La lechuza común (Tyto alba), también conocida como la lechuza de los campanarios –yo confieso
humildemente, ‘nunca la vi ni mejor ni
peor’ en Prádanos de Ojeda, aunque las personas mayores digan que por
aquellas bandas no era difícil encontrarla- es un ave de tamaño medio, de
33/35cm de longitud por 80/95cm de envergadura; y peso medio de apenas 350gr.
Su característica más evidente o definida para identificarla entre otras aves
rapaces está en su ‘disco facial’ con formato de un corazón y las partes
ventrales totalmente blancas (foto), aunque estas últimas varían conforme las
subespecies encontradas en España. De cualquier forma, las alas de la lechuza
común, cortas y redondeadas, no facilitan vuelos largos y profundos. Leí y
procuré entender un comentario sobre estas aves, donde se dice que la
estructura de la lechuza es considerada
filopluma, o sea, tratase de un ave con plumaje filamentoso, muy delgado,
de raquis largo y varias barbas en la punta, distribuido por todo el cuerpo,
preferentemente entre las plumas de contorno del dorso y la cabeza. Su función sería
apenas sensorial y de ornato. Ciertos grupos como búhos moros, garzas y loros o
papagayos, tienen este tipo de pluma llamada plumón de talco, porque se desarrolla en parches localizados en el
pecho y dorso, aparentando un mechón de plumas revueltas y polvosas. En
realidad, el plumón de talco es propio
de las aves de la familia Titónidos
(=; del orden estrigiformes o rapaces nocturnas, con un disco facial
acorazonado, ojos pequeños y la uña del dedo central aserrada). La lechuza es el
exponente máximo y curioso de los Titónidos, siendo que el pulmón de talco crece
en ella constantemente. Más tarde se desintegra en pequeñas hojuelas polvosas por
todo el cuerpo que la lechuza esparce con la ayuda del pico. La finalidad del
pulmón de talco aún no está bien definida, pero probablemente sirva de
protección al plumaje y de impermeabilizante para las aves acuáticas. El plumón
característico de la lechuza es un tipo de pluma con raquis corto y barbas
largas carentes de ganchillos, pero importantes en la regulación térmica. Ya
las vibrisas o bridas son plumas
modificadas con raquis grueso y rígido, localizadas alrededor de la boca y de
los ojos, sirviéndolas de ayuda para atrapar a los insectos. Tal vez ejerzan un
papel similar a los bigotes del gato, con la función sensorial en las aves
nocturnas como la lechuza y el búho campestre, y las que habitan en agujeros
para su orientación al entrar y salir de
la madriguera. De todas las formas, son difíciles de ver, y la función
principal sería exactamente sensorial y de ornato, sobre todo en algunos
plumajes nupciales.
La lechuza está presente en casi
todas las regiones del mundo, excepto en Canadá, península Escandinava y gran
parte de Asía, desierto del Sahara, etc, bajo el nombre de las 29 subespecies
reconocidas oficialmente. Son aves que viven asociadas a los núcleos urbanos
rurales, donde se reproducen en zonas
abiertas, como campos de cultivo, páramos, roquedales y sotobosques. Son
sedentarias, de hábitos nocturnos o crepusculares, y prefieren las zonas de arbolado
disperso donde cazan todo tipo de pequeños roedores (ratones y musarañas),
insectos, pajaritos y, en menor medida, anfibios y reptiles. El método de caza
utilizado por la lechuza envuelve su amplio disco facial como si se tratase de
una sofisticada antena parabólica, receptora de los sonidos que emiten sus
presas, a las que localiza y atrapa con sus largos dedos y uñas aserradas, tras
abalanzarse sobre ellas en un silencio absoluto. Una lechuza adulta come 3
ratones por día, y si está en la época de criar sus 3/5 polluelos, la pareja
deberá cazar otros tantos ratones para compensar la criación de los
pollos. En realidad, los ratones parecen
ser el tipo más común de su alimento diario, aunque también consumen una gran
cantidad de insectos (arañas, gusanos, cucarachas, murciélagos, lagartijas,
etc). Su gusto ‘especial’ por determinados alimentos la obligan a pasar muchas
noches en busca de su comida preferida. Cuando cazan, las lechuzas se muestran
muy observantes en su ritual mediático: se mueven imperceptiblemente, en un
vuelo extremamente silencioso (más que volar, parece estar flotando en su
aleteo), antes de lanzarse sobre la presa, que difícilmente consigue huir a su
alcance, pues la lechuza es una de las aves rapaces que menos fallos tiene en
su trabajo alimentar.
Las lechuzas, por suerte, tienen pocos
depredadores, aunque los grandes búhos como su pariente próximo el búho real
pueda cazar eventualmente algún ejemplar de lechuza más distraído y si la
ocasión fuere propicia. En este caso, la naturaleza también lleva adelante
aquel dicho humano: la ocasión hace el
ladrón. Entre los animales, este refrán es más frecuente de lo que
imaginamos. Incluso, algunos granjeros o dueños de ganaderías en general fomentan la
nidificación de las lechuzas con el objetivo de controlar la proliferación de
ratones en el campo. Suelen aparecer en las zonas más humanizadas como
campanarios de iglesias, monasterios y ermitas, así como en desvanes, graneros
y ruinas de caseríos abandonados. Cuando visité la ermita de San Jorde de
Ojeda, a 2 kilómetros de Prádanos, vi con mis propios ojos lo que supuse ser un
‘encame de lechuza’ en medio a la hecatombe y estado ruinoso de aquella pequeña
ermita que tantas nostalgias me causa cada vez que la veo. Una ermita de rango
románico fue literalmente dejada de la mano de Dios por gentes insensibles,
incluso eclesiásticas. ¡Una pena tamaño descaso! Sin embargo, fuera de estos
reducidos hábitats que frecuenta con bastante rareza, la lechuza es un ave
rapace que como las demás de su especie prefiere los bosques o ‘montes’
aclarados y adehesados, encamándose (pues no hace nidos como sus congéneres más
robustos) en cortados y huecos de árboles, sobre todo en chopas = ‘árboles añosos y
centenarios chopos trasmochados y alineados a lo largo de docenas de kilómetros
(o solitarios en el cruce de algunos caminos), cordones arbolados que surcan los fondos de los valles, salpican las
vegas y se internan en los barrancos de amplios territorios ibéricos’, como
los de Castilla y Aragón. No puedo por menor de recordar los versos dolientes
de García Lorca, en Chopo muerto
(1920), cuando hace referencia a las chopas,
verdadero encame de la lechuza común en Castilla:
¡Chopo
viejo!
Fue tu espíritu fuerte,
Has caído en el espejo El que llamó a la muerte,
Del remanso
dormido, Al
hallarse sin nidos, olvidado
Abatiendo tu
frente De los
chopos infantes del prado.
Ante el
poniente. Fue que
estabas sediento
No fue el vendaval
ronco De
pensamiento,
El que rompió tu
tronco, Y tu enorme cabeza centenaria,
Ni fue el hachazo
grave Solitaria,
Del leñador, que
sabe Escuchaba los lejanos
Has de volver a
nacer. Cantos
de tus hermanos.
A estos versos doloridos del gran
poeta español y granadino (andaluz), Federico García Lorca (1898-1936), quiero
juntar las inmensas añoranzas que me recuerdan la chopa frondosa a cuyos pies, en el pequeño regato
transformado en pilón, mi cuñado Elpidio (¡hortelano de mano llena!) y mi
hermana Cristina, limpiaban las mejores zanahorias de Herrera de Pisuerga. A
ellos dedico estas mis palabras al hablar de las lechuzas que anidaban en
aquella chopa robusta y memorable, próxima a la gasolinera y muy cerca de donde
los niños conmemoraron el día de su primera comunión en un adorable banquete. ¡Cuántas
nostalgias sabias y límpidas se acumulan en nuestros pensamientos de antaño!
Como el poeta andaluz, las lechuzas emiten un grito lastimero y estridente,
aunque la gran variedad de sonidos que ellas producen dificulte bastante la
identificación de sus manifestaciones externas, excepto el inconfundible siseo cuando se sienten amenazadas o
cuando las crías piden el ‘almuerzo’ de cada día. Ese chirrido tan singular es más determinante y característico en las
lechuzas que en los otros tipos de búhos. Y otro detalle también bastante
interesante: los machos son extremamente territoriales y luchan de ‘capa y
espada’ para que los demás no
traten ni siquiera de acercarse a sus zonas preferidas. Son también solitarios,
a excepción de cuando están buscando una compañera a finales del invierno. A
este tipo de búho, un nombre común dado a más de 200 especies que habitan en
casi todos los lugares del Planeta, excepto en la Antártida, se les denomina búhos de madriguera, porque se
cree que sólo vivan en árboles ya trasformados en chopas. Todos ellos, incluso las lechuzas, son aves de rapiña
porque se alimentan de animales vivos, tales como peces, insectos, ratones,
lagartijas, entre otras muchas presas. Todos ellos también son aves nocturnas y
suelen cazar en la oscuridad de la noche. Demuestran sumo cuidado al intentar
agarrar su presa, y no hacen el más mínimo ruido y así la atacan: por ser aves
nocturnas tienen muy desarrollada la parte visual y auditiva. De todas esas
especies, el más pequeño es el mochuelo (Athene
noctua), tan popular en nuestros pueblos. La identificación de esta ave
está en aquel refrán muy característico de Andalucía, pero llevado a los cuatro
vientos de la península Ibérica: cada
mochuelo a su olivo a punto de existir refranes refiriéndose a esta ave de leyendas
mitológicas. Los mochuelos son más frecuentes en los pueblos intramontanos como
Prádanos de Ojeda. Son aves estrigiformes, de ojos grandes, pico encorvado y de
unos 13,5/20cm de altura; se alimentan de roedores y reptiles.
Muchas personas confunden la lechuza
y el mochuelo, ave importante en la mitología griega. La confusión se hace
presente y casi diaria, porque el mochuelo posee rango divino, ya que acompaña en
su actuación épica y mitológica a Atenea, la diosa de la sabiduría, justicia, artes,
técnicas de la guerra, además de ser considerada protectora de la ciudad de
Atenas (de donde deriva su nombre científico) y patrona de los artesanos.
Minerva ‘la diosa de las mil obras’ era
su congénere romana. El mochuelo de Atenas ha sido utilizado en la cultura
occidental como símbolo de la filosofía. Tal vez por este dato tan
significativo se le confunda con la lechuza, considerada también el símbolo de
la sabiduría, incluso usada actualmente por varias ideologías ligadas a los
movimientos feministas y a la psicología. Se dice que Atenea ofreció el primer
olivar domesticado, la gran riqueza de Grecia y de los pueblos mediterráneos.
Los atenienses quedaron muy agradecidos y aceptaron el patronazgo de Atenas, ya
que los olivos les proporcionaban madera, aceite y alimento (y hoy, muchos
euros que Grecia quiere desesperadamente para espantar la crisis económica
en que se metió y no acierta a salir). En la mitología griega, Atenea es
considerada como ‘ayudante y protectora
de la agricultura’, inventora del arado y del rastrillo. Creó los olivares, enseñó a uncir los bueyes para arar,
cuidó de los caballos e instruyó a los hombres en su doma con bridas. Los
nombres de sus primeras sacerdotisas (Aglauro,
Pandroso y Herse) significan ‘aire brillante’, ‘rocío’ y ‘lluvia’, tres
personificaciones de gran valor en los campos arados y de cultivo. Homero llamó
a Atenea de ‘Glaucopis’ =
‘mochuelo’, el pájaro que ve muy bien de noche y, por eso, está estrechamente
relacionado con la diosa de la sabiduría. Atenea es siempre representada en
forma de mochuelo o lechuza. En tiempos remotos, Atenea fue probablemente una
diosa-pájaro, semejante a la diosa desconocida representada por el mochuelo, y
los griegos la consideraban como una de las más importantes divinidades de su
panteón, y una de los 12 dioses olímpicos (a pesar de mujer). A ella le son
atribuidas otras invenciones relacionadas con la ciencia, la industria y arte,
y todos sus inventos no son hechos por azar o accidente, sino que requieren
reflexión, meditación y mucha sabiduría. Se creía también que Atenea inventara
los trabajos en que se empleaba a mujeres, como el hilado y el tejido, y ella
misma era diestra en ellos. Por todo eso y algo más se la llamaba Ergane = la diosa de la sabiduría,
el conocimiento y el arte como el mochuelo, ave suprema de como se caza sin ruido
y sin fallo.
En las estatuas y otras
representaciones, Atenea (o Minerva) posee ‘una
belleza simple, descuidada, modesta, de expresión grave e impresionante
nobleza, fuerza y majestad. Suele llevar un casco en la cabeza, una lanza en
una mano, un escudo en la otra y la égida (coraza) sobre el pecho. Por lo general, aparece sentada, pero cuando está de
pie tiene la actitud resuelta de una guerrera, de aire meditativo y la mirada
fija en altas concepciones’. ¿Quién duda que se trata de una diosa que
nosotros llamamos lechuza, mochuelo o
búho real? Otros animales eran consagrados a Atenea (o Minerva), además del
mochuelo o lechuza. En ocasiones distintas, el dragón, la hormiga, el
escarabajo y la serpiente (‘símbolo
de la renovación perpetua’), eran animales consagrados y relacionados a ella debido a la astucia, sutileza, prudencia, belleza y sagacidad de todos estos animales. También
tenía otros objetos a ella consagrados, como la rama de olivo, el mochuelo, el
gallo y la lanza. Su atuendo suele ser una túnica espartana sin mangas sobre la
que viste una clámide. La expresión de su figura es meditabunda y seria, su
cara es más ovalada que redonda, su pelo es rico y peinado hacia atrás sobre
las sienes, flotando libremente por detrás. La figura completa es majestuosa y
más fuerte que esbelta: las caderas son pequeñas y los hombros anchos. Su
conjunto recuerda de alguna forma una figura masculina. En los retratos
arcaicos sobre vasijas pintadas, Atenea conserva su carácter micénico con las
grandes alas de un pájaro. En estatuas, bustos colosales, relieves, monedas y
vasijas pintadas, Atenea muestra sus tres
atributos principales: el casco,
que suele llevar en la cabeza, bien elevado sobre la frente para revelar su
cara con gesto de saludo pacífico; la égida,
una coraza de piel de cabra donada por Zeus, su padre, que simboliza su origen
divino; y el escudo redondo en cuyo
centro aparece la cabeza de la gorgona Medusa, el sello distintivo de su
divinidad y sabiduría. Su culto es muy antiguo y entre tantas cosas a ella
consagradas no podía faltar el mochuelo, muchas veces traducido aunque
erróneamente por la lechuza. En diversas ocasiones se la pinta con un cuervo en
la mano. Los sacrificios ofrecidos a Atenea consistían en toros, vacas y corderos (generalmente hembras) y se
celebraban festivales haciendo referencia a Atenea como protectora de la
agricultura. Al comienzo de la primavera se le daban gracias por anticipado,
pidiendo protección sobre los campos. Era también adorada como señora y
protectora de las artes y la artesanía. Atenea no amaba la guerra por sí misma,
sino por las ventajas que ganaba el estado al emprenderla. Y sólo apoyaba
aquellas empresas bélicas que se iniciaban con prudencia y arrojaran resultados
favorables. Por eso, era protectora de los héroes a quienes otorgaba juventud y
majestad.
En otras ocasiones, Atenea
adoptaba la forma de águila marina, en referencia a que en tiempos antiguos, la
propia Atenea fue una lechuza;
después abandonó esta máscara antes de perder las alas. Cuando aparece en la
mitología como protectoras de las artes, Atenea ya se había despojado
completamente de su forma animal, reduciendo las formas de serpiente y pájaro
que tuvo como atributos principales en vidas pasadas, aunque ocasionalmente siga apareciendo con
alas negras (¡?). El filósofo griego Plantón (427- 347 aC) transmitió para la
posteridad la opinión que sus conciudadanos tenían acerca de Atenea: ‘los antiguos atenienses siempre consideraron
a Atenea como responsable por la inteligencia y el pensamiento’. Él mismo
decía que Atenea designaba la ‘inteligencia
de dios’, ella misma era la ‘inteligencia
divina’ y, por encima de los demás ‘conocía
las cosas divinas’. El nombre propio Atenea significa, en griego, ‘mente de la deidad’. En todas estas
peripecias mitológicas la lechuza y el mochuelo se hacen presentes cada cual
con un significado específico: el mochuelo de Atenea es el ave que acompaña a
la diosa de la sabiduría, las artes y las
técnicas de la guerra, en todas sus actividades de diosa patrona de la ciudad
de Atenas. El mochuelo ha sido utilizado en la cultura occidental como símbolo
de la filosofía (o sabiduría), y durante siglos, aunque erróneamente, se han
empleado los nombre de ‘lechuza de
Atenea’, y ‘búho de Atenea’,
cuando en realidad se trata del mochuelo común europeo, especie cuyo nombre
científico es precisamente Athene noctua.
El concepto analógico con la sabiduría proviene de aquella idea tan
significativa en la mitología greco-romana: Atenea nació de la cabeza de Zeus,
el dios más importante del panteón griego, como fruto de la unión entre Zeus (fuerza) y Metis (prudencia). Zeus se tragó a Metis cuando esta se encontraba
a punto de dar a luz a Atenea, por indicación de la pareja Urano y Gea, para evitar que
ningún otro dios fuera tan poderoso como Zeus. En el instante en que la diosa-madre daba a luz, Hefesto partió con
una hachazo la cabeza de Zeus, y de la brecha nació Atenea, ‘vestida con una armadura, y lanzando un
potente grito de guerra’. El filósofo alemán Friecrich Hegel (1770-1831),
en su libro ‘Líneas fundamentales de la
filosofía del derecho’ nos dejó está pequeña pero exuberante frase: ‘el ave de Atenea (o Minerva) no emprende el
vuelo hasta el oscurecer’. Autores hay que interpretan la frase de Hegel
con este significado: ‘la filosofía no ha
de entenderse como predictora ni, por tanto, como prescriptora, ya que sólo
alcanza el entendimiento de los fenómenos después de haberse producido éstos en
determinada época de la historia’. El mito de Atenea, tanto en
altorrelieves como en monedas atenienses, la diseña como un mochuelo. Y se
dice: tenía ojos de búho, en señal de
sabiduría y perspicacia. Sin embargo, no todos los búhos están asociados a la
sabiduría; hubo tiempos en que el ave representativa de la filosofía fue una
lechuza campestre.
Cuando hablamos de lechuzas, casi de
modo instintivo, nos viene a la mente la figura del búho real; la gente de los pueblos le confunde fácilmente con la
lechuza. La palabra búho es un nombre común dado a las aves de la familia Estrígidos, que engloba las aves rapaces
nocturnas. A diferencia de las lechuzas comunes, los búhos reales tienen plumas
alzadas que parecen orejas (foto), inexistentes en las lechuzas encontradas en
los campos y ‘montes’ de nuestros pueblos. Hasta el diccionario español
describe al búho como una especie que
identificamos claramente con el búho real (Bubo
bubo) = ave rapaz de tamaño grande, cuyo nombre científico deriva de la
onomatopeya de los sonidos que emite: en Prádanos, los niños le identificábamos
precisamente por aquel monótono y estridente bubo-bubo repetitivo. Es ave utilizada con relativa frecuencia en
cetrería debido a su majestuosidad y fácil cría en cautividad. Son aves muy
territoriales, y utilizan varios sistemas de señalización para delimitar sus
territorios e indicar su ocupación ej.: cantos territoriales en posaderos o
rocas que ‘marcan’ con fecas (heces).
Generalmente, nidifica en cortados rocosos situados entre el nivel del mar y
los 2000m de altitud. Es muy astuto y experto, llegando a utilizar nidos
antiguos de otras aves rapaces, como el busardo ratonero o el azor común, ambos
frecuentes en La Ojeda. En lugares donde la densidad de parejas territoriales
es muy elevada, nidifica simplemente el suelo, aunque prefiere hacerlo en
troncos de árboles o acantilados. A pesar de frecuente en Prádanos de Ojeda, yo
nunca conseguí ver un nido de búho real. Comparado con la lechuza cuyas medidas
son relativamente pequeñas = 35/39cm
de longitud por 0,90cm de envergadura, con peso medio de 300/350gr, el búho
real parece un gigante = 70/80cm de altura por 1,40/1,70 de envergadura y
peso de 3/4kg. Estas medidas le convierten en el ave rapaz nocturna de mayor
tamaño. Su vuelo es directo, potente y con planeos frecuentes. Su voz o aullido
es profundo tipo úú-oo que puede
oírse a 2km de distancia. Cada individuo tiene un aullido característico;
también emite ladridos tipo zorro cuando corre peligro. Detalle: 80% de los
búhos reales no alcanzan 1 año de vida, pero si superan esa fase crítica pueden
supervivir 20 años o más. En cautividad se ha registrado la edad de un ejemplar
con 60 años. Es un súper-depredador como el águila real, encontrándose en los
lugares más altos de la cadena trófica. Su dieta incluye pequeños roedores,
conejos, liebres, cervatillos y otros carnívoros como zorros; depreda también diversas aves de presa. Caza de noche, prefiriendo los espacios
abiertos a los bosques y matorrales: su aleteo es silencioso, y une la extraordinaria visión nocturna de sus ojos
bien abiertos a su agudeza auditiva que
utiliza con especial dedicación.
Se ha tornado famosa la lechuza de
los libros y películas protagonizados por Harry
Potter y sus amigos Ronald
Weasley y Hermione Granger, en el seriado de
aventuras fantásticas escritas por J.K. Rowlig (1997-2011). La lechuza en
cuestión es la especie Bubo scandiacus
o búho nival, casi tan grande como el búho real, sólo encontrada en la Laponia
finlandesa, pero que se desplaza hasta la Europa central en busca de los leminos = roedores miomorfos de la
tundra, taiga y praderas árticas, su
alimento predilecto. Algunas de estas especies citadas se
encuentran amenazadas, principalmente por la destrucción de su hábitat y la
caza, además de los plaguicidas utilizados para controlar las poblaciones de
langostas que acaban matando a muchos búhos de madriguera. Estos animales son
muy versátiles cuanto al hábitat a veces también sorprendente, como las zonas
boscosas, delimitando el propio territorio, donde se esconden de sus
depredadores durante el día y cazan de
noche, pues son animales veloces, de
visión excepcional y con garras muy afiladas, lo que facilita su caza preferida
ej.: roedores, conejos, gusanos, caracoles, cangrejos etc. Los búhos y las
lechuzas ‘buhónicas’ poseen un excelente sentido auditivo, del cual se sirven
para cazar totalmente a oscuras. Son capaces de inmovilizar a las presas en
fracción de segundos con sus poderosas garras. A veces las devoran en el aire,
dependiendo del tipo de presa, pues los búhos no mastican su comida; al
contrario, la tragan en cuanto la desgarran en pedazos más digeribles.
Popularmente, se cree que los búhos y las lechuzas vivan en los árboles, sin
embargo pueden hacerlo en los troncos o en las vigas de establos, en arbustos y
matorrales, en madrigueras bajo tierra, y en casas abandonadas o ruinosas. Son
muy expertos y, por eso mismo, son capaces de encontrar buenos refugios y
mejores moradas que cualquier otra especie de la naturaleza, incluso los
tejones que como vimos construyen auténticas
catedrales excavando la tierra.
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