Es difícil diversificar, en
términos catalanes, el llamado nacionalismo
catalán del susodicho catalanismo
político: para mí, en la práctica, son la misma cosa, aunque en la teoría,
a través de retóricas falaces, se diga que son dos presupuestos diferentes.
Este último, o sea, el catalanismo
histórico propaga que apenas defiende y ensalza los símbolos y tradiciones
catalanas, en la tentativa de preservar la cultura y la lengua catalanas; sólo
desea obtener mayor autonomía, sin buscar directamente planteamientos políticos,
defendidos abiertamente por el nacionalismo catalán. Me viene al pensamiento,
el atraso logístico catalán: en cuanto el mundo se globaliza y se abre cada vez más, los
catalanes se cierran sobre sí mismos a toda hora. Según diversas encuestas ‘catalanas’ (¡?), estos teóricos
del catalanismo reafirman que Cataluña es sí ‘una nación’, pero dicen defender
una plena integración de Cataluña con el resto de España, descartando
absolutamente la opción por el independentismo catalán. Algunos partidos
políticos no se reconocen como ‘nacionalistas’; lo hacen tan sólo como catalanistas. Y aunque venden pública y
formalmente la idea de que Cataluña es una nación, defienden su pertenencia a
España sea bajo el actual sistema de las autonomías sea por el sistema de
estados federados. Ya el nacionalismo catalán critica violentamente el
centralismo de Madrid y el nacionalismo español (¡?). ¿Da para entender tantas
contradicciones ante la legislación en vigor? Y más: altos dirigentes o
candidatos a serlo insultan y maltratan
estúpidamente a otros grupos españoles llamándolos de vagos y señoritos,
viviendo de ferias y panderetas, y de un hacinamiento al sol (especie de gueto). Ese nacionalismo rabioso y
descontrolado de algunos catalanes contra determinadas comunidades autónomas
sólo lanzan más leña a la hoguera cuyas llamas ya están llegando al infierno,
donde el diablo en persona les espera con la sartén en la mano. Y se lo merecen
por idiotas. ¡Y luego quiénes! Exactamente los dirigentes que maman de las
tetas del trabajo duro y sufrido de andaluces, castellanos, extremeños etc, con
salarios miserables que salen ya recortados por avaricias y ganancias de
algunos chupones precisamente catalanes. ¿Qué hacen eses tales, ellos sí vagabundos
y señoritos, viviendo de ferias y panderetas, con el dinero ajeno? No merecen,
y nunca merecieron el salario que ganan. ¿Sabes, caro lector, cuánto recibe un diputado catalán o español
para no hacer absolutamente nada, antes pelo contrario crean confusión y
desempleo en casi 26% de los trabajadores españoles? Pues confiere: por mes
gana o ‘substrae’ de nuestros sudados impuestos 83.330 euros netos/año, con un suelto base de 6.410
euros limpios al mes, además de otras
prebendas o colgajos, ayudas, franquicias e indemnizaciones muy discutibles y espurias en el desempeño
de sus funciones (¡?), que los tales llaman de ‘indispensables’ ej.: tarjeta de
taxi, 3.000 euros/año; dietas de desplazamientos , 7.000 euros/año etc. Ahora,
yo te pregunto, ¿por qué y para qué tanto dinero despilfarrado con individuos
que tanto mal hacen al país, sobre todo a Cataluña y, por ende, a las otras
comunidades autónomas a quienes insultan y apostrofan públicamente? Y aún peor:
tributan como si fuesen mileiristas =
personas que ganan en torno de 1.000 euros/mes. El salario mínimo
interprofesional (SMI) en España estaba en 752,85 euros en el mes de julio (2013).
O sea, en cuanto nosotros y nuestros familiares, todos pobres y depauperados mortales
(y a veces desempleados o en el paro), somos obligados a pagar al fisco hasta
el último céntimo de impuestos fiscales, retirados de un sueldo miserable, esos
tales diputados y senadores no pagan nada. ¿Está cierto eso? Evidentemente que
no: ¿entonces, para qué sirve la democracia española? Las empresas saludables financieramente
funcionan basadas en la ecuación costes X beneficios. Aquí los costes políticos
dichos democráticos son altísimos, y
los beneficios…
Bueno, me desvié un poco del
nacionalismo catalán para discurrir sobre los dirigentes catalanes que desangran
a los españoles, y aún tienen el desplante de elegir diputados y otros
semejados, que ganan sueldos absurdos retirados de nuestros minguados salarios.
Y, ¿para qué, mis amigos? Para sembrar el odio y la discordia en nombre de una
autonomía que ya ultrapasó la techumbre de lo razonable. De ese nacionalismo
catalán nacido corriente intelectual y literaria, pero que degeneró para un
partido político ultraconservador (‘Lliga
Regionalista’), es que os deseo hablar en este apartado. Esa Lliga Regionalista comenzó muy mal: el
ejército asaltó la redacción de un periódico de tendencia ‘catalanista’ (¡?), que
a su vez desató la ira de los ‘nacionalistas catalanes’ (1906). En
consecuencia, se unieron las dos tendencias catalanismo y nacionalismo formando
la Solidaridad Catalana: en las
elecciones de 1907 obtuvo 41 de los 44 escaños del congreso catalán, pero tras
la Semana Trágica de Barcelona y
provincias de Cataluña esa Solidaridad
Catalana fue disuelta por tropas del ejército. La Semana
Trágica (1909) de la cual ya hice mención en otro apartado tuvo como
detonante el envío de tropas de reserva a las posesiones españolas en
Marruecos, siendo que esos reservistas eran padres de familia de las clases
operarias, cuya única fuente de ingresos eran 10 reales por mes. Los ricos que
dispusieran de 6.000 reales estaban libres de ir a la guerra. Ante tal desacato
al mundo operario, hombres y mujeres gritaron por las calles de Barcelona en
señal de protesta: ¡Abajo la guerra! ¡Que
vayan lo ricos! ¡Todos o ninguno! En Barcelona se levantaron cientos de
barricadas y varias armerías fueron asaltadas para proveerse de pistolas y
fusiles. La violencia se dirigió contra iglesias y propiedades eclesiásticas,
especialmente, conventos, colegios y patronatos de las Órdenes religiosas,
además de pillajes, saqueos e incendios
de toda especie. El punto culminante de la violencia anticlerical se produjo
durante una ‘noche trágica’: 23 edificios del centro y 8 en la periferia fueron
incendiados, con religiosos y religiosas sufriendo insultos y escarnios humillantes,
aunque la chispa detonante de la revuelta fuese la convocatoria para la guerra
en Marruecos. Entre los participantes del terrorismo insano estaban obreros,
jóvenes militantes y dirigentes del Partido
Republicano Radical (nacionalismo catalán). El saldo total fue: 78 muertos,
500 heridos y 112 edificios incendiados de los cuales 80 eran iglesias,
conventos y colegios católicos. La represalia gubernista también fue dura con
varias muertes por fusilamiento, y otros condenados a cadena perpetua. No sé de
donde Pau Casals retiró la idea de que los catalanes son contra guerras o
revueltas sangrientas y contra sus efectos inhumanos. Numerosos pueblos de
Cataluña y no solamente la ciudad de Barcelona participaron de la insurrección
y de los graves disturbios que colocaron Cataluña en trágica evidencia no sólo en
España como también en Europa, pues hubo manifestaciones y asaltos a varias
embajadas.
Tal prepotencia absurda y ridícula contra la iglesia en la Semana Trágica de Barcelona muestra un
poco lo que fue realmente el
nacionalismo catalán en algunos episodios de su historia (no sé si aún
prevalecen las mismas ideas). Sí, porque los casos indecentes se han repetido
con frecuencia en sus calles cubiertas de cadáveres. Continúo respetando la
memoria de Pau Casals como músico y compositor, pero no consigo entender de
donde él retiró aquel concepto de que Cataluña siempre fue ‘contra las guerras, [contra] la inhumanidad de las guerras’. No
condice con la historia real de Cataluña. La ciudad de Barcelona,
principalmente, siempre estuvo metida en confusiones de todo tipo y especie.
Hasta hoy continúa así. Son muchas historias ocultas que el nacionalismo
catalán busca esconder tanto en acciones como en frases proferidas por catalanes,
y gente que vive en Cataluña. En su libro bastante difundido Cataluña Hispana (Barcelona, 1963),
Javier Barraycoa recoge 222 ‘historias ocultas’ del nacionalismo catalán, una
más despampanante que otra. Como esta: la financiación del fascista Benito Mussolini
a Francesc Maciá y Josep Carner para invadir Cataluña, pues ‘mientras haya una monarquía en España,
Cataluña no podrá tener autogobierno. Por lo tanto, hace falta romper cualquier
relación con España y proclamar el Estado Catalán que se podrá confederar con
el País Valenciano, las Islas Baleares, Cataluña Norte y quizás Occitania’.
Otra ‘historia oculta’ del nacionalismo catalán fue el apoyo político y
económico de destacados nacionalistas para que Francisco Franco ganara la
guerra civil en Cataluña, así como los homenajes del Barça (equipo de fútbol) a
Francisco Franco y el racismo permanente de líderes nacionalistas contra
andaluces y extremeños. El gran pintor Salvador Dalí (le disculpamos por su
genialidad y locura) pasó los últimos meses de su vida escuchando una única
pieza musical: el himno nacional de España, con letra de José María Pemán.
También cuentan las sandeces y majaderías, como aquella que sustentan aún en
nuestros días: ‘el catalán fue la única
lengua que se hablaba en el mundo antes de la confusión de la Torre de Babel’.
Verdad es decir que la única Babel de España es la propia Cataluña, un antro de
anarquía federal. Interesante, os vascos dicen la misma cosa del vascuence, con una pequeña variante. Los
dos nacionalismos compiten en mentiras y tonterías. De hecho, existen patrañas inconcebibles
en que el nacionalismo catalán no controla la lengua de sus dirigentes en proferir
tantas necedades. Por ejemplo: Venezuela habría sido conquistada por catalanes.
Curiosidad perturbadora para el nacionalismo catalán es la historia personal
del presidente de la Generalitat, Lluís Companys (1882-1940): pasó buena parte
de su vida con absoluta carencia del sentimiento nacionalista por Cataluña. Fue
capturado por la Gestapo de Adolph Hitler y fusilado por el franquismo en el
castillo de Montjuic. Pero llegó a decir ante las cortes como diputado por
Barcelona: ‘estamos aquí para intervenir
en otras cuestiones que afectan a la grandeza de España: la constitución, la
reforma agraria, las leyes sociales’. Companys fue más un buen catalanista
que nacionalista catalán. En 1917, al ser elegido concejal de Barcelona, gritó
¡Viva España! En relación a frases
fuertes difundidas contra el nacionalismo catalán, ésta me parece sorprendente
sino diabólica: ‘el nacionalismo catalán
sabe que necesita generar odio contra España y, por consiguiente, contra los
españoles’. ¿Y no es que parece verdad?
A principio, podemos afirmar sin cortapisas: el nacionalismo catalán
histórico es totalmente falaz; y peor que eso, fraudulento y mentiroso. Si no
que decir del dietario (libro de
cuentas) de la ciudad de Barcelona (1492): con motivo de la toma de Granada de
la cual participaron ‘numerosos’ catalanes (¡?), hubo celebraciones ‘las más grandes jamás vistas’. Y en la rebelión de las Alpujarras (1568/71)
-se la conoce también con el nombre de Guerra de las Alpujarras = ‘la guerra más salvaje de las que hubo en
Europa en aquella centuria’ (Henry Kamen), cuando miles de catalanes
participaron de los combates contra los morisco sublevados. Don Juan de Austria, el héroe de la batalla de
Lepanto y hermanastro de Felipe II, dijo sobre los combatientes catalanes: ‘son los súbditos más leales del rey de
España’. Consta que el propio Alfonso XIII pidió al catalán Eduardo
Marquina (1879-1946), poeta y dramaturgo
[histórico], varias letras para el himno nacional español. Pero de todos los
embustes, el que más me impresionó por ser defenestrante
es el de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), escritor catalán, académico español y
autor de ‘El Castell de la Puresa’ (2012):
‘el nacionalismo catalán se nutre de historias
apócrifas, como la de las cuatro barras’, presentes en la bandera catalana.
¿Cómo entonces acreditar en lo que dicen tantos embusteros catalanes, cuando
ensalzan el nacionalismo que sus gentes más representativas e ilustres
rechazan? El pueblo simple es formado en general por ingenuos ‘borregos’ que van para donde se les
quiera llevar, pero gente con la cabeza en el lugar como Pere Gimferrer, un
miembro de gran relevancia en la Real Academia Española (1985), con 24 premios
regionales, nacionales e internacionales, conseguidos por merecimiento propio debido
a su prolífera obra, donde prevalecen temas recurrentes: ‘la actitud de rechazo y de silencio que caracteriza a los intelectuales
en determinados momentos de la historia; la crítica del poder y la política; el
poeta y el artista en aprendizaje constante; la voluntad de definir el momento
cultural catalán. En fin, sus
evocaciones personales literarias, artísticas y cinematográficas’, le valieron
el reconocimiento unánime de los españoles como uno de los poetas y prosistas más
originales nacidos después de la Guerra Civil, y que más modificó el panorama
de la poesía española contemporánea por la innovación de sus propuestas.
Indagado ¿cómo coexisten castellano y catalán en el Gimferrer poeta?, salió por la tangente, y respondió: ‘¡también escribo poesía en francés e
italiano! Tengo acabado un poemario inédito en italiano de 2013 que verá la luz
pronto. Yo no elijo la lengua. Es la lengua que me elige a mí y hace la mitad
del trabajo. En función del efecto rítmico y sonoro, me decanto por una u otra
lengua’. Detalle: casi toda su obra está en castellano. Y es un literato de
renombre internacional, y no un botarate que no sabe dirigirse a sus ‘oyentes’
ni en catalán y mucho menos en español.
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