sexta-feira, 13 de junho de 2014

Prádanos, cabeza de la Ojeda


              
                  
Comencemos diciendo que el escudo, blasón y bandera de Prádanos de Ojeda podrían ser así: el escudo siempre fue ‘una arma defensiva’, y seguramente la más utilizada por el hombre desde épocas remotas para protegerse de otras armas ofensivas y de ataque. En el siglo XVII, cuando las armas de fuego individuales se generalizaron en las guerras, el escudo se tornó completamente obsoleto. Pero en tiempos medievales, fue muy usado por casi todas las culturas del mundo (Oriente/Occidente), tanto a distancia para defenderse de las armas arrojadizas o blandidas por los enemigos, como en el cuerpo a cuerpo, pues permitía la utilización de un brazo para defenderse y, al mismo tiempo, contraatacar con el otro. Entre el siglo XIII y XVI, los escudos eran recubiertos de piel, y llevaban pinturas con emblemas o signos individuales (familias nobles), dando lugar a los actuales blasones linajudos; tomaban diferentes formas adaptándose a los cambios tecnológicos o tácticos a fin de dar protección a los combatientes. Pero los proyectiles perforantes a gran distancia (hechos de pólvora y puntas de hierro) tornaron su uso definitivamente inútil en los campos de batalla. A partir del siglo XX, el escudo reencontraría una interesante utilización moderna en la lucha antidisturbios…  Sin embargo, mi postura en este apartado lleva otra connotación, dado que en la cultura occidental, el escudo ha servido de suporte como elemento identificador tanto de los individuos y familias como de entidades, pueblos y ciudades, transformando el escudo en un elemento exclusivamente heráldico; ‘el arte de explicar y describir los escudos de armas de cada linaje, ciudad o persona’. Durante la Edad Media fue mucho más: el escudo se convirtió en un código coherente de identificación de personas, entidades y pueblos, incorporado progresivamente por la sociedad feudal (nobleza y clero) para identificar linajes y miembros de la jerarquía, siendo más tarde adoptado por otros colectivos humanos ej.: gremios, asociaciones, villas, ciudades, territorios…
       Los escudos nacieron como forma de diferenciar a los caballeros en los combates, justas o torneos, ya que era imposible reconocerlos al estar completamente revestidos por los metales de su armadura. En realidad, el escudo fue usado por caballeros, guerreros y reyes para diferenciarse entre sí. Con el tiempo se fijaron normas y convenciones que continúan siendo utilizadas hasta hoy: colores, figuras, elementos decorativos etc, todo en el escudo esconde un significado y tiene un lugar cierto dentro de él, escogido por la comunidad a quien representa. En consecuencia, se le considera un campo de expresión artística, un elemento del derecho altomedieval y un distintivo de las dinastías reales. Como elemento identificador de linajes -el blasón se trasmitió por herencia en grado de parentesco- y de los colectivos humanos, el escudo se difundió rápidamente en el conjunto de la sociedad occidental (mujeres, clérigos, aldeanos, burgueses) y en las más diversas comunidades, incluso pueblos, ciudades y territorios.     
     En heráldica, el escudo es el suporte físico del blasón y, por eso, puede tomar diferentes formas de acuerdo con su origen y representación. Joseph de Aldazaval  (1729-1779) sostiene  que la invención del blasón fue antes de todo un  medio de conservar en las diversas familias y pueblos el lustre y el honor de sus mayores, y dar motivación a los interesados para que imitasen sus hazañas gloriosas y el pasado de honor e hidalguía. Así, de acuerdo con el francés Cadet de Gassicourt (1731-1799), el símbolo heráldico estaría reservado apenas para los iniciados. Y aunque los armoriales de la Edad Media estaban destinados a ser vistos por todos los hombres, lo que verdaderamente importaba es que sólo pudiesen ser comprendidos por los que tenían el mismo código de valores. Es por ello que todas las piezas y ‘muebles’ heráldicos altomedievales no fueron escogidos al acaso, ni su utilización respondía al capricho o fantasía del titular del escudo, blasón y bandera. Robert de Viel ( 1899-1959) nos dice con absoluta certeza: la utilización de estos símbolos estaban estrechamente relacionados con la personalidad y características de su portador, de forma que los escudos y blasones eran ‘un libro abierto’ para que los iniciados en el arte heráldico conocieran perfectamente a quien pertenecían y cuáles eran las circunstancias o características de su titular. La heráldica de escudos y blasones nos transmite un retrato espiritual o psicológico de su portador, invitándonos a profundizarnos en la historia, ideales y realizaciones de un linaje, pueblo, territorio…
            Antiguamente, el escudo de armas se entregaba al aspirante de caballero como si se tratara de una tabla de plata sin dibujo alguno para que éste con sus hazañas y realizaciones lo fuera rellenando a lo largo del tiempo hasta convertirlo en la imagen viviente de su vida que retransmitiría a sus sucesores, como ícono familiar que habría de conservarse y hacerse respetar por las nuevas generaciones. De esta manera, el escudo y blasón familiar eran signos de identidad y nexos de unión entre los diferentes miembros de un linaje. Michel de Pastoureau (1947-) nos afirma que el estudio del escudo, blasón y bandera de un pueblo no sólo nos permite conocer la identidad de los personajes que los utilizaban, sino que también reflejan cómo era su personalidad, provocando en nuestros días una corriente de heraldistas, siempre dispuestos a estudiar las razones y motivos que presidieron la elección de un cierto ‘esmalte’, ‘partición’ o figura heráldica, a partir de las aspiraciones, creencias, modas o culturas, utilizadas por los diferentes dueños de los escudos y blasones como emblemas heráldicos, muchas veces precisos y poéticos. Sin duda, las armerías fueron concebidas para la mayor gloria de aquellos personajes que las llevaban como respuestas a las aspiraciones sociales de las respectivas familias. O sea, las armerías eran elementos esenciales de identidad familiar. Por tanto reafirmamos que todas las figuras heráldicas de cualquier escudo, blasón y bandera están cargadas de una profunda simbología. Así, podemos destacar dos elementos importantes en los escudos y blasones: el natural; lo que significa dicha figura en el mundo real, y el fantástico o poético; el valor representativo en la mentalidad de los hombres que hicieron posible el desarrollo de la heráldica moderna.
Marquesado de Frómista
                 Curiosamente, toda figura representativa tiene una simbología positiva o negativa ej.: no es lo mismo un león u oso en posición amenazadora, rampante, acostado, herido o mutilado, no significando de inmediato que el portador de dicho blasón o escudo se sirva de un león u oso en primer plano para ensalzar su linaje o para infamarlo, sino que se sirve de la figura heráldica para indicar el coraje o dignidad de su estirpe tanto en sentido ‘activo’ como ‘pasivo’ (trofeo de caza). Por lo general, el escudo o blasón están asociados a una casa solariega, esto es, un hogar y forma de vida de una determinada familia o pueblo, concebidos como bastiones defensivos ante posibles ataques violentos de terceros. Desde una perspectiva histórico-artística, la casa solariega es una casa fuerte con tipología peculiar de carácter autárquico y defensivo en un hábitat rural de economía agrícola y ganadera. En general, constan de planta baja, piso de vivienda y desván, ordenándose los dos primeros elementos habitacionales en torno al amplio zaguán y sala, ocupando casi toda la fachada principal; ya el zaguán presenta ventanas adinteladas o arcos de medio punto. Estas casas solariegas se concentran en dos espacios geográficos: en la montaña y en la llanura. En la primera suelen integrarse dentro de la localidad por menor que sea; en la llanura se localizan en los montes, a veces alejadas de la población, y con contenidos campestres y ganaderos (corrales y viviendas de pastoreo y labradores). La mansión del hidalgo podía ser accidental, pero éste residía habitualmente en su casa-palacio dentro de la villa, aunque diferente de los pueblos de montaña, de contexto mucho más rural. Entretanto, las casas solariegas se ubican normalmente dentro del casco urbano, diferenciándose unas de otras por la suntuosidad y materiales de la construcción. La piedra abundante en las zonas montañosas, es escasa, de mala calidad y cara en la llanura. Comúnmente será el ladrillo cocido así como el adobe los materiales de construcción, siempre llevando en cuenta la potencia económica de sus moradores.
Marquesado de Frías
         Por otro lado, el aislamiento de los pueblos, la pobreza de la tierra y la necesidad de no disgregar el patrimonio familiar obligó a las casas solares no sólo a considerarlas como meras habitaciones de sus moradores, sino también edificios económicos, sociales y jurídicos de la familia y, por tanto, inseparables de las tierras, haciendas, personas y trabajos, animales de labor y provisiones procedentes del corral, de tal manera que la cuadra será más cuidada en su emplazamiento que los dormitorios de los empleados. Poseerán masaderas casi siempre y hornos comunales, bodegas en la mayor parte de las casas, desvanes y graneros para orear y secar productos, así como almacenar granos y utensilios como piezas obligadas de los solares castellanos. La alimentación exigirá un corral con gallinas, conejos, palomar, zolletas para el tocino, almacenamiento del trigo, canizos determinados, colgadura de verduras o frutas de la estación, dispensas de grandes dimensiones donde se guardan alimentos para mucho tiempo etc. Los hidalgos o infantones al ostentar las propiedades del ‘palacio’ justificaban con sus actitudes la posesión de hidalguía o nobleza. La casa solar era un componente material y visible del linaje, raíz y fundamento  del propio linaje y más especialmente de la nobleza. Los fueros de cada región consagraban la inmunidad o derecho de asilo de iglesias y palacios de hidalgos infantones. Por todos estos motivos, la casa solariega tiene un nombre propio, independiente del que llevan las personas y con predominio sobre éste. A veces coincide con el nombre o apellido, pero otras obedece a un mote, apodo o sobrenombre, cuyo origen se pierde en la historia. Así, no se dice el ganado o el prado de fulano, sino el ganado o prado de la casa solariega. Y cuenta más la antigüedad y posición social que se atribuye a la casa solariega, siendo ésta la continuación de esfuerzos llevados a cabo por la sucesión de generaciones que la han enseñoreado. Por eso es un conjunto de afecciones, recuerdos y uno de los signos de las aspiraciones humanas ante la limitación de la vida.           
                En consecuencia, muchos municipios cuentan con escudos, blasones y bandera (armas heráldicas) que les distinguen de los otros pueblos alrededor. Sus escudos y blasones cumplen la misión de mostrar al propio país y al mundo lo que tiene de especial o una personalidad diferenciada a través de figuras, atributos determinados, exponentes de su vitalidad histórica etc. El empleo heráldico por parte de pueblos y ciudades está en constante aumento y cada año un gran número de Ayuntamientos rehabilitan o adoptan viejos o nuevos escudos y blasones de armas, ya que la heráldica municipal tiene importantes aplicaciones en el día a día del pueblo y de su comunidad viva y actuante. El primer blasón de que se tiene noticia es de la villa provenzal de Millau/Lleida (1187), efectuada por Alfonso II de Aragón, aunque la concesión se refiera más al vexillum nostrum (bandera real). Escudos y blasones fueron concedidos a los municipios por los reyes, sea en el momento de la concesión de la carta-puebla, sea con los fueros o actos posteriores como recuerdo de algún acontecimiento digno de semejante galardón. En sus orígenes, las armas del Ayuntamiento fueron todas de concesión real, pero más tarde serían adoptadas por los señores de las villas y pueblos, basadas en muy variados y diferentes motivos: ciencia del blasón o catalogación de origen. De cualquier forma, las armas de los blasones municipales debían corresponder a las armerías reales. Durante la Guerra de Sucesión Española (1701-1713) y la venida de los Borbones a España, muchas de esas costumbres se trasplantaron con la influencia francesa. Sin embargo, la heráldica municipal española  tiene origen en la Edad Media (siglos XIV/XV). El Archivo General de Simancas conserva una colección de escudos municipales y sellos, lo que demuestra el uso de los escudos por los Ayuntamientos. y la existencia del uso de armas municipales en aquella época. Más próximos a nosotros (1840), a través del Ministerio de la Gobernación se intentó llevar a efecto la orden ministerial para que todos los Ayuntamientos poseyeran su propio escudo, blasón y bandera, o como se declaraba en la época, su ‘propio escudo de armas’. En 1956, se solicitó de cada Ayuntamiento que poseyera sus armas propias para diferenciarlo de los demás. Con esa disposición se pretendió establecer el uso de armas por los Ayuntamientos de España, lo que llevó a muchos pueblos a rehabilitar o crear su propio escudo, blasón y bandera. Prádanos de Ojeda parece no haber atendido a este pedido nacional; las razones no las sé, y nunca hasta hoy puede saberlo. Tal vez la incuria y el poco conocimiento o visibilidad histórica del pueblo hayan influido en este descaso.  
             La clasificación de la heráldica municipal, según recientes orientaciones, sigue la actual legislación sobre la creación, rehabilitación y modificación de los símbolos municipales (escudos, blasones, sellos y banderas), para posterior tramitación ante la Real Academia de la Historia. Existen diferentes especialidades en relación a los escudos y blasones municipales conforme su origen: pueden ser arqueológicas, advocativas, gráficas, topográficas y arbitrarias (estás últimas rechazadas por caprichosas o extravagantes, ya que no se ajustan a las reglas heráldicas).
        1 - las arqueológicas  (las más comunes) contienen elementos de carácter histórico o geográfico, tales como  hechos históricos (armas de antiguos señores), topográficos (alusivos a la geografía del lugar), procedencia (armas reales), tradicionales (con más de 100 años), de concesión (privilegios reales) o de agregación (a las antiguas se añaden otras nuevas);
       2 - las advocativas (también bastante diseminadas) tienen elementos de carácter religioso, tales como hagiográficas (figuras de imágenes o atributos de santos) y onomásticas (figuras representativas de personas importantes en la historia de la localidad);
      3 - las gráficas incluyen en el ‘campo’ de escudos y blasones letras, motes o lemas, tales como alfabéticas, jeroglíficas y anagráficas, de acuerdo con las letras y motes, números y jeróglifos, o anagramas de Jesucristo o de la Virgen María;
     4 - las tropológicas son formadas por elementos heráldicos de sentido alegórico o poético, alusivas a la riqueza del pueblo, evocativas de acontecimientos históricos, rememorativas por traer a la memoria alguna fecha o datos, o también mnemotécticas por auxiliar a la memoria en la identificación de alguna cosa importante.                          
        Hoy, con el uso de la informática podemos crear un armorial (escudos y blasones) totalmente abierto a la investigación de todos los linajes hispánicos. La armería española renació en el siglo XV, cuando se compilaron algunos armoriales nobiliarios, con dibujos y descripciones de las armas, con datos genealógicos e históricos de familias y casas solariegas, distribuidas por toda la geografía de España e Hispanoamérica. Es una realidad comprobada: desde el siglo XIII, se viene desarrollando el gusto por los emblemas heráldicos, principalmente en Castilla y León, aunque sobre diferentes bases culturales y diversas manifestaciones históricas. Por ejemplo: una serie de escudos adorna las bóvedas  de la catedral de Pamplona (1330), y un libro de la cofradía de Santiago de la Fuente/Burgos (1338),  recoge las armerías de los cofrades. En estos armoriales, existen colecciones de escudos y blasones que toman diferentes formas, de acuerdo al origen de su representación. En heráldica, podemos decir que el escudo es el suporte físico del blasón; y a su vez el blasón  abarca la superficie del escudo, las particiones y figuras que lo adornan, los elementos heráldicos que lo acompañan = ‘esmaltes’ (colores), ‘piezas’ (figuras), ‘particiones’ (divisiones), yelmos y timbres, motes (lemas) y divisas, armoriales, suportes y demás insignias. La palabra escudo es comúnmente utilizada para referirse al blasón de armas como un todo, aunque el escudo sea en realidad apenas un dos elementos que componen el blasón de armas. Muchos escudos presentan a veces dos formas distintas: una, compleja, y otra simplificada y reducida al escudo propiamente dicho; varios países usan escudos de armas mayores y menores ej.: Portugal. Modernamente, el foco de la heráldica se dirige más al blasón, elemento central del escudo, donde sobresalen los ‘esmaltes’ (colores) más utilizados: azure (azul), gules (rojo), sable (negro), sinople (verde) y purpure (marrón). Los colores son importantes en heráldica, en cuanto las figuras pueden ser animales (león, águila, oso etc), objetos y formas geométricas. De modo especial, los animales y los árboles presentan un simbolismo adecuado a las hazañas del titular ej.: el oso = simboliza la fuerza en el combate, y el roble = la estabilidad, fecundidad y amor/dedicación en empresas arriesgadas; las hojas del roble o encina = simbolizan tenacidad y bravura porque resisten al tiempo. Los castillos y leones aluden a los reinos castellanoleoneses… En fin, el escudo de armas deja de ser una pieza defensiva y se convierte en una descripción de las cualidades de sus titulares, y cada uno de los componentes que lo forman tiene un significado específico. Por eso, a la hora de interpretarlos es necesario conocer los elementos y vocablos básicos propios de la heráldica moderna.
                
               Además de los escudos, blasones y sellos, la bandera (del latín vexilium o bandum) es un símbolo de identidad entre personas o grupos. Históricamente, los hombres como seres sociales que son tienden a agruparse y, al mismo tiempo, a diferenciarse de los otros grupos humanos. Cada estado o país, territorio, ciudad o pueblo, posee una bandera que le identifica y diferencia de los demás, siendo uno de los símbolos patrios y emblemas oficiales de países en todo el mundo. Los colores simbolizan una historia que les da identidad, y aglutina a todos aquellos que enarbolan o se identifican con aquella bandera bajo un mismo sentimiento patriótico o de amor al grupo a que se pertenece. La bandera roja y combativa de los romanos les hizo fácilmente identificables en los campos de batalla. Actualmente, las banderas rojas indican peligro así como las banderas blancas simbolizan la paz, o las banderas de los buques señalizan la nación a que pertenecen. Basadas en estas costumbres, las embajadas de los países en el exterior colocan una bandera en señal de identidad nacional. Sin embargo, dentro del propio país pueden existir otras banderas que identifican entidades subnacionales, como barrios, municipios, ciudades o pueblos, provincias etc. Diversas asociaciones o entidades internacionales ej.: la ONU, también ostentan en sus edificios banderas que las distingue de otras comunidades reconocidas como tales en el mundo entero. Lo mismo puede decirse de ciertas entidades privadas, como los clubes de deportes. Cuando se iza una bandera se intenta trasmitir un determinado mensaje. Un ejemplo: la bandera celeste indica que el mar está calmo, mientras que la bandera roja señala que es peligroso ingresar en el mar debido al oleaje turbulento de las aguas. Pero antes de todo la bandera está asociada al patriotismo. Se dice que las personas amantes de la tierra natal y que se sienten identificadas con las mismas costumbres y usos tradicionales de determinado lugar abrazan la misma bandera y demuestran un orgullo inequívoco de su país, provincia o ciudad. La RAE define el concepto de bandera como algo asociado al amor por la patria (chica o grande), indicando con eso un valor y amor profundo para enfrentar cualquier situación en nombre de aquella bandera. El patriotismo debe reflejar el desarrollo de un trabajo honesto y la participación o colaboración en nombre del bien común. Un verdadero patriota es aquel que defiende los valores de solidaridad, libertad, igualdad, fraternidad etc. teniendo en cuenta el bien de sus semejantes y que viven a su alrededor. Lamentablemente, ni todas las personas son equilibradas en ese amor a la propia tierra, convirtiendo ese amor justo y honesto en algo negativo, como la llamada xenofobia que lleva consigo discriminaciones varias en relación a otras personas que no pertenecen al mismo país, ciudad o club deportivo. El patriotismo es ciertamente un ideal que inculca el aprecio por lo propio, pero se torna exacerbado y ridículo cuando se desprecia (a veces con extrema violencia) lo ajeno, algo que no condice con los principios de la fraternidad y solidaridad entre los seres humanos. El escritor argentino, Julio Cortázar (1914-1984), un enemigo declarado del chovinismo insoportable y odioso bajo cualquier prisma, nos decía: ‘uno de los caminos positivos de la humanidad es el mestizaje. Cuando la fusión de razas sea mayor, finalmente se podrán eliminar los patrioterismos, los nacionalismos y demás sinónimos de ese comportamiento absurdo e insensato’. Las banderas identifican al país o territorio, pero no pueden toldar el amor por la humanidad y los valores patrios.

domingo, 1 de junho de 2014

Más sobre el topónimo OJEDA (2)





                      Cuando hablamos de Prádanos de Ojeda, nos referimos a un topónimo complejo, pues está compuesto por dos o más elementos. Sin embargo, el topónimo por general es simple y no necesita de complementos para su legítima interpretación ej.: Saldaña, Pallantia = la prerromana y antigua capital palentina… De más difícil interpretación son los topónimos dichos compuestos: en la mayoría de los casos son formados  por dos elementos originalmente independientes y fundidos (a veces yuxtapuestos) ej.: Villabermudo, un pueblecito cercano a Prádanos. Los topónimos (del griego topos = ‘lugar’ y nomos = ’nombre’, o sea, nombre de un lugar) están por lo general asociados a una determinado localidad: un pueblo, una villa, una ciudad, un municipio o comarca, una provincia, un país etc. Actualmente, la toponimia es considerada una rama auxiliar de otras ciencias más importantes como la lexicografía (= ciencia que estudia los nombres propios), la historia, la geografía, la arqueología… A su vez la onomástica es una disciplina esencialmente lingüística, porque proporciona datos a otras ciencias ej.: la toponimia = disciplina que registra los nombres de lugares (habitados o inhóspitos), incluso  nombres de montañas (orónimos), lagos y lagunas (limnóninos), arroyos, riachuelos y ríos (hidrónimos), pueblos y ciudades con nombres de santos (hagiotopónimos), etc. De modo especialísimo, la lexicología busca científicamente la explicación de todas las palabras. Como subdisciplina de la lingüística, es una ciencia esencialmente instrumental, porque nos ofrece informaciones de orden etimológico, semántico, contextual etc, sobre cada uno de los términos o nombres censados. Es decir, estudia el origen de las palabras (etimología), algo que exige el auxilio de la lingüística histórica o geográfica, así como la estructura de las relaciones semánticas. El mayor problema de la lexicología actual continua siendo la definición de lo que sea palabra = un término demasiado impreciso, hoy en día substituido por ‘unidad léxica’ porque acoge un ámbito más extenso de formas. La razón de esta preferencia se fundamenta en las diferentes flexiones adoptadas por las palabras y expresas en género, número, persona, modo, tiempo etc. Además, las unidades léxicas pueden combinarse entre sí para dar lugar a nuevas palabras usando diversos procedimientos a través de la composición y derivación lingüísticas y, sobre todo, de la parasíntesis = formación de vocablos en que intervienen al mismo tiempo la composición y la derivación ej.: anti/pica/pedr/ero, donde los elementos compositivos (prefijos y sufijos) son los más utilizados.
        Todo este razonado me viene a la mente al intentar discernir el verdadero significado de un nombre propio, principalmente cuando se trata de un topónimo, orónimo, hidrónimo o antropónimo antiguo, así como el caso restricto de la OJEDA; la búsqueda no es fácil. Tengo dado dos explicaciones en sendos apartados anteriores, pero aún dejé en abierto otro posible sentido cultivado por algunos historiadores: la palabra OJEDA derivaría de un término románico muy antiguo /Hoyeda/ con el significado actualmente atribuido a una ‘hoya orográfica’, o sea, una concavidad u hondura de ‘grandes proporciones’ formada a lo largo de un terreno más o menos extenso, o también de una llanura ligeramente ampliada y rodeada de ‘altas montañas’, lo que equivaldría en sentido lato y en Geografía física al término bacía orográfica = un designativo para la comarca de la Ojeda situada entre los valles de los ríos Boedo y Burejo, donde este último curso fluvial actúa como cuenca más importante y al cual confluyen múltiples arroyos y riachuelos que a su vez forman valles secundarios. Orográficamente, La Ojeda es un territorio de transición entre las llanuras de la Tierra de Campos, al sur, y la cordillera Cantábrica, al norte, cuyas primeras cumbres ej.: Pico y Peña Cortada (1.180m de altitud), dos peñascos situados en los límites territoriales de Prádanos de Ojeda y Becerril del Carpio, aparecen como murallones o portones rocosos abriendo el paso hacia al norte a los 27 pueblos que integraban la comarca de La Ojeda (hoy son apenas 20 municipios); nuestro pueblo ya estuvo al frente como ‘cantón’ (división administrativa provincial) de 23 de esas poblaciones que integraron la bacía hidrográfica del Burejo (1855). El terreno, como nos puede afianzar cualquier turista o visitante, ‘está definido por suaves ondulaciones del terreno, haciéndose más agreste y accidentado a medida que caminamos en dirección norte’. Los 27 pueblos  (entre ellos, Alar del Rey, Villabermudo, La Vid de Ojeda, San Andrés de Arroyo y Santibáñez de Ecla, localidades vecinas y limítrofes a Prádanos de Ojeda) se asientan generalmente al abrigo de los subafluentes del Burejo, disfrutando muchos de ellos de amplias y milagrosas vegas (= ‘terrenos bajos y llanos que pueden ser inundados ante una eventual crecida de las aguas de un río próximo). Tal vez La Ojeda del río Burejo corresponda a una llanura aluvial y  de inundación o valle de inundación, donde abundan  los cultivos de cereales y algunos de regadío, como los apreciados ajos y patatas que yo llegué a ver cuando aún era un niño. La vegetación por lo general es arbustiva, cubriendo en parte la ribera de los ‘ríos’, aunque existan a una cierta distancia áreas boscosas de pinos reforestados, encinas y robles, sobre todo más al norte de la cuenca, casi en sus nacientes de Prado Lozano, en los términos vecinales de Colmenares de Ojeda, la primera localidad por ele atravesada (aquí nació mi hermana Cristina); después recorre otros 11 pueblos antes de desembocar en el río Pisuerga, de quien es afluente directo, en Herrera de Pisuerga, antigua Pisoraca romana.   
               La bacía hidrografía del río Burejo (33,9km), uno de los cuatro afluentes principales del Pisuerga (283km) y cuenca de 15.828km² [= los otros tres ríos de destaque son: el Carrión (179km), el Arlanza (160km) y el Esgueva (116km)], está exclusivamente enmarcada dentro de la provincia de Palencia. Su área se extiende por todo el valle de La Ojeda donde se asientan los 27 pueblos que integran la comarca. En su cabecera es un río, o mejor dicho un ‘arroyo de montaña’ cuyo manantial brota en medio a prados húmedos cercanos a la Peña de Cantoral (1.792m de altitud), una de las estribaciones de la cordillera Cantábrica, en el término municipal de Colmenares de Ojeda (foto). Por ser un ‘río de montaña’ recoge  las aguas provenientes del deshielo y las nevadas invernales. En su pequeño curso de poco más de 33km recibe algunos afluentes, verdaderos arroyuelos o riachos de relevancia apenas local, como el Valdeur, Tarabás y Payo, entre muchos otros. Sin embargo, para entender por qué el repoblador (sea él un particular, una comunidad concejal o un noble laico o eclesiástico de los llamados foramontanos),  usó el apellido ‘Hoyeda’, y  calificó geográficamente a la bacía hidrográfica del río Burejo como un ‘conjunto de hoyas’, es el punto gordiano. El término ‘hoya’ en el Diccionario Esencial de la Real Academia Española (2006) significa, como ya notamos, ‘una concavidad, hondura o llano bajo y extenso rodeado de montañas’. Ora, si llevamos a serio la expresión ‘rodeado de montañas’, la Ojeda no estaría encuadrada en esta característica orográfica. El río Burejo es antes de todo un ‘arroyo de montaña’, pero en su cauce y sucesivas vegas o praderías no encontramos montañas propiamente dichas, pues los terrenos por donde él discurre son ‘bajos y llanos’ a tal punto de poder ser inundados (casi periódicamente) como ya aconteció en repetidas ocasiones. El Burejo desborda e inunda las ‘vegas’ que encuentra a lo largo de su minúsculo recorrido. Podríamos apelar para el término hoyadas con el significado de ‘terrenos bajos que no se descubren hasta estar cerca de ellos’. Desde mi punto de vista presencial (ya surqué La Ojeda varias veces como adulto, en mi paso para llegar a Guardo, donde detengo varios familiares), no consigo calificar a La Ojeda ni como ‘hoya’ ni como ‘hoyada’, pues las montañas propiamente dichas comienzan en el paralelo de Castrejón de la Peña, Santibáñez de la Peña y Guardo/Velilla del Río Carrión, a la izquierda de quien se dirige a los Picos de Europa, o a nuestro partido judicial y ciudad de Cervera de Pisuerga, a la derecha en dirección al puerto de Piedrasluengas (1.355m de altitud), antes de entrar en Cantabria, ya que se trata del último pueblo en territorio palentino. El río Burejo, desde sus nacientes ubicadas en prados húmedos, no encuentra montañas = ‘grandes elevaciones naturales del terrero, o territorio cubierto y erizado de montes’.  A lo mucho puede encontrar algunas ‘cerrillas’ o colinas que son bien menores en relación a las montañas (ver esquema abajo). Además el curso del Burejo es muy corto, apenas 33km, lo que nos puede dar una pista para desentrañar el nombre de La Ojeda y diferenciarlo de otros valles fluviales cercanos  a él.                 
         Para entender el término ‘hoyeda’, un elemento compositivo formado por el substantivo /hoya/ y el sufijo /eda/ = partícula que se utiliza para formar substantivos colectivos, en general derivados de nombres de árboles (o plantas) y accidentes geográficos; designa un lugar en que abunda el sustrato primitivo. En el caso específico de la Ojeda serían las /hoyas/ u /hoyos/ encontrados en el valle del Burejo. Infelizmente, no consigo ‘ver’ un conjunto de hoyas a lo largo del río ojedano, a no ser que el repoblador haga referencia no a la disposición del terrero sino a las charcas = ‘charcos grandes de aguas detenidas en los hoyos o  entrecauces del río’, pues en el verano realmente se contabilizan muchas charcas de aguas paradas durante la sequía estival. Entonces podríamos entender el término ‘hoyedas’ aplicado no al terreno propiamente dicho, sino a las hoyas (charcas) formadas a lo largo del cauce fluvial que sufre de estiaje e intermitencia en la época veraniega. Pero esta proposición es meramente supositiva, no habiendo documentos para comprobarlo. Otro aspecto a ser considerado sería insistir en el término /hoyo/ con el sentido de depresión o socavón, dos substantivos que podrían substituir el femenino /hoya/ como elemento formativo de la unidad léxica /hoyeda/. En sentido geográfico, la depresión es un hundimiento o descenso brusco del terreno en comparación con el relieve circundante. Hasta dentro de la meseta o altiplanicie castellana vamos encontrar depresiones marcadas por la erosión del relieve. La Ojeda es precisamente una brusca depresión para quien abandona la cordillera Cantábrica, pues si los foramontanos dejaron los valles de Cantabria y se  adentraron por el puerto de Piedrasluengas en busca del desierto del Duero, deben ter pasado por Cervera de Pisuerga y encontrado inmediatamente La Ojeda en su caminar y encuentro castellanos. El primer valle ‘con paisajes de suaves ondulaciones del terreno y vegetación arbustiva cubriendo la ribera del río’ debió ser precisamente La Ojeda y la cuenca menor del río Burejo de tan solos 33kms, prácticamente a un tiro de piedra entre la naciente y su desembocadura en Herrera. A partir de Cervera de Pisuerga la repoblación fue bajando hasta encontrarse con la ciudad romana de Pisoraca, punto neurálgico en la historia de la Montaña Palentina. Y para que tengamos una idea de la pequeña depresión y ondulaciones suaves del terreno basta conferir las altitudes de los pueblos por donde discurre el río Burejo, desde sus nacientes hasta la desembocadura: Colmenares (1.030m), Amayuelas (990m), Quintanatello (950m), Olmos (930m), La Vid (870m), Villabermudo (850m) y Herrera (840m), o sea, entre Colmenares y Herrera, el río Burejo tiene un descenso o declive de apenas 190m, lo que para el foramontano que dio nombre a la Ojeda tal depresión no pasaba de una pequeña /hoya/ = si pensamos en un ahondamiento ‘grande’ del terreno cuando comparado con los montes cantábricos, o un /hoyo’/ si pensamos en una simple cárcava o depresión entre las laderas de un cerro, colina o altozano de media montaña (media de 860m).          
               Casi todos los pueblos de La Ojeda formaron parte de tierras realengas en tiempos de Alfonso VIII cuando el rey victorioso en Las Navas de Tolosa apellidado el Noble (1212) concedió a la abadesa del Monasterio de San Andrés de Arroyo (1199), D. Mencía López de Haro, algunos señoríos del valle de las Foxedas (o Foguedas) que diversos historiadores traducen por ‘lugar de hojas’, en cuanto otros estiman que se trata de un  ‘lugar de hoyas’ o de ‘ojos de agua’ (manatiales/fuentes) tal vez no diferenciando debidamente la identidad de la /x/ con la /j/ o con la /g/, y hasta con la /y/, pues en cartularios y diplomas de los siglos IX/XII diferentes documentos aparecen escritos con /x/ llamando a nuestra comarca de Oxeda ej.: el Diccionario Geográfico Universal  (de Antonio Vegas, 1815) recoge esta lexicografía cuando dice: ‘en la provincia de Palencia, en el valle de la Oxeda, hay un lugar con el nombre propio de San Jorde’. Ciertamente alude a San Jorde de Ojeda, el famoso enclave de Prádanos, hoy un despoblado; sólo resta la ermita en estado deplorable, abandonada y en ruinas. También en los conocimientos referentes a los escudos y blasones (ciencia heráldica), hablando del linaje Oxeda diversos autores recuerdan la procedencia de este nombre blasonado como proveniente del castellano antiguo: el original sería /foja/ con el significado de ‘/fojas/’ (hojas), y /fojeda/ (entramado de hojas), un substantivo colectivo derivado del medio arbóreo. La casa solar y el apellido Oxeda habrían ‘nacido’, según estos historiadores, en la villa de Oxeda (hoy, Ojeda, una pequeña localidad perteneciente al Ayuntamiento de Rucandio, a 60km de Burgos). En aquellos siglos bajomedievales formaba parte de Briviesca, un núcleo importante de población llamado de Virovesca en tiempos romanos. En aquella época, Virovesca era un nudo y encrucijada de comunicaciones en las importantes calzadas romanas que pasaban por el desfiladero de Pancorvo en La Bureba. La principal procedía de Asturica Augusta (actual Astorga/León), y en Briviesca se bifurcaba en dos viae: la vía Aquitania se dirigía a Burdeos a través de Pamplona y Zaragoza, y la vía Augusta se dirigía a Tarraco (actual Tarragona), entonces capital de la provincia Tarraconensis. Además, de ella partían otras dos vías secundarias: una se entroncaba con Segisama y Pisoraca llevando el viajante hasta Portus Blendium y Flavióbriga/Cantabria, y otra se intercomunicaba a través de Randa/Pallantia con la vía de la Plata, la famosa Emerita Asturicam. El itinerario de Antonino describe 13 mansiae = especie de hospederías, con servicio de comidas, cuadras, venta o alquiler de caballos y carruajes, y custodiada por un destacamento militar. Esta ubicación de Virovesca la convirtió en importante villa del Camino de Santiago/vía de Bayona, llegando a su máximo esplendor en la Edad Media. Antes ya había sido capital de los autrigones (77 dC), según relatos de Plinio el Viejo. Una de aquellas mansio romana fue precisamente Virovesca, siglos después transformada en importante municipio con fuero especial, el Fuero de Briviesca, en tiempos del rey Alfonso VII (1123), semejante al Fuero de Miranda concedido a esta ciudad por el rey Alfonso VI (1099). Durante los primeros siglos altomedievales, Briviesca será un lugar de paso de la vía Aquitania, una de las rutas del Camino de Santiago, convertida no sólo en la principal vía en las rutas jacobeas, como la vía por excelencia y obligatoria para todos los que demandaban la meseta castellanoleonesa.                                             

                Mencioné todos esos datos históricos para reforzar el trabajo realizado por los repobladores foramontanos, aquellas gentes de Cantabria y Vasconia que llegaron al desierto del Duero y fundaron nuevos pueblos y villas en una tierra de nadie. A través de La Bureba muchos francos y 'vasconavarros’ llegaron a la Tierra de Campos utilizando la vía romana que ligaba Segisama a Pisoraca y, con absoluta certeza, crearon  varios asentamientos en La Ojeda y demás comarcas palentinas. Nombres propios (antropónimos) y topónimos de accidentes geográficos tendrían sido transportados de la región burgalesa en el entorno de Briviesca, capital de La Bureba, para las diferentes comarcas palentinas; testigos y pruebas fehacientes de esta realidad repobladora son los nombres de Ojeda, Prádanos, Cascajares, Vega de Bur, Ayuelas, La Vid, Quintanatello, Villaescusa, Berzosa etc. encontrados en La Bureba y también en La Ojeda de nuestros mayores. Si Briviesca, capital de La Bureba, fue una villa importante en la Reconquista del norte peninsular, es fácil concluir que su influencia se dejó sentir en otras comarcas un poco lejanas como nos dijeron Ángel Casimiro Govantes y Pascual Mardoz: ‘muchos topónimos fueron trasplantados por vascones (inmigrantes vasconavarros) llegados de las montañas del norte o de las alturas cántabras’. Todos los pueblos comenzados con el término /villa/ indican el nombre del repoblador ej.: Villabaruz, es la ‘villa’ o pueblo fundado por el repoblador Baruz; Villalumbierno, es la villa fundada por el repoblador Lumbierno; Villabermudo es la villa fundada por un tal Bermudo etc. Creo que diversos topónimos de La Ojeda están inscritos en esa supuesta trasposición. El nombre de Oxeda, Fogedas o Foguedas (Ojeda) podría ser uno de ellos. El hecho de La Bureba/Burgos poseer pueblos con el nombre de Prádanos y La Vid, entre otros muchos, y ‘villas’ situadas precisamente en los comienzos de nuestra comarca y próximos a Herrera de Pisuerga, me parece bastante emblemático. ¿Y qué decir del topónimo Ojeda encontrado curiosamente también en La Bureba y muy cerca de otro pueblecito con el nombre de Herrera, limítrofe de aquella localidad? ¿No parece una coincidencia geográfica por demás sospechosa? Y así como La Bureba/Burgos es una gran llanura circundada por ‘altas montañas’ (¡?) -los montes Obarenes tienen en media 900m y el puerto de Pradilla de Belorado presenta 1.187m de altitud  -esta última ‘montaña’ forma parte de los montes de Ayago que el peregrino jacobeo tendrá que superar en su viaje místico y de oración a Santiago de Compostela. De la misma forma, La Ojeda también es una ‘gran llanura’ o altiplanicie circundada por ‘altas montañas’, al menos en las nacientes del río Burejo donde la Peña de Cantoral llega a 1.792m y Colmenares de Ojeda se encuentra a 1.030m en relación al nivel del mar.  Y las semejanzas no paran por ahí. Una de las rutas jacobeas (como anotamos encima, ‘por excelencia y obligatoria’), desembocaba justamente en Herrera de Pisuerga, y tomaba el camino de la Ojeda, siguiendo el curso del río Burejo…  
          El término Oxeda, muy frecuente en cartularios antiguos (manuscritos), es también encontrado en genealogías y heráldicas o casas solares. Sea por ejemplo esta citación de un estudioso de apellidos castellanos en las islas Canarias: ‘todos los Ojeda de la isla […] provienen de Sevilla, aunque bien sabemos que el origen remoto de este apellido nos conduce a la localidad burgalesa de Oxeda’.  En otro lugar, encontré está frase contundente: ‘la casa solar de los Ojeda así como su apellido son originarios de la villa de Ojeda, perteneciente al partido judicial de Briviesca/Burgos, siendo que el apellido Ojeda (u Oxeda) proviene del castellano antiguo fojas o fojedas, con el significado de hojas y entramado de hojas, respectivamente’. En otro lugar, encontré asimismo un derivativo con el significado de ‘ojos de agua’, dado a la Ojeda por el renombrado filólogo italiano y uno de los hombres más cultos del siglo pasado, Gutierre Tibón (1905-1999). Su formación semántica ocurriría a partir de la radical Ojo de agua o manantial (alude a las numerosas fuentes o manantiales muy abundantes en La Ojeda; ya se contaron casi 200 de relativa importancia como las de Prádanos), acrecentada del elemento compositivo y sufijo (colectivo) /eda/, denotando abundancia de algo. Si bien Gutierre Tibón nos diga también que exista la posibilidad de que derive de /foja/ (hoja) o /fojeda/ (entramado de hojas)… Uno de los más famosos repertorios de blasones e escudos de armas de la Comunidad Hispánica, recoge el apellido Ojeda o de Ojeda, colocando en sus blasones un castillo (azul) y ocho piñas de sinople (un color verde característico, en heráldica). Tal vez lo haga recordando el castillo de Bur = una fortaleza mencionada con el nombre de Eburi (967) y la predominancia del pino albar siempre verde en los montes de La Ojeda. Bajo la protección del castillo de Bur se reunieron tres personajes cuyos nombres la historia  ha conservado: Flaina o Fluina = una monja procedente del monasterio femenino en Monzón; su hermano Juan, monje militar del cercano Monasterio de San Cosme, San Damián y Santa Eufemia -el primer convento femenino fundado como tal en 1186-, nombre este último que acabará eclipsando a los anteriores, aunque continuó siendo habitado por ‘foeminis et viris’, o sea, mujeres y hombres = frailes de la Orden de Santiago que ‘de su voluntad eligieron vivir en continencia’,  y un pariente de nombre Julián, pues este último deseaba construir un monasterio bajo la advocación de los santos Justo, Pastor y san Pelayo,  como penitencia por un crimen practicado, y así reparar aquel mal terrible ‘cometido contra un hijo de Dios’. El castillo de Bur fue nombrado cabeza de alfoz por documento: en él,  Fernando I, rey de León y Castilla,  fija los límites de la diócesis de Palencia (1059). Años después pasaría a las manos del conde Álvar Núñez de Lara (1170-1218), un magnate castellano, miembro del linaje Lara y regente en la minoría de Enrique I, muerto en Palencia con 13 años. Fue esposo de D. Mencía López de Haro, fundadora del Monasterio de San Andrés de Arroyo (1181). El castillo de Bur tuvo gran importancia como defensa de la Ojeda hasta el siglo XII cuando fue reemplazado por el castillo de Herrera de Pisuerga, localizado a la entrada de la villa y en la parte alta de la ciudad.
        En verdad, poco se sabe de este castillo hecho de mampostería,  a no ser que su emplazamiento se encontraba en la parte más alta del pueblo, actualmente ocupada por la plaza de toros. De cualquier manera, fue guardián y vigilante de La Ojeda durante muchos años: en su recinto, el rey Alfonso VII apresó al conde Pedro González de Lara (1075-1130), uno de los hombres más poderosos e influyentes de Castilla y, según se dice, amante de D. Urraca I, reina de León y Castilla y esposa de Alfonso el Batallador, rey de Aragón. Su apresamiento de debe a las intrigas y problemas causados al reino, porque ‘mostraba una inconveniente familiaridad privada con  la reina que él esperaba consolidar mediante matrimonio; tuvo preeminencia sobre todos y comenzó a ejercer el oficio de rey y a dominar a todos como señor’. Desterrado, fue herido en un duelo en Bayona; de vuelta para casa, cayó del caballo y se rompió un brazo, muriendo pocos días después (1130). Exactos 200 años más tarde (1330), Alfonso XI compró la villa de Herrera, su castillo y aldeas limítrofes por 180.000 maravedís, con varios privilegios a fin de favorecer la repoblación y reconstrucción de la villa y demás alfoces de la Ojeda, de ella dependientes (entre ellos con certeza estaría Prádanos de Ojeda), arrasados que fueron por los ataques y saqueos de Fernán Ruiz de Castañeda, heredero y representante de una de las familias más linajudas de su tiempo. Poco sabemos de los orígenes (siglo XI). Se dice que pudo estar rodeado, al menos parcialmente, por una cava > en sus bodegas subterráneas, se elaboraba un vino joven de finca.     
                 Causa espanto, sobre todo a quien no está familiarizado con la Historia, el caso específico del Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos/Olmos de Ojeda. Existe un trabajo muy interesante de María Ferrer-Vidal intitulado Los Monasterios Femeninos de la Orden de Santiago durante la Edad Media (1989). Y proclamamos ‘interesante’ porque el dominio territorial, donde el monasterio tenía poder absoluto, es decir, la propiedad de todas las tierras de la zona, se concentraba en los valles de La Ojeda, Boedo y Valdavia. Intentaré reseñar la importancia de la Orden de Santiago, fundada por 13 caballeros tras la conquista de Cáceres a los moros (1170), y aprobada por el papa Alejandro III (1175), bajo la Regla de San Agustín, ‘para reprimir a los enemigos de Cristo y defender su Santa Iglesia’… Esta Orden militar se sirvió de tres recursos impuestos por los tiempos medievales: las concesiones reales de Alfonso VIII, las donaciones de particulares y la compra/permuta de monasterios entre sí. Sin duda, la Orden de Santiago debe a Alfonso VIII las mejores y más abundantes donaciones hechas por este monarca ‘para recompensar a los frailes por sus servicios en las empresas de la Reconquista’. A lo largo de los siglos XII/XIII, los frailes santiaguistas repoblaron o dieron a repoblar los territorios bajo su control  a través de fórmulas de dominio propios en las tierras de realengo. Sin embargo se reservaban la explotación directa de una cuarta parte de los lugares que daban a repoblar y, sobre todo, los derechos del maestrazgo en los castillos fronterizos a la Orden militar; en La Ojeda, el castillo de Bur y sus señoríos. Pero lo que más nos intriga hoy en día en relación a la Orden de Santiago y su fundación en Castilla es el Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos, en el término municipal de Olmos de Ojeda, muy próximo a nuestro pueblo (unos 10 minutos de coche/ 8km ). Estos ‘milicianos religiosos’, en una época de excepción, aceptaban como posibles miembros de la Orden tanto a hombres como a mujeres, siendo la única Orden de caballería religiosa en que sus miembros, a no ser el Maestre, podían contraer matrimonio libremente. Como nos dice Ferrer-Vidal, ‘ésta es la puerta que dio paso a las mujeres a entrar en la Orden de Santiago’. La consecuencia ineludible fue la necesidad de acoger a las esposas e hijos menores de los frailes durante las campañas contra los moros. Esta situación daría origen  a los monasterios de monjas que se mantuvieron siempre al margen de las actividades militares.
          Importa preguntarse: ¿dónde la Orden militar construía sus monasterios y por qué motivo? La respuesta nos lleva al Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos en la Ojeda. La fundación de este convento se remonta al siglo X, bajo la advocación de san Cosme y san Damián (946), y se mantuvo independiente hasta 1.100 cuando pasó a depender del cabildo de Burgos. En esta época cambió de advocación, y desde entonces se llamó Monasterio de San Cosme, Damián y Santa Eufemia, nombre que eclipsó a los santos anteriores. Fue escogida patrona de la comunidad por tratarse de una santa [virgen y mártir], porque según la leyenda se tendría aparecido a un rey que luchara para recuperar los territorios cristianos a los moros. Durante aquellos años, la comunidad ‘monástica’ fue masculina. En la época, el monasterio ya poseía un dominio territorial considerable y una serie de iglesias y monasterios propios en las proximidades de La Ojeda. En adelante, el Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos pertenecerá a la Orden de Santiago ‘principalmente para habitación de monjas, y para reclusión juntamente de los caballeros frailes de esta ínclita milicia, que de su voluntad eligieron vivir en continencia’. El convento quedó bajo el gobierno de un prior; sólo a finales del siglo XII aparece la primera comendadora, como dirigente de la comunidad de monjas, en cuanto desaparece la figura del prior (hombre). El dominio territorial del monasterio se fue extendiendo con el paso de los años, ora a través de donaciones reales o particulares, ora a través de donaciones otorgadas al convente por el Maestre de la Orden, con el objetivo de consolidar y engrandecer el dominio territorial en caso de bienes cercanos. Las propiedades del Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos eran enormes: se extendían desde las primeras estribaciones de los Picos de Europa, al norte, hasta la ciudad de Palencia, al sur; y desde la Mesa-Sedano/Burgos, al este, hasta Saldaña, al oeste. Pero el dominio territorial con poder absoluto y propiedad de sus tierras, estaba especialmente en los valles de La Ojeda, Boedo y Valdavia. Las fundaciones siguientes establecerán las normas, costumbres y ordenanzas del Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos, incluso con el privilegio de no tener un comendador para administrar su hacienda.              
                 Entre las curiosidades encontradas en los monasterios de la Orden de Santiago está su emplazamiento en los alrededores de ciudades importantes, como Barcelona, Salamanca, Lisboa etc. Sólo Santa Eufemia/Olmos de Ojeda y San Salvador de Distriana/Astorga (León) están localizados en ámbitos rurales. Y es la pequeña nobleza urbana la fundadora de estos monasterios, escogiendo  núcleos de población alejados y en ambientes ruralizados, incluso carecen de fundadoras o protectoras nobles en su origen. Apenas se habla de D. Sancha Alfonso, hermanastra de Fernando III el Santo, venerada hasta hoy como venerable por la iglesia. Santa Eufemia de Cozuelos debe mucho a ella de su engrandecimiento material y espiritual. Por medio de todos estos conventos, la Orden de Santiago consiguió acumular importantes dominios territoriales, por lo general concentrados en su entorno. Sabemos asimismo que las donaciones territoriales efectuadas al monasterio se deben a múltiples razones, entre las cuales están la especial devoción de los lugareños a determinado santo(a), una tradición monástica anterior como el caso de Santa Eufemia o la permanencia en el monasterio de algún personaje ilustre y de mayor rango. Otra pregunta pertinente es: ¿de qué vivían las monjas de estos conventos? En principio, respondemos que se abastecían de los productos de sus tierras, y de los trueques del comercio. La economía monacal se basaba fundamentalmente en los cultivos cerealistas y de viñedos, además de importantes rebaños de ovejas, favorecidos en muchas ocasiones por exenciones de impuestos y privilegios reales. A principios del siglo XVI la comunidad de Santa Eufemia fue trasladada a Toledo, quedando la iglesia y el monasterio abandonados. La Orden de Santiago comenzaba a sentir el declive de sus conventos y religiosos; sólo supervivió el monasterio de Santa Fe de Toledo, heredero de Santa Eufemia de Cozuelos (en La Ojeda), hoy una granja por cierto muy bien cuidada por las cuatro generaciones propietarias del lugar, siendo D. Juan de Aguilar y Rebolledo quien trasladó el cuerpo incorrupto y venerado de la infanta Sancha Alfonso al Monasterio de Santa Fe el Real en Toledo, con licencia del rey Felipe III (1608).        
                 Hoy causa admiración su iglesia románica (siglo XII), Monumento Histórico-Artístico Nacional (1931), un enclave importante en la ruta del Románico Norte Palentino. Para quien nunca estuvo por estos parajes, el vestigio encantador de lo que fue el Real Monasterio de Freiras Comendadoras de la Orden Militar de Santiago está situado al norte de la provincia de Palencia, en el ‘frondoso valle de La Ojeda’ -un topónimo, como ya explicamos, probablemente derivado de Oja, o de Ojo de Agua y/o de Folia etc,  a 14km de Herrera de Pisuerga. Se encuentra en el término de Olmos de Ojeda, ‘un bello paraje en la vega del río Burejo’. A los cuidados de la ‘Granja Santa Eufemia’, propiedad particular desde el siglo XIX como permuta ofrecida por las Freiras Comendadoras: donaron ‘el monasterio y las tierras de labor que lo rodean a cambio de fincas en Toledo, donde se hallan desde que marcharon de aquí’ (1502), pero por orden de la reina Isabel I de Castilla, dígase de paso. Como recuerdos interesantes están, en primero lugar, la imponencia y mayestática iglesia, uno de los monumentos más significativos del Románico Norte; después el taller de la Escuela de Frómista que trabajó en su construcción, así como los maestros de las Huelgas de Burgos y de San Andrés de Arroyo. También se pueden admirar restos prerrománicos del siglo X provenientes de un asentamiento anterior al monasterio actual. Consta entre sus gestas más importantes, la presencia de uno de los condes de Monzón (946) a cuya jurisdicción pertenecía el valle de la Ojeda. También es digno de mención el hecho de que se fundaron otros monasterios agregados a Santa Eufemia en sus ‘alrededores’. Tal vez uno de ellos pueda ser el supuesto monasterio o monasterios de Prádanos de Ojeda, ya que al citar los pueblos pertenecientes al señorío de San Andrés de Arroyo, diversos autores excluyen a Prádanos de Ojeda mientras citan a Alar y La Vid de Ojeda, vecinos de nuestro pueblo. En varios documentos, constan los conventos de San Justo y Pastor en el castillo de Bur (en Prádanos existió hasta hace poco tiempo una ermita dedicada a estos dos santos, y una de las casas donde mi familia moró por algunos tiempos supervive en la Calle de San Justo y Pastor, dos niños mártires madrileños); San Miguel de Cozuelos, San Pedro y San Pablo, San Facundo, San Primitivo… Muchas de estas fundaciones tuvieron el patrocinio de Eylo Alfonso, más conocida como Doña Eylo Alfonso, esposa del conde Pedro Ansúrez (a ellos se deben el repoblamiento y expansión de Valladolid), y fueron realizadas bajo la supervisión de un abad de nombre Beila y el presbítero Bermudo. El Monasterio de Santa Eufemia fue la primera fundación de la rama femenina de la Orden de Santiago, siendo el rey Alfonso VII (1105-1157) y su mujer D. Berenguela los donantes de la villa de Olmos de Ojeda y el Monasterio de Santa Eufemia al abad Pedro Miguel (1135), un lugar de La Ojeda donde predominan los dos elementos más característicos: el cauce sosegado del río Burejo y una zona de cultivos y montes bajos.