Durante los siglos XVI/XVII,
Cataluña vivió años de ostracismo y de gran decadencia política y
socioeconómica. Bien, por lo menos es lo que pude recoger en algunos tratados
sobre el asunto. Por otro lado, los catalanes siempre estuvieron envueltos en
conflictos y revueltas ej.: la guerra de
los segadores (1640/52), la guerra civil
de Montjuic (1705/14), aunque decidida primeramente a favor del archiduque
Carlos de Austria, poco después Barcelona se vio obligada a rendirse a las
tropas del futuro rey de España, Felipe de Anjou (nieto del gran Luis XIV), con
el nombre de Felipe V de España e Indias. En la batalla de Montjuic, la parte
de Cataluña aliada a Inglaterra, Austria y Holanda -los tres países
tradicionalmente enemigos de España-, ganó la batalla, pero no la guerra que
acabó con el ‘estado catalán’ - la Generalitat
y el Consejo de Ciento-, siendo incorporada definitivamente al reino de
España. Por la insurrección y alianzas espurias llevó doble castigo. Durante el
siglo XVIII, Cataluña perdió los derechos políticos y lingüísticos de forma
gradual: primero en sus territorios del norte, con la prohibición del catalán
en aquellos condados abarcados por el tratado de los Pirineos (1700), y
enseguida por los decretos de la Nueva Planta, adoptados por Felipe V (1716).
La represión a la lengua catalana, a su cultura e instituciones, continuaría
durante las dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco. Históricamente,
el nacionalismo catalán después de tantos antecedentes de rebeldía y traiciones
de todo tipo, se estructuró con base en un movimiento cultural a favor del
idioma catalán que llegó a su esplendor en la segunda mitad del siglo XIX - la Renaixença. Tratase de un movimiento
cultural semejante al romanticismo europeo, con predominio de los sentimientos
naturalistas, la exaltación patriótica y los temas históricos. El propio nombre
reinaxença derivó del deseo de hacer
renacer el catalán como lengua literaria y de extensión cultural después de
tantos siglos de diglosia (bilingüismo) en función del castellano - los
catalanes llaman al periodo de decadencia.
Es un movimiento cultural paralelo a otros
similares, como el rexurdimento gallego,
que no tiene nada de decadente, antes por el contrario fue muy enriquecedor… En Cataluña, uno de los momentos más
interesantes fue el de los Jocs Florals (1859).
La lengua utilizada en todas estas manifestaciones mezclaba cultismos y
neologismos con palabras de la cultura
popular catalana. La Reinaxença se
consolidó en torno a la burguesía culta que encontró tanto en el romanticismo
europeo como en el movimiento catalán un interés renovado por el pasado propio,
o sea, se reivindicaba un pasado glorioso
(¡?) durante la formación de los condados catalanes en la Edad Media.
En una segunda etapa, el catalanismo se estructuró también como
movimiento político a través de las Bases
de Manrresa (1892) => un programa que defendía la restauración de las
antiguas constituciones catalanas, aprobadas por el parlamento catalán, y vigentes
hasta 1716, dando a Cataluña un alto grado de soberanía popular. Actualmente,
los partidos políticos consideran a Cataluña (o Països
Catalans, como prefieren otros) una nación
y, por tanto, con derechos autonómicos. Sin embargo, las alternativas difieren
con relación al contexto en que Cataluña pueda gozar efectivamente de sus fueros históricos. Algunos optan por la
soberanía propia o autodeterminación de un país independiente (situación más
compleja); otros prefieren una extensión de autogobierno en el contexto de las
autonomías existentes; y otros, aún indecisos, optarían por la creación de un
nuevo estado federalizado tipo Brasil. En realidad, el nacionalismo catalán es
‘una corriente de pensamiento político
articulado sobre el principio de que Cataluña es, efectivamente, una nación en
sentido estricto (¡?), con base en los derechos históricos catalanes, historia,
lengua, y derecho civil catalán’. Este concepto de nación para muchos
catalanes se extiende a todos los territorios de habla catalana, los llamados Països Catalans, una imitación grotesca de
los Países Bajos (holandeses). Este movimiento político se conformó
ideológicamente a principios del siglo XX, como una variante al catalanismo que
surgió como corriente de tenor cultural en la década de 1830/40, y articulado
como movimiento político en las últimas décadas del siglo XIX: después se
identificó con el llamado nacionalismo
catalán. En verdad, se trata de una corriente de pensamiento dicho transversal porque aglutina a todo el
mundo indistintamente y sin pedir permiso (¡?): partidos políticos y ciudadanos
de izquierdas, de derechas, centristas y otras denominaciones a perder de
vista… Actualmente, se divisan dos corrientes principales en relación al
nacionalismo catalán y contexto político español, así como en función de los
objetivos políticos a ser conquistados dentro del gobierno actual de España,
una monarquía parlamentarista.
En el ideario catalán de todos los tiempos, desde el simple y bucólico catalanismo
lingüístico en defesa del idioma ‘materno’ hasta el nacionalismo belicoso y
arrogante en defensa de un país independiente, Cataluña se plantea un corolario
que resulta difícil de ser absorbido por los españoles: la cultura catalana sería diferente de la española y, por tanto, cabría la tesis nacionalista de que Cataluña
es una nación oprimida por España desde
su ocupación por las fuerzas borbónicas de Felipe V (1714), y la posterior
supresión de las instituciones catalanas, así como la subsecuente prohibición
del catalán en sectores administrativos por medio de los decretos de la Nueva
Planta (1716), promulgados por el mismo rey Felipe V de España e Indias. Desde
el punto de vista cultural, el nacionalismo catalán de nuestros días es radical
e irreductible: quiere y promueve el uso del catalán en todos los sectores
vitales de Cataluña en detrimento del español o castellano. Entiende que el
catalán es la lengua ‘materna’ de todos los catalanes (¡?) y, por eso, defiende
su utilización tanto en las instituciones españolas como europeas con base en
su cantidad de ‘hablantes’ (¡?) y en
la tradición literaria, histórica y doméstica. Según el Instituto de Estadística de la Generalitat, el catalán es el 2º
idioma usado habitualmente en Cataluña, tras el español que supera al catalán
no sólo como lengua habitual, sino también como lengua materna. Vean, caros lectores, cuantas contradicciones
cunden en las argumentaciones catalanas del momento. Según aquel instituto, el
catalán era la lengua habitual de 47,6% de la población de Cataluña (2009) =
35,6% en exclusiva, y 12% bilingüe con el español, siendo que 57,9% usaban
habitualmente el castellano. Se observa un crecimiento en valores absolutos y
relativos de los habitantes que usan habitualmente los dos idiomas. El catalán
era la lengua materna de apenas 34,6% frente a 58% que tienen al español como
su lengua de nacimiento. Hasta hoy, el factor más importante del bilingüismo
social en Cataluña es la inmigración española de otras regiones. Sin ella,
Cataluña tendría apenas 2,4 millones de habitantes frente a los 7,4 millones
censados en 2009. Según el Idescat - Instituto
de Estadística de Cataluña, 49,3% de la población se identificaban con el
catalán frente a 46% que lo hacían con el castellano. Curiosamente, en el Área
Metropolitana de Barcelona (donde ocurren las paseatas, motines y 'diadas'),
apenas 27,8% de la población habla el catalán, frente al 50% de áreas
interioranas. Apunté en un apartado anterior que 72,8% de los habitantes de
Cataluña se identificaban con España, según una encuesta independiente, hecha
por una fundación alemana (2005). Como se puede ver los números no coinciden.
Por eso, no cuesta decirlo: esos números presentados arriba (aunque favorables
al castellano) son transmitidos oficialmente por ‘institutos catalanes’, lo que
no nos da mucha seguranza de que sean verdaderos: la ‘metodología’ es catalana
(¡?). A este respecto, recuerdo las palabras del violonchelista Pau Casals,
ante la Asamblea de las Naciones Unidas (1971): “Cataluña [en el siglo XI] ya
estaba contra la guerra, contra todo aquello que las guerras tienen de inhumano’.
Pau Casals era un virtuoso violonchelista, pero como historiador…
Cataluña ha sido y sigue siendo uno
de los pueblos más agresivos del mundo; siempre está armando alguna confusión;
es una región que nunca supo vivir en paz. Y no es de hoy que hace eso. La guerra de los Segadores fue apenas una
muestra: un episodio extremamente sanguinario y cruel; de los más inhumanos que se conocen en la Historia
de España (1640), porque mató, degolló a golpes de hoces y arrastró por las
calles a personas inocentes: no eran soldados en guerra, eran simples
funcionarios reales o moradores castellanos que estaban desempeñando su trabajo
habitual. Consulten un poco a la Historia de España, por favor… Cataluña
siempre ha estado metida en revueltas y rebeliones de toda catadura, desde
simples motines callejeros hasta guerras crueles que duraron más de 10 años. Sin
contar las traiciones históricas en las cuales Cataluña se ha mostrado maestra
con Ph.D. Los remiendos de Pau Casals queriendo ayudar a su tierra natal son ‘armoniosos
como su música’, pero desafinan muy feo ante la historia. Así como la otra
frase del ilustre catalán en la misma oportunidad: ‘Cataluña ha sido la nación más grande del mundo’. No sé si da para
reír o para llorar… ¡Cataluña la nación más grande del mundo!: sin duda es un
chiste. Nunca fue nación y mucho menos grande, a no ser en traiciones y
revueltas. Cataluña y sus dirigentes sólo hablan y se sustentan de mentiras
históricas… No me dirijo al pueblo catalán en sí mismo, por motivos sociológicos
y de otros rangos. Como nos decía un bloguero entendido en Historia de España,
‘la Generalitat catalana ‘fabrica su
reino’ vapuleando a la historia’. Y
es la más pura verdad. Otro testimonio contra las palabras de Pau Casals,
ciertamente intentando ser más pacifista que el papa por haber ganado el Premio
Nobel de la Paz (1958): el golpe de Estado dado por
el general Primo de Rivera desde la ciudad de Barcelona (1923), fue provocado a pedido de la burguesía catalana que no soportaba más el grado de anarquía en que se encontraba la vida laboral en Cataluña, ‘¡la tan humana Cataluña de Pau Casals!’.
Desde el punto de vista histórico, Cataluña (hablo de sus dirigentes,
porque el pueblo simple no está interesado en saberlo por inocuo) aún no
reconoce sus verdaderos orígenes. A finales del siglo IX, el rey carolingio Carlos II el Calvo, de Francia (823-877), nombró a
Wifredo I el Velloso (840-897), como
siendo conde de Cerdeña y Urgell (870), y de Barcelona y Gerona (878), o sea,
colocaba bajo su mando varios territorios de la Marca Hispánica = territorios
ganados a los árabes tras la derrota en Poitiers (732), y localizados entre el
imperio Carolingio y el al-Andalus. La diferencia en relación a otras ‘marcas’
estaba en su estructura administrativa sin unificación propia. Es decir, la Marca Hispánica estaba integrada por
condados dependientes de los monarcas carolingios a principios del siglo IX.
Para gobernar estos territorios, los reyes francos designaban condes, unos de origen franco y otros
autóctonos, según criterios de eficacia militar, y de lealtad y fidelidad a la
corona. De todos esos territorios gobernados por condes cuatro alcanzaron mayor protagonismo en Hispania, por orden de
citación: (1) Pamplona, constituido
en reino a principios del siglo IX; (2) Aragón,
constituido en condado independiente (809); (3) Urgell, importante sede episcopal y condado con dinastía propia (815);
y (4) Barcelona, que con el tiempo se
convirtió en hegemónico sobre sus vecinos. La población local de las marcas era
diversa: íberos, celtas, bereberes, vascones, judíos, árabes y godos, entre
varios otros. Los jefes y las poblaciones se tornaron autóctonos y siempre
reclamaron su independencia. El área y su
composición étnica cambiaban según la fortuna de los imperios conquistadores y
las ambiciones feudales de los condes y valíes elegidos para administrar las
comarcas. El cambio de mando era frecuentemente solventado fuera del campo de
batalla, mediante una compensación económica.
Desde el siglo IX, estos condados carolingios
se fueron consolidando y sus gobernantes adquirieron una autonomía creciente, a
medida que aquel imperio entraba en crisis a causa de las divisiones internas.
Desde hace mucho tiempo las prácticas de conveniencia política son proverbiales
en Cataluña: en 777 (número cabalístico), el valí de Barcelona, Sulayman ben
al-Arabí, y otros valíes contrarios a Abderramán I, pidieron ayuda a Carlomagno
para contrarrestar el poder del emirato. El acuerdo no prosperó y Sulayman fue
capturado frente a Saraqusta como traidor. Durante la batalla de Roncesvalles
fue liberado por el ejército de vascones y retornó a Zaragoza. A pesar de todo
eso, el hijo de Sulayman, un tal de Matruh, dispuso que Barcelona se aliase al emirato
de Córdoba, al que ayudó sitiando a Zaragoza (781). Según consta, el origen de
los condados catalanes se remonta a épocas anteriores al imperio Carolingio:
estos territorios forzosamente debían haber tenido alguna entidad
político-administrativa en tiempos de los romanos y, más tarde, de los
visigodos, aunque no se denominasen condados ni fuesen gobernados por condes
durante la dinastía visigoda. En esa época, los condes estaban debajo de los
duques, la máxima autoridad provincial (el dominio visigodo se dividió en 8
provincias), y sólo gobernaban ciudades, circunscribiéndose su autoridad
exclusivamente al ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas; excluían el
distrito rural dependiente de la ciudad. Así, los territorios al sur del
Pirineo se limitaron a conservar las entidades ya establecidas por las
tradiciones administrativas de sus repobladores. Con una curiosidad a más: los
condados hispánicos, denominados de condados pirenaico-orientales a partir del
siglo XIII, constituyeron una entidad con una
idiosincrasia común llamada Cataluña, cuya
término etimológico se discute hasta hoy. Pero la opinión más probable (¿quién
diría, hein amigos?) dice que Castilla y Cataluña tienen el mismo significado,
o sea, ‘tierra de castillos’ = de hecho la costa mediterránea estaba cuajada
de torres de vigía (‘castillos’) contra la piratería berberisca y normanda
(858). Para hacer frente a estos ataques, el rey Carlos el Calvo firmó la capitular
de Quierzy (877), donde se establecía la heredad de los principados y
cargos condales, y el proceso de independencia de facto de los condados de la Marca Hispánica y del imperio Carolingio (finales del siglo IX).
El siglo X, época del esplendor
político y militar del emirato de Córdoba, estuvo marcado por la fragmentación
política de los condados pirenaico-orientales. Durante este periodo, el condado
de Barcelona se mantuvo hegemónico y en constante defensiva contra Almanzor que
saqueó la ciudad (895). Sin embargo, tras la desmembración del califato de
Córdoba, los condados de Urgell y Barcelona junto con los demás estados
cristianos prosiguieron la expansión de sus territorios mediante la repoblación
de tierras y sus numerosas conquistas militares recibiendo entonces el apoyo
financiero de las parias (tributos), cobradas
a las taifas andalusíes a cambio de compromisos de no agresión, además de
consolidar su autonomía frente al imperio Carolingio y formar entidades
políticas más amplias. El conde Wifredo el
Velloso, tan idolatrado por los catalanes, fue el último conde designado por la monarquía franca y el primero
que legó sus dominios a los hijos. Pero a su muerte (897), la unidad se rompió,
formando entonces Barcelona, Gerona y Osona la base patrimonial de la Casa Condal de aquella grande e importante ciudad. Estos
y otros condados menores se aglutinarán en el siglo XIV constituyendo el
principado de Cataluña. Y al contrario de lo que hacen hoy los catalanes en
relación a España, los sucesores de Wifredo se mantuvieron fieles y leales a
los reinos carolingios, incluso frente a diversos usurpadores. Durante los
ataques de Almanzor -entonces gobernaba el condado de Barcelona Borrell II
(940-992)-, este conde se refugió en las montañas de Montserrat en espera de
ayuda militar por parte del rey franco Lotario, que no vino debido a problemas
dinásticos. En consecuencia, Borrel II no renovó más el pacto de vasallaje con
el nuevo rey franco, Hugo Capeto, pese a que
se lo requirió por escrito. Este acto es interpretado por los historiadores como el punto
de partida de la independencia de facto
del condado de Barcelona (998) y de los
territorios bajo su dominio. Pero nunca hubo una configuración segura de la
frontera de tales dominios: era más ancha al sudoeste de Barcelona, donde a lo
largo del siglo fueron apareciendo castillos o torres de vigía, que a su vez
atraían nuevos repobladores. Estos castillos solían situarse en lo alto de
cimas u otros puntos con gran visibilidad, lo que configuró una red de
fortificaciones responsable por el proyecto histórico tanto de defensa como de
dominación de los territorios circundantes. El topónimo Cataluña vendría
precisamente del número de castillos existentes en la región. En los valles y
llanuras, al contrario, surgieron
numerosos conventos y monasterios los cuales se constituyeron en una segunda
red territorial, promovida por abades, obispos y magnates que multiplicaron a
su vez los núcleos de [re] población. Y así llegamos a la historia del rey Ramiro
II el Monje (1086-1157) y su hija
Petronila de Aragón que los catalanes interpretan a su modo y talante.
Entre tanto, los acontecimientos no
mienten si bien interpretados y cuando no se buscan los cuernos de la gallina. Ramón Berenguer IV el Santo (1113- 1162), conde de Barcelona y de otros condados
circundantes, fue además princeps de
Aragón tras recibir en matrimonio a Petronila de Aragón (1136-1173), pero nunca fue rey o monarca como pretenden catalanes mal
intencionados. Cataluña nunca fue
reino y nunca lo será ni en España ni en la Conchinchina. Es ridículo apelar
para mentiras y cuentos de Maricastaña tergiversando la historia, y engañando a niños
y adolescentes en las escuelas públicas. Siento melindre y, al mismo
tiempo, tristeza, al ver que mis vecinos,
‘hermanos de fe, de luchas obreras y de
historia española’, usen un candil prehistórico para defender tesis
inexistentes. ¿Cómo es posible que un pretendiente a país serio o nación europea
use de ardides bajos y viles artimañas para mantenerse en evidencia frente a
sus ‘gobernados’? Pues es lo que hacen los dirigentes catalanes cuando hablan
del rey Ramiro II el Monje, un rey que
estuvo envuelto en complicaciones dinásticas. La historia de este rey-monje
comenzó así: Alfonso I el Batallador
(1073-1134) = ‘aquel a quien las
gentes proclamaban don Alfonso batallador porque en Hispania no hubo tan buen caballero que 29 batallas venció’.
Llegó a duplicar la extensión del reino de Aragón y Pamplona, y gracias a su
casamiento con doña Urraca I de Castilla, hija de Alfonso VI de Castilla y
León, hecho en función de la soberana
potestas, en las posesiones un de otro: reinó, por tanto, sobre León,
Castilla, Toledo, Navarra y Aragón. En vida, se hizo llamar ‘emperador de León y rey de toda España’,
o simplemente ‘emperador de España’.
Sin embargo, a su muerte -‘en uno de los
episodios más controvertidos de su vida conquistadora’- legó sus reinos a
las Órdenes militares. O como él escribió en testamento: ‘después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del
Señor que está en Jerusalén’. La nobleza no aceptó tal disposición y eligió
a Ramiro II el Monje (hermano del
rey) en Aragón, y a García Ramírez el
Restaurador, en Navarra, emparentado con El Cid Campeador. Uno de los
episodios más tristes de Alfonso I el
Batallador, según cuenta la historia, ocurrió durante su regreso al norte
para ayudar a sus aliados de Foix y Cominges (intentó tomar Valencia a los
musulmanes), tuvo que reconquistar el castillo de Monzón, que había sido
perdido por traición de Berenguer III, conde de Barcelona.
Pues bien: en Barbastro (1137), se produjo uno de los acontecimientos
históricos más relevantes de aquel siglo a causa de las circunstancias
insólitas del momento. En el barrio Entremuros
se firmaron los esponsales entre el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV el Santo (1113-1162), y Petronila de
Aragón (entonces con apenas 1 año), hija de Ramiro II el Monje. La boda se celebró mucho más tarde (1150), en Lérida, que
había caído en manos del propio Berenguer IV y del conde Ermengol VI = éste emparentado
con la familia Ansúrez, condes de Monzón, a cuyo condado pertenecía nuestro
pueblo, Prádanos de Ojeda, pues los Ansúrez ‘se asentaron al otro lado del río Pisuerga’. Después de muchas idas y vueltas, el rey
Ramiro II acabó abdicando en favor de Berenguer IV que le ayudara contra
Alfonso VII de Castilla. En virtud de tal casamiento, Berenguer se tornó príncipe regente de Aragón, a pesar de nunca haber
recibido el título de rey. Pelo contrario, Ramiro
II depositó en su yerno el reino de Aragón, pero jamás su dignidad real,
otorgada legítimamente a la Casa de Aragón, por su antepasado Sancho III el Mayor de Navarra. Incluso, el propio Berenguer
IV firmaba como Conde de Barcelona y
Príncipe Regente de Aragón. Por
consiguiente, Ramiro II renunció al
gobierno, pero no a su título de rey, pues seguía siendo el Señor Mayor de la
Casa de Aragón, en tanto que Alfonso II
no cumpliera la mayoría de edad, ocurrida en 1173, como hijo de la pareja Petronila
y Berenguer IV. En el bautismo recibió el nombre de Ramón Berenguer, que él
mismo mudó para Alfonso II en honra a
Alfonso I el Batallador, gloria
suprema del pueblo aragonés. Los historiadores consideran este arreglo un gran
acierto político ya que ambos dominios se fortalecieron y Aragón consiguió una
salida para el mar. Sin embargo tanto Aragón como el condado de Barcelona
preservarían sus leyes, sus instituciones y autonomía, permaneciendo distintos
aunque federados bajo una única casa reinante. Es la Historia de España, sin
subterfugios ni mentiras. A mí me parece que este interés de Cataluña en querer
ser un reino histórico no pasa de un
tremendo complejo de inferioridad = un sentimiento por medio del cual una
persona (o entidad) se siente de menor valor que los demás. Este complejo se basa
en que jamás logrará estar a la altura de lo que se esperaría de él, sea por
culpa de su propia incapacidad física, mental o emocional. Cataluña no consigue
aceptar su situación de inferioridad histórica, a pesar de tener hoy en día el mayor y más eficiente parque
industrial de España. Nadie le puede negar sus victorias empresariales, aunque
sepamos que lo consiguió con el esfuerzo de reyes, de gobiernos y de gente de
fuera de Cataluña. Pero que es un gigante industrial y uno de los mayores
generadores de empleos en la península Ibérica nadie se lo niega. Y que siga
así por los siglos de los siglos. Amén. Y que ‘por el bien de todos y felicidad de la nación’ se contente en haber
sido un condado en su historia pasada para gloria y honra de todos sus admiradores
actuales, dentro y fuera de España.
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