sábado, 20 de outubro de 2012

De vacaciones, en San Jorde/ Prádanos (4)


Réquiem al pueblo de San Jorde

Estoy en San Jorde, un pequeño despoblado,
Un diminuto enclave de Prádanos de Ojeda.
Le veo y le miro y le contemplo llorando.
Las ruinas y sus escombros son tan despreciados...
Otrora, tal vez fuese un solar de una villa o pueblo,
Fundación medieval de un repoblador desconocido,
- Un ricohombre generoso y aventurero.
Por cierto, un hombre devoto y temeroso de Dios,
Pues su primer pensamiento levado a buen término
Estuvo en levantar una ermita de bella espadaña,
Que por devoción extremada y persistente
Dedicó a san Jorge, nuestro santo guerrero.

Por acaso, sus días, labores y faenas del campo
Exigieron coraje, habilidad y destreza,
Ciertamente virtudes de un gran combatiente,
Inmortalizado y promovido por la iglesia católica,
Además de ser empinado a los altares del culto cristiano
Por haber derrotado al dragón infernal.
- Satanás, origen y causador de todo maleficio.
Hoy, San Jorde es apenas un montón de ruinas:
No tiene calles, no se ven casas...
Tan sólo algunos cimientos afloran a barlovento.
No existen muros de casas derrumbadas,
Posiblemente hechas de adobe - unas 20 no más -,
Que sesteaban a los pies de la noble ermita.

Sobre un promontorio, un otero poco alto y subestimado,
Nuestra ermita se yergue soberbia, imponente en su simplicidad.
Sin duda, un destaque rural en la inmensidad rastrojera del campo.
En otros tiempos, alrededor de esta ermita romera
Crecían prósperos céspedes y bellas hierbas campestres
Que ofrecían al visitante o peregrino algún consuelo reconfortante.
Un colorido de fascinante textura y nunca visto.
El verde de la primavera, inundando la altiplanicie praderense,
El color rojizo de la tierra y de sus barbechos floridos,
Así como el blanco nival de inviernos cruentos y retraídos,
O cuando llegaban las cosechas del esplendoroso trigal.

Aún vemos la ermita en pie, casi cayéndose en su interior.
Aunque desecha en escombros y con el techo arruinado,
Ella sobrevive con su orgullosa torre en forma de espadaña.
Todavía despierta religiosidad y sacra reverencia
A los visitantes que como yo la procuramos,
Como simples 'romeiros' o peregrinos,
Y a ella nos acercamos con el corazón en las manos.
La ermita de San Jorde es una reminiscencia de siglos
Cuando la mampostería y construcción eran divinizadas.

Un arco triunfal apuntalado se destaca
Sobre falsos y minúsculos capiteles, sin dibujos.
El presbiterio está cubierto con cañón también apuntalado,
En cuyo fundo, con bella hornacina, estaba san Jorge.
Hoy, a lo que parece, en salas de algún museo
Descansan en paz, junto a los restos de otras ermitas,
Las imágenes que nuestros mayores cultivaron con devoción
Ahora, relegadas al olvido por culpa de incurias y descaso,
Y otras catástrofes ajenas al pueblo de San Jorde
Permanecen en el limbo de la oscuridad irresponsable,
Porque  algunas personas no supieron conservar,
O cuando menos regir un patrimonio tan sagrado y altivo,
Contra los avatares del tiempo y la ferocidad del invierno.

La nave [única] es simple, de pequeña capacidad de fieles,
Pero demuestra hidalguía y  ornamentación de tiempos gloriosos.
Como complemento, vemos un recinto donde se posaba
La pila bautismal, de tantos recuerdos festivos,
Pues entre sonrisas y declaraciones de fe
Nuestros niños [as] recibían las aguas regeneradoras de Cristo.
Al lado izquierdo del altar, había una mínima sacristía,
Y en cuyos fondos dormitaba el cementerio de nuestros mayores.
No existe más el pórtico de entrada abierto al mediodía.
Las ruinas y escombros de su techumbre
Amenazan a quien osar trascender aquel recinto sagrado.

En nuestros días, apenas la torre y parte de los muros
Ofrecen al visitante una visión celestial de su pasado.
Sólo la espadaña se levanta y sobrevive como a decirnos:
Durante siglos, acogí dos campanas y sus alaridos,
Llamé a los moradores que aquí, en este mismo lugar,
Se arrodillaban y rezaban y suplicaban a San Jorge
Buenas y abundantes cosechas de cereales...
Aquí, durante siglos, los fieles oraron y pidieron al Señor
Protección, trabajo, paz y alegría, en abundancia.

Hoy, San Jorde como pueblo caído
Es un monte de ruinas y destrozos polvorientos.
No existen paisanos y mujeres  yendo o viniendo.
Cuando mucho, algunos cimientos resquebrajados
Se revelan, soñolientos, por entre sus heridas.
No vemos muros o paredes de casas derrumbadas…
Apenas encontramos restos de un casario ruinoso
Aún sobrevivientes  de la hecatombe.
Por eso, no se observan muros ni se ven paredes.
Tan solo los desechos de un pueblo fantasma
Que se perdió en los recovecos de la historia de Prádanos.

Como enclave del municipio de mi pueblo,
San Jorde, según se dice, contaba con unos 20 vecinos,
Moradores  y recortes de gente castellana
Que sesteaban a los pies de la noble ermita.
Quien la erguió sobre aquel otero perdido 
Entre trigales y tierras de labranza,
Hasta hoy no lo sabemos y ni lo sabremos por mucho tiempo.
Pero la ermita sobrevive a los siglos, soberbia y orgullosa,
Siempre imponente en su simplicidad llanera.

A ti, noble espadaña, hoy sin campanas a muestra,
Vengo a decirte, de la profundidad de mi alma enlutada,
Que fuiste, eres y serás una imagen indestructible,
Porque nadie te arrancará de mis lágrimas,
Tal como te veo solemne, imperial y perfilada,
Delante de esta tierra rojiza, verde o blanquecina
De los roturos o barbechos, sembrados y rastrojos
A que el hombre te obliga en su destino.
Adiós, mi tierra querida; mi ilustre compañía.
Te bendigo desde mi alma que no te olvida
Y jamás te dejaré en ruinas.
Dentro de mí serás eternamente joven y femenina. 

A San Jorde: unas ruinas (1)

Delante de estas ruinas siempre sagradas
-Hechas de adobe, de piedra o de barro-,
Me arrodillo, y temblando en mi desgarro
Pienso en sus calles ahora olvidadas.

Al redor de las casas arrasadas
Vivo un pasado del cual desamarro
Las áncoras del tiempo, e a ellas me agarro,
Y las llevo conmigo destrozadas.

Pienso en el cantar de muchos pájaros,
En jolgorios de niños distraídos
Y en el suave toque de dos campanas

Tintinando a fiestas, y en los cántaros
Que las mujeres y sus botijos pulidos,
Traían de la fuente en horas solanas.

A San Jorde: silencio de ocasos (2)

Ahora no más se escuchan las campanas,
Ni se ven las algaradas de niños.
No vemos las casas en desaliños,
Ni calles abiertas o encajonadas.

El silencio rural de las cañadas
Aún se impone y se extiende con aliños
Sobre todas las cosechas de ‘armiños’
Y las labranzas tan bien rastrojadas.

No se oye el tintinar de las esquilas
Cuando las ovejas iban al arroyo,
Ni los gritos del labriego en su burro.

Todo está en calma. Solo nuestras pupilas
Se fijan a lo lejos en aquel hoyo
Donde un día crucé con don Casmurro.

A San Jorde: la espadaña (3)

Ah, como es triste contemplar la ermita
Y verla sin las campanas en sus huecos.
Aquellas voces repitiéndose en ecos
A través del campo en continua cita.

La espadaña sobre la iglesita
Apuntando para el cielo y sus flecos
Que ahora se alejan como dos ‘amarrecos’
En un lago azul y de orilla bendita.

En el cementerio crecen las zarzas;
No existe puerta y nadie toca a muerto.
Un silencio mortal reina en los escombros.

Parece que la muerte ahuyentó las garzas
Que otrora rezaban en aquel huerto.
Hoy, los rastrojos se encogen de hombros.

A San Jorde: ¿habrá recuerdos? (4)

San Jorde como pueblo no existe más.
Solo la ermita sobrevive al tiempo;
Tan sólo la lluvia y algún contratiempo
Cruzan aquel despoblado sin compás.

 Las ruinas estremecen cuando detrás
De sus restos caídos veo y tiento
Comprender la historia de este asiento,
Que las auroras respetan además.

El San Jorde de antaño salió del mundo
Para entrar en los cuentos infantiles;
Simplemente se torno un crepúsculo

Como el ¡ay!  postrero de un moribundo,
Pues no más habrá recuerdos pueriles
Y ni la besana de un simple pedúnculo.

A San Jorde: despoblado que llora (5)

Hoy, San Jorde es un despoblado que llora
Lágrimas de ternura y abandono;
Los hijos le dejaron y su trono
Está vacío; el reloj no marca la hora.

Las fuentes secaron; no hay cantimplora
Para saciar la sed del madroño.
Labriegos no esparcen más el abono…
Por detrás de la ermita la tierra implora:

Dejadnos en paz hombres sin entrañas;
Ahora somos espectros de un sol caído
Y nuestros arroyos secaron sus aguas limpias.

Vivimos a la sombra de espadañas
Que el viento recorta contra el muro ido.
Somos los restos de manoplas impías.

A San Jorde: requiescat in pace (6)

Requiescat  in pace villa bendita:
Casas de adobe y calles polvorientas,
De arroyos estrechos y fuentes sedientas,
Arboleda poca junta a la ermita.

Requiescant in pace muros sin pellica,
Rastrojos o cosechas corpulentas,
Roturos o tierras en flor macilentas,
Prados cobertos de hierbas malditas…

Requiescat in pace torre de la iglesia,
Espadaña angular de dos campanas.
A vosotras dedico estos mis versos

Como prueba rotunda de mi algesia (>dolor)
En querer pisar tierras castellanas
Y recordar momentos adversos.

A San Jorde: sin destino… (7)

San Jorde, pueblo que estás sin destino
Y pereciste en manos asesinas;
Vengo a tus pies en todas las esquinas
Hay lamentos perdidos por el camino.

¿Por qué tus hijos perdieron el sonido
De dos timbres de voces argentinas,
Tan brillantes como luces divinas
Y envueltas en el polvo repentino?

Hoy no tienes vida ni pensamiento;
No veo trabajo en las tierras de trigo.
No hay pulsar en tus hombres y mujeres

¿Dónde están tus niños sueltos al viento?
¿Dónde está el cura tu mejor amigo?
Todos se marcharon. Y sus quehaceres…

A San Jorde: lamentos (8)

Rastrojos de estrellas lloran a muerto
Después que el sol se recoge al ocaso,
Y es destrozado en su interior paso a paso.
Hoy, San Jorde más parece un desierto.

Nuestro mirar solo ve desconcierto;
Por todos los lados vemos un caso
De amor y odio ante el descaso
De quien debería florar aquel huerto.

Sí, el cura cuidando de la ermita;
El alcalde gobernando su gente;
Y el médico curando los enfermos.

Pero allí ¿qué vemos? No hay voz bendita.
Nadie que piense en futuro fulgente,
O en un mañana intenso en estos yermos...

A San Jorde: vuelo de golondrinas (9)

Miro al cielo, y sólo veo golondrinas
Que pasan corriendo como un relámpago;
Los gorriones se entrecruzan en el cuérnago
Y, en bandadas, al redor de las encinas.

En San Jorde, en las supuestas esquinas,
Se escucha el rugir de algún murciélago,
O el viento que besa un pequeño lago.
Un corzo deja el trigal y sus ‘cortinas’.

En un barbecho, cerca de un lindero,
Vi un conejo saltitante y travieso.
Me miró  y dijo: ¡adiós, mi compadre!

Un caballo pace en el pequeño sendero
En cuanto su dueño, ahora en pie y tieso,
Acaba de vez con aquel desmadre.

A San Jorde: el arbolado (10)

A distancia, a través de una arboleda,
Me aproximo de ti, pueblo arruinado.
En tus restos de sombra y contra el prado
La ermita respira aires de la Ojeda.

Aquí, reposa la rica alameda;
La chopa > hito del romero cansado;
La fuente abundante de caño alargado.
Y la ermita con ‘manteles de seda’.

Entre dos caminos, cerca del monte,
San Jorde despunta entre dos oteros,
Muy cautivante y en gran perspectiva

De lejos, aún parece un bisonte
Dominando el campo y muchos linderos.
Allí moraba gente creativa…

A San Jorde: ¿Por qué…? (11)

San JordeSan Jorde ¿por qué dejaste
Que te maltratasen con tanta saña?
Y ahora ¿cómo estás? Tragedia extraña:
Sobraron los restos de un vil desgaste.

Hoy, tan sólo vemos el rictus de un desastre:
La orgullosa ermita y bella espadaña,
Símbolos de fe en tierras de España
Y signos que nos apuntan algún contraste.

Alrededor de las inmensas llanuras,
Palentinos  de la Tierra de Campos,
Allí, donde castillos y contrafuertes

Crecen como cogollos de verduras,
Allí, junto a conventos y camposantos,
San Jorde sucumbió a todas las muertes.

A San Jorde: entre escombros (12)

Entre los escombros surge San Jorde,
Un despoblado confuso y pequeño.
Hoy, no tiene hontanar o cualquier sueño,
De casas, calles o bicho que morde.

Allí, no se oye un mero desacorde,
Ni gritos o algún barullo hogareño.
Un silencio vulgar desfrunce su ceño
Y nos lanza palabras de reborde.

En su lenguaje de mirar vacilante,
Repica su refrán a veces festero
Cuando revive los días de gloria.


Entonces le veo ágil y pasante
Por los atrios de tierra en desespero,
Y lejos de ser un marco en la historia.

San Jorde: cerca de Prádanos (13)

Cerca de Prádanos, un poco alejado
Del curso y vida social de mi pueblo,
San Jorde es un triste ocaso que yo amueblo
En los desvanes de un palco ignorado.

Como enclave granjero [y despoblado],
Obra y dependencia de cierto repueblo,
San Jorde se perdió, y no tuvo arreglo.
Nadie siguió el histórico legado.

Así, muerto, roto y preso al olvido,
San Jorde es, hoy, una pequeña ermita
Aún en pie, aunque envuelta en asombros.

Quien la visita estremece, sentido,
Por verla abandonada y restricta
A un montón de ruinas y mil escombros.

A San Jorde: pasando de largo (14)

Pocos llegan a San Jorde, de verdad.
Algunos pasan, observan las ruinas,
Se alejan con las orejas mohínas,
Y dejan para tras la triste orfandad.

Pocos buscan el silencio y la soledad
De aquella ermita y torre beduinas,
Acogedoras y también peregrinas
Para quien quiere apenas tranquilidad.

San Jorde, a media legua del Burejo,
Sirvió de parada y ameno sosiego
A todos los demandantes jacobinos.

Hoy, no vemos procesión o cortejo…
Ni hay un campesino que lleve su riego
A la tierra sedienta y a los molinos.

A San Jorde:  un enclave (15)  

A camino de San Jorde [un enclave],
Atravesé una cerrada arboleda,
Presencia rara y constante, en la Ojeda,
Cerca de ríos o algún otero suave.  

La noble ermita,  de una sola nave,
Se destaca en la pequeña vereda
Que pasa por entre una alameda
Antes de sulcar la tierra de desbrave.

Quiso Dios que nuestros pies ya cansados
Llevasen el recorrido hasta aquel instante,
Pues distancia y cansancio se juntaron

Para decirnos: ¡estos extensos prados
Fueron herencia abolenga y marcante
De nuestros abuelos que aquí moraron!

A San Jorde:  silueta mimosa (16)

De San Jorde revivo su silueta,
Algo imperecible en mi vieja memoria.
En verdad, ya hizo una estupenda historia
Con su espadaña de trazado asceta.

De lejos, vemos su faz recoleta,
La fachada esbelta algo purgatoria;
La manpostería y su arte notoria
Remarcan esta gleba anacoreta.

Su porte grandioso y exclamativo
Nos remite a eras de religiosidad;
A momentos que el pueblo rezaba con fe.

San Jorde es un bajorrelieve cautivo
A la tierra castellana de verdad.
Su silueta es una huella de un Dios en pie.

A San Jorde: un despoblado (17)

Cuando recuerdo a San Jorde, mis pasos
Se alargan por entre los prados en flor;
De Prádanos, sus escombros sin rancor
Nos hablan de infortunios y descasos.

Pero los despoblados no son casos
Que la historia ignore sin pundonor.
Al revés, ella les nombra con dolor,
Pues no se aceptan completos ocasos.

San Jorde nos causa un tremendo espanto,
Porque sus terrazgos son generosos
Y el campo labriego se abre al pormenor.

En sus tierras nunca hubo quebranto
Ni deshechos o labrantíos ruinosos.
San Jorde sufrió un desastre sin color…

A San Jorde:  una insignificancia (18)

Veo a San Jorde desde un rastrojo al vivo,
Imponente en su insignificancia ruinosa…
Sólo muestra la espadaña airosa
Y el campo al redor que ya fue más altivo.

Hoy, apenas es un recuerdo sustantivo,
Caído en combate sin mucha prosa…
Preso al olvido entre una y otra rosa,
En su entorno, el silencio es transitivo.

Los transeuntes le miran con desdén…
O cuando mucho enjugan las lágrimas,
Viendo su techumbre rota en pedazos.

La mirada se pierde y sufre también
Los horrores de verle en las últimas,
Caído de tumbos a puñetazos.

A San Jorde: ayer y hoy (19)

San Jorde, ayer un pueblo desbrabado.
Hoy con las calles y casas sumidas,
Sin cementrerio y con las paredes caídas,
Es un escombro que llora doblado.

San Jorde como un triste despoblado
Y cuya existencia ya fue destrozada,
No pasa de una ruina casi olvidada
En la imensidad de un roturo andado.

Observo de lejos su esbelta hechura,
Pues la ermita recuerda horas mejores,
Con su campanario tocando a muerto.

Hoy, ‘restos mortales sin sepultura’
Son pocos. Solamente los dolores
Gritan por socorro en aquel triste huerto.

A San Jorde: quietud y soledad (20)

Me impresionan la quietud y soledad
De este ‘monumento’ en real decadencia.
San Jorde es eso: una frágil resistencia
En la cárcava de un sitio sin mocedad.

Perdido en la cerrilla de una oquedad,
Surge al caminante como la excrescencia
De un mito piedoso, sin persistencia,
En vivir el propio destino y su parvedad.

Así veo a San Jorde, un hito en el campo
De Prádanos. Sin cualquier perspectiva
Hoy lloramos su crepúsculo impuro,

Los escombros de una ermita y su lampo,
Y ¡como no!, la historia desconstructiva
De un pueblo que muere con su futuro.   

A San Jorde: tierra amada (21)

San Jorde, tierra querida y amada.
No te olvido en mis múltiples razones,
Pues siempre te llevaré en los rincones
De mi alma pradanense y castellana.

Oh tierra sangrante, hoy abandonada
Por hombres que ven rutas  y portones
En medio del campo y de sus terrones.
Te quiero como a una amante sagrada.

Aquí, en mi caminada delirante,
Pido perdón por tu martirio adulto.
De cabeza descubierta, me postro

Y te digo con un aire triunfante:
No merecías perder o teu culto
Entre ojos y albas miradas sin rostro.   

A San Jorde: santos guerreros (22)

San Jorde y san Cristóbal son santos recios,
De préstamos andantes y guerreros.
Dos santos que unen pueblos y senderos
En esplendentes aventuras y aprecios.

San Jorde y su caballo no tienen precios,
Pues Satanás y sus muchos luceros
Fueron derrotados en los linderos
Celestes donde están Dios y sus ‘tercios’.

San Cristóbal es el gigante-barquero
Que venció los ríos más caudalosos
Y a todos lleva en sus hombros de acero.

Prádanos y  San Jorde y el campo entero,
Se ven hermanos de pies generosos
Y buscan sobrevida  en su escudero.

A San Jorde: ruinas de una ermita (23)

Mis pensamientos se ven con frecuencia
Envueltos en las ruinas de una ermita,
O iglesia caída en la soledad  fortuita
De un otero campestre, y su falencia.

Me impresiona ver aquella indecencia
De escombros, y nadie, nadie se invita
A izar una ‘obra de arte’ que crascita,
A los cuatro cuadrantes, por clemencia.

Me impresionan también los olvidos
Asaz irresponsables, traicioneros,
De gente deleznable e incompetente

Que deja a deriva los propios quejidos
De su ser moribundo. Sin barqueros,
La nave afunda en su propia corriente.

A San Jorde: ruinas de San Jorde (24)

Aburrido y cansado me refugié
En las ruinas de San Jorde. De allí
Traje mis versos irrequietos, y vi
Como es triste la voz de un traspié.

Por eso, las ruinas hacen hincapié
De mostrarnos la vileza de un frenesí
Cuando se huye o se llega a un para-ti
Rotundo: ‘no hay más suelo para este pie’.

¡San Jorde tuvo ese triste destino!
Los escombros estampan su futuro:
Un pueblo que perdió hasta el propio nombre,

Y la nada hace cuestión de leer su sino.
Hoy, un montón de ruinas y sin un duro.
Mañana, el campo ocupará su prenombre.

A San Jorde: añoranzas y saudades (25)

¡Como son tristes las ruinas de un lugar!
De repente, los años ven de vuelta
Y con ellos una y otra historia envuelta
En añoranzas y saudades de un hogar.

No existe un ser vivente y tan singular
Que no pase por fases de revuelta,
Por casos y momentos de bruja suelta
O percances presos a un bello solar.

San Jorde vió su vida y obra rotas
Por el tiempo, los hechos e incompetencia,
Sin contar la voz de sus habitantes

Y el silencio en las bodegas y bancarrotas,
Subscritos con pesadumbre e inconciencia,
O tal vez con deseos exorbitantes…

A San Jorde: ¿un caso sobrenatural?(26)

La penumbra  que recubre a San Jorde
Es algo sobrenatural, del cielo.
Postado  en rico y húmido suelo,
Cerca de ríos y arroyos en el borde

Habría de ser un pueblo de engorde
Y no un villorrio de pequeño vuelo,
Sujeto a la intemperie de un desconsuelo,
O deshecho en llantos de un monocorde.

San Jorde pasó a la historia sin cuentos
O pesadelos de sueños nocturnos,
Con malos augurios y algún aullido.

Sólo la ermita nos habla en lamentos,
Y sus ruinas en despojos soturnos
Que nos obligan a darles sentido.

A San Jorde:  fútil añoranza (27)

Aquí me ves, San Jorde de la labranza;
Te miro sobresaltado y lleno de furia
En verte  destruído  por tanta incuria,
Y por hombres  sin cualquier esperanza.

No acepto tus ruinas y la venganza
De estas paredes hechas de injuria,
Porque algunos hombres en penuria
Te lanzaron a una fútil añoranza.

¿Cómo es posible que esos desalmados,
Hijos o vecinos de un campo grande
Quisieron las ruinas de un cementerio?

Yo no acepto el abandono de prados,
Ni las espigas de un trigal que desande
La historia sagrada de un presbiterio.

A San Jorde: tierra irrequieta (28)

San Jorde > tierra irrequieta y soberana,
Mas olvidada de hombres y mujeres.
No hay rebaños ni distintos quehaceres;
Sólo ruinas en la ermita lejana.

Allí, donde tilintaba una campana,
Solo se escuchan algunos desquieres.
Hoy, no existen más pequeños placeres
A no ser el silencio de una aldeana…

Causa extrañeza ese abandono infantil
De un pueblo rico en campos abiertos,
De caminos libres y bien dispuestos

Y  de aguas que siempre llenaban el cantil.
Hoy, en su contorno, sólo hay desiertos
Y las gentes pasan sin hacer gestos…

A San Jorde: ‘ mar muerto’ (29)

En las rtedondezas de este mar muerto,
San Jorde brilla, en su simple armonía,
Entre los pueblos sin fisionomía,
O entre los que no tienen más concierto.

Su ermita no resuelve cualquier entuerto,
Y menos aún respira alegría.
Sólo la tristeza busca de día
Los acordes de un mero desconcierto.

Por eso, el romero que aquí se allega
No consigue entender tanto desperfecto
En torno de un despoblado ameno.

¿Por qué cerraron la rica bodega,
Y los habitantes perdieron el afecto
Por casas y rúas de este terreno?

A San Jorde: testigo ocular (30)

Soy testigo ocular del fin de mundo
En San Jorde > un despoblado arredrío,
Cuyos moradores sin albedrío
Dejeron la tierra en llanto infecundo.

Pero  no se piense que un ser inmundo
Causó tanto descalabro en el río
En arroyos descuajados y sin brío,
O en los páramos en coma profundo.

No, nada nos dice que el pueblo ameno
Dejó de existir por amores turbios,
O desehechos de gente inconsecuente.

No hay razones ni malestar sereno
Que expliquen semejantes disturbios
En un pueblo resguardado y caliente.

Mi despedida:
     
         A todos mis personajes les honro con mis versos, hechos  en tardes frías y soñolientas, cuando tuve tiempo libre y lo dediqué para explicarme delante de mis anfitriones, todos ellos espectaculares. Incluso, los lugares – especialmente Pico y Peña Cortada, San Jorde y el Cristo del Otero - por donde anduve durante las horas de pobre andarín en busca de alguna cosa perdida en mis años de infancia. Por eso, aquí dejo un beso y un abrazo que ofrezco a todos los parientes de Herrera, Palencia, Burgos, Saldaña, Villanuño y Guardo. A todos ellos agradezco de corazón mis pasos que no se perdieron ni en el tiempo y ni en la distancia. Y a las calles y callejones de Prádanos de Ojeda, a sus moradores, y a los lugares que visité sumamente contento y alegre por haberlos hallado bien dispuestos y en franco progreso.              
 A todos ofrezco mis recuerdos que son muchas añoranzas y saudades de quien no olvidará jamás una presencia tan procurada después de muchos, muchos años de ausencia. Adiós, mis queridos personajes de encuentros nostálgicos. Ni la distancia ni el tiempo serán capaces de hacer desaparecer estas llamadas de un visitante irrequieto e hispano-brasileño. Miguel Aguilar Campo, un hijo de Prádanos en el Brasil.

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