Las avutardas (Otis/avis tarda) son aves gruiformes = ‘como grúas’, debido al
aspecto de los individuos incluidos en este género, pues recuerdan el formato
de enormes guinches presentes en obras de ingeniería de nuestras ciudades.
Además son aves zancudas, de patas
largas, ampliamente distribuidas por todo el Planeta, desde lugares pantanosos
y áreas costeras hasta áreas de climas extremados como los desiertos. Las
avutardas se identifican a menudo por su porte
majestuoso –el tamaño medio de una avutarda [macho] es de 1,1m de longitud
por 2,4m de envergadura, y 18kg de peso-, con un detalle curioso: la tendencia
no es volar sino correr, cuando es molestada en su hábitat. Las poblaciones de
avutardas en Europa (península Ibérica y países centroeuropeos) son
principalmente ‘residentes’, en
cuanto las provenientes de Asia (centro-este, y parte de la China) son ‘migratorias’ invernales. A esta especie
de aves les gusta buscar la comida diaria
en aguas rasas: así, en los meses fríos del hemisferio norte, las avutardas se
juntan en estuarios pantanosos, playas, ciénagas, tierras alagadas o litorales
rocosos, o sea, lugares poco frecuentados por el hombre; ya en los meses
calientes, cuando los turistas llegan en bandos para gozar de las playas
veraniegas, estas aves zancudas migran para las regiones árticas y subárticas,
donde los veranos cortos les proporcionan el aislamiento y el alimento necesario
para criar sus polluelos. De otra parte, las aves zancudas como las avutardas
no tienen colores vivos, pero en compensación su vuelo es deslumbrante, así
como las alas que causan admiración en sus observadores. Las avutardas costeras,
principalmente, suelen realizar vuelos rasantes sobre el agua, aunque puedan
volar a altitudes en torno de 6.000m o más. Como nos dice el autor de Aves costeras – Bellas marisqueras en la
playa: de modo particular, ‘las
avutardas son maestras absolutas en el aire o a favor del viento’. Las
avutardas son por lo general gregarias y viven en grupos donde existen alimentos
en abundancia; tal vez lo hagan más por seguranza que por otra cosa, pues con
miles de ojos atentos es probable que un predador como el halcón peregrino sea
avistado con bastante antecedencia. De hecho, las aves de rapiña prefieren atacar
o perseguir aves solitarias.
Las zancudas como las avutardas
forman bandos mixtos de varias especies: impresionan cuando alzan vuelo en
conjunto. Centenas o hasta miles de aves costeras vuelan en formación cerrada,
inclinándose o mudando de dirección, subiendo y bajando como si fuesen controladas
por una mano invisible. ‘El hecho de
miles de aves volaren juntas a grandes velocidades y con capacidad de ejecutar
maniobras en coordinación sincronizada es un milagro en sí mismo’, nos
relata el Manual de las Aves del Mundo
– una serie de 16 volúmenes producidos por la editora Linx Edicions (1992),
bajo la dirección de Josep del Hoyo y otros. Sabemos que algunas zancudas son
auténticos viajantes internacionales: estas aves pueden ser vistas
prácticamente en todo el mundo, en márgenes de ríos o lagunas, y en las costas
de cualquier país; son capaces de recorrer 32.000km en una odisea anual sin
precedentes, visto que sólo el halcón peregrino hace un recorrido semejante, pero
bastante inferior en 6.000km. Es interesante constatar: a pesar de atravesar
mares y océanos en sus viajes migratorios las zancudas como las avutardas no saben
nadar y nunca paran en el agua. De ahí la necesidad de cargar enormes
cantidades de ‘combustible’ (proporcionalmente, llevan más que un avión Jumbo):
en el despegue representa 40% de su peso total. La pregunta es ésta: ¿cómo
ellas se abastecen en pleno vuelo? En su libro The Life of Birds, David Attenborough, nos asegura: ‘estas aves acumulan ‘combustible’ en forma de gordura y se alimentan tan
ávidamente en las tierras pantanosas que, en pocas semanas durante el verano,
casi doblan su peso. Las reservas son aún mayores en los órganos internos,
incluido el cerebro y los intestinos que se encogen para poder acumular más ‘combustible’ sin aumentar el peso’. Las aves
migratorias como las avutardas asiáticas, aves muy resistentes al frío,
enfrentan una vida agitada: tienen sólo 2 semanas para encontrar su pareja,
establecer el propio territorio y hacer el nido. Después tienen 3 semanas más para
incubar los huevos y otras 3 para criar los polluelos. A final de julio todos
(padres y crías) vuelven para el sur. Y su vida difícil no para por ahí: los
peligros migratorios son muchos, entre los cuales está el cazador. Se cuenta
que en el siglo XIX, fueron abatidos casi 50.000 chorlitos dorados (Pluvialis apricaria), en un solo día
(¡?). Sin embargo, el mayor peligro específico de las avutardas está en el
desaparecimiento de los humedales y áreas pantanosas ibéricas, sobre todo
cuando son costeras: tienen enormes dificultades en adaptarse a estas pérdidas.
Como observaba el naturalista y fotógrafo de aves, Arthur Morris (1922-¿?), ‘el día en que uno de nosotros vea un bando
de avutardas subiendo y bajando cerca del agua, o simplemente pare para oír los
sonidos impresionantes que estas aves emiten en grupo, encontrará dificultad de
olvidar tal escena’.
Existen pocos datos sobre la
duración media de vida en libertad de las avutardas; se estima entre 10 y 15
años. Las avutardas son las aves con mayor tamaño de Europa, típica de zonas
esteparias y humedales, así como el ave emblemática de Los Llanos de
Cáceres/Extremadura. En realidad, siglos de agricultura y pastoreo han
transformado diversas zonas de España en llanuras esteparias donde actualmente
impera el cultivo cerealista > un hábitat artificial que cobija a muchos
animales de hábitos esteparios: de todos ellos se destacan las avutardas, aves
de cuello y pico largos, además de poderosas patas en las cuales falta el dedo
posterior. Los machos se distinguen por la bigotera, desarrollada plenamente a
los 6 años. Las avutardas poseen un plumaje pardo-grisáceo, frecuentemente
moteado o con franjas oscuras. Llama nuestra atención el ensanchamiento bajo el
paladar (foto), extendido por el cuello que infla y utiliza como exhibición
cuando es observada o durante el cortejo amoroso. Para levantar el vuelo tipo ganso dan un
impulso fuerte a su frente, y sólo entonces se muestran muy blancas. Son
asustadizas y desconfiadas y prácticamente mudas o silenciosas; los machos
emiten un sonido similar a pedorretas hechas con la boca. Por lo general, transitan
en bandos que, vistos de lejos, más se parecen a un rebaño de ovejas, pastando
en campos de cereales Son del tamaño de pavos reales o gansos con el cuerpo en
posición horizontal. La hembra pone entre 1 y 5 huevos (generalmente, 2 o 3), y
cuida de los pollos durante mucho tiempo. Normalmente, las avutardas son omnívoras, arrancando hierbas y césped
como alimento; necesita agua para beber. Y de modo habitual usa como alimento
suplementario insectos, ratones, gusanos y huevos de otras aves. En la antigua
agricultura manual era un ave favorecida por los cultivos en barbecho, pero con
la mecanización moderna se ha visto seriamente amenazada; su población
disminuye constantemente. En Cataluña, aparece esporádicamente; sólo se la ve
con alguna abundancia en las llanuras cerealistas del centro-sur peninsular.
Las avutardas, en general, están entre
las mayores aves voladoras de la actualidad, junto a la avutarda kori (Ardeotis kori) y algunos cisnes. Los
machos se distinguen por su color terroso encima y blanco debajo, con un gran
cuello y la cabeza grisáceos. El pecho y los lados inferiores del cuello son
castaño-oscuros. Cuando crían, presentan plumas largas en la base del pico denominadas
bigoteras; a estos machos se les
conoce por el nombre de barbones (finos,
delgados, casi en los huesos). Crecen muy deprisa en los primeros meses de
vida, y dicen los entendidos que las avutardas siguen creciendo durante toda la
vida. Las hembras son 30 y 70% menores que los machos, ya su plumaje es casi
idéntico en ambos, o levemente apagado en la hembra. Las avutardas crían en
marzo en áreas donde los machos suelen agrupar a las hembras y donde a sus
anchas exhiben el cortejo amoroso para aparearse con ellas mediante movimientos
tipo ‘rueda’, presentando el auge a principios de abril, en la primavera, junto
con toda la Naturaleza entonces repleta de vida. Una vez apareada, la hembra se
dedica en solitario a los cuidados de la reproducción, la nidificación (excava superficialmente en el
suelo), la puesta de 2 o 3 huevos e la incubación por casi un mes. Los pollos
de avutarda son nidífugos > andan
y abandonan el nido en compañía de la madre, acompañándola a todos los lugares
durante meses. Los juveniles (machos) se independizan antes, mientras las
hembras jóvenes permanecen al lado de la madre hasta la próxima incubación.
Originalmente, las avutardas hacían sus nidos en estepas y praderas
centro-orientales (Mongolia/China), pero con el avance de las civilizaciones
las avutardas se aclimataron en las llamadas pseudoestepas > espacios abiertos para el pastoreo extensivo y los
cultivos de secano, sobre todo de cereales (trigo, cebada, centeno y avena)
ej.: la Tierra de Campos/Palencia es un lugar ideal para la avutarda común en
la península Ibérica. Por causa de esas mudanzas, las avutardas orientales se
expandieron hacia el oeste europeo. Hoy, su hábitat preferido está en las
estepas o páramos cerealistas, y completadas por terrenos o parcelas en
barbecho, sobre todo de leguminosas, viñas, pequeños olivares, almendros y
áreas de vegetación natural. La población ibérica de avutardas es la mayor del
mundo, con 50% de las poblaciones existentes en prácticamente todos los
continentes. Los resultados de un censo realizado en 2004/05 señalaban unas
25.000 avutardas, casi la mitad de ellas estaba en Castilla y León, siendo Palencia
unas de las 9 provincias con mayor número disponible en la Tierra de Campos y
en la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila/Zamora. En orden
decreciente, están: Castilla y León –‘último
reducto mundial de la avutarda’- (10.700), Extremadura (6.000 individuos),
Castilla-La Mancha (4.500 ejemplares), Madrid y Andalucía (1.200 cada).
Las avutardas padecen de una peligrosa y extremada tasa de mortalidad en
los primeros días de la reproducción, debido fundamentalmente a la poca
cobertura que le ofrece el medio natural donde vive y se desenvuelve. La mecanización
masiva de los campos y las zonas expuestas a cultivos intensivos sea de
cereales o cultivares de hortalizas y leguminosas junto con la proliferación de
los cazadores deportivos, ocasionan una regresión galopante a punto de muchos
expertos en ornitología decir abiertamente que, a seguir la indefinición de
ayuda a su repoblamiento tal como está en la actualidad, la avutarda tiende a
desaparecer de sus últimos enclaves. Según los criterios de la UINC que lleva
en cuenta el declive constante de hábitats con la pérdida y fragmentación de
las áreas de nidificación, las avutardas están listadas en la categoría vulnerable (VU) en toda la península
Ibérica. En la Lista Roja constan los siguientes factores como los verdaderos causadores
de esa reducción: la intensificación agrícola en diversas direcciones de
cultivos, la extensión de los cultivares de regadío en tierras de secano
(estepas y praderas o prados naturales), la construcción de infraestructuras
(carreteras, líneas o tendidos eléctricos, urbanizaciones, etc), la caza
abusiva e irresponsable por parte de cazadores sin cualquier conciencia
ecológica y el uso extensivo de pesticidas y otros venenos plaguicidas. En un
pasado reciente, las áreas de distribución de las avutardas fue muchísimo
mayor, pero con el pasar de los años ha ido extinguiéndose en casi toda Europa,
principalmente en los siglos XIX y XX ej.: son territorios demostrativos de ese
descalabro las islas Británicas (1832) y Rumania (1967). De modo especial, las poblaciones
centroeuropeas están actualmente casi extinguidas, sólo quedando algunos
núcleos o enclaves de interés en las regiones esteparias de Hungría y República
Checa; existen también proyectos de recuperación en el Reino Unido y Alemania…
Sobre las poblaciones asiáticas sabemos muy poco, aunque se conjetura que el
estado de conservación de las avutardas es realmente desfavorable y muy
precario.
A pesar de la población ibérica ser la
mayor del mundo, hasta los años de 1980 las avutardas fueron piezas o trofeos
de caza, dentro de la llamada cínicamente actividad
cinegética en España, sobre todo en Castilla y León, donde en muchas ocasiones
se mataba a estos animales como se de pavos reales se tratase: se decía, para
guisar y comer en nuestras cazuelas: una situación explotadora que ha provocado
grandes declives en las poblaciones castellanoleonesas y en el desaparecimiento
de muchos hábitats y núcleos de reproducción en las mesetas de Castilla (La
Vieja y La Mancha). Sobre todo en estas últimas décadas cuando se han
intensificado las prácticas agrícolas modernas: implantación de regadíos,
abandono de los procedimientos manuales de cultivo, la roturación de pastizales
y herbazales naturales, la pérdida de tierras de barbecho, la expansión urbanística y la proliferación de
infraestructuras (carreteras y tendidos eléctricos, por ejemplo), la caza
ilegal y abusiva de nuestros cazadores
empedernidos; en fin, un numeroso sumatorio de factores y concausas que amenazan acabar con esta
especie, tan llamativa en los humedales palentinos de la Laguna de la Nava y en
la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila/Zamora y otros parques ibéricos
como los de Ruidera/Ciudad Real, Peñalara/Segovia, Neila/Burgos, Las
Batuecas/Salamanca, Las Ubiñas/Asturias, etc. Todas estas amenazas responden por
la situación delicada y desfavorable por la cual está pasando tanto la
reproducción e incubación como la conservación in loco de las avutardas en cualquier parte de España. Un ejemplo
que llamó nuestra atención fue dado por
el corresponsal de la comarca de la Lampreana/Zamora, dentro de la famosa y
extensa Tierra de Campos, ‘incrustada
como un triángulo casi perfecto en el corazón de la Tierra del Pan, a poco más
de 30km al norte de Zamora [capital]’. Sobre esta comarca zamorana, Gerardo
G. Calvo dejó escrito (1943): ‘tierra muy
apetecible ya en la época romana tanto por las aguas salitrosas que se
encuentran en esta comarca, como por su buen terreno para la producción de
cereales. El trigo es aún hoy en día la principal y casi única cosecha’. Y
ciertamente por este detalle podremos concluir que se trata de una tierra
pródiga en avutardas. De hecho, en Pajares de la Lampreana existe literalmente el camino de las avutardas: de catalejos
en la mano, cualquier turista intenta encontrar a lo lejos las famosas y
esquivas avutardas, ‘ave en peligro de
extinción de las que unos pocos miles siguen sobrevolando los campos de España
y algunas reservas como esta de la Tierra del Pan’.
De hecho, entre las lagunas de
Villafáfila y el pueblo de Pajares de La Lampreana, se extiende la mayor
reserva de avutardas de España, unos 3.000 ejemplares, según nos señalan las
últimas estadísticas. En este lugar de Zamora, entre nubes, pacas y algunos animales
silvestres, cualquier turista puede apreciar el pausado remar de las avutardas;
parece les pesa la panza (en realidad, ‘el
ensanchamiento abultado del paladar, extendido por el cuello que infla y
utiliza como exhibición cuando es observada o durante el cortejo amoroso’),
y mueven sus alas con un pausado maniobrar, lento y armonioso. Son especies
avícolas que desconfían de todo y de todos, no obstante ahora gocen de miramientos
nunca antes vistos en la historia de este país, a tal punto que si un labriego
o paisano demora más de la cuenta en segar sus campos obtiene del gobierno una
bonificación. Claro, a las avutardas les gusta empollar entre las espigas. En
esta región, no existen cables o tendidos eléctricos que entorpezcan el vuelo
sincronizado de las avutardas. Aquí ellas pueden andar y trotar a sus anchas. Nadie
las perturba: a lo lejos una especie de conciliábulo de avutardas se rozan
contra el horizonte que nos deja a las oscuras. Es hora de partir de la región
que bien podría llamarse comarca de las
avutardas, porque las lampreas hace tiempo se extinguieron junto con las
lagunas saladas. Ahora, en los campos de Pajares de la Lampreana sólo se
avistan avutardas, ‘de pausado maniobrar,
lento y armonioso’, en una tarde de verano de un simple turista
castellanoleonés. Las lampreas (cilíndricas, viscosas y puntiagudas) y los peces
criados por los monjes del Monasterio de Sahagún con las que abastecían sus
refectorios durante la Cuaresma, no existen más; las avutardas ocuparon su
lugar. A pesar de que según se decía antiguamente, ‘la lamprea es un manjar de dioses, pero tiene mala prensa porque come
muertos’ [Camilo José Cela (1916-2002), en su libro Madera de boj. En este momento en que recuerdo al gran escritor
español, una curiosidad me vino al
pensamiento: las avutardas tienen un peso cercano al límite de su vuelo por
encima del cual un ave no consigue volar. Y aunque parezcan pavos reales no
poseen ningún parentesco con ellos, pero sí con las fochas, las pollas de agua y las grullas > aves de lugares abiertos,
que se desplazan dando zancadas con sus largas patas y enormes picos por medio
de los cuales recogen semillas e insectos. Eran consideradas, entre los
antiguos, símbolos de la prudencia y de la vigilancia, pues según consta,
cuando una grulla llega a un determinado lugar su primera medida es: ‘establecer un acecho para no dejarse
sorprender por el sueño. Así se sostiene tan solo sobre un pie y en el otro
pone una piedra, para que cayendo le despierte’. En China y Japón, las
grullas (‘hermanastras’ de las avutardas) son consideradas ‘amuletos de la buena suerte’.
Las avutardas tienen algunos comportamientos considerados ‘extraños’ por
sus observadores. Por ejemplo: las avutardas entran en las vides para comer uvas, frutos carnosos que aprecian
mucho, pero los estragos son terribles. Durante el cortejo nupcial, el macho se
pavonea hinchando el plumaje del cuello: de lejos se le puede confundir con una
oveja. Además, bandadas de avutardas con bastante frecuencia se entremezclan
con los rebaños de ovejas mientras éstas pacen, sobre todo en campos abiertos.
La avutarda, para quien no lo sabe, es una de las aves más asustadizas y
desconfiadas de la Naturaleza. De modo especial, se siente muy amenazada por el hombre y, por
eso, raramente se aproxima del ser humano a menos de 200m. Utiliza las hierbas
altas o las plantas de los cultivos para esconderse, aunque resulta difícil hacerlo
dada su envergadura de 2,20m, y por eso considerada el mayor pájaro de la
península Ibérica. Como me decía un amante de la naturaleza, la avutarda ‘presume de su gran tamaño y llamativo
plumaje, pero no encuentra igual cuanto a la desconfianza frente a los
depredadores, principalmente del hombre, su peor enemigo’. La avutarda se
muestra en la plenitud cuando vuela: este gigantesco pájaro lo hace de un modo
espectacular, alcanzando velocidades de 80km/h. Al iniciar el vuelo da la
impresión de que éste será torpe y lento, pues las avutardas precisan de amplio
espacio en el suelo para el despegue. Ellas son reacias a volar, y a no ser que
se vean amenazadas prefieren apeonar,
haciéndolo con el cuello muy estirado y adoptando una postura de alerta característica,
o sea, caminando sosegadamente sin
perder de vista lo que ocasionó su desconfianza. Si espantadas, una vez que
pasa el peligro vuelven a la posición anterior, aunque ahora con mayor recelo.
No es un pájaro solitario; al contrario, forma pequeños bandos que se unen
entre sí en la época del celo amoroso. Y más: en cuanto la hembra está
incubando, los machos se reúnen formando bandos que los cazadores llaman
‘toradas’. Los juveniles forman bandos también y se unen a los adultos cuando
éstos tienen a sus respectivas parejas incubando los polluelos. Las avutardas
son pájaros mudos o silenciosos, pero en diversas ocasiones emiten un gruñido que puede significar agresividad
o miedo. Durante la reproducción lo machos emiten un ladrido ronco junto al nido; la hembra guía a los pollos con
sonidos guturales, casi imposibles de ser registrados onomatopéyicamente.
Cuando se sienten amenazadas emiten un sonido gutural equivalente a un ‘kreng’ casi mudo. La avutarda, debido a
ser un pájaro de gran tamaño y fuerte, es fiero y valiente, y ataca si se
siente presionado tanto en la carrera como en el vuelo, frente a los enemigos.
En realidad, esto acontece raramente porque poseen un oído muy fino y una visión agudísima, además de su
proverbial desconfianza permitiéndole huir antes de enfrentar a sus enemigos. Y
si por acaso sale malherida ataca ferozmente y de modo inesperado cuando se la
intenta coger: siempre acompañada de resoplidos y silbidos estridentes.
Las avutardas no tienen prácticamente ningún
enemigo a no ser los cazadores furtivos, no obstante la protección y
prohibición de la caza, sobre todo en la Tierra de Campos y llanuras de La
Mancha (a partir de 1980). En verdad, estos bichos ocupan varias zonas de España, sobre todo las
llanuras desprovistas de vegetación arbustiva y campos de siembra (trigo y
cebada), pues se alimentan de materia vegetal, en especial, de gramíneas,
hojas, granos de cereales, hortalizas, leguminosas y un número incalculable de
plantas y flores, principalmente de la margarita de los prados y del diente de
león tan abundantes en Prádanos de Ojeda. Además, marca preferencia por las
leguminosas sobre todo las uvas maduras. Su dieta también incluye abundante
materia animal como saltamontes, grillos, escarabajos, lombrices de tierra,
larvas etc, no desdeñando insectos, ratones, lagartos, y no dudando asimismo en
comer huevos y pollos de otras especies. Entretanto, como decía un experto en
avutardas, ‘ningún acontecimiento en la
vida de las avutardas es más importante y espectacular que el cortejo [amoroso] de los machos y hembras’. La descripción
es algo surrealista, pero lo que más llama nuestra atención es el conjunto de
maniobras y juego de plumas. Así lo relata nuestro comentarista: ‘en conjunto el pájaro con el plumaje erizado
recuerda más a una oveja, no viéndosele [sino] apenas las patas, tan hinchado está el pecho que casi toca el suelo y
las plumas que forman el bigote quedan casi verticales. A la vez sacude con
languidez las entreabiertas alas y gira lentamente en la ‘rueda’ de hembras que
le contemplan. Normalmente cada macho se dirige a una determinada hembra
delante de la cual parece tener más interés en realizar su cortejo [amoroso]’.
Todo este ritual se repite varias veces. En España, las poblaciones de las
avutardas están estimadas en 25.000 ejemplares: Castilla y León alberga el
mayor número (46%); después se encuentran Extremadura (30%), La Mancha (16%) y
Madrid (5%). Las otras comunidades autónomas contienen poblaciones mucho menores,
fragmentadas y, en general, muy amenazadas. Francisco José Purroy [nacido en Pamplona/Navarra
(1946)], famoso zoólogo y conservacionista español, nos dejó esta frase sombría:
‘es negrísimo el porvenir de las
avutardas’. Para este amante de la naturaleza, el mayor responsable por esa
tremenda disminución de las avutardas ha sido el hombre, porque ‘la ha cazado de forma incontrolada, lo mismo
con armas de fuego como con procedimientos rudimentarios, pero eficaces, entre
ellos el mortífero anzuelo cebado con zanahoria, sin olvidar las persecuciones
nocturnas con farol y cencerro’. Mi caro amigo, on-line, ¿has reparado que
en todos los descensos y disminución de las poblaciones silvestres de España,
siempre están los cazadores? Por eso, yo diría con deseos de mejorar esta
situación: ¿hasta cuando los gobiernos de la Unión Europea permitirán estos
abusos contra nuestros animales silvestres? Y más: ¿hasta cuándo, cazador
irresponsable, ‘abusarás de nuestra
paciencia?’, reproduciendo aquí la histórica frase de Cicerón (63 aC): ¿quosque tandem abutere patientia nostra? ¡He
dicho!
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