Era muy pequeño, un niño de aproximadamente 5 o 6 años, cuando crucé por la primera vez el bosque de Prádanos de Ojeda. Visité, al lado de mi padre, el monasterio de monjas cistercienses, de San Andrés de Arroyo. Desde la carretera P-223, en mi visión infantil, los árboles (encinas, hayas y robles, creía yo) me parecieron gigantes de manos encrespadas y enfurecidas, acechándonos, y solo esperando cualquier distracción para cogernos y despedazarnos sin piedad alguna. Pero pasé por allí y nada me aconteció. Solo el miedo de mirar y observar las matas desde lejos me impresionó tan profundamente que hasta este momento no consigo olvidar aquella tarde engolfada en sombras y figuras extrañas, gigantescas, igual a fantasmas que se esconden y no quieren ser vistos. Así pensé en aquellos días. Pero hoy, adulto y cautivo de mis pensamientos biogeográficos, pienso en la importancia física, ecológica y turística de nuestro pequeño bosque - o bosques como prefieren decir los habitantes del lugar.
Nuestros ‘bosques’ son pedazos de florestas intramontanas, reservas ecológicas de un tiempo en que las matas en general se las juzgaba fuentes inagotables de madera y plantas diversas – más tarde estudiadas por la botánica y la silvicultura. Antiguamente había una creencia infundada o hábito universal de destruir o devastar los árboles para usarlos principalmente como combustible y material de construcción. Entre tanto, esa práctica luego fue desmoralizada, y medidas concretas contra esa acción predatoria pasaron a reglamentar el corte de determinados árboles: en 450 aC, Artajerjes I, rey de Persia, ya prohibía abatir de modo indiscriminado los cedros del Líbano. Los romanos hicieron leyes contra la deforestación de maderas útiles o necesarias a la construcción de navíos, así como en la Edad Media los señores feudales controlaban la cantidad de árboles que cada familia podría consumir durante el invierno. Sin embargo, solo después de la revolución industrial (1750)- el telar mecánico y la máquina de hilar anunciaron una nueva era - la humanidad percibió la importancia real de los bosques y florestas, como siendo no apenas fuentes de materia prima pero también elemento esencial para preservar la cadena alimentaria sobre la Tierra. Actualmente es un crimen cortar los árboles sin el cuidado de repoblarlos con medidas eficientes y que preserven la biomasa/ecosistema de determinado lugar > medioambiente, o sea, circunstancias exteriores al ser vivo (plantas y animales, incluso hombres y mujeres). El Brasil infelizmente es un ejemplo negativo por no saber preservar sus florestas y dotarlas de cuidados biosustentables, a pesar de encuentros ecológicos internacionales como Rio-92 y, ahora en junio, Rio+ 20.
Hoy en día, la silvicultura tiene como objetivo principal el cultivo, la manutención, el renuevo o creación de bosques y florestas. Tratase de una ciencia ‘nueva’, aliada a los fuertes vientos ecológicos que soplan y prosperan en el mundo entero. Los bosques de Prádanos son un bello ejemplo de reforestación actual. Sus cuestas y laderas verdes, repletas de pinos silvestres, traen aire puro para los habitantes del pueblo. Me acuerdo de mis años de niño: el monte era simplemente una reserva de piedras y hojarascas, urzes y gatuñas, un empobrecido matorral; estaba completamente desnudo y su función benéfica era ninguna. Los árboles prácticamente eran inexistentes, y los pocos que veíamos – después de mucho tiempo de caminada, bajo un sol escaldante – nos daban aquella sensación de alivio. Eran una sombra amiga en medio del campo que hervía como fuego, en el verano. Hoy se dice que el bosque es un pulmón de oxígeno para los moradores.
El aire puro y saludable de bosques y florestas es húmido, y su sombra nos protege contra los rayos solares. El medioambiente se torna más familiar aproximándonos unos de los otros; es el beneficio del arbolado. En realidad, el agua absorbido del suelo por las raíces se dispersa en el aire a través de las hojas, pues las plantas transpiran, y así la atmósfera en el interior del bosque y en sus proximidades se torna más amena contra el calor o contra el frio. Porque en una atmósfera más seca y caliente las plantas y árboles transpiran con mayor o menor intensidad; y si un viento fuerte sopla en esa biomasa la transpiración se torna aún más sensible. El aire humedecido se disloca rápidamente: el girasol transpira un litro de agua por día; el haya con aproximadamente 200 mil hojas exhala 70 litros de agua diarios, y puede alcanzar 400 litros en condiciones favorables. Otros árboles como el pino son capaces de perder cerca de 7 mil litros de agua por dia durante el verano.
Todos debemos ser un poco silvicultores: debemos preocuparnos con la topografía del lugar, saber que especies de plantas y recursos existen en nuestros bosques. Debemos saber como protegerlos del fuego y de otros factores de destruición como el corte indiscriminado o evitar los prejuicios de individuos insensibles que no se importan con la mata. A final, contra el desequilibrio eco-biológico y natural todos debemos gritar nuestros slogans porque los bosques necesitan de tierra, luz y aire para su desenvolvimiento completo. Como la agricultura, las florestas precisan de técnicas que mejoren el medioambiente. Es incalculable el valor de un bosque, rico en árboles, arbustos, hierbas, fungos, insectos, aves, pequeños o grandes mamíferos, suelo, humedad. En fin, un sin número de elementos que toman parte en ese intercambio ecológico. Bajo su capa protectora, en el bosque vive una multitud de microorganismos, material orgánico etc., indispensables para la fertilidad del terreno. En verdad, tratase de un proceso benéfico al ser humano en que la energía solar se transforma en energía química mejorando el medioambiente donde se vive y se trabaja.
En nuestros días, del bosque de Prádanos no se extrae madera para ninguna de sus numerosas utilidades, pero es sin duda un elemento regulador para el equilibrio físico y químico del medioambiente de nuestro pueblo. Su influencia sobre el microclima es indiscutible, pues los árboles a través de sus copas se oponen a la acción del viento, absorbiendo los rayos solares, además de retirar de la tierra grande cuantidad de agua que lanzan a la atmósfera en forma de vapor mediante el proceso de transpiración vegetal. Resfriando el ambiente, ejercen influencia sobre la región circunvecina. El aire fresco y húmido que sale de los bosques permite que las lluvias sean mejor absorbidas por la tierra. Sabemos que la implantación de nuevas florestas en el mundo regularizó las lluvias y aumentó las cosechas de trigo ej.: en la Ucrania.
Los bosques ejercen su influencia de dos maneras progresivas: forman camadas de humus y atenúan el proceso de erosión. Este fenómeno de la naturaleza se origina a causa del desgaste del suelo, provocado por agentes atmosféricos como el viento y la lluvia, y por la acción natural de la gravedad. Pero la situación se complicó debido a la explotación excesiva de los bosques como ocurrió en Prádanos de Ojeda. Nuestros bosques casi desaparecieron del mapa. Y es fácil entender el porque de tanto malestar: los árboles amortecen el impacto de la lluvia y de los vientos, y la vegetación inferior forma un enmarañado resistente que da más consistencia al suelo y a las raíces de la arbolada. Sin contar los beneficios contra los ruidos y la contaminación del aire, extremamente aumentados por la industrialización y quema de combustibles carburantes. Los bosques y florestas asimilan el gas carbónico, y liberan oxigeno en grandes cuantidades, beneficiando el medioambiente: 10 mil m² de bosque absorben unas 10 toneladas de gas carbónico. Lo mismo se diga a respecto de los ruidos que en 20 años aumentaron 50% de intensidad. En virtud de sus cualidades acústicas los bosques atenúan los ruidos tan prejudiciales a la salud humana. Estimase que un parque forestal de 50 m² reduzca el ruido en 20 o 30 decibelios.
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