sábado, 22 de março de 2014

La Ojeda: hay lugar para una Cataluña independiente?




           
             Durante los siglos XVI/XVII, Cataluña vivió años de ostracismo y de gran decadencia política y socioeconómica. Bien, por lo menos es lo que pude recoger en algunos tratados sobre el asunto. Por otro lado, los catalanes siempre estuvieron envueltos en conflictos y revueltas ej.: la guerra de los segadores (1640/52), la guerra civil de Montjuic (1705/14), aunque decidida primeramente a favor del archiduque Carlos de Austria, poco después Barcelona se vio obligada a rendirse a las tropas del futuro rey de España, Felipe de Anjou (nieto del gran Luis XIV), con el nombre de Felipe V de España e Indias. En la batalla de Montjuic, la parte de Cataluña aliada a Inglaterra, Austria y Holanda -los tres países tradicionalmente enemigos de España-, ganó la batalla, pero no la guerra que acabó con el ‘estado catalán’ - la Generalitat y el Consejo de Ciento-, siendo  incorporada definitivamente al reino de España. Por la insurrección y alianzas espurias llevó doble castigo. Durante el siglo XVIII, Cataluña perdió los derechos políticos y lingüísticos de forma gradual: primero en sus territorios del norte, con la prohibición del catalán en aquellos condados abarcados por el tratado de los Pirineos (1700), y enseguida por los decretos de la Nueva Planta, adoptados por Felipe V (1716). La represión a la lengua catalana, a su cultura e instituciones, continuaría durante las dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco. Históricamente, el nacionalismo catalán después de tantos antecedentes de rebeldía y traiciones de todo tipo, se estructuró con base en un movimiento cultural a favor del idioma catalán que llegó a su esplendor en la segunda mitad del siglo XIX - la Renaixença. Tratase de un movimiento cultural semejante al romanticismo europeo, con predominio de los sentimientos naturalistas, la exaltación patriótica y los temas históricos. El propio nombre reinaxença derivó del deseo de hacer renacer el catalán como lengua literaria y de extensión cultural después de tantos siglos de diglosia (bilingüismo) en función del castellano - los catalanes llaman al periodo de decadencia. Es un movimiento cultural paralelo a otros  similares, como el rexurdimento gallego, que no tiene nada de decadente, antes por el contrario fue muy enriquecedor…  En Cataluña, uno de los momentos más interesantes fue el de los Jocs Florals (1859). La lengua utilizada en todas estas manifestaciones mezclaba cultismos y neologismos  con palabras de la cultura popular catalana. La Reinaxença se consolidó en torno a la burguesía culta que encontró tanto en el romanticismo europeo como en el movimiento catalán un interés renovado por el pasado propio, o sea, se reivindicaba un pasado glorioso (¡?) durante la formación de los condados catalanes en la Edad Media.     
           En una segunda etapa, el catalanismo se estructuró también como movimiento político a través de las Bases de Manrresa (1892) => un programa que defendía la restauración de las antiguas constituciones catalanas, aprobadas por el parlamento catalán, y vigentes hasta 1716, dando a Cataluña un alto grado de soberanía popular. Actualmente, los partidos políticos consideran a Cataluña  (o Països Catalans, como prefieren otros) una nación y, por tanto, con derechos autonómicos. Sin embargo, las alternativas difieren con relación al contexto en que Cataluña pueda gozar efectivamente de sus fueros históricos. Algunos optan por la soberanía propia o autodeterminación de un país independiente (situación más compleja); otros prefieren una extensión de autogobierno en el contexto de las autonomías existentes; y otros, aún indecisos, optarían por la creación de un nuevo estado federalizado tipo Brasil. En realidad, el nacionalismo catalán es ‘una corriente de pensamiento político articulado sobre el principio de que Cataluña es, efectivamente, una nación en sentido estricto (¡?), con base en los derechos históricos catalanes, historia, lengua, y derecho civil catalán’. Este concepto de nación para muchos catalanes se extiende a todos los territorios de habla catalana, los llamados Països Catalans, una imitación grotesca de los Países Bajos (holandeses). Este movimiento político se conformó ideológicamente a principios del siglo XX, como una variante al catalanismo que surgió como corriente de tenor cultural en la década de 1830/40, y articulado como movimiento político en las últimas décadas del siglo XIX: después se identificó con el llamado nacionalismo catalán. En verdad, se trata de una corriente de pensamiento dicho transversal porque aglutina a todo el mundo indistintamente y sin pedir permiso (¡?): partidos políticos y ciudadanos de izquierdas, de derechas, centristas y otras denominaciones a perder de vista… Actualmente, se divisan dos corrientes principales en relación al nacionalismo catalán y contexto político español, así como en función de los objetivos políticos a ser conquistados dentro del gobierno actual de España, una monarquía parlamentarista.   
                En el ideario catalán de todos los tiempos, desde el simple y bucólico catalanismo lingüístico en defesa del idioma ‘materno’ hasta el nacionalismo belicoso y arrogante en defensa de un país independiente, Cataluña se plantea un corolario que resulta difícil de ser absorbido por los españoles: la cultura catalana sería diferente de la española y, por tanto, cabría la tesis nacionalista de que Cataluña es una nación oprimida por España  desde su ocupación por las fuerzas borbónicas de Felipe V (1714), y la posterior supresión de las instituciones catalanas, así como la subsecuente prohibición del catalán en sectores administrativos por medio de los decretos de la Nueva Planta (1716), promulgados por el mismo rey Felipe V de España e Indias. Desde el punto de vista cultural, el nacionalismo catalán de nuestros días es radical e irreductible: quiere y promueve el uso del catalán en todos los sectores vitales de Cataluña en detrimento del español o castellano. Entiende que el catalán es la lengua ‘materna’ de todos los catalanes (¡?) y, por eso, defiende su utilización tanto en las instituciones españolas como europeas con base en su cantidad de ‘hablantes’ (¡?) y en la tradición literaria, histórica y doméstica. Según el Instituto de Estadística de la Generalitat, el catalán es el 2º idioma usado habitualmente en Cataluña, tras el español que supera al catalán no sólo como lengua habitual, sino también como lengua materna. Vean, caros lectores, cuantas contradicciones cunden en las argumentaciones catalanas del momento. Según aquel instituto, el catalán era la lengua habitual de 47,6% de la población de Cataluña (2009) = 35,6% en exclusiva, y 12% bilingüe con el español, siendo que 57,9% usaban habitualmente el castellano. Se observa un crecimiento en valores absolutos y relativos de los habitantes que usan habitualmente los dos idiomas. El catalán era la lengua materna de apenas 34,6% frente a 58% que tienen al español como su lengua de nacimiento. Hasta hoy, el factor más importante del bilingüismo social en Cataluña es la inmigración española de otras regiones. Sin ella, Cataluña tendría apenas 2,4 millones de habitantes frente a los 7,4 millones censados en 2009. Según el Idescat - Instituto de Estadística de Cataluña, 49,3% de la población se identificaban con el catalán frente a 46% que lo hacían con el castellano. Curiosamente, en el Área Metropolitana de Barcelona (donde ocurren las paseatas, motines y 'diadas'), apenas 27,8% de la población habla el catalán, frente al 50% de áreas interioranas. Apunté en un apartado anterior que 72,8% de los habitantes de Cataluña se identificaban con España, según una encuesta independiente, hecha por una fundación alemana (2005). Como se puede ver los números no coinciden. Por eso, no cuesta decirlo: esos números presentados arriba (aunque favorables al castellano) son transmitidos oficialmente por ‘institutos catalanes’, lo que no nos da mucha seguranza de que sean verdaderos: la ‘metodología’ es catalana (¡?). A este respecto, recuerdo las palabras del violonchelista Pau Casals, ante la Asamblea de las Naciones Unidas (1971): “Cataluña [en el siglo XI] ya estaba contra la guerra, contra todo aquello que las guerras tienen de inhumano’. Pau Casals era un virtuoso violonchelista, pero como historiador…        
          Cataluña ha sido y sigue siendo uno de los pueblos más agresivos del mundo; siempre está armando alguna confusión; es una región que nunca supo vivir en paz. Y no es de hoy que hace eso. La guerra de los Segadores fue apenas una muestra: un episodio extremamente sanguinario y cruel; de los más inhumanos que se conocen en la Historia de España (1640), porque mató, degolló a golpes de hoces y arrastró por las calles a personas inocentes: no eran soldados en guerra, eran simples funcionarios reales o moradores castellanos que estaban desempeñando su trabajo habitual. Consulten un poco a la Historia de España, por favor… Cataluña siempre ha estado metida en revueltas y rebeliones de toda catadura, desde simples motines callejeros hasta guerras crueles que duraron más de 10 años. Sin contar las traiciones históricas en las cuales Cataluña se ha mostrado maestra con Ph.D. Los remiendos de Pau Casals queriendo ayudar a su tierra natal son ‘armoniosos como su música’, pero desafinan muy feo ante la historia. Así como la otra frase del ilustre catalán en la misma oportunidad: ‘Cataluña ha sido la nación más grande del mundo’. No sé si da para reír o para llorar… ¡Cataluña la nación más grande del mundo!: sin duda es un chiste. Nunca fue nación y mucho menos grande, a no ser en traiciones y revueltas. Cataluña y sus dirigentes sólo hablan y se sustentan de mentiras históricas… No me dirijo al pueblo catalán en sí mismo, por motivos sociológicos y de otros rangos. Como nos decía un bloguero entendido en Historia de España, ‘la Generalitat catalana ‘fabrica su reino’ vapuleando a la historia’. Y es la más pura verdad. Otro testimonio contra las palabras de Pau Casals, ciertamente intentando ser más pacifista que el papa por haber ganado el Premio Nobel de la Paz (1958): el golpe de Estado dado por el general Primo de Rivera desde la ciudad de Barcelona (1923), fue provocado a pedido de la burguesía catalana que no soportaba más el grado de anarquía en que se encontraba la vida laboral en Cataluña, ‘¡la tan humana Cataluña de Pau Casals!’.
             Desde el punto de vista histórico, Cataluña (hablo de sus dirigentes, porque el pueblo simple no está interesado en saberlo por inocuo) aún no reconoce sus verdaderos orígenes. A finales del siglo IX, el rey carolingio Carlos II el Calvo, de Francia (823-877), nombró a Wifredo I el Velloso (840-897), como siendo conde de Cerdeña y Urgell (870), y de Barcelona y Gerona (878), o sea, colocaba bajo su mando varios territorios de la Marca Hispánica = territorios ganados a los árabes tras la derrota en Poitiers (732), y localizados entre el imperio Carolingio y el al-Andalus. La diferencia en relación a otras ‘marcas’ estaba en su estructura administrativa sin unificación propia. Es decir, la Marca Hispánica estaba integrada por condados dependientes de los monarcas carolingios a principios del siglo IX. Para gobernar estos territorios, los reyes francos designaban condes, unos de origen franco y otros autóctonos, según criterios de eficacia militar, y de lealtad y fidelidad a la corona. De todos esos territorios gobernados por condes cuatro alcanzaron mayor protagonismo en Hispania, por orden de citación: (1) Pamplona, constituido en reino a principios del siglo IX; (2) Aragón, constituido en condado independiente (809); (3) Urgell, importante sede episcopal y condado con dinastía propia (815); y (4) Barcelona, que con el tiempo se convirtió en hegemónico sobre sus vecinos. La población local de las marcas era diversa: íberos, celtas, bereberes, vascones, judíos, árabes y godos, entre varios otros. Los jefes y las poblaciones se tornaron autóctonos y siempre reclamaron su independencia. El área y su composición étnica cambiaban según la fortuna de los imperios conquistadores y las ambiciones feudales de los condes y valíes elegidos para administrar las comarcas. El cambio de mando era frecuentemente solventado fuera del campo de batalla, mediante una compensación económica.      
            Desde el siglo IX, estos condados carolingios se fueron consolidando y sus gobernantes adquirieron una autonomía creciente, a medida que aquel imperio entraba en crisis a causa de las divisiones internas. Desde hace mucho tiempo las prácticas de conveniencia política son proverbiales en Cataluña: en 777 (número cabalístico), el valí de Barcelona, Sulayman ben al-Arabí, y otros valíes contrarios a Abderramán I, pidieron ayuda a Carlomagno para contrarrestar el poder del emirato. El acuerdo no prosperó y Sulayman fue capturado frente a Saraqusta como traidor. Durante la batalla de Roncesvalles fue liberado por el ejército de vascones y retornó a Zaragoza. A pesar de todo eso, el hijo de Sulayman, un tal de Matruh, dispuso que Barcelona se aliase al emirato de Córdoba, al que ayudó sitiando a Zaragoza (781). Según consta, el origen de los condados catalanes se remonta a épocas anteriores al imperio Carolingio: estos territorios forzosamente debían haber tenido alguna entidad político-administrativa en tiempos de los romanos y, más tarde, de los visigodos, aunque no se denominasen condados ni fuesen gobernados por condes durante la dinastía visigoda. En esa época, los condes estaban debajo de los duques, la máxima autoridad provincial (el dominio visigodo se dividió en 8 provincias), y sólo gobernaban ciudades, circunscribiéndose su autoridad exclusivamente al ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas; excluían el distrito rural dependiente de la ciudad. Así, los territorios al sur del Pirineo se limitaron a conservar las entidades ya establecidas por las tradiciones administrativas de sus repobladores. Con una curiosidad a más: los condados hispánicos, denominados de condados pirenaico-orientales a partir del siglo XIII, constituyeron una entidad con una idiosincrasia común llamada Cataluña, cuya término etimológico se discute hasta hoy. Pero la opinión más probable (¿quién diría, hein amigos?) dice que Castilla y Cataluña tienen el mismo significado, o sea, ‘tierra de castillos’ = de hecho la costa mediterránea estaba cuajada de torres de vigía (‘castillos’) contra la piratería berberisca y normanda (858). Para hacer frente a estos ataques, el rey Carlos el Calvo firmó la capitular de Quierzy (877), donde se establecía la heredad de los principados y cargos condales, y el proceso de independencia de facto de los condados de la Marca Hispánica y del imperio Carolingio (finales del siglo IX).  
             El siglo X, época del esplendor político y militar del emirato de Córdoba, estuvo marcado por la fragmentación política de los condados pirenaico-orientales. Durante este periodo, el condado de Barcelona se mantuvo hegemónico y en constante defensiva contra Almanzor que saqueó la ciudad (895). Sin embargo, tras la desmembración del califato de Córdoba, los condados de Urgell y Barcelona junto con los demás estados cristianos prosiguieron la expansión de sus territorios mediante la repoblación de tierras y sus numerosas conquistas militares recibiendo entonces el apoyo financiero de las parias (tributos), cobradas a las taifas andalusíes a cambio de compromisos de no agresión, además de consolidar su autonomía frente al imperio Carolingio y formar entidades políticas más amplias. El conde Wifredo el Velloso, tan idolatrado por los catalanes, fue el último conde designado por la monarquía franca y el primero que legó sus dominios a los hijos. Pero a su muerte (897), la unidad se rompió, formando entonces Barcelona, Gerona y Osona la base patrimonial de la Casa Condal de aquella grande e importante ciudad. Estos y otros condados menores se aglutinarán en el siglo XIV constituyendo el principado de Cataluña. Y al contrario de lo que hacen hoy los catalanes en relación a España, los sucesores de Wifredo se mantuvieron fieles y leales a los reinos carolingios, incluso frente a diversos usurpadores. Durante los ataques de Almanzor -entonces gobernaba el condado de Barcelona Borrell II (940-992)-, este conde se refugió en las montañas de Montserrat en espera de ayuda militar por parte del rey franco Lotario, que no vino debido a problemas dinásticos. En consecuencia, Borrel II no renovó más el pacto de vasallaje con el nuevo rey franco, Hugo Capeto, pese a que se lo requirió por escrito. Este acto es interpretado por los historiadores como el punto de partida de la independencia de facto del condado de Barcelona (998) y de los territorios bajo su dominio. Pero nunca hubo una configuración segura de la frontera de tales dominios: era más ancha al sudoeste de Barcelona, donde a lo largo del siglo fueron apareciendo castillos o torres de vigía, que a su vez atraían nuevos repobladores. Estos castillos solían situarse en lo alto de cimas u otros puntos con gran visibilidad, lo que configuró una red de fortificaciones responsable por el proyecto histórico tanto de defensa como de dominación de los territorios circundantes. El topónimo Cataluña  vendría precisamente del número de castillos existentes en la región. En los valles y llanuras, al contrario,  surgieron numerosos conventos y monasterios los cuales se constituyeron en una segunda red territorial, promovida por abades, obispos y magnates que multiplicaron a su vez los núcleos de [re] población. Y así llegamos a la historia del rey Ramiro II el Monje (1086-1157) y su hija Petronila de Aragón que los catalanes interpretan a su modo y talante.   
        Entre tanto, los acontecimientos no mienten si bien interpretados y cuando no se buscan los cuernos de la gallina.  Ramón Berenguer IV el Santo (1113- 1162), conde de Barcelona y de otros condados circundantes, fue además princeps de Aragón tras recibir en matrimonio a Petronila de Aragón (1136-1173), pero nunca fue rey o monarca como pretenden catalanes mal intencionados. Cataluña nunca fue reino y nunca lo será ni en España ni en la Conchinchina. Es ridículo apelar para mentiras y cuentos de Maricastaña  tergiversando la historia, y engañando a niños y adolescentes en las escuelas públicas. Siento melindre y, al mismo tiempo,  tristeza, al ver que mis vecinos, ‘hermanos de fe, de luchas obreras y de historia española’, usen un candil prehistórico para defender tesis inexistentes. ¿Cómo es posible que un pretendiente a país serio o nación europea use de ardides bajos y viles artimañas para mantenerse en evidencia frente a sus ‘gobernados’? Pues es lo que hacen los dirigentes catalanes cuando hablan del rey Ramiro II el Monje, un rey que estuvo envuelto en complicaciones dinásticas. La historia de este rey-monje comenzó así: Alfonso I el Batallador (1073-1134) = ‘aquel a quien las gentes proclamaban don Alfonso batallador porque en Hispania no hubo tan buen caballero que 29 batallas venció’. Llegó a duplicar la extensión del reino de Aragón y Pamplona, y gracias a su casamiento con doña Urraca I de Castilla, hija de Alfonso VI de Castilla y León, hecho en función de la soberana potestas, en las posesiones un de otro: reinó, por tanto, sobre León, Castilla, Toledo, Navarra y Aragón. En vida, se hizo llamar ‘emperador de León y rey de toda España’, o simplemente ‘emperador de España’. Sin embargo, a su muerte -‘en uno de los episodios más controvertidos de su vida conquistadora’- legó sus reinos a las Órdenes militares. O como él escribió en testamento: ‘después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén’. La nobleza no aceptó tal disposición y eligió a Ramiro II el Monje (hermano del rey) en Aragón, y a García Ramírez el Restaurador, en Navarra, emparentado con El Cid Campeador. Uno de los episodios más tristes de Alfonso I el Batallador, según cuenta la historia, ocurrió durante su regreso al norte para ayudar a sus aliados de Foix y Cominges (intentó tomar Valencia a los musulmanes), tuvo que reconquistar el castillo de Monzón, que había sido perdido por traición de Berenguer III, conde de Barcelona. 
            Pues bien: en Barbastro (1137), se produjo uno de los acontecimientos históricos más relevantes de aquel siglo a causa de las circunstancias insólitas del momento. En el barrio Entremuros se firmaron los esponsales entre el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV el Santo (1113-1162), y Petronila de Aragón (entonces con apenas 1 año), hija de Ramiro II el Monje. La boda se celebró mucho más tarde (1150), en Lérida, que había caído en manos del propio Berenguer IV y del conde Ermengol VI = éste emparentado con la familia Ansúrez, condes de Monzón, a cuyo condado pertenecía nuestro pueblo, Prádanos de Ojeda, pues los Ansúrez ‘se asentaron al otro lado del río Pisuerga’.  Después de muchas idas y vueltas, el rey Ramiro II acabó abdicando en favor de Berenguer IV que le ayudara contra Alfonso VII de Castilla. En virtud de tal casamiento, Berenguer se tornó príncipe regente de Aragón, a pesar de nunca haber recibido el título de rey. Pelo contrario, Ramiro II depositó en su yerno el reino de Aragón, pero jamás su dignidad real, otorgada legítimamente a la Casa de Aragón, por su antepasado Sancho III el Mayor de Navarra. Incluso, el propio Berenguer IV firmaba como Conde de Barcelona y Príncipe Regente de Aragón. Por  consiguiente, Ramiro II renunció al gobierno, pero no a su título de rey, pues seguía siendo el Señor Mayor de la Casa de Aragón, en tanto que Alfonso II no cumpliera la mayoría de edad, ocurrida en 1173, como hijo de la pareja Petronila y Berenguer IV. En el bautismo recibió el nombre de Ramón Berenguer, que él mismo mudó para Alfonso II en honra a Alfonso I el Batallador, gloria suprema del pueblo aragonés. Los historiadores consideran este arreglo un gran acierto político ya que ambos dominios se fortalecieron y Aragón consiguió una salida para el mar. Sin embargo tanto Aragón como el condado de Barcelona preservarían sus leyes, sus instituciones y autonomía, permaneciendo distintos aunque federados bajo una única casa reinante. Es la Historia de España, sin subterfugios ni mentiras. A mí me parece que este interés de Cataluña en querer ser un reino histórico no pasa de un tremendo complejo de inferioridad = un sentimiento por medio del cual una persona (o entidad) se siente de menor valor que los demás. Este complejo se basa en que jamás logrará estar a la altura de lo que se esperaría de él, sea por culpa de su propia incapacidad física, mental o emocional. Cataluña no consigue aceptar su situación de inferioridad histórica, a pesar de tener  hoy en día el mayor y más eficiente parque industrial de España. Nadie le puede negar sus victorias empresariales, aunque sepamos que lo consiguió con el esfuerzo de reyes, de gobiernos y de gente de fuera de Cataluña. Pero que es un gigante industrial y uno de los mayores generadores de empleos en la península Ibérica nadie se lo niega. Y que siga así por los siglos de los siglos. Amén. Y que ‘por el bien de todos y felicidad de la nación’ se contente en haber sido un condado en su historia pasada para gloria y honra de todos sus admiradores actuales, dentro y fuera de España.

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