quinta-feira, 20 de março de 2014

La Ojeda: el nacionalismo vasco-catalán (2)



              
               
Los nacionalismos vasco y catalán son dos fenómenos históricamente recientes como vimos en el apartado anterior. A este respecto, llamó mi atención una frase muy pesada y sin fundamento que un comentarista colocó en su blog: no sé de dónde retiró tanta virulencia a punto de decir que ‘tales nacionalismos se definen, lógicamente, en relación con España, tenida como el enemigo a destruir en el nacionalismo vasco, y negada simplemente en el catalán’. No estoy de acuerdo evidentemente con esta afirmativa tan simplista. En España,  nadie quiere destruir a nadie: ni el gobierno español quiere destruir a los vascos o catalanes porque son habitantes de derecho constitucional en su circunscripción geográfica, y ni los vascos o catalanes intentan destruir a España porque no lo quieren, no conviene y ni podrían hacerlo; no serían locos de intentarlo después de meditar un poco en los destrozos aún fumigantes de la Guerra Civil Española. Y tampoco creo exista un solo habitante insensato tanto en España como en las ‘provincias rebeldes’ con ese pensamiento ‘destruidor’. Ni siquiera como enemigo, aunque las ideas sean muy diferentes de lado a lado. Radicalismos a parte, yo creo firmemente en personas equilibradas y con deseos de acertar la mano del destino, de parte a parte: hay mucho juego de escena en las autoridades comunitarias y, vislumbro deseos inconfesados de ‘ganar terreno,  dinero y regalías’ a costa de tales nacionalismos. Los radicales (siempre existieron) pasan una idea extraña de su nacionalismo: el pueblo, mismo el más humilde y desligado, no entiende y no acepta su comportamiento belicoso: todos queremos vivir en paz, con nuestro trabajo garantido y nuestra familia feliz, sea en Vasconia, Cataluña, Palencia o en cualquier parte del mundo. Las confusiones armadas en varios países de África o Europa ej.: en estos días (2014), observamos las noticias que llegan de Ucrania o de Siria. A nadie le agrada tanta brutalidad y lágrimas de pueblos sufriendo por motivos no bien definidos.  En todos ellos,  lo que más cuenta son los intereses políticos y económicos (y hasta estratégicos) que el pueblo humilde no desea, y quiere ver muy lejos de él. Es lo que acontece con un perro que vive a pata suelta en su casita localizada en el patio. Está tranquilo porque los dueños satisfacen sus necesidades alimentarias, higiénicas, veterinarias etc, y el perrito, reconocido por esos cuidados, hace fiesta a sus dueños. Pero siempre tiene algún idiota alocado que insiste en atizarle y dejarle nervioso. Cuando muerde, o al menos muestra los dientes, reclaman de su comportamiento agresivo y hasta le hunden a palos… Muchas personas se comportan así: los ‘vecinos’ estamos quietos en nuestros debidos lugares, pero siempre tiene individuos descontentos con todo y con todos (generalmente incompetentes y, por ende, envidiosos), que quieren sacar partido por intereses personalistas y acaban por irritar a todo el mundo. El nacionalismo crea inquietud, defiende intereses excusos, atiende a una clientela partidaria de aprovechadores, y a final de cuentas no atiende al pueblo a quien coloca en una situación de guerra, o al menos de enfrentamiento. La tranquilidad y el pacifismo de la población a lo largo de su vida se desgarran, se enojan y a veces  van a la guerra sin saber por qué. El radicalismo de ETA no llevó hasta ahora a ningún lugar: lo único que hizo fue servir a intereses personalistas (pocos), mató a personas generalmente inocentes (gente de su pueblo) y atizó sentimientos de autodestrucción, beligerancia inocua, y quien sabe una nueva guerra civil de proporciones desconocidas. Como dice el dictado español, ‘a río revuelto ganancia de pescadores’. Sólo que los ‘pescadores’ en este caso son el odio y el desprecio incubados en acciones violentas, ciertamente no practicadas por el pueblo vasco o catalán, y sí por un puñado de descontentos que se presentan como salvadores de la patria, por lo general gente desconocida y sin capacidad de mudar las cosas a no ser por las armas. Parece más un caso de policía que los gobiernos intentan esconder para no comprometerse con la situación, con certeza  sumamente desagradable bajo todos los aspectos. La paz de la nación y de las provincias está en juego. Basta consultar las estadísticas: la inmensa mayoría de la población española no quiere y no acepta hablar de nacionalismos; está harta de tanta idiotice. Quiere una patria común, con empleo, trabajo, dinero y sosiego para vivir en paz. No quiere confusión, politiconas indeseables, altercaciones que no llevan a nada, y hasta ‘guerra no declarada’ que incomoda a todo ser viviente.
           Yo estoy lejos de España, pero me causa mucho melindre toda esa desorientación española porque tengo familia y parientes a quienes amo de verdad, y no deseo cualquier malestar para ellos. Tengo primos y sobrinos tanto en Vizcaya como en Barcelona: a todos ellos les quiero bien. Y ese nacionalismo barato que cunde entre sus poblaciones no puede ser considerado algo ‘bueno’; al contrario, es algo perturbador e inquietante. Mismo porque todo mundo sabe que con Vasconia o Cataluña independientes las cosas van continuar la misma m* para el pueblo simple: los trabajadores y las ‘familias nuestras de cada día’. Pensar diferente es pura ingenuidad y alienación… Resulta interesante ver la trayectoria de los nacionalismos españoles: tanto el vasco como el catalán derivan de regionalismos históricos (reinos y principados del año de Maricastaña), ciertamente productos del tiempo y más específicamente del romanticismo del siglo XIX y/o de imitaciones violentas de la Revolución Francesa. Los regionalismos arraigaron en varias partes de España, pero sólo en Vasconia y Cataluña se tornaron nacionalismos belicosos. Coincidentemente, donde se hablaban lenguas diferentes, lo que significa culturas, tradiciones, usos y costumbres distintas (¡?), y también leyes propias >  los benditos fueros históricos que  vienen socavando y minando a las autoridades constituidas y a los gobiernos sucesivos de vaivenes a favor o contra: ‘venía uno los quitaba; venía otro los reponía’. Claro, había fueros ‘muy interesantes’ (sic) para el pueblo (¡?) en determinados lugares. En Vasconia, por ejemplo, los hombres no servían al ejército español, no pagaban impuestos, las aduanas eran benéficas para determinados comerciantes (pequeña y media burguesía) etc. Me digan, ¿quién no quiere tales ventajas? En el caso de la guerra, por ejemplo: quien pagase 6.000 reales se quedaba libre de perder la vida en el campo de batalla; el pobre siempre era bomba de cañón. En realidad, todas estas cosas pueden explicar en parte los nacionalismos vasco y catalán, pero no justifican la beligerancia histórica no digo de las provincias vascongadas (insignificantes en la Historia de España), sino de Cataluña que casi siempre se escondió bajo la sombra de la corona de Aragón y de otras fuerzas españolas. En el fondo, muy en el fondo, tal vez se instalaron resentimientos catalanes de insubordinación por no haberles dado la importancia histórica que juzgaban poseer, y nadie les dio la suficiente atención. Parece cosa de adolescente insatisfecho e inmaturo, queriendo decir ‘yo estoy aquí’ y ‘no me dais atención’. Esa petición esquizofrénica de Cataluña vino con las revueltas y ‘casos’ que siempre creó a los reyes aragoneses o de Castilla y León en tiempos idos, o a las autoridades dinásticas (de Austria o de Bourbon), imperantes en España a lo largo de los tres últimos siglos. Ya cité las palabras del conde de Olivares, harto de los catalanes que siempre mencionaban y se escondían bajo sus fueros para librarse de contribuir con soldados y dinero en defensa de la patria común, por lo menos hasta aquel momento: ‘si las constituciones embarazan, que lleve el diablo las constituciones’, fue la respuesta del ministro español.  La fina ironía de Francisco de Quevedo también es proverbial en estos acontecimientos nacionalistas: ‘en Navarra y Aragón no hay quien tribute un real. /Cataluña y Portugal son de la misma opinión. /Sólo Castilla y León, y el noble pueblo andaluz/ llevan a cuestas la cruz’. Evidentemente se trataba de una cruz muy pesada, impuesta por los tributos y tasas que todo el mundo debía pagar, pero que vasco-navarros, aragoneses y catalanes se negaban a pagar. Esta situación desairosa fue una constante en relación a Cataluña y Vasconia. Por lo visto vascos y catalanes son desmemoriados, o como es costumbre decir, tienen memorias cortas: en cuanto el resto de la nación arcaba con todos los gastos del país y del imperio colonial, ellos se enriquecían con las exportaciones y construían sus parques industriales: Cataluña con la industria textil; los vascos con la industria siderúrgica. Mal entienden que sus ‘parques industriales actuales’ fueron construidos con dinero, energía  y fuerzas españolas (castellanoleonesas, andaluzas, extremeñas, asturianas etc). Además de injustos y descorteses, esa gente es ingrata, desmemoriada  y malagradecida.  Se comporta como el rico emergente actual en relación a sus antiguos camaradas: ‘no te conozco; nunca te vi mejor’.
          En este asunto de nacionalismo vasco y catalán hay muchas preguntas y pocas respuestas: la primera es ¿por qué el nacionalismo se hizo presente en Vasconia y Cataluña con tanta fuerza peyorativa, y no en las demás regiones peninsulares, como por ejemplo en Castilla y León o Andalucía, regiones mucho más importantes y decisivas en la Historia de España? Madrid siempre fue notable en política y gobernanza; Sevilla/Cádiz fueron puertos más importantes que Barcelona y Bilbao. Sin embargo, estas regiones siempre sirvieron con desprendimiento y arrojo en cuanto les fue  posible hacerlo para defender a la patria de todos los españoles. Cataluña siempre fue una región de frontera: si Francia la atacaba pedía socorro a los reinos hispánicos; si sufría algún ataque de los vecinos por su cuenta y riesgo pedía socorro a los franceses. Sin atender a las vicisitudes de la Generalidad catalana por desnecesario e incómodo (siglo XIV), en tiempos de Carlos I (padre de Felipe II) surgió el primer embate tributario entre Castilla y Cataluña (siglo XVI): Castilla, entonces con 6 millones de habitantes (el reino más poblado de Europa en la época), una pujante economía (Flandes, Portugal y Norte de Italia eran las otras economías más desarrolladas del continente) y el descubrimiento de América bajo su dirección y costeo, además de poseer el más poderoso ejército de Europa bajo el comando del Gran Capitán (mi pariente lejano, pues ostentó el apellido Aguilar), hizo del reino castellanoleonés la base principal de impuestos y reclutamiento de tropas. Ya Cataluña con apenas 300.000 habitantes se libraba de contribuir en tan pesada carga. Por este motivo se produjo la ‘revuelta de los comuneros’, pues no aceptaban pagar nuevos impuestos para mantener al ejército de un rey/emperador que ni español o castellano era, y para sobornar a los príncipes electores del Sacro Imperio Germánico en beneficio propio.  El pagamiento era en oro, y la pequeña burguesía y nobleza obligadas a pagar la cuenta no querían la expansión europea de Carlos I, y sí la expansión ultramarina. Curiosamente, la revuelta de los comuneros (1520/22) fue aplastada con apoyo de la población de Navarra y Vascongadas (por su colaboración, recibieron los fueros de que tanto aladean y se pavonean hasta hoy). A lo largo, las necesidades militares y los elevados impuestos cobrados de castellanos y leoneses llevaron a la corona de Castilla a la quiebra.  En cuanto eso acontecía, la corona de Aragón (y Cataluña, de que formaba parte) evitaban pagar tales impuestos, y enviaban algún que otro soldado hecho un trapo humano  y hambriento, y unos ‘céntimos’ viejos que sacaban de sus bolsos rotos y sin fondo.  Pero no dejaban de pagar los altos impuestos a la nobleza para que ésta no se bandease al nuevo rey, y así perdiesen aquel chanchullo o ‘negociado’. Todo esto es historia pura que muestra el carácter de los vasconavarros y catalanes a lo largo del tiempo. Y no estoy inventando nada, es la verdad linda y lironda. El nacionalismo vasco-catalán comenzó con estas ‘impurezas’ que ellos esconden en cuanto pueden y nadie les pregunta.      
          Para quien no sabe -tal vez la inmensa mayoría de los españoles- el nacionalismo vasco se fundamenta en el pensamiento de Sabino Arana Goiri (1865-1903), traducido en su lema de vida: ‘Dios y leyes viejas’ > los fueros vasconavarros,  o sea, el catolicismo antiliberal por base y la histórica independencia vasca como objetivo a ser conquistado. Su discurso siempre fue ‘populista’ en que usaba repetidas veces una bipolaridad moral: los vizcaínos eran los buenos y los españoles los malos; los vizcaínos eran víctimas, los españoles asesinos; los vizcaínos tenían moral (¡?)l, los españoles eran inmorales; el término ‘nosotros’ se refería a los vizcaínos, ‘ellos’ eran los enemigos españoles, etc. Los historiadores notan tres etapas en la evolución ideológica del nacionalismo vasco:
         (1ª) en los años 1892/93, es esencialmente anti-españolista, muy radical. En este tiempo usa  elementos peyorativos en relación a conceptos étnicos, religiosos, históricos e idiomáticos. En todos ellos, los vizcaínos son superiores a los españoles que considera provenientes de una raza degenerada, afeminados e inferiores en inteligencia a los vascos. ¿Qué fuente, hein, mis amigos?
         (2ª)  en los años 1893/98, suaviza su lenguaje hostil debido a que algunos de sus partidarios habían conseguido cargos públicos. Pero continúa considerando a los gobernantes españoles corruptos y degenerados; sólo libra la cara de los españoles comunes;
       (3ª) en los años 1898-1903, tras ser encarcelado por ‘conspiración y excitación a la rebelión’, y  por ser sus partidarios ‘un foco perenne de rebelión y un peligro para la nación’, además de perder las sedes y medios de comunicación clausurados y sus seguidores destituidos de los cargos electos, decide pensar en un proyecto más españolista (¡?). Según algunos historiadores, pesó la victoria del nacionalismo catalán; o como prefieren otros, en la esperanza de dar tiempo al tiempo y dejar pasar la tempestad.
         Curiosamente, para Arana Goiri (y para el nacionalismo vasco de la época), el catolicismo -‘sin Dios no queremos nada, y renegaría de mi raza’ si los vascos no fuesen católicos- era un elemento constituyente y esencial de la raza vasca (¡?). ¡Señores, cuanta ignorancia y estupidez juntas! Cosa del destino, mal podía adivinar que el número de creyentes católicos decreció asustadoramente en las vascongadas. En este rastro religioso, estaría presente la leyenda según la cual el pueblo vasco sería descendiente directo (¡?) de un nieto de Noé > el mito de Túbal, y el idioma vascuence fue traído directamente (¡?) del Paraíso Terrenal, sin mezcolanzas  o derivaciones  como el castellano. Cosa loca de nuestro buen Arana Goiri: si supiese que hoy en día nadie acredita en el Edén bíblico se arrancaba los pelos. Y no se quedaba en eso: decía que el pueblo vasco era el escogido por Dios, y no el pueblo hebreo como nos cuenta la Biblia. Y con una gran ventaja en relación a los judíos: el pueblo vasco no participó de la crucifixión y muerte de Jesucristo, como fue el caso de Pilatos (gentiles romanos) y Caifás (jefe del judaísmo). Y aclaremos un poco la situación: a pesar de ser un racial-integrista y declararse católico fervoroso (¡?), la iglesia nunca le dio la menor pelota. En su defensa, digamos que se oponía radicalmente a las actividades políticas propias del caciquismo y corrupción electoral. Y que pensar de Arana Goiri ¿fue entonces un racista y un xenófobo? Bien, Arana acusaba a los ‘maketos’ (término peyorativo) > los inmigrantes, por todos los males que aquejaban a la nación vasca. Y la razón de este rechazo a los procedentes de otras regiones españolas (¡eran odiados como invasores de su territorio!) estaba en que representaban físicamente la destrucción de sus modos de vida y costumbres tradicionales. Los ‘maketos’ avergonzaban a los vascoparlantes porque ignoraban el castellano, y consideraba un desastre un español hablar el ‘euzkera’. Para Arana, los ‘maketos’ eran los genuinos representantes de la mezquindad española, y atentaban contra la raza y cultura vascas. Y los criticaba ásperamente como ‘inexpresivos’ y ‘torpes’ porque aceptaban los peores trabajos y, por eso, con los salarios más bajos. El nacionalismo vasco se siente confuso y no consigue deshacerse hasta hoy del racismo y de la xenofobia contra el ‘extranjero’ de otras regiones españolas, proclamado a los cuatro vientos por su fundador y líder máximo. De hecho, Arana consideraba a la raza vasca superior a la española > ésta no pasaba de una etnia ‘corrupta, inmoral y degenerada’. Para él tanto el euzkera como los fueros eran códigos de soberanía, porque sólo ellos serían capaces de preservar la cultura, las costumbres, la lengua materna y el ‘territorio’ vasco (¡?). Arana se confesaba anticapitalista no por causa de los males que esta ideología causaba a la clase operaria, sino porque destruía las formas tradicionales vascas.    
            Arana y sus partidarios -el nacionalismo vasco no mudó mucho en todos estos años de enfrentamiento- tuvieron un momento de lucidez cuando el ‘jefe’ fue elegido deputado provincial. Y sin constreñimiento explicó por qué: ‘buscaba notoriedad y despertar a la sociedad vasca’. Exactamente lo que ha hecho, en mi opinión, el grupo ETA. Entonces queda probado que los métodos continúan los mismos después de más de un siglo de lucha ingloria.  Arana Goiri confesaría públicamente en 1897: ‘en Vizcaya, ya no hace falta hablar mal de España (aunque siempre es conveniente ridiculizarla)’.  Arana Goiri no fue tan querido así por sus vecinos: su casa resultó apedreada en 1898, y por Decreto Real (1899) todos los centros y periódicos fundados por él fueron cerrados, porque ‘atacan con tal audacia al sentimiento de la patria común, y expresan con desatinada insistencia propósitos de romper el vínculo nacional, que constituyen una perturbación del orden moral’. Exactamente como acontece hoje en día (2014); el nacionalismo vasco o catalán continúa igual con todos los defectos y dejes de sus pasos primerizos. Arana Goiri casó en secreto porque la novia era una aldeana pobre; los correligionarios fueron contra. Además la situación económica de Arana no era gran cosa; vivía de alquiler porque no podía permitirse una vivienda en propiedad. Hizo de vicepresidente en el congreso ortográfico de Hendaya (1901) para unificar el euzkera: invitó a varios intelectuales vascos que odiaban su proyecto nacionalista. En 1902, planteó crear un nuevo partido renunciando al independentismo, ¿Arana acabó tirando la toalla? La Liga de vascos españoles que pretendía crear sería una réplica o imitación barata de la Liga regionalista catalana, fundada por Francesc Cambó. Con su muerte (1903), los partidarios de Arana quedaron tan desorientados que hicieron acuerdos hasta con partidos de ideología contraria, ‘oscilando entre posturas autonomistas y soberanistas, lo que ha provocado diversas escisiones y posteriores reunificaciones’. La figura del fundador del nacionalismo vasco es venerada como ‘maestro’ por algunos, y odiada por muchos otros como ‘embustero y mentiroso’. Y para terminar, veamos lo que Arana pensaba de los españoles y sus compatriotas vascos: ‘la fisionomía del vizcaíno es inteligente y noble; la del español inexpresiva y adusta. El vizcaíno es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe; el vizcaíno es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras, y sabréis que un vizcaíno hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos’. Con un fundador de tal ‘maestría’, el nacionalismo vasco  merece felicitaciones, así como seguir a un’ maestro’ con tales posturas  parece que la  especie vasca tiene un gran futuro. ¡Sin juego de palabras, por favor!


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