El gato montés (Felis silvestris), también conocido como gato salvaje, es un mamífero carnívoro de la familia Félidos,
considerado el antecesor del gato doméstico. Según estudios de ADN (2007),
existen 5 subespecies (europea, asiática, china, y dos africanas: subsahariana
y norteafricana = de ésta derivaría el gato doméstico, extendido por el
mundo entero). En tiempos remotos, fue una especie más tímida y accesible al
hombre, lo que facilitó su domesticación, dando origen al Felis silvestris catus, nuestro gato doméstico. La distribución del
gato montés se extiende por Europa,
Oriente Medio, centro/sur de Asia y
norte de África. Ya el gato europeo aparece prácticamente en todas las regiones
de Europa, desde el Cáucaso/Asia Menor hasta las islas Británicas (E/O), y
desde el mar Báltico hasta el sur de la península Ibérica (N/S). Habitualmente
vive en bosques y en lugares poco degradados, lejos de los núcleos urbanos. Es
un animal típicamente forestal, pues ocupa malezas (plantas indeseables) y
matorrales densos que le ofrecen mejor cobertura contra sus depredadores,
frecuentando asimismo roquedales y zonas con abrigos rocosos donde vive a sus
anchas sin ser importunado. Casi todos los ejemplares de la subespecie europea
poseen una capa de pelo mucho más espesa que el gato doméstico, así como
detienen una cola más poblada y ancha, con una borla negra característica y dos
franjas anchas también negras, semejantes a las del lince ibérico aunque más
larga, ya que la del lince es corta. Al contrario de la subespecie europea, la
‘hermanastra’ eurasiática se la puede confundir con el gato doméstico
asilvestrado con capa parda rayada, sólo diferenciada por su cola espesa,
robusta, ancha y con terminación roma y redondeada. Presenta también tres
anillos negros totalmente cerrados. Realmente son muy parecidos con el gato
doméstico a tal punto que sólo una medición craniana nos dirá con absoluta
certeza que se trata del gato euroasiático.
El gato montés ibérico es de mayor
tamaño y más corpulento que el gato europeo, incluso posee un cráneo más ancho,
y se diferencia también por la cola, pues en cuanto los gatos domésticos o
híbridos tienen una cola fina y puntiaguda, la cola del gato montés es gruesa y
roma; hasta el pelo también es más espeso y felpudo (foto). En España, existen
tres subespecies: una se distribuye por el norte peninsular, a lo largo de la
cornisa cantábrica y pirenaica, arriba de los ríos Duero y Ebro = el gato
montés (Silvestris silvestris silvestris);
otra se extiende por el sur de aquellos dos ríos peninsulares hasta el sur de
Andalucía. Es algo mayor en tamaño y su pelaje es más oscuro (Silvestris silvestris tartesio); y una
tercera aparece en las islas Baleares, de origen africano (Felis líbica jordansi). Los hábitats preferidos de todas estas
subespecies ibéricas son, por lo general, los grandes macizos boscosos y
linderas de sotobosques, donde encuentra zonas húmedas y bosques abiertos junto
a las orillas de los ríos. En la Europa meridional ocupa bosques de robledales,
carrascales, estepas y páramos, además de matorrales de vegetación abierta. A
veces aparece en llanuras o montañas bajas y medias, pese a que le es
imprescindible la continuidad del bosque donde puede esconderse y driblar a sus
predadores. Raramente se aproxima de conglomerados urbanos, incluso evita
acercarse de granjas, gallineros y palomares, hábitos totalmente diferentes del
gato doméstico siempre cerca de lugares habitados por los seres humanos. Sin
embargo, en inviernos rigurosos y cuando la comida escasea en su territorio,
ocurren incursiones de gatos monteses a gallineros o granjas de animales
avícolas. De cualquier forma, es uno de los pocos animales a evitar las
construcciones urbanas por tratarse de un felino extremamente discreto. El gato
montés vive en lugares alejados e inaccesibles al hombre.
Las costumbres del gato montés ibérico no se diferencian mucho de las
habituales reacciones de los gatos domésticos. Y como todos los felinos, dedica
delicados cuidados al pelaje, atusándose y lambiéndose constantemente. Es
también de hábitos solitarios y, curiosamente, monógamo cuando se apareja, pero
antes no se contenta con una sola hembra. Con frecuencia se le ve formando la
tal pareja, aunque existan machos sin territorio llevando una vida errante.
Durante el periodo de celo, los machos
tienen breves encuentros con sus congéneres, y las hembras centralizan
su territorio alrededor de una zona con abundante alimento. El gato montés
nunca caza en los árboles; al contrario, lo hace siempre en el suelo donde
pocas de sus presas (roedores, aves y, sobre todo conejos) consiguen escapar de
sus garras retráctiles muy afiladas. Ya el ronroneo propio de los felinos, es
apenas una manifestación de contentamiento de las crías en relación a la madre y
a otros adultos de la misma especie. El macho practica una caza itinerante,
principalmente en primavera, y se desplaza a un trote rápido, entre 3 y 6km/h,
durante gran parte de la noche, lo que le permite visitar cada lugar
frecuentado por una hembra, por lo general menos caminante que el macho.
Deliberadamente, incursiona por su territorio con mayor asiduidad que el macho,
pero vuelve casi siempre a la misma madriguera. Pero como nos dice el bloguero
de Fauna Ibérica, en el mes de
diciembre, época de celo y reproducción de la especie, el macho delimita su
territorio contra los intrusos, y hasta febrero él comanda las actividades más
importantes en aquella área. La hembra también marca su territorio con orina,
excrementos y secreciones glandulares para mostrar su receptividad; durante
todo ese periodo maúllan fuertemente. El macho copula con varias hembras, y
aunque sea un animal solitario se mantiene unido a la hembra en el periodo de
la reproducción. La hembra procura grietas y árboles viejos o huecos donde pare
una sola camada por año de 2 o 3 crías; durante 5 meses sólo ella cuida de los
cachorros. Ocasionalmente, los machos matan a las crías, y a lo que se sabe
nunca a las suyas, lo que nos alerta para un significado biológico, o sea,
quiere fecundar nuevamente a la hembra para asegurarse que los genes de la
nueva descendencia son suyos.
La figura del gato montés es más robusta que la de su congénere casero:
su color predominante suele ser pardo grisáceo atigrado, ‘más claro y ocráceo en el vientre y partes inferiores, con 4 rayas
negras longitudinales en la frente y convergentes en la línea que recorre toda
la espina dorsal’. La subespecie europea, de la cual derivan dos de las
tres subespecies ibéricas, tiene el pelo más espeso y la cola más poblada y
ancha, con su punta negra característica, y al menos dos franjas negras junto a
ella más anchas que las del gato doméstico. Sin embargo, el parecido es tan
grande que la única manera de diferenciarlos es a través de la medición
craniana, ligeramente mayor en el gato montés. Las dimensiones corporales consideradas
habituales en el gato montés son estas: cabeza y cuerpo miden entre 0,51 y
0,76cm; la cola entre 0,26 y 031cm; y el peso normalmente está entre 2,8 y
5,8kg. Estos datos son retirados del artículo on-line Felis Silvestris, por cierto un resumen muy elucidario y satisfactorio. Otra característica importante del
gato montés es su apariencia general atigrada y robusta, con la cabeza
proporcionalmente grande y la cola más corta y gruesa, redondeada en la punta,
diferencias marcadas en relación al gato doméstico mismo el de raza pura comprobada.
Una segunda característica de los gatos monteses ibéricos son las 4 líneas
negras que recorren la parte dorsal del cuello; el cuerpo presenta franjas transversales
oscuras confiriéndole un aspecto de gato atigrado (foto). En la cola del gato
montés se observan 3/4 anillos más o menos definidos, con una franja ancha en
la punta, también negra. La garganta y el vientre son de color pálido, mientras
que las plantas de los pies son negras. El macho es un poco mayor que la hembra
en un ligero dimorfismo sexual (15/25% entre ambos).
Por ser un animal típicamente forestal
y vivir lejos de los núcleos urbanos, el gato montés se esconde y vive entre
matorrales y zonas con abrigos rocosos, lo que ha llevado al ser humano a cazarlo
por deporte y perseguirlo e intentar exterminarlo a lo largo de la
historia, sobre todo en numerosas
regiones de la Europa central en el transcurso del siglo XX. Hoy en día no se
encuentra en gran número en cualquiera de esos países a no ser en los montes
Cárpatos y, ciertamente, debido a ser inaccesibles al ser humano. Se le
considera especie protegida desde hace varios años y está incluido en la
relación de la CITES = Convención Internacional sobre el Comercio de
Especies Amenazadas de la Flora y Fauna, un acuerdo internacional concertado en
el año 2000. La CITES regula la exportación, reexportación e importación de
especies amenazadas, así como la introducción de especímenes de animales y
plantas enlistadas en sus tres apéndices. La CITES y sus subsidiarias en el
mundo entero utilizan la mejor evidencia científica, técnica y comercial
actualmente disponible para asegurar su conservación y aprovechamiento sustentables.
El gato montés se presenta en España bajo los auspicios de la CITES: si no
fuese por su intermedio probablemente sería una especie extinguida hace años, o
estaría en la misma situación crítica del lince ibérico. A pesar de todo eso, en la
península Ibérica, la distribución y el número de gatos monteses se ven
reducidos enormemente. Lo peor es que no existe un motivo plausible para
decirnos por qué está aconteciendo ese descalabro ibérico. A final, el gato
montés no hace mal a nadie y no es una pieza o trofeo de utilidad, hoy ni siquiera
por causa de la piel. Ciertamente, los endiablados cazadores no quieren ver su
presencia en nuestros montes. Pero, mis amigos on-line, ¿por qué esos monstruos,
individuos = hombres lobos sin alma ecológica, matan a un bicho que se esconde
y no hace daños en el campo? Al contrario, es un elemento indispensable en la
cadena trófica. Él nos hace un bien inestimable, además de ser nuestro ‘medico silvestre’ contra plagas y
roedores, éstos sí, causadores y vectores de varias enfermedades. Aquí se ve la
conciencia satánica de esos inescrupulosos cazadores de media pataca. Cada vez
que leo tales desventuras me hierve la sangre contra esa gentuza y hombres desalmados
que no sirven para nada, antes dilaceran y sangran a la Naturaleza, nuestra
Madre. Al mismo tiempo, me da pena de todas esas gentes que no tienen objetivos
definidos en la vida; sólo piensan en matar, trucidar, destruir a nuestros
‘hermanos’ los animales silvestres. ¡Algo inaudito en el siglo XXI, un siglo considerado
tecnológico, pero que aún se arrastra en la cultura del mal y de un
troglodismo prehistórico. Me causó
indignación ver un presidente de un club de cazadores rezando el padre-nuestro
antes de una cazada sin sentido. Matan a los animales y usan a la religión de
medianera. ¡Qué desfachatez!
El gato montés es un gran cazador de
roedores, pequeñas aves (pájaros) y, principalmente, conejos de campo (y cuando
puede de libres), su comida preferida. Suele cazar, esperando que la pieza se
ponga a su alcance para enseguida con un salto acrobático capturarla con sus
garras y un mordisco en la nuca cuando son presas pequeñas, o asfixiándolas
cuando son grandes. En muchas ocasiones se arrastra a ras del suelo y por medio de sigilosas aproximaciones
consigue capturar a sus ‘alimentos’ de cada día. Animal solitario, suele cazar al crepúsculo o
por la noche, aunque puede mantenerse activo 22 horas al día durante bastante
tiempo; sólo depende de la necesidad. Suele subir a los árboles para expoliar
nidos de cualquier especie: come tanto los huevos como los polluelos que estén
a su alcance. Además de buen trepador es también óptimo nadador: este bicho
silvestre no tiene miedo del agua, y el dictado de ‘gato escaldado hasta del agua fría huye’ no tiene sentido para el
gato montés. Si necesario, entra en el río y vence hasta corrientes
ensandecidas por el viento y la fuerza de la inundación. El gato montés vive
excepcionalmente unos 15 años, aunque su ciclo vital esté entre 6 y 12 años. El
apareamiento ocurre en febrero/marzo; en mayo, las crías nacen en las grietas
de las rocas, o en las madrigueras abandonadas por otros mamíferos o en los
huecos de los árboles en el matorral del bosque rocoso. El territorio del gato
montés es muy limitado, sobre todo de la hembra: mal llega a 2/3km². Tal vez
por eso sea de carácter esquivo, territorial, vespertino o nocturno. Es muy
arisco y agresivo, y rehúye la presencia humana, dificultando el estudio de su
estructura secular. Sin embargo, en la época de celo los machos procuran hasta
las hembras del gato doméstico que viven en los alrededores de grajas o masías (construcciones rurales en
explotaciones agrícolas y de ganadería). Es bastante monótono en sus paseos, y sigue
habitualmente los mismos senderos en sus desplazamientos: durante el día
descansa en el matorral abierto (su hábitat predilecto) o en lugar resguardado
y libre de sus depredadores, particularmente del hombre, su peor enemigo de
todos los tiempos. Marca el territorio con orina y restriega las glándulas
anales en la vegetación, arañando los árboles y depositando los excrementos en
lugares concretos y elevados. Los gatos monteses saben defenderse y lo hacen
con una ferocidad de causar miedo, aunque las crías son capturadas por
lobos, zorros, linces (donde los
haya) y por águilas rapaces.
Hablamos un poco sobre la CITES, la gran
protectora de todos estos animales en peligro de extinción. Nuestro gato montés
está catalogado por el Convenio de Berna en la categoría ‘especie de especial
interés’. Y por el hecho de ser un animal esquivo, tímido y retraído del
convivio humano, necesita de zonas bastante amplias con abundante cobertura
vegetal y ninguna construcción urbana por cerca; no quiere ‘conversación’ con
su peor enemigo, el cazador del ‘monte’. En Prádanos, mi tierra natal, nunca oí
hablar ni mejor ni peor en relación al gato montés. Es precisamente este animal
que en mi infancia jamás sospeché que pudiese existir en el campo, y nosotros
teníamos dos gatos domésticos en casa. Sin duda, la presencia de estos felinos
de estimación ofuscó completamente la existencia posible del ‘hermano
silvestre’. Interesante, mi padre conocía el campo de Prádanos como la palma de
su mano, pero yo nunca le oí hablar absolutamente nada del gato montés.
Curiosamente, oí alguna señalización sobre el lince ibérico, pero del gato
montés ni una palabra. Los problemas más importantes que acucian al gato montés
en nuestras comarcas son:
(1) el descenso absurdo del conejo de
campo, prácticamente inexistente en nuestro pueblos; en mi infancia, la liebre
era pieza procurada por los cazadores de fin de semana, cuando no tenían otra
cosa que hacer terminadas las ocupaciones del campo, sobre todo a finales del
verano y principios del otoño; del gato montés nunca oí decir una palabra
siquiera; ni sabía de su existencia;
(2) la pérdida del hábitat por diversos
motivos, lo que provoca el desaparecimiento de muchas poblaciones ya en declive
y la fragmentación de otras por infraestructuras agrícolas o de renovación
viaria. En Prádanos, creo no haya existido el gato montés; y si le hubo algún
día debe haber ocurrido al principio del siglo XX, cuando aún existían en
España muchos animales silvestres. En el sur peninsular, el abad y científico
José Antonio Navarro nos habla del gato montés como animal fácilmente observado
en la sierra de Baza/ Granada (1873);
(3)
la hibridación del gato montés con el gato doméstico (aquel que vive en casas o pueblos) y con el gato asilvestrado (aquel que vive en los
campos o ’montes’). El cruce da lugar a un híbrido que es fértil, al contrario
de la mayoría de los otros híbridos que se producen en la naturaleza. Sin duda,
un gran problema para la pureza genética y la supervivencia de la especie.
Actualmente, en la provincia de Valladolid, se intenta desarrollar el Proyecto
Gato Bravo, con la finalidad de conocer más y mejor a este
maravilloso mamífero tan desconocido y falto de estudios. Un bloguero nos
confesaba: ‘cuando ves a un gato montés
no le olvidas fácilmente. Su andar, la
corpulencia, la elegancia, aquella mirada. Un gato montés es diferente, es
mágico’. Yo nunca lo he visto en el campo, pero creo en las palabras de
este ‘amigo’ de la Naturaleza. La hibridación masiva entre gatos monteses y
domésticos es la principal amenaza para la conservación de las variantes
silvestres;
(4) y, una vez más, los métodos
selectivos y no selectivos de la caza al gato montés. Más por cuestiones y
motivos culturales, la ingesta carne de gato (montés, domesticado o
asilvestrado) suele causar repulsión entre la población castellana (y creo del
mundo entero). La expresión ‘dar gato por
liebre’ proviene de la sospecha de que los venteros, cuando no tenían
liebres o conejos, servían a sus comensales carne de gato, sobre todo el
cazado; de ahí la mala costumbre de continuar haciéndolo hasta hoy. Otro dicho
popular ‘aquí hay gato encerrado’
hace alusión a las bolsas confeccionadas con la piel del gato cazado para
guardar el dinero, durante el siglo de oro español; acabaron llamándose ‘gatos’.
O sea, la caza indiscriminada del gato montés pensando en pasar adelante
tanto la carne como la piel ha provocado la casi extinción de este hermoso animal en
el mundo entero.
El gato montés y su ‘hermanito’
casero, el gato doméstico, son tan antiguos cuanto la humanidad: se piensa sea
de una ‘edad’ aproximada de 9.500 años. En las lenguas romances, los nombres
más generalizados derivan del latín vulgar catus = alusión a los gatos salvajes en contraposición a los gatos domésticos
intitulados de felis. Los gatos
monteses y originariamente los gatos domésticos fueron y son depredadores por
naturaleza, siendo sus posibles presas más de 100 especies diferentes de
animales siempre para alimentarse, nunca matan por matar. Ya vi con mis propios
ojos un gato doméstico jugar con un ratón al escondite; no teniendo hambre no mata como lo hace el ser humano, simplemente
matar por matar. ¡Qué horror! Todos los gatos (monteses, domésticos o
asilvestrados) se comunican entre sí con gemidos, gruñidos y un centenar de
diferentes vocalizaciones, además del lenguaje corporal. Todas las razas de gatos, en la península
Ibérica, son animales típicos del bosque mediterráneo y, por eso mismo, los
ecosistemas más adecuados lo constituyen los matorrales mediterráneos bien
conservados del centro/sur de España, junto con las estepas o páramos y los
bosques caducifolios o zonas húmedas del norte peninsular. Con sinceridad, la
distribución del gato montés en España es poco o nada conocida, pero
se encuentra por casi toda la península Ibérica y las islas Baleares. A lo que
parece, localmente se puede presentar en elevadas densidades, especialmente en
el sur de España, aunque sean meras conjeturas.
En octubre/1012, un bloguero me
impresionó por la defensa entusiasmada e inédita sobre el gato montés. Comienza
diciendo que se trata de ‘un animal
especial, diferente, mágico. Cada vez que me encuentro con él siento una tremenda
emoción. Primero, por tener la suerte de verlo y, en segundo lugar, por poder
admirar a uno de los mamíferos más desconocidos de la península Ibérica. Un
mamífero difícil de ver, de seguir o de estudiar. Un mamífero diferente,
especial y muy hermoso’. Sin duda, un panegírico que el gato montés de mi
pueblo (¡si es que allí existe!) agradece con aplausos; de mi parte, estoy
contento en observar que aún existen estudiosos y amantes de la Naturaleza (el
bloguero es castellanoleonés, de Zamora), como yo mismo me considero. En el
Atlas Rojo de los Mamíferos Terrestres de España, el gato montés mereció un
comentario sorprendente. Allí se dice al pie de la letra: ‘no hay estimaciones del tamaño de la población de gatos monteses o de
su tendencia en España, aunque estudios parciales sugieren que sus poblaciones
podrían mantenerse estables o con un ligero declive. La hibridación genética,
la transmisión de enfermedades de gatos domésticos o asilvestrados, los
procesos de fragmentación y pérdida de calidad de los hábitats naturales y la
mortalidad directa derivada de la actividad cinegética parecen afectar
negativamente a la especie. De mantenerse o acentuarse el impacto de los
factores descritos, en un futuro podría cumplir con los requerimientos
necesarios para ser incluido en la categoría vulnerable (VU) según los criterios A4e (hibridación y competencia con especies
asilvestradas) y A2c (pérdida de calidad y superficie de hábitat)’.
Así, podemos concluir diciendo que los gatos monteses tienen una
característica generalista: como
prácticamente todos los felinos cazan también al campeo, recechando una presa cuando ésta es descubierta, o al acecho, esperándola silenciosos y
quietos desde su escondrijo, hasta que ella se ponga al alcance de sus garras
afiladas y dientes cortantes. Además, recorren, vigilan y defienden sus
territorios. Como sus enemigos declarados, se enumeran las grandes aves rapaces
(ocasionalmente), otros felinos de mayor tamaño (el lince ibérico) y, de modo
especial, el cazador furtivo (hoy lo hace por puro deporte irracional). El gato montés
está presente en una gran variedad de hábitats, siempre que disponga de un
mínimo de refugio y suficiente cantidad de presas para su alimento. Prefiere medios
heterogéneos en mosaicos que combinen zonas abiertas donde puede cazar a sus
anchas (pastizales, cultivos, barbechos, matorral aclarado) con áreas
resguardadas en donde puede descansar a la larga y cuidar de sus cachorros
(matorral denso, arboladas y roquedales). Y aunque se le considera típico
habitante de medios forestales, su abundancia o declive se asocia más con el
matorral que con el arbolado. Con mucha sabiduría felina, el gato
montés evita deliberadamente las
zonas cultivadas y los bosques maduros de coníferas sin estrato arbustivo. Y no se aprieta por causa del hambre: cuando no encuentra conejos o roedores, su
especialidad consumista, completa la dieta del día con musarañas, topillos, lagartijas,
insectos… A todos esos detalles, acrecentamos uno muy importante y decisivo: el
gato montés puede estar ausente en 40% del territorio peninsular. ¡He dicho, amigos on-line!
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