Discurrir sobre el nacionalismo catalán es algo más complejo -tiene un
histórico comprobado de recusa a pagar impuestos y tributos- que hacerlo en
relación al nacionalismo vasco. Como vimos en los dos apartados anteriores, el
nacionalismo vasco-navarro implica una serie de equívocos, mentiras y ‘palabras soeces’ de su fundador que
confiesa abiertamente en un de sus ‘discursos’: ‘buscaba notoriedad y despertar a la sociedad vasca’. Las
autoridades españolas de la época, al contrario, le consideraron ‘un foco perenne de rebelión y un peligro
para la nación’. Era un individuo que se decía católico fervoroso (‘sin Dios no queremos nada’), pero apostrofaba
y lanzaba imprecaciones contra sus
hermanos ‘maketos’ (palabra
peyorativa y de mal gusto)= los inmigrantes de otras regiones de España, que
procuraban trabajo en las minas y altos hornos de Vizcaya en una época de malas
cosechas, hambrunas y epidemias. En realidad, con un fundador de tal catadura
el propio nacionalismo vasco no se sostiene en las bases, a no ser por la brutalidad
de sus exponentes máximos tipo ETA o semejados. Sin embargo, el nacionalismo catalán
es muy diferente, incluso por la categoría de su fundador Enric Prat de la Riba (1870-1917), un escritor, político español y
doctor en derecho por la Universidad Central de Madrid. Bien diferente de Arana
Goiri que participó de un concurso público, y llevó una calabazada del tamaño
de su lengua sucia y mal tratada. Aunque hablaré de Prat de la Riba en otras
oportunidades, diré de inmediato que, mismo siendo defensor de la identidad
propia de Cataluña, creó una escisión de la Unió
catalanista (organización política), al defender la participación de aquel
partido en la restauración borbónica
(1898). Esta escisión se trasformaría en el Centre
Nacional Català, del cual formó parte activa Frascesc Cambó (1876-1947), otro teórico, cofundador y líder de la Liga regionalista (partido político). Y
no sólo eso: fue ministro de Hacienda y de Fomento durante el reinado de
Alfonso XIII. Entre los hechos memorables de Cambó está su defensa a favor del Estatuto de autonomía 'para resolver el problema catalán de una vez por todas
(¡?), con sinceridad y competencia', aunque aceptó la Mancomunidad, pero sólo como
solución de compromiso. Por lo visto, como muchos otros ‘jugaba en los dos partidos’ por
conveniencia propia y escondía
las convicciones íntimas.
Para entender el nacionalismo
catalán es necesario lanzar mano de la Historia de España, sin polémicas
personalistas y ataques de pura ignorancia (a favor o contra) como se ve en
ciertos blogs cibernéticos. Es una
pena perder la oportunidad de que
las personas entiendan un problema
serio, nacional y de consecuencias desconocidas o imprevisibles, si no existir
un mínimo de equilibrio por parte de las autoridades y de los políticos locales,
en última instancia los mayores causantes de tanta beligerancia y confusión padre. Si no existiesen eses
politicastros de intereses excusos, ciertamente todo el mundo viviría en paz,
trabajando y aportando el sustento necesario para su familia. Pero siempre existieron
eses brabucones que infernizan la
vida de los demás. Lo peor es que ganan ríos de dinero para no hacer absolutamente
nada que valga la pena. Son ciertamente los mayores idiotas de la península
Ibérica, y parece que nadie se lo dicho hasta ahora. Yo me pregunto, ¿por qué
España engendra a esos individuos, gente desalmada, incompetente y sin
condición moral de ocupar el puesto de ‘dirigente’, pero que el pueblo insiste
en entregarles el timón del país o de la comunidad autónoma a cada elección? Y
no me vengan con partidos de derecha o de izquierda, porque todos ellos no
valen un céntimo. La prueba cabal está ahí: los socialistas (se dicen
defensores del pueblo obrero) dejaron casi 26% de operarios desempleados y una
crisis que no sale del subconsciente español y europeo. Curiosamente, los
políticos no corren peligro de desempleo, y continúan haciendo de las suyas
contra todo y contra todos, sin solución a vista. Pobre España, pobre Cataluña,
pobres de mis paisanos que viven entre los vaivenes de tanta m*#&$. Desde el
Brasil, les deseo más suerte y prosperidad: luchen por sus ideales, pero con
las ‘armas de la inteligencia y de la comprensión pacífica’, y no de la guerra.
España siempre fue una gran nación a lo largo de los siglos, principalmente en
tiempos de Castilla la Grande. Y sin
apoyo de vascos y catalanes, digase de pasaje; antes al contrario, la hicieron oposición como la
hacen hasta hoy. Y más: se aprovecharon de la inteligencia, bravura indómita y coraje
ultramarino de castellanoleoneses para exportar sus productos manufacturados.
En esos tiempos, España mostraba al mundo sus horizontes infinitos. En aquellas
datas, España fue un gran imperio (unos 20 millones/km², entre 1580-1640) = ‘el
primer imperio global, donde el sol nunca
se ponía’, tamañas su extensión, riqueza y visibilidad intercontinental. Y
‘por la primera vez en la historia un
imperio abarcaba posesiones en todos los continentes, las cuales, a diferencia
de lo que ocurría en el imperio Romano o en el carolingio, no se comunicaban
por tierra unas con las otras’. España y Castilla eran entonces respetadas
y reverenciadas por todos los reinos del mundo. Hoy, España entera es objeto de
chacota en la ruedas de cualquier botiquín y de cualquier callejuela… Y gracias
a esa estupidez actual que se llama nacionalismo vasco-navarro y nacionalismo
catalán.
El nacionalismo catalán nos lleva a los
Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, cuando heredaron
la política mediterránea contra Carlos VII de Francia. Como rey de Aragón (y de
Cataluña la Vieja, divida en condados
entre los que sobresalía Barcelona), Fernando II se envolvió en la disputa con
Francia y Venecia por el control de la península Itálica. Estos conflictos
fueron el eje central de su política exterior. El Gran Capitán (Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de Aguilar de la
Frontera, de donde deriva el apellido Aguilar) creó en esta época las coronelías = base de los tercios y del ejército regular español, lo que
significaría una revolución militar que llevó a España (Castilla y Aragón, las
dos coronas españolas unificadas) a sus mejores momentos de potencia
intercontinental. Después de la muerte de Isabel I (1451-1504), Fernando II de
Aragón como monarca único, adoptó una política más agresiva, utilizando las riquezas castellanas para expandir la zona de
influencia aragonesa (y por tanto catalana)
contra Francia y, fundamentalmente, contra el reino de Navarra al que conquistó
(1512) y anexionó a la corona de Castilla. Por otro lado, la unión de Aragón y
del condado de Barcelona ya se había realizado no por fusión ni por conquista,
sino por una unión dinástica pactada.
En tiempos de Ramón Berenguer IV el Santo,
conde de Barcelona (1131-1162), Ramiro II el
Monje (tercer hijo de uno de los mayores estadistas peninsulares, Alfonso el Batallador) pactó el casamiento de
su hija Petronila de Aragón con Berenguer IV de Barcelona, lo que supuso la
unión de Cataluña a la corona de Aragón, tornándose entonces Berenguer IV el princeps de Aragón, ya que el rey le
hizo donación de su hija y de su reino, ‘salva la fidelidad a mí y a mi hija’. Ramiro entonces se
retiró a un monasterio, pero nunca cedió su dignidad
real, lo que quiere decir que en adelante continuaría
siendo rey, señor y ‘padre’ de Ramón Berenguer IV, tanto en Aragón como en
todos los condados catalanes. Sin embargo, ambos territorios -con el tiempo
formarían la corona de Aragón- mantuvieron por separado sus propias leyes,
costumbres e instituciones, y los monarcas reinantes respetaron esos fueros,
más por arreglos dinásticos forzados que por consideraciones propias. En esta
época, el catalán era el idioma dominante, hablado inclusive por 80% de aquella región. Con la ayuda de los aragoneses de Urgell, Berenguer IV materializó nuevas
conquistas ej.: entre varias otras, Lleida y Tortosa. Estos territorios
recibieron el nombre de Cataluña la Nueva,
para diferenciarla de los antiguos condados carolingios que formaron la Marca
Hispánica o Cataluña la Vieja. Las
líneas de separación de ambas áreas geográficas eran los ríos Llobregat y
Segre. A finales del siglo XIII, la corona de Aragón incorporara las islas Baleares
y el reino de Valencia, pero con Cortes
propias y nuevos fueros. Más tarde estos territorios formarían el reino de
Mallorca que fue anexado a la corona de Aragón por Pedro IV el Ceremonioso (1343).
Cataluña como territorio anexionado a
la corona de Aragón vivió años de plenitud con un fuerte crecimiento
demográfico y un expansionismo marítimo en torno del Mediterráneo, pero todo
esto duró poco tiempo: al final del siglo XIV y principios del siglo XV, un
cambio de signo se abatió sobre la región, marcado por la sucesión de
catástrofes naturales y crisis demográficas, estancamiento y recesión de la
economía catalana, sumados al surgimiento de sucesivas crisis socioeconómicas,
además de diversas tensiones bélicas, ej.: rebelión sarda, rebelión de los
unionistas aragoneses y valencianos, la guerra con Castilla… Estos episodios originaron una delicada situación financiera,
económica y demográfica, pero también un desarrollo institucional y legislativo
con la Generalitat catalana (1365). Entre tanto, la muerte sin descendencia de
Martín I el Humano (1410) y el
triunfo dinástico del rey Fernando I de Antequera (1412) -Fernando contaba con un enorme poder económico, un sólido prestigió
militar y el ejército castellano a su disposición’- trajo nuevas crisis
sociales en Cataluña, tanto por conflictos rurales como urbanos, que
desembocaron en la Guerra Civil Catalana (1462-1472), con desarrollo en los
campos del principado de Cataluña. La derrota frente a las tropas de Juan II de
Aragón marca el punto de partida del nacionalismo catalán. En las cortes celebradas en Barcelona,
Fernando I tuvo que ceder al denominado pactismo
catalán = doctrina que limitaba la autoridad real a favor de las cortes
y de la Generalitat, aunque muchos historiadores lo juzgan un mito
historiográfico; nunca existió. De cualquier manera, tras la Guerra Civil surgió
la controversia política de modelos opuestos: la
monarquía y la oligarquía, el estilo absolutista y el referido pactismo catalán. En este exacto momento, se colocó en juego la capacidad
política de la Generalitat para
asumir la soberanía y el autogobierno. Al empezar las hostilidades, toda la
sociedad catalana se vio obligada a optar por un u otro bando en función de sus
intereses e ideologías. Las causas de la guerra civil son varias, aunque no totalmente decisivas: crisis de subsistencias, disminución demográfica debido a
malas cosechas y epidemias en el campo, crisis financiera y endeudamiento
excesivo de las instituciones públicas. Y digo no decisivas, porque ellas existieron
también en otras regiones españolas, y no por eso hubo guerras civiles; En fin, la reducción drástica del volumen y lucros
del comercio local e internacional también se hicieron presentes en aquel
momento. En el condado de Barcelona se destacó la crisis agraria, con la revuelta de los remensas = reivindicaciones
de los labradores contra la opresión de los señores, apoyada por el rey Alfonso
V el Magnánimo (1396-1458), pues
quería tener más control sobre la nobleza catalana, alienada con los poderes
institucionales de Barcelona, y cuyo ambiente era de crisis económica, llevando
a protestas y motines, y a la división en grupos bien diferenciados: la biga = mayoría de ciudadanos honrados
y mercadores nobiliarios, y la busca =
menestrales y mercaderes que controlaban el gobierno municipal y deseaban
hacer cumplir los privilegios, libertades y costumbres de Barcelona. Querían sobre
todo leyes proteccionistas, una tónica triunfante en el nacionalismo catalán.
Con el fin de los combates, la
Generalitat sufrió un fuerte desprestigio no sólo por perder la guerra, sino
porque concentró las críticas de todos los sectores (los pactistas, las clases
bajas empobrecidas, la nobleza, y hasta el clero etc). La Generalitat estaba
exhausta y no conseguía pagar sus préstamos, incluso porque la expansión del imperio
Otomano cerró los puertos del Oriente al comercio mediterráneo. La tremenda
carnicería de la guerra civil acabó con muchas de las antiguas casas
nobiliarias y detonó la ruina de los supervivientes de los dos bandos. A esto
se sumó la fusión de la alta nobleza castellana y barcelonesa, con la entrega
de las principales heredades a familiares de la Casa Real, lo que redujo enormemente
los cuadros dirigentes de la Generalitat. La ciudad de Barcelona, con su
estructura social malograda, con instituciones que no podían competir con otras
potencias europeas y a la sombra de Castilla, poderosa y brillante tras la
conquista y comercio con América, sufrió las consecuencias de una situación
estratégica desventajosa. A partir del siglo XVI, Barcelona y por ende toda
Cataluña no serán más tan importantes en el nuevo marco político y comercial de
España, ni mucho menos la balanza decisoria que consiguió ser durante la Alta
Edad Media. La crisis sucesoria, los intereses comerciales y las revueltas
sociales, principalmente la rebelión de las remensas entre los campesinos y las
presiones señoriales dieron fin a la dinastía autóctona de los condes de
Barcelona. Por fin, el matrimonio de Fernando II de Aragón el Católico con Isabel I de Castilla la
Católica (los llamados Reyes Católicos) selló la unión dinástica con la
todopoderosa Castilla y León, obscureciendo prácticamente los condados
catalanes. Las dos coronas de Castilla y Aragón conservaron sus instituciones
políticas y mantuvieron las cortes, las leyes (léase los benditos fueros), las administraciones públicas y
la moneda propias. Aunque Fernando II
de Aragón resolvió por la sentencia arbitral de Guadalupe (1486) los conflictos
de las remensas, y reformó profundamente las instituciones catalanas (recuperó
pacíficamente los condados de Cataluña), pero la situación política nunca sería
más la misma. Cataluña cayó en el ostracismo.
Podemos afianzar que algunos catalanes, en tiempos de los Reyes
Católicos, habían participado en las expediciones y campañas militares de
España, pero siempre como coadyuvantes menores. Con Carlos I de España (padre
de Felipe II), Cataluña se recuperó demográfica y económicamente, aunque lo
hizo siempre a la sombra de la todopoderosa Castilla y sin capacidad de
enfrentar al ejército más poderoso de Europa. Y lo conseguía a través de
engaños y mentiras en relación al pagamiento de los impuestos exigidos por la
expansión ultramarina y conquista de nuevos mundos. El descubrimiento de
América y, por tanto, los derechos y beneficios fiscales estuvieron siempre con
Castilla, alejando a la corona de Aragón hasta su unión efectiva con la llegada
de los borbones en la Guerra de Sucesión Española. La corona de Aragón nunca
quiso la unificación con Castilla, pues la nobleza que integraba las cortes de
Aragón ya preveían la dilución de sus poderes debido a la mayor carga
impositiva de tributos correspondientes a la corona de Castilla y León. Durante
el reinado de Felipe II se observó un creciente deterioro entre las dos coronas
a causa de la crisis económica que comenzó en Castilla (1580) y respingó en
Aragón (y por ende en Cataluña), aunque se mantuvo la unificación de las dos
coronas. Sin embargo, Cataluña más que nadie se resentía de la piratería
berberisca sobre las zonas costeras y el bandolerismo en el campo. La nueva
dinámica fiscal española y las fidelidades dinásticas originan también un
retroceso en la lengua catalana y en su cultura y tradiciones, provocando una
etapa terrible de decadencia generalizada. Y las causas son muchas: las constantes
crisis fiscales después de 1580 minaban periódicamente los tres reinos
unificados bajo un solo rey (Castilla,
Aragón y Portugal; en esta contabilidad, Cataluña se tornara invisible).
Todavía el ejército castellanoleonés, los tercios españoles y el imperio
colonial dictaban las reglas en Europa, pero ahora sin aquella superioridad
abrumadora y tecnológica del siglo XVI. España perdiera parte de sus
territorios en Europa, y en América sufría el acoso de piratas enviados de
propósito por Francia, Inglaterra y Holanda; en Asia, Portugal perdía todas sus
posesiones; sólo Brasil continuó portugués. Y aún más: con el fin de la Guerra de los Treinta Años (1618/48),
Francia pasó a competir con los imperios otomano y español. Así, tras la paz de Westfalia (1648), se abrió un
nuevo mundo de poder en que España ya no era la misma ni en riqueza ni en poder
hegemónico. Fue el momento ideal aguardado por Cataluña que ‘despertó de su
letargo’ impuesto por Castilla y León, y buscó más visibilidad política.
Los catalanes se aprovecharon de las
crisis económicas de Castila y León, de los nuevos impuestos y de las
imperiosas necesidades de España para defender su imperio ultramarino (‘comenzaba hacer aguas por todos los lados y
a desgarrarse de su férreo control’). Cataluña se levantó entonces en armas
por medio de la Guerra de los Segadores
(1640) > ruptura política entre Cataluña y la monarquía borbónica de Felipe
IV. Las causas aducidas serían de dos
tipos: unas ‘antiguas’ o incubadas como reducción de los privilegios
nobiliarios, la no convocatoria de las cortes catalanas (‘¡para qué, se decía, si
Cataluña no aporta nada!’), la introducción de impuestos que se pagaban en
Castilla y León, y de una Nueva Inquisición en Barcelona; y otras ‘nuevas’ como
la presencia del ejército real (tropas castellanas y aragonesas) en defensa de
España contra Francia. En realidad, no se sabe si hubo abusos de la soldadesca
o fue un mero pretexto para desencadenar el conflicto, visto que Cataluña no
toleraba y no quería tropas en su territorio, y no estaba interesada en pagar
nuevos impuestos de guerra ni con dinero ni con soldados. Curiosamente (los
dirigentes catalanes siempre ‘jugaron en
los dos campos’), cuando Francia invadió el Rosellón y se apoderó de la
villa y la plaza de Salses, Cataluña pidió socorro a las tropas reales con
quien formó un ejército de 30.000 soldados a mando del virrey conde de Santa
Coloma que recuperó la villa y la plaza; poco después como recompensa fue
asesinado. El conde de Olivares quiso continuar la guerra contra Francia para
forzar la paz, y para eso pidió ayuda de todas las regiones de España, incluso
de Portugal y Cataluña. ¿Sabéis lo que hicieron los ‘traidores’ catalanes?
Confabularon con Richelieu a través de negociaciones secretas y pidieron ayuda
en su levantamiento contra España. Nuestro país luchaba entonces en varios
frentes de batalla, incluso en Portugal (apoyado por Inglaterra y Francia),
Cataluña, Andalucía, Nápoles y Sicilia… El levantamiento peor bajo todos los
aspectos fue Cataluña: en la festividad de Corpus
Christi (1640), unos 3.000 campesinos, o segadores > ‘la mayor parte disolutos y atrevidos, que lo más del año viven
desordenadamente sin casa, oficio o habitación’, según nos cuenta el
general portugués y testigo ocular de los acontecimientos, Francisco Manuel de
Melo. Todos estos bandidos asesinaron
a los oficiales del rey y fiscales castellanos, cometiendo todo tipo de abusos,
asesinatos, destrucción, incendios y saqueos. Estos desalmados, cubiertos por
una piel de patriotismo ensandecido (¡?), entraron en Barcelona matando a quien
encontraban por la frente. La consecuencia inmediata no se hizo esperar: los
incidentes sangrientos (el episodio quedó conocido como el Corpus de sangre) llevaron a una nueva
guerra civil entre catalanes
realistas y catalanes independentistas que simpatizaban con el espíritu
levantisco. La revuelta fue en un primer momento contra las tropas del rey (¡hacía
poco habían defendido Cataluña contra Francia!), la nobleza y alta burguesía,
pero poco después se transformó en un caos total con numerosos asaltos, saqueos
y asesinatos a manos de los indecentes campesinos y resistencia de los
segadores catalanes. Mismo con tantos desastres políticos y populares, el rey
Felipe IV confirmó sus fueros aunque con algunas reservas. Realmente Cataluña y
su pueblo nunca aprendieron las lecciones de la historia: a cada poco tiempo
provocan nuevos levantamientos y tumultos con derramamiento de sangre. En 1651,
Juan de Austria sitió a Barcelona: la ciudad en estado de peste no tuvo otro
‘discurso’ sino rendirse. Así terminó un capítulo más de ese pequeño territorio
de 32.106km², pero con un instinto innato de tragedia y derramamiento de
sangre, bien diferente de lo que pensaba Pau Casals.
Como consecuencia de la guerra catalana y del tratado de los Pirineos
(1669), España perdió el Rosellón y parte de Cerdeña. Y con desfachatez
colosal, después de causar tantos perjuicios a España, los catalanes enviaron
una embajada al virrey ‘dándole la
enhorabuena por la feliz nueva del ajuste y paces entre España y Francia’. ¡Qué
falta de carácter de los dirigentes catalanes, y aún se juzgan con derechos al
territorio que pisan! Y no terminó sólo en eso: los territorios afectados por
el tratado conspiraron (por instigación e insubordinación catalana) durante
años para unirse nuevamente al principado catalán que nunca aceptó la
partición. En la Guerra de Sucesión Española, Cataluña se posicionó en defensa del
archiduque Carlos de Austria, no tanto por supuestos intereses de soberanía,
sino porque Castilla, Navarra y Aragón (la defensa al archiduque no fue
unánime) estaban al lado de Felipe V, mismo cuando este rey había jurado y
prometido guardar los fueros catalanes. Al término de la guerra por los tratados de Utrecht (1713) y Rastatt (1714), la corona de Aragón quedó internacionalmente
desamparada frente al poderoso ejército franco-castellano de Felipe V, que ya
manifestara la intención de suprimir las instituciones tradicionales
aragonesas. De hecho, por los decretos de la Nueva Planta (1707/16) Aragón,
Valencia y Cataluña, perdieron las instituciones y libertades civiles, que se
extendieron prácticamente a todas las regiones españolas (por causa de los
catalanes), incluso Castilla. Sin embargo, el rey respetó el derecho civil
aragonés y catalán. Por los decretos, la corona de Aragón pasaba a tener una
nueva estructura territorial y administrativa semejante a la de Castilla y León,
conforme rezaba el aforismo: multa regna,
sed una lex (> ‘muchos reinos, pero apenas una ley’). En todas estas
andanzas, curiosamente prevalecía un dictado recordado por el escritor
valenciano, de lengua catalana, Joan Fuster (1922-1992): ‘hi ha catalanistes perque hi ha espanyolistes’, con base en que
durante siglos se intentó eliminar los derechos catalanes. Como se puede ver,
por las citaciones que hicimos, no es exactamente verdad: casi todos los reyes
respetaron los fueros catalanes, aunque no así los de Aragón y otras regiones
por querer agradar a los ingratos catalanes.
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