elementos que caracterizan una nación en sentido estricto como la historia, las mismas costumbres y tradiciones, la misma idiosincrasia etc.  Históricamente, el nacionalismo español surgió con la Guerra de la Independencia (1808/14). Infelizmente, a causa de la apropiación de los símbolos y del concepto nacionalista defendido por el franquismo, el verdadero nacionalismo español suele asociarse a las facciones más radicales del país ej.: la ultraderecha (si es que vale la pena hoy en día hablar de tales extremismos anacrónicos, sea de derecha sea de izquierda). Y para que nadie discuta sin razón, aquí va una encuesta hecha por la Fundación Bertelsmann Stiftung (con matriz en Alemania, y fundada en 1995). Por tanto, equidistante, seria y ‘nada nacionalista’ o gubernista): a la pregunta ¿te sientes identificado con España?, los españoles respondieron con números arrasadores: se identifican más con España los extremeños (94,8%), seguidos de  madrileños (92,9%),  castellanoleoneses (92,5%), manchegos/baleares (89,2%) etc. En el otro extremo, están los que menos se identifican con España: vascos (62,6%),  catalanes (72,8%), asturianos (74,8%), gallegos (77,3%), navarros (78,7%), cántabros (78,9%) etc. Por edades, las personas con más de 65 años son las que más se reconocen españolas (86,6%), entre 35 y 49 años (87,7%) y entre 15 y 34 no quisieron responder. Se hizo otra pregunta sobre la identificación de los españoles con Europa: los valencianos  (67,1%) son los que más se identifican con los asuntos europeos, seguidos de los catalanes (62,7%), y los que menos se sienten ‘europeos’ son los asturianos (42,9%), seguidos de los vascos (46,4%) y riojanos (46,8%). Los castellanoleoneses también se identifican poco con Europa (52,4%). Delante de tal estadística, algunos españoles se manifestaron. Uno, dijo sin pestañear: ‘claro, yo soy español, y si alguien no lo siente así tiene algún problema médico’; otro, resolvió decir: ‘yo soy español, pero no me siento español’ (cada uno con su flauta: por lo visto no sabe tocarla, Amigo, ¿qué haces ahí? ¡Procura otra patria!). Un tercero, ‘en fin, ridícula muestra’ (no lo es, no. Esta encuesta demuestra como mucha gente está engañada en relación al nacionalismo vasco y catalán). Y digo más: no acepto el número de vascos (62,6%) que dicen no se identificar con España, no porque desautorice o dude  de la encuesta, sino porque  la respuesta tiene un qué de no ser ‘sincera’ debido a las presiones locales y al grupo ETA. Tengo absoluta certeza: el número de vascos que se identifican con España supera con mucho ese 62,6% de la encuesta. No soy vasco, pero viví entre ellos por casi 10 años.     
            Por otro lado, cabe resaltar la vertiente política del nacionalismo vasco como fenómeno revolucionario, pues a partir del primer tercio del siglo XIX presenta una ideología concreta (‘un sentimiento de amor a la patria’) contra el absolutismo foráneo, implantado por la restauración borbónica con Alfonso XII (1875-1885), tras el sistema de Cánovas del Castillo y la constitución de 1876. En ese sentimiento estaba embutido el principio de autodeterminación del pueblo vasco con poder y derecho de darse las leyes y formas de gobierno que quisiese en cualquier momento de su historia. Los revolucionarios españoles eran incluso contra el mapa europeo impuesto por el Congreso de Viena (1815). El nacionalismo vasco nació precisamente en esta época de cambios bruscos (sociales, culturales y políticos). En la época de su fundador Sabino Arana Goiri (1865-1903), la sociedad vasca estaba influenciada por numerosos aspectos: la caída del Régimen Antiguo, el florecimiento de las ideas liberales centralistas y anticlericales, el caciquismo desenfrenado, las imperfecciones del sistema democrático, la crisis del carlismo tras su derrota militar en los campos de batalla (¡repetidas veces!), la pérdida de los fueros, la crisis del nacionalismo español y su intento de regeneración, las políticas coloniales y los procesos de emancipación americana, la generalización de las teorías racistas, los inicios de la revolución industrial y, principalmente, el surgimiento del socialismo = sistema político-económico para confrontar el liberalismo y el capitalismo a partir de la realidad en que el trabajador vasco era prácticamente un esclavo con salarios bajos, enorme jornada de trabajo etc. En ese momento crítico de la historia, el socialismo ideal se presenta propalando una sociedad sin distinción de clases e igualitaria, con la socialización de los medios de producción donde la riqueza no estaría más en las manos de pocos o de una minoría insensible a la situación del país. En este torbellino de ideas, Arana Goiri inquiría de Luis Arana, su hermano: ‘si los vizcaínos sois españoles y vuestra patria es España, no sé cómo queréis gozar de unos fueros que los demás españoles no tienen y eludir oblaciones que a todos los españoles deben comprender por igual ante la patria común. Gozando de los fueros no servís en el ejército español, ni contribuís con dinero al tesoro de la patria. No sois buenos españoles…’. Realmente, era una contradicción no deseada, pero las autoridades de aquel momento (exactamente como las de hoy) no consiguieron dar una solución palatable. A este respecto, es recordada por todos los ‘nacionalistas’ la famosa reunión en Guernica (1894), donde se encontraban fueristas, carlistas, bizcaitarras y catalanistas. En la ceremonia de apertura de una sociedad cultural se izó por primera vez la ikurriña (bandera vasca); hasta ahí nada demás. Pero durante la comida se oyeron algunos gritos de ‘¡abajo la preponderancia de Castilla!’, y ‘¡viva la autonomía de las regiones!’: los carlistas protestaron. En respuesta a los carlistas, se oyó un sonoro grito ‘¡muera España!’. Ante tamaña grosería, carlistas y fueristas abandonan el acto. En aquel mismo instante las banderas españolas que lucían en dos balcones fueron quemadas, y por la primera vez en la historia de Vizcaya se escuchó un ‘¡viva Euzkeria independiente!’.
           
              El nacionalismo vasco es, por tanto, una ideología política  que defiende la unidad vasco-navarra, y quiere porque quiere (contra la ley mayor que sus próceres firmaron sin cualquier presión) la defensa de los ‘territorios’ que configurarían la nación vasca (4 españoles y 3 franceses = no sé si prestaron atención: no se oye hablar del nacionalismo vasco francés. Ciertamente, el nacionalismo vulgar se aprovechó de la anarquía institucionalizada en el país. Aquellos territorios corresponderían al tradicionalmente estado definido como Euzkal Herria (o Vasconia). Esta entidad vasca comprendería actualmente el País Vasco, Navarra, el condado de Treviño/Burgos, el valle de Villaverde/Cantabria y parte de los Pirineos Atlánticos (Francia). Este nacionalismo se manifestó a través del Partido Nacionalista Vasco en las elecciones de 2012, cuando obtuvo 59,61% de los votos sumadas las dos fuerzas vascas (PNV y EHB). El grupo ETA fue un sector más radical e, por eso, con poca aceptación popular, debido a sus métodos violentos; cesó aparentemente la actividad armada en 2011. En Navarra, el nacionalismo vasco es aún menor: en las elecciones de 2011 obtuvo apenas 28,69% de los votos. Los partidos apellidados de nacionalistas reivindican el navarrismo histórico, opuesto al navarrismo español de tendencias regionalistas. Hoy, las dos comunidades autónomas (País Vasco y Comunidad Foral de Navarra)  conservan sus antiguos derechos forales [históricos y tradicionales] reconocidos por la constitución de 1978, manteniendo su autonomía fiscal; ambas mantienen asimismo relaciones culturales, sociales y económicas, aunque en la actualidad existe un gran distanciamiento institucional entre los respectivos gobiernos. En realidad, el nacionalismo navarro es minoritario, y no se identifica automáticamente con el nacionalismo vasco. Hay sectores incluso que no hablan en nacionalismo; quieren apenas la restauración de Navarra, sea como un estado monárquico, o sea simplemente como  estado navarro dentro de un Estado federado español, muy parecido al federalismo brasileño. Otros ‘nacionalistas navarros’ quieren la independencia de Navarra, pero sin la compañía vasca. Tratase de una autonomía (algunos hablan en soberanía, tal vez  por confundir las dos palabras) más pausada y moderada ‘para no entrar en un caos o en la creación de un estado en ruinas’.  El navarrismo como corriente política postula tan solamente la identidad y los intereses de Navarra: en su versión clásica, busca la defensa de su territorio como ‘sujeto de derechos históricos sustentadores de una autonomía foral’, y como comunidad autónoma con identidad propia y diferenciada de cualquier otra. El navarrismo clásico rechaza absolutamente el proyecto de integrar Navarra en el País Vasco, y rechaza aún más con suprema vehemencia la anexión de Navarra a Euzkadi, de acuerdo con la 4ª Disposición Transitoria de la Constitución de 1978. La inmensa mayoría de los navarros exige la supresión inmediata de tal artículo tras el afianzamiento de Navarra como comunidad foral. El navarrismo como corriente política, desde su origen clásico,  surgió como reacción al nacionalismo vasco del cual quiere distancia, pues desea mantener a Navarra como comunidad propia y diferenciada.      
          Según comenta Ignacio del Burgo, el navarrismo es ‘una corriente política plural, surgida en los años 1970 con la finalidad de defender la navarridad, es decir, la identidad navarra frente a los intentos de absorción impulsados por el unionismo euzkadiano o euzkalherríaco. Navarrista es aquel que milita en las fileras del navarrismo político para defender la navarridad’. María de la Cruz Mina dice algo parecido: ‘en su origen, la definición política militante de navarrismo no surge como respaldo a reivindicaciones concretas frente al Estado, sino como reacción a otro particularismo, el nacionalismo vasco, que no concibe Euskadi sin Navarra y pretende hacer de aquélla una nación separada de España. Así se comprende que el navarrismo se afirme de forma beligerante contra el nacionalismo vasco y se identifique con lo español’. Son palabras sensatas y más en conformidad con la Historia de España. Sería un anacronismo imperdonable incorporar Navarra a Euzkadi; debería  ser al contrario, dada la importancia dinástica e hispánica de Navarra que un día tuvo el rey más poderoso de la península Ibérica, Sancho el Mayor de Navarra (991-1035). Este monarca - fue Imperator totius Hispaniae (cristiana)- como señor también de Castilla, Álava y Monzón, lo fue también de nuestro pueblo, Prádanos de Ojeda, perteneciente a aquel condado palentino. Navarra siempre tuvo visibilidad histórica y poderosa, pero las vascongadas… Que los vascos me disculpen (por favor, sin mucha polémica), pero Euzkadi en la historia española de un pasado no muy distante tuvo una visibilidad muy pequeña, siendo sus diversos señoríos todos ellos de Castilla y León. El grito anti-castellano en la reunión de Guernica es prueba de lo que estoy diciendo. Hasta hoy no conseguí entender por qué los vascos se arbolan y se juzgan tan importantes cuando hablan de su historia ‘provinciana’.  Sin embargo nadie puede negar la importancia de su industria siderúrgica a partir de la década de 1850/60, no sólo para las provincias vascongadas sino para toda España, aunque tenga dependido casi siempre del proteccionismo central [monárquico], del control de precios y del apoyo financiero de la Hacienda española a través de la Ley de Medidas Urgentes. Pero este hecho formidable nada tiene a ver con el nacionalismo vasco. Así como no se puede negar también la presencia de personas emprendedoras, con capital y tecnología vizcaínos, a partir de aquella misma década, utilizados en astilleros, altos hornos, ferretería, sector de comunicaciones, fundición y laminados etc. Hoy, con crisis o sin crisis el parque industrial vizcaíno es un coloso de estatura gigantesca, indispensable para el desarrollo sustentable de todo el país. Inolvidable también para muchos castellanos, andaluces, extremeños etc, por haber sido la oportunidad álgida de trabajo en consecuencia del gran éxodo rural de los años 1950/60.

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